En torno al discurso del estado de la Unión de Donald Trump el martes por la noche, quizás el factor más notable de este espectáculo nauseabundo fue la inhabilidad de la clase gobernante —y no solo de Trump, sino también de la oposición demócrata y los comentaristas de la prensa— de abordar seriamente cualquiera de las abundantes crisis que azotan al capitalismo estadounidense y global.
El discurso del estado de la Unión tuvo la intención, y este ha sido siempre su propósito, de permitirle al presidente describir ante el Congreso y el pueblo estadounidense la situación económica, social y geopolítica del país. Sin embargo, durante las últimas cuatro décadas y particularmente desde el mandato de Reagan, se ha convertido en una charada de fanfarronería y grandilocuencia vacías e incapaces de reconocer el recrudecimiento de la crisis del capitalismo estadounidense.
Este periodo ha visto un declive cada vez más rápido de la posición económica global de Estados Unidos. Consecuentemente, y más aún después de la disolución de la Unión Soviética en 1991, la burguesía estadounidense ha intentado contrarrestar esta degeneración por medios militares. Sin embargo, el más de cuarto de siglo de guerras interminables en Oriente Próximo, los Balcanes, Asia central y el norte de África solo ha resultado en una serie de debacles.
Estados Unidos se encuentra cada vez más aislado en Oriente Próximo, desafiado por una China en auge y distanciado de sus aliados tradicionales en Europa. El mes pasado, la nueva estrategia de defensa nacional de EUA anunció de golpe que la justificación oficial de los últimos 17 años de guerra en el exterior y del reforzamiento de los poderes policiales-estatales dentro de EUA, la llamada “guerra contra el terrorismo”, ha sido suplantada por la preparación para “conflictos entre grandes potencias”, es decir, una nueva guerra mundial.
Dentro de las fronteras de Estados Unidos, la decadencia de las condiciones sociales y los niveles sin precedentes de desigualdad económica han llevado a las tensiones entre clases a un punto de inflexión. La élite política en su conjunto está desacreditada ante los ojos del grueso de la clase obrera. El disgusto hacia el capitalismo y el interés en el socialismo crecen.
Más allá de la euforia general de la burguesía por los enormes recortes de impuestos para los ricos y la continua racha alcista del mercado bursátil, los observadores más sobrios advierten de un colapso financiero todavía más traumático que el de hace una década.
La guerra política que sigue estremeciendo Washington pone en evidencia la extrema crisis e instabilidad del dominio burgués en Estados Unidos, con sectores de la burguesía y el Estado discutiendo abiertamente el derrocamiento de Trump, sea por medio de un juicio político, la aplicación de la Vigesimoquinta Enmienda de la Constitución o una renuncia forzada.
El discurso de Trump no podía siquiera sugerir tal situación. En cambio, el mandatario esbozó una fantasía sobre un país que está resurgiendo con su feliz y agradecida población. Este fue tan solo fue el telón de fondo para prometer más políticas facilitadores del militarismo, los saqueos de Wall Street y la represión, las cuales ya han empujado al país al borde de una explosión social.
El intento de Trump de proyectar, al inicio de su pronunciamiento, un tono de optimismo y confianza en el pueblo estadounidense, en realidad dio la impresión contraria. Rindió tributo a los “héroes” estadounidenses que respondieron a la serie de desastres durante el último año —huracanes, incendios forestales, inundaciones, tiroteos— que expusieron el estado desastroso del capitalismo estadounidense. No mencionó el hecho que medio millón de personas en Puerto Rico siguen sin electricidad cuatro meses después del huracán María.
Los Estados Unidos ficticios de Trump le dieron el marco para promover las políticas de tinte fascista de la oligarquía financiera que él mismo personifica: la preparación para una guerra nuclear contra Irán, Corea del Norte, Rusia, China; el racismo antiinmigrante y el nacionalismo económico; la expansión de los poderes de la policía y la represión, simbolizada por su orden para mantener abierta la prisión de Guantánamo, donde mantiene a presuntos terroristas encarcelados y siendo torturados indefinidamente.
La “oposición” demócrata es tan incapaz como el oficialismo para abordar las verdaderas cuestiones que enfrentan los trabajadores estadounidenses. Se los previene el hecho de que su principal base social —Wall Street— apoya entusiásticamente las políticas económicas de Trump. Además, sirven a fuerzas estatales, comenzando por la CIA, que se oponen a Trump desde el punto de vista que no es lo suficientemente agresivo en su confrontación con Rusia.
No pueden ofrecer ninguna política que trate la crisis social. Al contrario, avanzan una mezcla entre la política derechista de identidades y el frenesí militarista contra Rusia, evocando las cazas de brujas mccarthistas de los años cuarenta y cincuenta. Al mismo tiempo, promueven campañas antidemocráticas como la histeria #MeToo (YoTambién) sobre comportamientos sexuales y la represión de la libre expresión en el Internet bajo el pretexto fraudulento de combatir las “noticias falsas” sugestionadas por Rusia.
Durante el último año, el Partido Demócrata ha dedicado todos sus esfuerzos para suprimir la oposición de masas a Trump y encauzarla en una dirección reaccionaria y belicista.
Por su parte, la prensa corporativa respondió al discurso de Trump generalmente con elogios tan delirantes como las declaraciones mismas del presidente. La junta editorial del Washington Post comentó que el desempeño de Trump lo mostró como un “avezado hombre del escenario, y su técnica fue del primer nivel”. En el New York Times, Ross Douthat llamó la diatriba semifascista del mandatario un intento para “presentarse como un propiciador de acuerdos de centro”.
La inhabilidad de la burguesía para atender la realidad de la situación que confronta es un sí una expresión de perplejidad y desarraigo. El verdadero “estado de la Unión” es uno de crisis históricas y sistémicas; la manifestación en el núcleo del capitalismo mundial de una crisis global que enfrenta a la humanidad con la alternativa entre el socialismo o la barbarie, i.e. una guerra nuclear y dictaduras fascistas. La misma crisis que empuja a la clase capitalista a librar guerras mundiales insta a la clase obrera a entrar en luchas revolucionarias.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 1 de febrero de 2018)