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Perspectiva

Conflictos dentro de la burguesía estadounidense se enfocan en el círculo íntimo de la Casa Blanca de Trump

Esta última semana pasada evidenció una escalada sin precedentes de los conflictos dentro de la clase gobernante estadounidense, con el New York Times, el Washington Post, CNN, NBC y otros medios corporativos actuando como punta de lanza en la campaña para debilitar a la Casa Blanca de Trump.

Figuras del círculo interno de Trump —su yerno Jared Kushner, su hija Ivanka, y su asistente personal y directora de comunicaciones, Hope Hicks— han sido los blancos principales de reportes del FBI y otras agencias de inteligencia filtrados a la prensa. Esto resultó el martes en la descalificación de los permisos de seguridad de Kushner, la renuncia de Hicks el miércoles y la revelación el jueves de que la unidad de contrainteligencia del FBI había iniciado una investigación sobre las actividades empresariales internacionales de Ivanka Trump.

Los reportes a lo largo de la semana se han enfocado en Kushner, heredero de una fortuna de bienes raíces de mil millones de dólares. El Washington Post informó el martes que al menos cuatro países, México, Israel, Qatar y China, habrían discutido utilizar las actividades de los negocios de Kushner como medio de influencia en la Casa Blanca de Trump. Por su parte, el New York Times reportó el jueves sobre dos instituciones financieras que le hicieron grandes préstamos a las operaciones de bienes raíces de Kushner en el 2017, poco después de que sus CEOs se reunieran con el mismo Kushner en la Casa Blanca para discutir temas financieros y fiscales.

El miércoles y jueves, el New York Times publicó en dos partes una declaración extraordinaria de 3000 palabras de la junta editorial, denunciando el papel de Jared Kushner e Ivanka Trump en la Casa Blanca y resaltando el nepotismo de la presidencia.

Por supuesto, no ha sido difícil implicar al Gobierno de Trump en varios temas de corrupción y nepotismo. Sin embargo, viniendo del New York Times y las secciones de la burguesía por las que habla, tales críticas son hipócritas de pies a cabeza. El mandatario es un producto de la misma clase gobernante estadounidense y su historial personal y financiero reflejan a la oligarquía financiera, cuya corrupción, operaciones con información privilegiada y nepotismo son parte de los negocios de cada día.

El jueves, NBC News indicó que la investigación del fiscal especial Mueller sobre la presunta intervención rusa en las elecciones presidenciales del 2016 había comenzado a indagar si Kushner tuvo “discusiones sobre negocios con extranjeros durante la transición presidencial” que influenciaran las políticas de la Casa Blanca. Dicho medio citó afirmaciones de testigos de que los investigadores bajo Mueller estaban preguntando sobre los contactos de Kushner con inversionistas de Turquía y Qatar, entre otros países, los cuales no tendrían ninguna relación directa con la cuestión de los presuntos ciberataques rusos ni otros esfuerzos para ayudarle a Trump en las elecciones del 2016.

Finalmente, el Washington Post publicó en línea el jueves un reporte bajo el título “‘Jared se ha desteñido’: Dentro de los 28 días de tumulto que dejaron a Kushner severamente debilitado”. El artículo describe una atmósfera de sospecha mutua impulsada principalmente por la pesquisa de Mueller. “Algunos de sus colegas en la Administración simplemente se muestran más renuentes a conversar con él o su compañía porque no están seguros si él es un testigo o un objetivo de la investigación de Mueller”, le comentó anónimamente un oficial al Post .

El foco sobre las figuras más cercanas personalmente a Trump es muestra de que la guerra política en Washington ha alcanzado nuevas alturas. Es necesario poner de lado los elementos personalizados y sensacionalistas sobre la disputa entre facciones en la capital para poder concebir las fuerzas subyacentes que impulsan el conflicto.

Como resultado de la investigación cada vez más amplia sobre la Casa Blanca, Robert Mueller, quien dirigió el FBI durante los primeros doce años de la “guerra contra el terrorismo”, se ha convertido en el hombre más poderoso de Estados Unidos, encarnando los vastos y extensos poderes que están obteniendo las agencias estatales de inteligencia como parte de la campaña conspirativa del Partido Demócrata para socavar y deponer a Trump.

Como había explicado el WSWS, la investigación de Mueller surgió a raíz de la oposición de secciones del aparato militar y de inteligencia respaldadas por el Partido Demócrata a cualquier repliegue de la ofensiva de seguridad nacional contra Rusia que se inició durante el segundo término del Gobierno de Obama, particularmente relacionada a la intervención estadounidense para derrocar al presidente sirio, Bashar al Asad, el principal aliado de Rusia en Oriente Próximo, y el apoyo estadounidense al golpe de Estado liderado por fascistas que destronó a un Gobierno prorruso en Ucrania.

La riña se ha expandido a una amplia gama de cuestiones de política exterior, incluyendo reacciones durante la semana internacionalmente y en Wall Street a la declaración el jueves Trump de que planea imponer aranceles de 25 por ciento al acero y de 10 por ciento al aluminio, seguida por tuits celebrando una “guerra comercial” como algo positivo.

La campaña de los demócratas, la prensa y las agencias de inteligencia para debilitar y, si es posible, crear las condiciones para destituir a la Casa Blanca de Trump carece de todo contenido progresista y democrático. Estas fuerzas no han objetado los ataques feroces de Trump contra los derechos democráticos, su cacería de brujas contra los inmigrantes, su ofensiva contra programas sociales como las estampillas de alimentos y el seguro médico Medicaid, ni sus amenazas de guerra contra Corea del Norte, Irán y China.

En relación con gran parte de la agenda de Trump, particularmente en las reducciones de impuestos a las corporaciones y los ricos, los recortes a las regulaciones sanitarias, ambientales y de seguridad y los niveles récord de gasto militar, hay un acuerdo bipartidista en la élite gobernante.

Sin embargo, existen preocupaciones cada vez mayores de que Trump sea una figura demasiado errática para fiar como “comandante en jefe” del imperialismo estadounidense, especialmente bajo condiciones que incluyen un resurgente movimiento desde abajo, de la clase obrera en EUA, en oposición a las políticas de las grandes empresas y los dos partidos políticos que representan y defienden a las corporaciones estadounidenses.

No es un accidente que el frenesí mediático contra Trump se haya intensificado la misma semana que la lucha de clases ha erupcionado a la superficie en el estado de West Virginia, donde más de 30.000 maestros y trabajadores escolares realizan una huelga poderosa a nivel estatal, en desafío tanto al gobernador y a los legisladores republicanos como a los políticos demócratas y sus aliados entre los dirigentes sindicales.

Trump se tornó presidente solo gracias a los votos del Colegio Electoral de estados como West Virginia, Pennsylvania, Ohio y Michigan, donde la desindustrialización y destrucción de puestos de trabajo y niveles de vida desacreditó al Gobierno de Obama y a las pretensiones demócratas de defender los intereses de los trabajadores.

Los medios conspirativos de un golpe palaciego que están siendo empleados para rendir cuentas dentro de la élite gobernante se contrastan más directamente que nunca con el giro de la clase obrera hacia la lucha de clases. Es precisamente el temor hacia un movimiento independiente como tal expandiéndose y adquiriendo un carácter de masas y de dimensiones nacionales que ha instado a sectores de la burguesía a procurar una reorganización o reestructuración de Washington para poner en el poder a una Administración más fuerte, competente y despiadada en sus ataques tanto contra la oposición exterior como interior al imperialismo estadounidense.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 3 de marzo de 2018)

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