La expulsión de Washington de 60 diplomáticos rusos el lunes y las acciones coordinadas de Reino Unido, Francia, Alemania y 20 otros países, cada uno ordenando la salida de un puñado relativo de diplomáticos rusos, constituyen una escalada provocativa de la intransigente campaña de potencias de la OTAN contra Rusia.
El pretexto es el turbio caso del envenenamiento del exespía ruso y agente doble británico, Sergei Skripal, y su hija adulta, en la banca de un parque en la ciudad Salisbury al sur de Reino Unido el 4 de marzo.
El Gobierno de la primera ministra, Theresa May, ha declarado reiteradamente durante las últimas dos semanas que es “altamente posible” que Moscú está detrás del ataque, que dejó a Skripal y a su hija hospitalizados en condición crítica. El canciller británico, Boris Johnson, fue más allá, añadiendo que es “abrumadoramente probable” que Vladimir Putin ordenó personalmente el ataque, incluso comparando al mandatario ruso con Adolf Hitler.
Solo hay dos cosas que hacen falta para respaldar estas acusaciones: 1) alguna evidencia verificable y 2) cualquier motivo plausible para que el Gobierno ruso lleve a cabo tal crimen.
Varios de los Gobiernos que expulsaron a diplomáticos junto a Washington y Londres —en la mayoría de los casos, echaron a entre uno y cuatro rusos, además de lo que Moscú reportó como disculpas silenciosas— admitieron cándidamente que no les han mostrado ninguna evidencia.
Por su parte, el Gobierno británico ha dado menos tiempo a su supuesta investigación para descubrir el culpable de los envenenamientos de lo que se acostumbra para un crimen callejero promedio.
Sin ofrecer ninguna evidencia, las acusaciones hechas por Reino Unido y Estados Unidos fueron obviamente inventadas para dar legitimidad política para la campaña antirrusa. No hay un motivo discernible para el cual el Gobierno de Putin, en vísperas de su reelección para un último término, buscaría asesinar a Skripal, alguien que las autoridades rusas habían encarcelado y dejado ir.
Al plantear la pregunta básica que cualquier investigador policial haría —¿quién tenía un motivo para el crimen?— la respuesta obvia sería que el imperialismo, tanto británico como inglés, que ha utilizado el incidente como un pretexto para implementar una política decidida de antemano.
La explicación más plausible del envenenamiento en Salisbury es que el desafortunado Sr. Skripal, un malogrado doble agente, y su hija son simplemente peones sacrificables de una conspiración planificada por agencias de inteligencia estadounidenses y británicas para avanzar objetivos geoestratégicos muy bien definidos.
¿Es posible, sin embargo, que la CIA estadounidense o la MI6 británica irían tan lejos como para asesinar a dos personas desprevenidas a fin de intensificar su guerra de propaganda contra el régimen del Kremlin en aras de objetivos geopolíticos?
Aquellos detrás de esta provocación pertenecen a las mismas pandillas de criminales imperialistas que inventaron la historia de las “armas de destrucción masiva” para justificar la invasión de Irak. Desde el Gobierno de Obama, la CIA ha estado involucrada continuamente en asesinatos alrededor del globo, utilizando misiles de drones como su arma preferida. El caso en Salisbury es tan solo el más reciente de una serie interminable de crímenes que inmortalizó a la agencia como Murder, Inc. Y ahora el Gobierno de Trump acaba de nominar a una torturadora de prisiones secretas como titular de la CIA.
Haber organizado el intento de asesinato de Skripal y su hija y luego haber culpado a Moscú son actos que sirven fines políticos definidos.
Durante la última década, desde la fallida guerra de Georgia respaldada por EUA para tomar las provincias de Osetia del Sur y Abjasia en el 2008, Washington ha escalado gradualmente sus agresiones y propaganda contra Rusia, la cual es percibida por el imperialismo estadounidense como un obstáculo intolerable en su impulso hacia la hegemonía mundial.
Las tensiones tan solo se han recrudecido desde el golpe de Estado apoyado por EUA y encabezado por fascistas en Ucrania en el 2014, un evento que provocó la anexión rusa de Crimea, un territorio predominantemente ruso que sirve como la base para su flotilla del mar Negro.
Finalmente, el apoyo ruso e iraní al Gobierno del presidente Bashar al Asad ha obstaculizado la guerra de siete años respaldada por la CIA, cuyo propósito era cambiar el régimen sirio. Esto hizo estallar las tensiones militares al punto en que las fuerzas estadounidenses han matado a contratistas militares rusos y, por su parte, el ejército ruso ha advertido a Washington que tomará represalias si sus fuerzas en Siria se ven amenazadas.
Las denuncias orquestadas respecto al envenenamiento de Skripal forman parte de un conjunto perpetuo de provocaciones, desde el “escándalo” de dopaje en las Olimpiadas a la interminable propaganda sobre “injerencia” rusa en las elecciones estadounidenses, todo para preparar a la población para una guerra.
Existen divisiones serias sobre esta política, tanto dentro del Gobierno estadounidense como entre Washington y sus supuestos aliados europeos. El envenenamiento de Skripal sirve es un arma para los sectores del Estado en Washington y Londres que abogan por una política más agresiva contra Rusia. Al mismo tiempo, les sirve para presionar a las otras potencias europeas, particularmente a una Alemania que persigue cada vez más sus propios intereses de gran potencia y que ha establecido lazos comerciales con Rusia perjudiciales para los objetivos estratégicos de Washington y para las ganancias económicas del capitalismo estadounidense.
