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El caos en el aeropuerto JFK en Nueva York y el declive de la infraestructura en EE.UU.

Caos y prolongados atrasos en el aeropuerto internacional John F. Kennedy en la Ciudad de Nueva York continuaron un quinto día el lunes, dejando de esta forma a miles de pasajeros varados, durmiendo en el suelo y buscando equipaje perdido.

La tormenta de nieve que azotó el noreste de EE.UU. el jueves obligó al cierre del JFK y otros aeropuertos del área, pero luego de que la tormenta se calmase las cosas tan sólo fueron de mal en peor. Después de que JFK empujara su reapertura de la tarde del jueves al viernes, más de 1000 vuelos a los aeropuertos de Nueva York fueron cancelados el jueves, con muchos aviones de pasajeros obligados a ser desviados a otros aeropuertos o retornar a sus puntos de despegue.

Cuando los vuelos atrasados comenzaron a llegar el viernes, los aviones no pudieron encontrar puertas abiertas, dejando a los pasajeros –muchos quienes venían de Asia, Europa y otras partes del mundo– atorados hasta ocho horas en el asfalto en medio del frío congelante, sin comida, energía o baños. Algunos de aquellos atrapados en los aviones comenzaron a llamar a 911 por ayuda de emergencia, mientras que otros amenazaron con abrir las puertas de emergencia para escapar.

Luego de que finalmente fueran permitidos de salir de los aviones, fueron conducidos hacia terminales con sobre exceso de personas en medio de un mar de equipaje sin clasificar; muchos de ellos tuvieron que esperar tanto como cinco horas para poder recoger sus equipajes. Las autoridades del aeropuerto atribuyeron al caos en parte a la escasez de personal y al congelamiento del equipamiento en tierra.

Incluso cuando las condiciones parecían que no se podían volver más infernales, un quiebre masivo de agua inundó el Terminal 4 el domingo, el viejo Terminal de Llegadas Internacionales, haciendo que cayera agua del techo y se derrame sobre los monitores de vuelos. Maletas y equipaje flotaban en lo que se volvió un lago de más de mitad de un metro. Los pasajeros fueron evacuados en medio de la oscuridad ya que la energía eléctrica se apagó. La tubería que explotó no había sido probada para este tipo de clima, lo que volvió al desastre totalmente inevitable.

El director de la Autoridad del Puerto Rick Cotton declaró que la catástrofe sería investigada. “La Autoridad del Puerto está comprometida para otorgar el más alto calibre de servicio a todos los viajeros y haremos que los responsables paguen por las deficiencias que encontremos”, declaró.

Nadie debería tomar la palabra de la Autoridad del Puerto en hacer pagar a aquellos responsables por las condiciones desastrosas en JFK. La Autoridad del Puerto es quizás la agencia menos fiscalizada en EE.UU., sus puestos ejecutivos son apropiados por políticos de poca monta nominados por los gobernadores de Nueva York y Nueva Jersey. Un par de ellos fue recientemente enjuiciado por conspiración, fraude y otras acusaciones provenientes del cierre de carriles que conducen al Puente George Washington como parte de una venganza política en nombre del gobernador republicano Chris Christie contra un alcalde de Nueva Jersey.

Cotton descartó cualquier responsabilidad por parte de la propia agencia, el supuesto operador del JFK. Señaló que el Terminal 4, en dónde la inundación ocurrió, no era administrado por la Autoridad del Puerto, sino por un consorcio privado con sede en Holanda. La compensación anual más reciente que se reporte sobre el CEO de esa firma asciende a US$900.000.

Todas las terminales fueron arrendadas a diferentes concesionarios, la mayoría de ellos formados por alianzas de aerolíneas que custodian el control de sus puertas de embarque como garantía de su participación en el mercado. Este acuerdo a base del lucro tuvo un papel central en el caos de los últimos cinco días, ya que los aviones fueron capaces de aterrizar pero no desembarcar a sus pasajeros. Los pilotos tenían que esperar que se abrieran las puertas de embarque en las terminales administradas por sus aerolíneas, incluso cuando otras puertas de embarque se encontraban vacías en otras terminales.

JFK es la principal puerta de entrada para pasajeros aéreos internacionales a América del Norte. Si bien los críticos, incluido el presidente Donald Trump, han descrito a las condiciones en éste y otros aeropuertos del área de Nueva York como “tercermundistas”, en muchos países este tipo de aeropuertos y otras instalaciones de transportación son mejor administradas y más eficientes que lo que prevalece en EE.UU.

