En medio de la implacable campaña de los demócratas y los medios –apoyados por poderosas secciones de las instituciones estadounidenses del ejército y de inteligencia– para crear histeria por la supuesta “intromisión” rusa en las elecciones estadounidenses del 2016, se ha prestado poca atención a la descarada intromisión del propio imperialismo estadounidense en los procesos electorales de los países que se encuentran al sur del Rio Grande.
En esta operación no se ven involucrados unas pocas decenas de miles de dólares en publicidad de Facebook, presuntas actividades de bots y supuestas “noticias falsas”, sino apoyo a represión sangrienta, el empobrecimiento sistemático de poblaciones enteras y preparaciones para golpes militares y abiertas intervenciones militares estadounidenses.
Un caso importante en todo esto es el intento de Washington de sabotear las venideras elecciones presidenciales en Venezuela, las cuales han sido programadas para el próximo mes, pero ahora han sido postergadas al 20 de mayo después de negociaciones entre el gobierno del presidente Nicolás Maduro y los partidos de oposición.
Por supuesto, nada de esto nuevo. El imperialismo estadounidense ha arreglado elecciones, financiado a candidatos y partidos y derrocado a presidentes que no le gusta –como Arbenz en Guatemala en 1954, Goulart en Brasil en 1964 y Allende en Chile en 1973– por más de un siglo.
Estos métodos no son simplemente el lamentable legado de un pasado distante. En Venezuela, EE.UU. está respaldando a figuras políticas de derecha quienes participaron en el golpe abortado del 2002 contra el fallecido presidente Hugo Chávez, mientras que al mismo tiempo apela a un nuevo golpe militar y amenaza con la intervención estadounidense directa para derrocar a su sucesor, Maduro.
Washington ha denunciado a las elecciones venezolanas como un “fraude” e “ilegítimas” antes de que hayan ocurrido. A pesar del hecho de que los términos para la votación originalmente programados para el 22 de abril fueron negociados entre el gobierno y los elementos de la oposición –incluyendo la presencia de observadores de elecciones de la ONU– la administración Trump lo trata como si fuese un crimen político que debe ser detenido a toda costa.
Los funcionarios de la administración declararon a las agencias Reuters y McClatchy que la Casa Blanca, el Consejo de Seguridad Nacional, el Departamento de Estado y el Departamento del Tesoro participarían de discusiones activas por la imposición de sanciones a la industria petrolera de Venezuela, algo que podría conducir al completo colapso de la economía que ya está sumida en la crisis.
Se está considerando no solo un embargo total a todas las embarcaciones de petróleo venezolano a los EE.UU. –lo que representa un tercio de las exportaciones del país– sino también una prohibición a la venta de todos los productos petroleros de EE.UU. a Venezuela y bloquear la cobertura de seguro a los buques petroleros que trasportan petróleo venezolano.
Esta última medida puede resultar tan destructiva como la de la prohibición de importación, ya que la industria petrolera de Venezuela depende de la importación de petróleo crudo ligero y productos refinados para que se mezcle con su petróleo pesado para prepararlo para la exportación. Asimismo, sin seguro de cobertura, el país no puede embarcar su petróleo por aguas internacionales.
“El mensaje es de que continuaremos intensificando la presión hasta que el régimen de Maduro sea retirado y la democracia restaurada en Venezuela”, un alto funcionario de la administración declaró a McClatchy.
La estrategia es clara. La economía venezolana debe ser paralizada al punto de que el ejército sea inducido a derrocar al gobierno. El derrocamiento de un presidente elegido por medio de la hambruna de la población y empleando fuerzas militares –sean venezolanas o estadounidenses– constituye la restauración de la “democracia” para Washington.
¿Por qué son las elecciones venezolanas ‘ilegítimas’? Aparentemente porque fueron boicoteadas por la coalición derechista de la oposición conocida como el MUD (Mesa de Unidad Democrática), que indicó a la fecha temprana seleccionada para el voto, una fecha que había sido acordada en negociaciones entre las figuras de oposición y el gobierno. La postergación de la fecha por un mes para aplacar a la oposición no ha hecho ninguna diferencia para el liderazgo del MUD.
