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Perspectiva

El fraude de la trama rusa: retomando las armas de destrucción masiva

Hace quince años, el 5 de febrero del 2003, contra el trasfondo de manifestaciones de masas a nivel internacional en oposición a la inminente invasión de Irak, el entonces secretario de Estado de EUA, Colin Powell, argumentó ante las Naciones Unidas que el Gobierno de Sadam Husein estaba acumulando “armas de destrucción masiva”, que Irak, junto con Al Qaeda, buscaban utilizar contra EUA.

En lo que fue el clímax de esta trama de la Administración de Bush para justificar la guerra, Powell presentó una ampolla modelo para llevar ántrax y fotografías aéreas y diapositivas que supuestamente mostraban las “instalaciones de producción móviles” de Irak.

Solo había un inconveniente con la presentación de Powell: era una mentira de principio a fin.

El World Socialist Web Site, en una declaración de la junta editorial publicada el día siguiente, manifestó que dicho informe a favor de la guerra era “el último acto de una comedia acerca del cinismo y el engaño”. Una guerra contra Irak, escribió el WSWS, no se trataba de “armas de destrucción masiva”. En cambio, “es una guerra de conquista colonial, cuyas raíces son los objetivos económicos y geopolíticos basados en el saqueo de los recursos petrolíferos de Irak y en la imposición de la hegemonía mundial estadounidense”.

La respuesta de la prensa estadounidense y particularmente su ala liberal fue completamente diferente. La letanía de mentiras de Powell fue presentada como si fuese el evangelio, como una acusación inapelable contra el Gobierno iraquí.

El columnista del Washington Post, Richard Cohen, quien a toda prisa escribió su opinión antes de examinar las acusaciones de Powell, declaró: “La evidencia que presentó a las Naciones Unidas —en parte circunstancial, en parte absolutamente escalofriante hasta los huesos por sus detalles— tuvo que probarle a cualquiera que Irak no solo no ha rendido cuentas por sus armas de destrucción masiva, sino que sin lugar a dudas todavía las conserva. Solo un idiota —o posiblemente un francés— podría concluir lo contrario”.

La junta editorial del New York Times, cuya reportera Judith Miller estuvo en el centro de la campaña de mentiras del Gobierno de Bush, declaró una semana después que “hay amplia evidencia de que Irak ha producido el altamente tóxico gas nervioso VX y ántrax y que tiene la capacidad para producir mucho más. Ha escondido estos materiales, mentido al respecto y más recientemente no ha rendido cuentas por ellos a los inspectores actuales”.

Los acontecimientos siguientes comprobarían quién estaba mintiendo. El Gobierno de Bush y sus cómplices en la prensa conspiraron para arrastrar a EUA a una guerra que cobró más de un millón de vidas, un crimen colosal por el que todavía nadie ha rendido cuentas.

Quince años después, se ha desempolvado y retomado el mismo guion; sin embargo, en vez de “armas de destrucción masiva”, ha sido en torno a la “injerencia rusa en las elecciones estadounidenses”. Una vez más, las afirmaciones de las agencias de inteligencia y sus operadores son presentadas como hechos incontrovertibles. Una vez más, la prensa está rebuznando a favor de la guerra. Una vez más, el cinismo y la hipocresía del Gobierno estadounidense, el cual interviene en la política doméstica de cada Estado del planeta y ha expandido sin cesar sus operaciones en el Europa del este, son ignorados.

El argumento que presenta la prensa estadounidense es que presuntamente hubo una sospechosa operación involucrando a unas cien personas y con una suma de dinero que equivale a una minúscula fracción del gasto electoral en EUA, que constituyó “una guerra virtual contra Estados Unidos por medio de herramientas de desinformación y propaganda del siglo XXI”. (New York Times)

En un sinnúmero de artículos y comentarios en la prensa en la misma línea, ninguno presenta un análisis serio de la acusación de Mueller contra los rusos, ni mucho menos de los motivos reales detrás de la campaña estadounidense contra Rusia. El hecho de que la imputación ni siquiera involucra al Gobierno ruso ni a oficiales estatales es ignorado.

Mientras que la trama en marcha sobre “injerencia” rusa tiene mucho en común con las acusaciones de “armas de destrucción masiva”, las implicaciones son mucho más ominosas. La “guerra contra el terrorismo” se ha consumido, en parte porque EUA se ha aliado en Siria y otros lugares con las mismas organizaciones fundamentalistas islámicas que supuestamente combatía.

