El anuncio el viernes del Departamento de Justicia de Estados Unidos que un gran jurado federal presentó una acusación penal contra trece ciudadanos rusos y tres compañías rusas de haber realizado actos ilegales en las elecciones presidenciales del 2016 ha dado paso a una avalancha de propaganda belicista en la prensa corporativa estadounidense.
A la cabeza de esta ofensiva está el New York Times, publicando un artículo “noticioso” en su portada del domingo, escrito por Peter Baker. Colgado en línea el sábado por la noche bajo el título “El sospechoso silencio de Trump deja sin líder la lucha contra Rusia”, la edición impresa cambia “lucha” por “guerra… siendo librada por el lado estadounidense sin un comandante en jefe”.
Las acusaciones, según el Times, “subrayan la conclusión general del Gobierno estadounidense de que Rusia está virtualmente librando una guerra contra EUA por medio de herramientas de desinformación y propaganda del siglo XXI”. Hace tan solo unos días, señala el diario, la Administración de Trump “acusó formalmente a Rusia por un extenso ciberataque el año pasado denominado NotPetya y amenazó con ‘consecuencias internacionales’ indefinidas”.
Tomando en consideración que el Gobierno estadounidense acaba de publicar una serie de documentos estratégicos que, entre otras conclusiones, sugieren que un ciberataque significativo es causa suficiente para tomar represalias con armas nucleares, las implicaciones del argumento avanzado por la portada del Times son escalofriantes: ¿Cuál ciberataque podría ser más significativo que uno para tomar control de los comicios presidenciales estadounidenses? De acuerdo con la lógica del principal “periódico de referencia”, sería legítima una respuesta militar estadounidense a la presunta operación electoral rusa.
Lo que proponen estos medios de prensa es una teoría conspirativa para poner fin a todas las teorías conspirativas. El New York Times, Washington Post, y gran parte de los medios están arrojando opiniones paranoicas una vez asociadas con la John Birch Society, que notoriamente llamó al presidente Dwight D. Eisenhower un miembro con carnet del Partido Comunista.
La supuesta conspiración es descrita con términos sensacionalistas: “sofisticada”, “masiva”, “sobrecogedora”, con “tentáculos” que “penetraron profundamente en la vida política estadounidense”. Incluso si uno aceptara los hechos ostentados por la acusación —una suposición no necesariamente legítima dada la capacidad del FBI y las otras agencias de inteligencia para fabricar casos—, ninguna parte de la acusación corrobora en lo mínimo las aseveraciones del Times y los otros medios.
El documento de 37 páginas detalla una presunta operación de individuos en Rusia cuyo fin era establecer identidades falsas en las redes sociales y utilizarlas para influenciar las discusiones políticas en EUA durante la carrera electoral. Llama la atención la ausencia de alguna indicación de involucramiento directo del Gobierno ruso en la operación, la cual fue financiada por un multimillonario ruso. Tampoco alega que hubo alguna colaboración de la campaña de Trump con los acusados rusos ni que éstos tuvieran algún impacto en el proceso electoral.
De hecho, solo dos rusos viajaron a EUA, visitando varios estados con el objetivo, según la descripción involuntariamente humorística de la acusación, “recolectar inteligencia” sobre la escena política del país. El presupuesto utilizado, menos de $15 millones, no hubiese podido financiar una campaña seria en ningún estado, ni mucho menos influenciar una elección presidencial en la que los demócratas y republicanos estaban gastando miles de millones de dólares.
El argumento de que esta operación concebida a medias pudo afectar significativamente el resultado de las elecciones es absurdo. Hay copiosas razones por las cuales decenas de millones de estadounidenses, particularmente de clase trabajadora, eran hostiles a la candidatura de Hillary Clinton, la favorita de Wall Street y el Pentágono. Su campaña se basó en la autocomplacencia y la conformidad y no le prometió nada a aquellos sufriendo después de ocho años de la supuesta “recuperación económica” bajo el Gobierno de Obama. El hecho de que un sector de trabajadores votara en desesperación por Trump evidencia en sí que el sistema bipartidista controlado por las corporaciones es un callejón sin salida reaccionario.
Cabe notar un hecho en particular presentado en la imputación: la operación comenzó en abril del 2014. Esto fue mucho antes de que Donald Trump estuviese en la mira electoral, excepto quizás de sí mismo. Además, esto fue un mes después del golpe de Estado derechistas respaldado por EUA en Ucrania, cuando fueron movilizadas hordas fascistas en las calles de Kiev para deponer a un presidente electo prorruso y reemplazarlo con un títere estadounidense.
La operación ucraniana duró una década y costó aproximadamente $5.000 millones, según la secretaria de Estado adjunta, Victoria Nuland. En otras palabras, la supuesta operación rusa en las elecciones estadounidenses fue si acaso un pinchazo en respuesta al devastador ataque estadounidense contra la influencia rusa en Ucrania, un país con lazos históricos y étnicos con Rusia, y con una gran mayoría de hogares utilizando el idioma ruso.
El principal propósito de la acusación era darle a la prensa un punto de apoyo, si bien sumamente débil, para escribir titulares desconcertantes sobre una enorme operación rusa dirigida a socavar la democracia estadounidense.
¿Qué está detrás de esta campaña? En primer lugar, se encuentra el acondicionamiento de la población para una guerra con Rusia.
El Times y el Partido Demócrata están actuando como voceros de una sección del aparato militar y de inteligencia que objeta cualquier desvío de la dirección ferozmente antirrusa de la política exterior estadounidense establecida durante el segundo mandato del Gobierno de Obama.
Las agencias militares y de inteligencia de EUA están escalando sus provocaciones militares contra Rusia, más recientemente con un ataque aéreo contra fuerzas rusas en Siria, el cual cobró aparentemente el mayor número de vidas en un conflicto entre EUA y Rusia en la historia. El hecho mismo de que el régimen de Putin le haya restado importancia al incidente es una indicación de su temor hacia una conflagración más amplia.
En segundo lugar, se busca retratar a toda la oposición social dentro de EUA como el producto de operaciones rusas. A la burguesía estadounidense le aterra el recrudecimiento de las tensiones sociales dentro del país. Es precisamente este temor lo que la motiva a tomar pasos extremadamente alargados para censurar el Internet y suprimir la libertad de expresión.
La misma edición del Times que afirma que Rusia está en guerra con Estados Unidos incluye un ataque contra Facebook titulado, “Para sembrar discordia en el 2016, los rusos recurrieron con mayor frecuencia a Facebook”. Según el diario, Rusia utilizó la red social más popular para fomentar descontento político y social en EUA. La implicación: Facebook tiene que implementar métodos de censura mucho más agresivos.
Sería un error letal subestimar el carácter derechista de las concepciones políticas presentadas tanto por el Times como por los demócratas a través de la campaña antirrusa. En el siglo XX, solo los regímenes dictatoriales podían salirse con la suya mintiendo en tal magnitud. La “gran mentira” de Hitler y la adulteración de la historia por parte de Stalin son los precursores de la campaña siendo librada hoy día por los agentes de inteligencia que se inmiscuyen en el Times como “editores” o “periodistas”.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 19 de febrero de 2018)