Un funcionario prominente del MUD, Henri Falcón, el gobernador del estado de Lara, ha decidido lanzarse como candidato contra Maduro y acordó en revisar la fecha para las elecciones. En venganza, el liderazgo del MUD lo expulsó de la coalición opositora la semana pasada.
El boicot del MUD es apoyado por Washington. La coalición no quiere participar en las elecciones porque es probable que pierda. Si bien el nivel de aprobación popular de Maduro permanece más o menos en el 25 por ciento –en par con las presidencias vastamente impopulares de Temer y Santos en las vecinas Brasil y Colombia– la oposición derechista es aún más odiada por las masas venezolanas.
Tanta el gobernante PSUV (Partido Socialisto Unido de Venezuela) y el MUD son partidos burguesas, facciones rivales que representan las élites financieras y corporativas de Venezuela. El gobierno de Maduro tiene su principal pilar en el ejército venezolano y disfruta del apoyo de la denominada boliburguesía, un estrato de funcionarios corruptos y capitalistas que se han enriquecidos con la especulación financiera y los contratos gubernamentales.
Si bien los programas de asistencia social limitada asociadas con el gobierno de Chávez y Maduro se han vuelto cada vez más irreales debido al aumento del desempleo y los precios, la MUD no ha podido aprovecharse del enojo popular entre la clase trabajadora, quiénes ven a la coalición de la oposición como el instrumento político de la tradicional oligarquía del país.
Washington apoya un boicot no por el miedo a que la derecha venezolana no pueda derrotar a Maduro en las urnas, sino porque quiere un cambio mucho más profundo en el país, algo que no puede lograr con las elecciones.
El secretario de estado de EE.UU. Rex Tillerson, el ex ceo de ExxonMobil, el cual una vez ejerció un monopolio en la explotación del petróleo venezolano, expresó las preferencias en la víspera de su gira en Latinoamérica que realizó el mes pasado para aumentar el apoyo para el derrocamiento de Maduro: “En la historia de Venezuela y los países sudamericanos, existen veces en las que el ejército es el agente de cambios cuando las cosas van mal y los líderes no pueden servir más al pueblo”, declaró ante una audiencia en la Universidad de Texas.
En el mismo discurso, Tillerson declaró que la doctrina Monroe “es tan relevante hoy como lo fue el día en que fue escrito”.
Esta doctrina de casi 200 años de política extranjera estadounidense supuestamente dota a Washington con el derecho para usar la fuerza para prevenir potencias extranjeras de establecer su dominio en el hemisferio occidental.
Esto fue invocado inicialmente como una política estadounidense de oponerse a cualquier intento de los imperios europeos para recolonizar países recientemente independizados en Latinoamérica, pero luego se volvió en una declaración de que la región era una esfera de influencia de EE.UU. y un argumento para que el ejército de EE.UU. realizara 50 intervenciones directas junto con una serie de golpes apoyados por la CIA que impusieron dictaduras militares fascistas por la mayoría de la región en la segunda mitad del siglo veinte.
La doctrina está siendo invocada una vez más –cuatro años y medio de ser públicamente repudiada por el predecesor de Tillerson John Kerry– para contrarrestar la influencia creciente tanto de China y Rusia en una región que por mucho tiempo fue considerada por el imperialismo estadounidense como su propio “patio trasero”.
La jugada reciente de China de extender su iniciativa de “Un cinturón, un camino” hacia Latinoamérica (han prometido a la región US$500 mil millones en crédito de comercio junto con US$250 mil millones en inversiones directas chinas para la próxima década) junto con el involucramiento mayor de Rusia, particularmente en Venezuela –en dónde han colocado unos US$6 mil millones en la empresa estatal Petróleos de Venezuela a cambio de petróleo y activos petroleros– es visto como una amenaza estratégica.
El jefe de Southcom, el cual supervisa las operaciones militares de EE.UU. en Latinoamérica, testificó el mes pasado ante el Comité del Senado de los Servicios Armados, describiendo la creciente influencia de China y Rusia bajo su mando como una “preocupación muy importante”. A pesar de que aseguró de que el desafío planteado en la región “aún no era” de carácter militar, no hay duda de que el imperialismo estadounidense está preparando, así como en cualquier otra parte del mundo, contrarrestar el declive de su dominación económica por medios militares.
