El anuncio el jueves del presidente estadounidense, Donald Trump, de nuevos aranceles globales sobre el acero y el aluminio hizo del 1 de marzo del 2018 una fecha que reverberará en la historia económica.
No solo la magnitud es significativa —de 25 por ciento para el acero y 10 por ciento para el aluminio—, sino el hecho de que están siento justificados en términos de “seguridad nacional”, lo que supuestamente se reserva para guerras y emergencias nacionales.
Este paso amenaza con desencadenar una serie de medidas de represalia por parte de Canadá, la Unión Europea, Japón, Corea del Sur y otros aliados nominales de EUA, además de China.
En anticipación a la promulgación oficial de la medida arancelaria, que se espera para esta semana, varios de los aliados de EUA están presionando para obtener exenciones. Sin embargo, éstas parecieron ser descartadas por el director de la Oficina de Política de Comercio y Manufactura, Peter Navarro, quien señaló que, mientras que ciertas empresas específicas podrían ser exentas, eso no sucedería para países en particular.
Cualquiera que sea el resultado inmediato de estas maniobras, la decisión marca un desarrollo histórico. Como lo afirmó el Financial Times, “Al invocar la seguridad nacional como justificaciones para las nuevas barreras comerciales, el Sr. Trump ha cruzado una línea en el sistema de comercio internacional”.
Esta medida de guerra económica constituye un paso importante hacia desmantelar el sistema de relaciones económicas establecido por Washington después de la Segunda Guerra Mundial para prevenir la repetición de los conflictos globales destructivos que tiñeron la primera mitad del siglo XX —conflictos con profundas raíces económicas que pusieron en juego la supervivencia misma del sistema capitalista—.
Explicando que el significado objetivo del estallido de la Primera Guerra Mundial yacía en el conflicto irreconciliable entre la economía global y el marco económico del Estado nación, León Trotsky escribió en ese momento: “Sin embargo, la forma en la que los gobiernos proponen resolver este problema del imperialismo no es mediante la cooperación inteligente y organizada de todos los productores de la humanidad, sino a través de la explotación del sistema económico global por parte de la clase capitalista del país victorioso. Esta Guerra lo transformará de una potencia grande a una potencia mundial”.
La contradicción señalada por Trotsky, aquella entre la economía global y el sistema de Estados nación sobre el cual se arraiga la propiedad capitalista, no fue solucionado por la guerra. Al contrario, cavó más hondo, ocasionando una guerra económica de todos contra todos durante la Gran Depresión, lo que a su vez culminó en el estallido de la Segunda Guerra Mundial tan solo dos décadas después de la primera.
Repasando el estado de las relaciones internacionales a fines de los años treinta, cuando el mundo se preparaba para la guerra, el secretario de Estado estadounidense, Cordell Hull y otros en el Gobierno de Roosevelt concluyeron que estaban presenciando el derrumbe del sistema comercial internacional y la formación de bloques rivales. A fin de evitar una nueva guerra en otro periodo de posguerra, había que establecer un nuevo orden económico, basado en la expansión de mercados y un sistema monetario internacional estable.
Este fue el origen del sistema monetario internacional establecido en Bretton Woods en 1944 y del Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT, por sus siglas en inglés) en 1947, ambos siendo iniciativas de EUA.
Pero, pese a que el nuevo sistema previno una repetición de los años treinta y ayudó a evitar la revolución socialista que muchos temían que resultaría, no pudo superar las contradicciones fundamentales del capitalismo global que Trotsky había identificado de forma tan clara.
El orden de la posguerra estaba basado primeramente en la supremacía de Estados Unidos como la potencia económica mundial preeminente. Sin embargo, la expansión económica de la posguerra que esto generó, junto con el consecuente resurgimiento de los dos principales rivales de EUA, Alemania y Japón, socavó la supremacía estadounidense sobre la cual se basaba el orden de la posguerra.
Para fines de los años sesenta, tan solo dos décadas después de establecerse el nuevo orden, estas contradicciones encontraron su expresión en el crecimiento del déficit comercial y del balance de pagos de EUA, lo que llevó al presidente Nixon a decidir el 5 de agosto de 1971 a eliminar el respaldo en oro del dólar estadounidense —la base del sistema monetario establecido en 1944— e imponer mayores aranceles.
