El 14 de febrero, se produjo una historia de terror en el sureste de Florida, cuando Nikolas Cruz de 19 años de edad abrió fuego dentro del colegio Stoneman Douglas, asesinando a 17 personas, incluyendo a 14 estudiantes.
En abril de 1999, el país quedó atónito por el asesinato en masa de 13 estudiantes y profesores en el colegio Columbine en Colorado a manos de dos estudiantes que luego se suicidaron. En los últimos 20 años, tales manifestaciones de violencia homicida se han vuelto comunes, con incidentes que cobraron muchas más vidas que en Columbine. El ataque del 2017 en Las Vegas resultó en 58 muertes. El ataque el año anterior en la discoteca Pulse en Florida dejó a 49 fallecidos. El tiroteo del 2014 en San Bernandino mató a 14 personas. En el 2012, el ataque contra la escuela primaria Sandy Hook dejó a 28 fallecidos. Un asalto contra la audiencia en un cine en Aurora, Colorado, ese mismo año, cobró 12 vidas. El tiroteo en la base Fort Hood en el 2009 resultó en 13 muertes.
Estos asesinatos se han vuelto más mortales y frecuentes desde1999. Las masacres de cuatro o más víctimas suceden cada 16 días en Estados Unidos, diez veces más que en el periodo de 1982 al 2011, cuando sucedían cada 200 días.
A diferencia del pasado, esta vez las apelaciones hipócritas de “unidad” y “recuerdos” han sido acompañas por un clamor popular. Los estudiantes se han dirigido tajantemente contra los políticos, incluyendo el presidente Trump, y han salido de clases para manifestarse junto con miles de otros estudiantes en colegios y escuelas medias por todo el país.
Los estudiantes reconocen que la oleada de asesinatos masivos evidencia una enfermedad profundamente arraigada en la sociedad estadounidense. Justin Gruber, quien se escondió en el armario de un salón de clases mientras Cruz les disparaba a sus compañeros de clase, le dijo a ABC News el miércoles: “Nací en un mundo en el que nunca pude experimentar seguridad ni paz. Tiene que haber un cambio importante en este país”.
El foco inicial de las manifestaciones ha sido la disponibilidad de rifles de asalto. El hecho de que tales armas pueden ser obtenidas con tanta facilidad, incluso por jóvenes con una seria condición psicológica, es visto como una obvia expresión de la irracionalidad de la sociedad estadounidense. El odio hacia una National Rifle Association (NRA) de tinte fascista y hacia los políticos que toman dinero de una organización tan reaccionaria es completamente legítimo. Sin embargo, la atención exclusiva a las armas, algo que ha promovido la prensa y el Partido Demócrata corre el riesgo de hacer caso omiso a las causas más profundas de la tragedia en Parkland.
Acontecimientos como este colman los titulares de todos los medios, pero representan tan solo una pequeña parte de la violencia extrema de la sociedad estadounidense.
Desde el 2000, ha habido 270.000 asesinatos en el país, 600.000 sobredosis por drogas (200.000 involucrando opiáceos), 650.000 suicidios (130.000 por veteranos) y 85.000 muertes en los lugares de trabajo. Alrededor de 700.000 personas murieron prematuramente por falta de cuidado médico. La policía asesinó a más de 12.000 personas entre el 2000 y el 2014, mientras que alrededor de 27.000 inmigrantes fallecieron intentando cruzar la frontera entre EUA y México desde 1998. Aproximadamente 850 prisioneros han sido asesinados por el Gobierno desde el 2000. Más de 2,2 millones de adultos se encuentran encerrados en cárceles y prisiones, y 4,7 millones más en libertad condicional.
Existen dos factores críticos que definen el fenómeno de la violencia estadounidense. El primero es la desigualdad social extrema.
Varios estudios científicos establecen una correlación entre la desigualdad y los altos niveles de violencia social. Según un libro publicado en el 2009, The Spirit Level: Why Greater Equality Makes Societies Stronger (El nivel espiritual: Por qué la igualdad fortalece a las sociedades), hay una correlación directa entre la desigualdad y la violencia social. El epidemiólogo social británico, Richard Wilkinson, autor de este libro, publicó un artículo en el 2004 donde explica que “los aumentos en la violencia ligados a una mayor desigualdad son parte de un giro más amplio en la naturaleza de las relaciones sociales”.
