La ferocidad del conflicto político en Estados Unidos dentro del aparato estatal está alcanzando nuevas y críticas profundidades. El Gobierno de Trump se encuentra en una guerra abierta con secciones importantes del aparato de inteligencia, cuyas figuras líderes están haciendo llamados cada vez más directos a favor de expulsar al presidente.
El viernes, después de varias semanas de insistencia por parte de Trump, el fiscal general Jeff Sessions despidió al ex director adjunto del FBI, Andrew McCabe. Después de haber renunciado a su puesto en enero tras meses de ataques desde la Casa Blanca de Trump, McCabe estaba utilizando sus vacaciones acumuladas para retirarse nominalmente el domingo, cuando cumpliría 50 y sería elegible para una jubilación.
En cambio, Sessions aprovechó un pasaje de un reporte inconcluso del inspector general del FBI que sugiere que McCabe es culpable de mal comportamiento por filtrar información a la prensa de la investigación del FBI sobre la Fundación Clinton durante la campaña electoral del 2016.
El exdirector de la CIA, John Brennan, hablando por gran parte del aparato de inteligencia, replicó al despido de McCabe con una declaración extraordinariamente agresiva. El sábado, tuiteó en dirección a Trump: “Cuando se dé a conocer toda su venalidad, vileza moral y corrupción política, tomará su lugar designado como un demagogo desgraciado en el basurero de la historia. Puede hacer de Andrew McCabe un chivo expiatorio, pero no destruirá a EUA… EUA triunfará en su contra”.
Tomando en cuenta que Brennan dedicó más de tres décadas a planificar, organizar y llevar a cabo operaciones encubiertas del imperialismo estadounidense, sus amenazas contra Trump tienen que tomarse con extrema seriedad. Una sección grande del aparato militar y de inteligencia estadounidense no ve una alternativa a tener que sacar a Trump del poder, independientemente de los obstáculos en el proceso, y cuenta con el respaldo del Partido Demócrata.
La velocidad con la que Sessions despidió a McCabe, bajo las más humillantes circunstancias, refleja la amargura vengativa en la cúpula del Estado capitalista. Además, demuestra el nerviosismo de la facción de Trump hacia las presiones cada vez mayores por la investigación sobre la presunta interferencia rusa en las elecciones presidenciales estadounidenses del 2016 siendo dirigida por el fiscal especial Robert Mueller.
Tan recién como la semana pasada, Mueller ordenó confiscar registros, presuntamente enfocándose en lazos financieros con inversionistas rusos, de la Organización Trump, la entidad empresarial que administra el imperio multimillonario de bienes raíces y marcas del presidente y que está ahora bajo la gestión de sus hijos Donald Jr. y Eric. Además, envió una lista de preguntas a la Casa Blanca, lo cual constituye un paso más hacia la propuesta de interrogar directamente al mandatario.
Uno de los abogados personales de Trump, John Dowd, declaró tras el despido de McCabe urgiendo a Sessions y a su adjunto, Rod Rosenstein, a poner fin inmediatamente a la investigación de Mueller. Trump lo acompañó con un tuit denunciando por primera vez a directamente a Mueller y describiendo su investigación como una “cacería de brujas”. Esto conllevó especulaciones en la prensa de que Mueller podría ser el próximo alto funcionario en ser despedido por el presidente.
No hay ninguna comparación para declaraciones y acciones como las de los últimos tres días. Habría que volver a la Guerra Civil de EUA para encontrar algún equivalente, cuando las tensiones estallaron a fines de la década de 1850 en los pasillos del Congreso antes de desencadenar un conflicto militar de plena escala.
Sin embargo, a diferencia del periodo previo a la Guerra Civil, no hay ningún lado progresista en este conflicto. Tanto Trump como Brennan representan facciones igualmente criminales de la clase gobernante, la cual se encuentra dividida por cuestiones de política exterior, particularmente en relación con la guerra civil en Siria, y más generalmente sobre Rusia.
Brennan y los demócratas representan a secciones poderosas del aparato militar y de inteligencia enojadas por los fracasos en la intervención estadounidense en Siria y el aparente abandono de Trump de los grupos fundamentalistas islámicos armados por la CIA para combatir al Gobierno de Bashar al Asad, respaldado por Rusia e Irán. Lo que buscan es escalar la masacre en Siria, independientemente del riesgo de detonar un conflicto militar abierto con Rusia, la segunda mayor potencia nuclear del mundo.
La última provocación fabricada en esta línea —las acusaciones infundadas y encabezadas por el Gobierno británico de que Rusia está detrás del envenenamiento de un doble agente ruso con residencia en Reino Unido— está siendo explotada para intensificar ampliamente la marcha hacia tal guerra.
Trump y los republicanos están igual de comprometidos con los intereses del imperialismo estadounidense por todo el mundo, pero están más enfocados en Irán y Corea del Norte (y detrás de ellos, China) y menos en una confrontación total con el presidente ruso, Vladimir Putin. Trump cuenta con su propia facción de simpatizantes en las agencias de inteligencia y está buscando consolidar la camarilla personalista a su alrededor, como lo evidenciaron las promociones del director de la CIA, Mike Pompeo, un exoficial del Ejército y congresista, substituyendo a Rex Tillerson como secretario de Estado, y a la directora adjunta de la CIA, Gina Haspel, alguien con un historial de torturadora, como titular de dicha agencia.
El recrudecimiento del conflicto dentro de la élite gobernante estadounidense se produce contra el trasfondo de un crecimiento en el movimiento de la clase obrera, que atenta contra los intereses de todas las facciones de la oligarquía corporativa y financiera. Tras la huelga de nueve días de los docentes en West Virginia, los maestros en varios puntos del país están llamando y organizando otras huelgas. Cualquier lucha que logre liberarse de las ataduras de los sindicatos desatará una marejada de ira y oposición de la clase trabajadora.
En precisamente dicha combinación de un movimiento desde abajo y una enconada riña en la cima que dota a la situación política estadounidense un carácter tan explosivo.
Es preciso hacer la advertencia de que la clase obrera necesita avanzar una perspectiva propia e independiente. No tiene aliados en ninguna facción en Washington.
De prevalecer una o la otra parte de la élite a corto plazo, no representará ningún triunfo para la democracia. Un eventual regreso al poder de los demócratas tan solo cementaría su rol como el partido de la CIA y el Pentágono, como lo ha demostrado el fuerte protagonismo de “ex” agentes de la CIA y otros órganos de inteligencia como candidatos demócratas en las elecciones legislativas del 2018. (ver: “Los demócratas de la CIA”).
Más allá, a medida que la clase obrera entre en luchas más amplias contra el sistema de lucro y contra el Gobierno capitalista, ambas facciones de la élite gobernante percibirán esta amenaza desde abajo como el principal peligro que afronta la aristocracia financiera. En este sentido, son los demócratas, en función de las agencias de inteligencia, que han desempeñado el papel principal en exigir medidas agresivas para censurar el Internet y suprimir los puntos de vista y las tendencias políticas “divisivas”.
La cuestión critica es establecer la independencia política de la clase obrera de todas los representantes de las grandes empresas, sean demócratas o republicanos, y reconocer a las instituciones del Estado capitalista —ante todo, el aparato represivo militar y de inteligencia— como el mayor peligro para los derechos democráticos del pueblo trabajador.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 19 de marzo de 2018)