Pero, lo que es más importante, el cuarto de siglo de invasiones y ocupaciones que siguió la disolución de la Unión Soviética se está convirtiendo rápidamente en un conflicto entre las principales potencias nucleares. El esfuerzo de la clase gobernante estadounidense para revertir su declive económico por medio de la fuerza militar está conduciendo a la humanidad al borde de otra guerra mundial. Como lo declara la estrategia de defensa nacional de EUA, publicada menos de un mes antes de las acusaciones, “la competición estratégica interestatal, no el terrorismo, es ahora el principal foco de atención en la seguridad nacional estadounidense”.

Rusia es vista por sectores dominantes del aparato militar y de inteligencia como el principal obstáculo para el control estadounidense de Oriente Próximo y para encarar directamente a China. Ese es el meollo del conflicto entre el Partido Demócrata y el Gobierno de Trump.

Ya ha habido una serie de enfrentamientos en las últimas semanas entre las dos mayores potencias nucleares del mundo. El 3 de febrero, un avión de apoyo aéreo cercano ruso fue derribado por combatientes del Frente al-Nusra (es decir, Al Qaeda), un aliado indirecto de Estados Unidos en su guerra indirecta contra el Gobierno de Bashar al Asad. El 7 y 8 de febrero, soldados rusos fueron asesinados en ataques aéreos y con artillería en Deir Ezzor, con los sobrevivientes calificándolo de “masacre”. Tanto Moscú como Washington han intentado restarle importancia a esta arremetida, pero algunas fuentes han reportado incluso cientos de muertos.

Aun mientras se enfrentan las fuerzas estadounidenses y rusas en Siria, los representantes del Kremlin y el Pentágono tuvieron roces en la conferencia de seguridad en Múnich este fin de semana, en relación con el despliegue y desarrollo de sus arsenales nucleares. Pese a acusar a Rusia de quebrantar el Tratado de Fuerzas Nucleares Intermedias (INF, por sus siglas en inglés), Washington publicó este mes una nueva postura nuclear que contempla una expansión masiva de emplazamientos nucleares en los frentes de batalla.

La acusación de Mueller busca prestar varios motivos apropiados para legitimar una agresión militar. Al mismo tiempo, sirve como un pretexto fabricado para la censura y la represión interna que va mucho más allá de las medidas extraordinarias ya adoptadas bajo el marco legal de la “guerra contra el terrorismo”. Se supone que el pueblo estadounidense crea que Rusia utiliza la oposición social interna para debilitar a Estados Unidos, lo que torna todo disentimiento político en traición.

Esta campaña ya ha llevado a las principales compañías tecnológicas estadounidenses a implementar medidas de gran alcance para censurar el discurso político en el Internet. Google está manipulando sus resultados de búsqueda y Facebook está manipulando sus muros de noticias, a la vez que transforma la red social que han creado en un instrumento de espionaje corporativo-estatal.

Motivados por el principio de que entre más grande la mentira, más agresivos deben ser los métodos para ejecutarla, están planeando e implementando medidas mucho más extremas. El blanco de estas políticas represivas no es Rusia, sino la clase obrera estadounidense. La burguesía sabe bien que, mientras confabula sus guerras en el exterior, se enfrenta a un enorme barril de pólvora en casa.

La clase obrera tiene que extraer las conclusiones necesarias de su pasado. En el 2003, el Partido Demócrata apoyó al Gobierno de Bush en su invasión de Irak y le proveyó la cubierta política que ocupaba. Ahora, son los demócratas, junto con sus socios en las organizaciones de la clase media-alta, los que están encabezando la marcha hacia la guerra, aplicando tácticas neomccarthistas para criminalizar todo impedimento y para subordinar a la oposición contra el Gobierno de Trump a su agenda derechista y militarista.

La tarea urgente es movilizar a la clase trabajadora en Estados Unidos e internacionalmente contra el aparato entero de la élite gobernante capitalista. La lucha contra la guerra y la dictadura es una batalla contra la desigualdad y la explotación, y por el derrocamiento del capitalismo y el establecimiento de una sociedad global socialista.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 20 de febrero de 2018)

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