El Gobierno de Trump, o la poderosa facción del aparato militar y de inteligencia dentro de éste, está ejerciendo presión a favor de un ataque militar preventivo contra Corea del Norte, en vísperas o posiblemente durante las Olimpiadas de Invierno, las cuales tienen programado comenzar el viernes.
La opción de dejarle la “nariz ensangrentada”, la frase utilizada para describir un ataque limitado al arsenal nuclear norcoreano y su infraestructura asociada, procuraría abrumar al régimen de Pyongyang para someterlo a las demandas de Washington de desnuclearizarse.
Sin embargo, no cabe duda que tal agresión estadounidense sin provocación incitaría medidas de represalia en vez de una subordinación, algo con consecuencias incalculables. Incluso si evitaran utilizar armas nucleares inicialmente, se estima que el saldo de muertos solo en Corea del Sur alcanzaría el orden de decenas de miles solo en Corea del Norte, en un conflicto que podría arrastrar a potencias nucleares como China y Rusia.
Un acto tan imprudente y salvaje es precisamente lo que está siendo discutido, debatido y preparado en los niveles más altos de la Casa Blanca y el aparto de seguridad e inteligencia. Dentro de los círculos de toma de decisiones en política exterior y militar, lo avanzados que se encuentran los planes es algo tan sabido que generan temores y oposición.
La semana pasada, el Gobierno de Trump depuso a su embajador en Corea del Sur, Victor Cha, después de que expresó su oposición a un ataque preventivo contra Corea del Norte. Subsecuentemente, Cha escribió un comentario para el Washington Post donde advierte que un ataque estadounidense pondría las vidas de 230.000 estadounidenses en Corea del Sur en riesgo, el equivalente a una ciudad mediana como Pittsburgh o Cincinnati.
Una carta enviada el viernes a Donald Trump y firmada por 18 senadores demócratas, incluyendo a Martin Heinrich de la comisión de las fuerzas armadas, manifestó inquietud hacia el hecho de que las advertencias de Cha se hayan pasado por alto. Señala, además, que una acción militar antes de agotar todas las opciones diplomáticas no solo sería “extremadamente irresponsable” sino que carecería de “un fundamento constitucional o una autoridad legal”.
La carta advirtió de que “es una enorme apuesta creer que un tipo particular de ataque limitado y preventivo no incite una respuesta de escalada por parte de [el líder norcoreano] Kim Jong-un”. Más allá, testigos expertos que se declararon ante la audiencia de la comisión de las fuerzas armadas del Senado el 30 de enero “creían que la estrategia de dejar una ‘nariz ensangrentada’ trae consigo riesgos extremos”.
Este documento de los demócratas, lejos de expresar una oposición auténtica a la guerra, es parte del intenso debate en marcha dentro de la élite política estadounidense sobre si Rusia o China representa un mayor peligro. La intensificación de la campaña contra Trump sobre su presunta colusión con Rusia durante la carrera presidencial del 2016 tiene como fin colocar a Moscú en el punto de mira primero, en vez de Corea del Norte y China.
La enconada riña interna sobre política exterior está recrudeciendo la inestabilidad del Gobierno de Trump, el cual se enfrenta a una profundización tanto de la crisis económica, la volatilidad bursátil y la resistencia de la clase obrera a la deterioración de sus condiciones de vida. Lejos de disminuir la posibilidad de la guerra, Trump podría lanzar un ataque militar contra Corea del norte como un intento desesperado para reorientar las estas severas tensiones políticas y sociales hacia un enemigo exterior.
Trump ha advertido una y otra vez que el tiempo se está acabando para resolver la confrontación con Corea del Norte de forma pacífica. El viernes, se reunió con desertores norcoreanos en la Casa Blanca, en sí una provocación que menoscaba una futura resolución pacífica, y acuso nuevamente a Gobiernos anteriores por no haber confrontado a Corea del Norte, declarando sin ambages, “No nos queda otro camino”.
El vicepresidente Mike Pence se encuentra en ruta hacia Corea del Sur para las Olimpiadas de Invierno; sin embargo, utilizará su viaje para visitar las bases de misiles antibalísticos de EUA en Alaska y reunirse con líderes japoneses y surcoreanos. Un funcionario de la Casa Blanca que el resumen del viaje de Pence era para asegurarse de que no se aflojase la campaña estadounidense de “máxima presión” sobre Corea del Norte. “Todos hemos visto esto antes”, dijo el oficial, “ofensivas diplomáticas del Norte que resultaron en un periodo de negociaciones infructuosas y que a su vez le ganaron más tiempo al Norte”.
Después de las Olimpiadas, EUA y Corea del Sur, reanudarán sus ejercicios de guerra conjuntos conocidos como Foal Eagle y Key Resolve, los cuales fueron suspendidos temporalmente. Los ejercicios del año pasado involucraron a más de 300.000 tropas junto con una presencia naval sustancial y de los aviones de guerra más avanzados de EUA, como parte de un explícito ensayo para una guerra con Corea del Norte. El Pentágono desplegó recientemente bombarderos con capacidad nuclear B-52 y B-2 en Guam, a un alcance cómodo para atacar la península coreana.
Como insinuó Victor Cha en su artículo para el Washington Post un ataque para dejar una “nariz ensangrentada” no es la única opción militar bajo consideración. “Está disponible una opción militar contundente que puede hacerse cargo de la amenaza [de Corea del Norte] sin desencadenar una guerra que podría matar a decenas, sino a cientos, de miles de estadounidenses”, escribió. La única alternativa militar a un ataque limitado es un asalto militar de escala total con armas nuclear y/o convencionales que acabe con la capacidad de Corea del Norte a tomar represalias.
Pese a estar adornada con términos defensivos, la nueva política nuclear publicada por el Gobierno de Trump el viernes pregona una ofensiva como tal. Cualquier ataque nuclear norcoreano a EUA o sus aliados, asevera, “es inaceptable y resultará en el fin de ese régimen. No hay escenario en el que el régimen de Kim pueda emplear armas nucleares y sobrevivir”.
El peligro de que un error o cálculo equivocado lleve a Trump a ordenar la “destrucción total” de Corea del Norte fue puesto de relieve el mes pasado por la falsa alarma de un misil nuclear en dirección a Hawái. Por encima de esto, el imperialismo estadounidense tiene una larga historia de fabricar acontecimientos para justificar guerras, como el incidente del golfo de Tonkín que fue utilizado como pretexto para la intervención militar directa de EUA en Vietnam.
Cualquier ataque militar preventivo de EUA contra Corea del Norte estremecería al mundo entero y provocaría una ola de oposición a la guerra. Sin embargo, esta oposición, la cual ya es sumamente amplia, tiene que ser organizada en un movimiento unificado de la clase obrera internacional con base en un programa socialista dirigido en contra de la causa fundamental de la guerra —el sistema capitalista—.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 6 de febrero de 2018)