El periodo siguiente se caracterizó por dos procesos interconectados: una mayor integración de la economía global a través de la globalización de prácticamente todos los procesos productivos y el continuo declive de EUA en relación con sus rivales históricos y otros emergentes, principalmente China.
Es precisamente el resurgimiento de esta contradicción —entre la economía global y el sistema de Estado nación, a un nivel mucho más intenso que cuando Trotsky la identificó en 1914— que da lugar a las acciones del Gobierno de Trump.
Bajo condiciones en que los productos que incluyen acero y aluminio crucen fronteras múltiples veces durante su producción, los aranceles inicialmente sobre estos metales no son el resultado ni de la locura de Trump ni de su camarilla que apoya la agenda de “EUA primero” en la Casa Blanca.
En cambio, provienen de la irracionalidad histórica de un sistema económico que no está basad en “la cooperación inteligente y organizada de todos los productores de la humanidad”, sino que está completamente subordinada a la incesante lucha por mercados y ganancias privadas.
Las medidas de guerra comercial no comenzaron con Trump. Ya la Administración de Obama había implementado políticas importantes en esta dirección, tras concluir que el orden económico establecido por EUA al final de la Segunda Guerra Mundial estaba perjudicando los intereses del imperialismo estadounidense.
Dos iniciativas claves bajo Obama, el Tratado Transpacífico centrado en Asia (para excluir a China) y la Asociación Transatlántica de Comercio e Inversión dirigida a Europa, tenían como objetivo fraguar un nuevo sistema que garantizara el dominio estadounidense. Ambos fueron efectivamente descartados, pero sus propósitos esenciales siguen siendo perseguidos bajo Trump, de una forma que rememora la observación de Trotsky hace unos 90 años de que, en periodos de crisis, la hegemonía de EUA operaría “más abierta y explícitamente” que en los periodos de expansión, a medida que EUA buscaba librarse de sus problemas a costas de sus rivales.
Las medidas de Trump han generado oposición dentro de EUA, especialmente desde los grupos industriales que insisten en que se verán desventajados en la lucha por mercados al utilizar acero y aluminio. También se expresan temores de que los aranceles estadounidenses conlleven represalias de Europa, Japón y otros “aliados” de EUA.
El New York Times advirtió en un editorial ayer de que las medidas de Trump podían ser solo las primeras de una serie de acciones similares, enviando a EUA “a una guerra comercial mucho más amplia, del tipo que el mundo no ha visto desde la Gran Depresión”.
Sin embargo, el Times no se opone a una guerra comercial per se. Lo que busca es que sea mejor dirigida, señalando que, si Trump “realmente quisiese hacer que China reduzca su exceso productivo, habría trabajado con la Unión Europea, Canadá, Japón, Corea del Sur y otros países para presionar a Beijing”.
En otras palabras, en vez de utilizar un trabuco, Trump debió desplegar el equivalente económico de un misil de crucero.
Tal oposición dentro de la burguesía no debería crear falsas expectativas de que de alguna forma la razón y la racionalidad prevaldrán. Cabe recordar que las medidas arancelarias bajo la Ley Smoot-Hawley en junio de 1930 también fueron denunciadas en su momento. No obstante, eso no previno su promulgación ni la subsecuente guerra comercial de escala completa que desempeñó un papel inmenso en crear las condiciones que propiciaron la Segunda Guerra Mundial.
La Administración de Trump tampoco será disuadido por advertencias de que está detonando un conflicto global similar. La postura del Gobierno es que ya ha estado en marcha una guerra comercial por bastante tiempo y hasta ahora EUA erige sus defensas.
Sea cual fuere el resultado inmediato del conflicto actual, no se detendrá la tendencia subyacente debido a que las medidas de Trump no están arraigadas en la psiquis de los ocupantes de la Casa Blanca, sino en las irresolubles y objetivas contradicciones del modo de producción capitalista.
Esto significa que la lucha por la revolución socialista mundial tiene que ser avanzada como “el programa práctico del día”, como explicó Trotsky al comenzar la Primera Guerra Mundial. Esa es la respuesta de la clase obrera internacional al programa de guerra y dictadura del capitalismo internacional.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 5 de marzo de 2018)