Tras el tiroteo masivo en San Bernandino, California, en el 2015, Daniel M. T. Fessler, director del Centro de Comportamiento, Evolución y Cultura de la Universidad de California en Los Ángeles, escribió en el Los Angeles Times:
Entonces, ¿qué vuelve a nuestra sociedad tan violenta? Los estudios muestran que es la desigualdad de ingresos. Además de estar entre las naciones industrializadas más violentas, nuestro país se encuentra entre los más desiguales, con una concentración de la riqueza en las manos de unos pocos.
En sociedades con niveles de desigualdad como EUA, una explotación abrumadora y un trato injusto de una patronal con un afán de lucro insaciable, una falta de acceso a programas sociales, una competición elevada y presiones económicas extremas, millones son seriamente sacados de quicio.
El segundo factor sin duda es el impacto social de las guerras interminables que libra EUA por todo el mundo. La “guerra contra el terrorismo”, ahora en su decimoctavo año, no solo domina la vida política del país, sino también su cultura.
Un estudiante de 17 años no ha vivido ni un solo día de su vida en un país que no esté en guerra. Bajo los auspicios de la “guerra contra el terrorismo”, el Gobierno ha armado a la policía con equipo militar como parte del desarrollo de un “ejército total”. Además, ha perseguido sus objetivos militares por medio del fomento perpetuo del ultranacionalismo, la violencia, la paranoia, la xenofobia, el miedo, la sospecha y la enajenación.
Lo peor de todo es que la cifra de personas que han sido asesinadas por las fuerzas militares de Estados Unidos en Irak, Afganistán, Libia, Yemen, Siria, Somalia, Pakistán alcanza los cientos de miles.
Es indefendible decir que el estado permanente de guerra y vigilancia masiva no ha afectado la psicología social del país. En el caso de Cruz, el joven de 19 años presuntamente llevaba puesta su camiseta del programa juvenil del Cuerpo de Entrenamiento de Oficiales de Reserva (ROTC, siglas en inglés) cuando descargaba un cartucho tras otro contra los cuerpos de sus excompañeros y maestros.
Como siempre ocurre cuando un sector de la población intenta reclamar sus agravios sociales, los grupos de poder se han movilizado para manipular sus aspiraciones populares y encauzar sus protestas en direcciones reaccionarias.
Una facción de la élite gobernante ha respondido pidiendo más armas en las escuelas. El miércoles, Trump propuso armar a los maestros para que maten a potenciales tiradores. El sheriff local en Parkland anunció que todas las escuelas del área estarán ocupadas por agentes de policía armados con rifles semiautomáticos AR-15, el mismo tipo que utilizó Cruz.
Por su parte, el Partido Demócrata ha intervenido para encasillar el debate público en el tema del control de armas, explotando la hostilidad popular hacia grupos como la fascistoide NRA que han lucrado de la proliferación prácticamente irrestricta de armas militares. Ahora, mientras que leyes que limiten la disponibilidad de rifles de asalto pudiesen reducir el número de muertes cuando ocurren tiroteos, no afectará las causas subyacentes de la violencia social. Se recurrirá a otras formas, y es válido sospechar, aún más letales para acabar con vidas.
La causa fundamental de dicha violencia es el sistema social capitalista, el cual está enraizado en la intensificación continua de la explotación corporativa, la desigualdad y la guerra. Solo será posible ponerle fin a esta pesadilla que vive EUA cuando se ponga fin al capitalismo y se reemplace con el socialismo.
La organización Jóvenes y Estudiantes por la Igualdad Social (JEIIS) advierte que toda protesta dirigida al Partido Demócrata y al Partido Republicano terminará en oídos sordos. Los estudiantes y la juventud tienen que orientarse a la clase obrera, la gran fuerza progresista y revolucionaria de la sociedad.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 23 de febrero de 2018)