Que tales condiciones existan en la ciudad de Nueva York, la denominada “capital del mundo” –en realidad, la capital del capital financiero de EE.UU.– es una prueba de la negligencia criminal a la infraestructura básica por parte de la parasítica oligarquía financiera que controla los dos principales partidos políticos y tiene como programa a políticas socialmente destructivas cuyo objetivo es solamente avanzar su propio enriquecimiento.

El desastre en JFK viene tan sólo tres semanas después de un colapso similar en el que el aeropuerto internacional de Atlanta –el más concurrido en EE.UU.– dejó de funcionar por completo debido a un corte de energía, enredando el tráfico aéreo por todo el país durante una de las temporadas de vuelo más concurridas. En la misma semana ocurrió el descarrilamiento de un tren de Amtrak en el estado de Washington, matando a tres pasajeros, el último de una serie de accidentes que atormenta el servicio de rieles anticuado y crónicamente infradotado.

La Ciudad de Nueva York, el hogar de Wall Street y el surgente mercado de acciones, está plagado por la prolongada deterioración de la infraestructura básica incluso cuando un minúsculo estrato en la cima amasa una fortuna inimaginable. La ciudad es el hogar de la más alta concentración de multimillonarios, 82 de los cuales poseen un valor neto combinado de US$397.9 mil millones. Casi otros nueve mil individuos en la ciudad poseen cada uno por lo menos US$30 millones en activos netos.

Dos semanas atrás, Bloomberg reportó que los 500 multimillonarios más ricos del mundo incrementaron sus activos combinados por US$1 trillón durante el 2017, un incremento del 23 por ciento, hasta alcanzar US$5.3 billones. Este desvío colosal de recursos hacia la acumulación de riqueza privada por la oligarquía financiera priva a la sociedad de los recursos que necesita para afrontar los problemas más básicos.

En ningún otro lugar esto es más crudamente visible que en la Ciudad de Nueva York. Lado al lado de la aristocracia financiera, la población de los indigentes de la ciudad está en una cifra récord desde la Gran Depresión de los años treinta, con más de 60.000 personas en albergues cada noche y muchos más durmiendo en las calles.

El lunes fue un día típico para el deteriorado sistema de metro de la ciudad, sobre el cual millones de trabajadores dependen para ir a su trabajo y casa de nuevo. Quince líneas distintas del metro tuvieron retrasos y ralentizaciones debido a los quiebres mecánicos, fallos en las señales y problemas de interruptores, lo que llevo a que los pasajeros esperaran en algunos casos 40 minutos por un tren y viajes de media hora hacia Manhattan se volvieron en calvarios de 90 minutos.

Con respecto a las viviendas públicas, miles de personas no tienen calefacción ni agua caliente durante la ola de fría debido a las calderas inadecuadas en sus edificios.

Para la élite adinerada que monopoliza la riqueza de la ciudad, estos no son temas reales. Ellos no usan el aeropuerto JFK ni el metro. Son capaces de tomar helicópteros para ir a sus jets privados y terminales VIP en lugares como Teterboro, Nueva Jersey, sin tener que enfrentarse a los trabajadores que hacen funcionar a la ciudad.

Responsabilizar a los que son culpables por el caos desatado sobre los pasajeros en el aeropuerto de JFK, por no mencionar a los indigentes, o la clase trabajadora que pierde horas cada día debido a un sistema de metro que se desmorona, es posible solamente por medios de una lucha para romper el dominio ejercido por Wall Street y la élite financiera en toda la sociedad.

La amplia riqueza de esta oligarquía financiera debe ser expropiada y utilizada para resolver los urgentes problemas sociales de las viviendas, el cuidado a la salud, la educación y el tránsito masivo. Los trillones que son gastados en el ejército y el sistema de inteligencia para llevar a cabo la guerra y el asesinato en masa por todo el planeta deben ser redirigidos para confrontar estos problemas, tanto en EE.UU. como internacionalmente.

La economía entera, tanto en EE.UU. como alrededor del mundo, debe ser colocado sobre nuevas fundaciones, basado en la abolición de la propiedad privada de los bancos y las corporaciones y el establecimiento de la propiedad pública y el control democrático. La amplia riqueza producida por la clase trabajadora debe ser usada para satisfacer las necesidades sociales, no malgastada para satisfacer el insaciable impulso de los oligarcas por el lucro y la riqueza privada.

La debacle en el JFK, la puerta de acceso a EE.UU., expresa en forma concentrada la putrefacción y bancarrota histórica del sistema capitalista. La reorganización de la sociedad en fundaciones socialistas es una cuestión de la más grande urgencia.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 9 de enero de 2018)

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