La indicación más clara de que el envenenamiento de Skripal es parte de una campaña estatal deliberada ocurrió el martes con la publicación de editoriales prácticamente idénticos en el New York Times y el Washington Post, los dos voceros principales de las opiniones y la propaganda de la élite gobernante estadounidense y sus agencias de inteligencia.
Tras acusar a Rusia de “interferir en Gobiernos y elecciones occidentales, subyugar a vecinos como Ucrania y asesinar a sus oponentes en ciudades occidentales con agentes químicos prohibidos”, el Post insiste en que “el Sr. Putin tiene que ser disuadido. Expulsar a unas pocas docenas de espías es un paso, pero probablemente no bastará”.
Por su parte, el Times acoge la expulsión del personal diplomático ruso, pero declara de forma similar que “el Sr. Trump tendrá que ir mucho más lejos para hacer retroceder efectivamente a la malicia del Sr. Putin, la cual incluye toda la gama de interferencias en las elecciones de EUA y otras democracias occidentales a impulsar las guerras en Ucrania y Siria”.
El editorial del Times va a acompañado de un artículo siniestro en su página de noticias intitulado “No es una Guerra Fría, pero las relaciones con Rusia se vuelven volátiles”. Su autor es Andrew Higgins, corresponsal del Times en Moscú y exponente de la escuela de “periodismo investigativo” que se hizo famoso por Judith Miller, quien escribió muchos de los artículos del diario que promovían las mentiras sobre “armas de destrucción masivas” en Irak.
Higgins fue el principal autor de un artículo en la portada del Times en abril del 2014, alegando presentar evidencia fotográfica de que las revueltas anti-Kiev en el este de Ucrania tras el golpe de EUA respaldado por la CIA eran todo un producto de espías y fuerzas especiales rusas. Luego, fue comprobado que la “evidencia fotográfica” provista al Times por el Departamento de Estado de EUA había sido completamente fabricada.
Tras graduarse de la Universidad de Cambridge, Higgins estudió luego ruso y árabe en el Middlebury College en Vermont, bien conocido por entrenar a operadores de inteligencia estadounidenses. Antes de trabajar para el Times, era el corresponsal del Washington Post en China y fue expulsado del país después de ser encontrado con documentos secretos del Gobierno en su equipaje. Para intentar revertir su expulsión, el Post contrató a Henry Kissinger para que presionara a Beijing en su nombre.
La tesis de Higgins sobre el caso Skripal es que las tensiones existentes entre Washington y Moscú no se asimilan tanto a las que predominaban durante la Guerra Fría, sino que rememoran “el periodo de desconfianza paralizadora que siguió a la Revolución Bolchevique de 1917”.
Pese a que reconoce que el Gobierno de Putin, el cual representa a los oligarcas capitalistas que gobiernan Rusia, no está promoviendo una revolución mundial, Higgins señala que “se deleita en desviar a Gobiernos extranjeros obviando las normas establecidas”.
La realidad es que Rusia, en virtud de su tamaño y posición geográfica en el centro de la masa continental eurasiática, al igual que su posesión del segundo mayor arsenal nuclear, representa un impedimento para los objetivos hegemónicos del imperialismo estadounidense. En este sentido, es inadmisible su desacato de las “normas establecidas”, es decir, el dominio global estadounidense.
Escribiendo que las potencias occidentales no supieron responder a “las acciones disruptivas de Moscú en los años veinte”, Higgins añade que, “En el caso británico, la mayor potencia en ese entonces y el primer país de Occidente en reconocer a la Unión Soviética, el proceso se asimila al actual”.
Escribe que, mientras que Reino Unido reconoció al “nuevo Gobierno bolchevique en 1924”, expulsó subsecuentemente a diplomáticos soviéticos después de que “la policía descubriera lo que identificó como una red de espionaje soviética que procuraba generar caos”.
Lo que la versión sumamente selectivamente de Higgins deja por fuera es la infame “Carta de Zinóviev”, un documento forjado por el Servicio Secreto de Inteligencia británico, mejor conocido como MI6, y entregado luego al ejército, al Partido Conservador y a la prensa derechista.
Presentada como una carta de Grigori Zinóviev, entonces presidente del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista, este documento falsificado fue hecho público a través del Daily Mail cuatro días antes de las elecciones bajo el título a lo ancho de la primera plana: “Trama de guerra civil por expertos socialistas: Moscú manda órdenes a nuestros Rojos; gran trama expuesta”.
La carta falsa contribuyó a la abrumadora derrota del Partido Laborista, el cual había llegado al poder por primera vez en 1924 y había reconocido a la Unión Soviética, frente a los tories.
La carta de Zinóviev —uno de los mayores escándalos políticos británicos del siglo XX— fue utilizada para cambiar el resultado de una elección. Las fabricaciones alrededor del envenenamiento de Skripal, promovidas por Higgins, el Times y sus “fuentes” en la CIA, están siendo utilizadas para preparar una guerra mundial.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 28 de marzo de 2018)