Venezuela es el principal objetivo de esta estrategia militar debido a sus reservas estratégicas de petróleo, estimadas como las más grandes de cualquier país en el mundo. Washington está determinado en restaurar su dominación sin restricciones sobre estos recursos –y negárselos a Rusia y China– algo que no puede lograr por medio de una elección, sino mediante el derrocamiento o intervención militar, la anulación de restricciones constitucionales a la explotación extranjera del petróleo venezolano y la salvaje represión de la oposición dentro de la población.
Como siempre, la junta editorial del New York Times opera paso a paso con el Pentágono y la CIA en las maquinaciones del imperialismo estadounidense en Latinoamérica.
En su sección de revista dominical, el periódico publicó un reportaje dedicado al político de extrema derecha Leopoldo López bajo el titular “¿Puede Venezuela ser salvada?”.
El nombrar a López como el mesías del devastado país dice más sobre las verdaderas intenciones del imperialismo estadounidense que sobre el propio López. El vástago de una de las familias más aristocráticas de Venezuela –cuyo linaje llega al “libertador” y luego dictador Bolívar– y que posee ministros en prácticamente cada gobierno desde entonces, López es un representante de una de las fuerzas políticas de derecha más extremas en el país.
Fue arrestado y sentenciado a arresto domiciliario por su papel en organizar una violenta campaña en el 2014 conocida como “La Salida” cuyo objetivo era derrocar al gobierno de Maduro, lo cual condujo a la muerte de 43 personas.
Como joven, se reporta que fue influenciado por la organización católica semi-fascista “Tradición, Familia y Propiedad”. López se graduó en una exclusiva preparatoria estadounidense y el Kenyon College en Ohio, para luego atender a la Escuela Kennedy de Gobierno de la Universidad de Harvard, una institución conocida por reclutar y capacitar “activos” de la CIA y del imperialismo estadounidense en el mundo.
Su único cargo en el que fue elegido fue el de alcalde de Chacao, el centro de la adinerada élite en la ciudad de Caracas.
En el 2002, López fue un participante directo en el abortado golpe contra Chávez, participando en la ilegal detención del ministro del interior y justicia y participando un papel clave en un asalto violento a la embajada cubana.
En esta pieza obscenamente hagiográfica, el Times compara a este oligarca de extrema derecha con Martin Luther King Jr., afirmando que su “Carta desde la cárcel de Birmingham” es una de sus principales inspiraciones.
Después de semanas de hablar con el político derechista, el autor del artículo del Times Will S. Hylton declara como “estremecedor” escucharlo afirmar su no sorprendente apoyo a un golpe militar, afirmando que serviría para una “transición a la democracia”.
Hylton escribe, increíblemente que “en el rango de la política de EE.UU., él probablemente acabaría en la ala progresiva del Partido Demócrata”.
Hay, sin embargo, un granito de verdad en esta caracterización política. López y el “ala progresiva del Partido Demócrata” están en la misma trinchera junto con la administración Trump y su principal arquitecto de política en Latinoamérica, el senador republicano Marco Rubio de Florida, con lo que respecta a Venezuela.
La semana pasada, un grupo de 11 senadores demócratas introdujeron una resolución en el Senado que “denuncia como ilegítima cualquier elección presidencial en Venezuela que no logre satisfacer los estándares” exigidos por Washington.
No puede haber una “intromisión extranjera” más obvia en las elecciones de otro país; comparado con las alegaciones sin fundamento contra Rusia estás son meramente insignificantes. Entre los firmantes se encuentra el senador Bernie Sanders de Vermont, quién se auto-describe como “socialista” e “independiente”.
La clase trabajadora en EE.UU. debe rechazar esta clase de intervencionismo y su hipocresía política con el desprecio que se merece. Es el deber de la clase trabajadora de Venezuela de deshacerse de Maduro y los corruptos elementos capitalistas que representa, no el ejército estadounidense y su servicio de inteligencia.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 6 de marzo de 2018)