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El Premio Pulitzer recompensa la caza de brujas y la propaganda estatal

El lunes, la administradora de los Pulitzer, Dana Canedy, nombró a los ganadores del Premio Pulitzer 2018. Hablando desde la Universidad de Columbia en la ciudad de Nueva York, Canedy anunció que el Washington Post y el New York Times ganaron conjuntamente el premio en la categoría de “Periodismo Nacional” por su cobertura “implacable, con fuentes profundas” de “la intromisión rusa en la elección presidencial”.

El New York Times y la revista el New Yorker ganaron el premio al “Servicio Público” por sus informes sobre Harvey Weinstein y la campaña #MeToo (#YoTambién), que, según la Junta del Premio Pulitzer, impulsó un “ajuste de cuentas nacional” que “puso al descubierto a depredadores sexuales ricos y poderosos” en todo el mundo.

La promoción de la campaña anti-Rusia del Times y el Post y el rol del Times y el New Yorker en la campaña #MeToo no ejemplifican la integridad periodística sino lo contrario: la disolución de la frontera entre el periodismo objetivo y la propaganda.

El rol de la prensa en la campaña anti-Rusia se ha caracterizado por la forma totalmente acrítica en que los periodistas del Times y el Post repiten y amplifican las afirmaciones de diversos políticos y oficiales militares y de inteligencia.

Los artículos citados en el anuncio del Pulitzer como prueba de sus informes con “fuentes profundas” no son el producto de la investigación periodística y la búsqueda de hechos. Siguen un patrón similar: se presentan como hechos las declaraciones de las agencias de inteligencia, a menudo filtraciones de fuentes anónimas. Los periódicos toman los puntos de discusión que les han proporcionado, los empaquetan para el consumo masivo y presentan el resultado al público como “noticias”.

Acusaciones de “troles” rusos que influyen en la opinión política, piratas informáticos rusos que publican documentos comprometedores sobre Hillary Clinton, y agentes rusos chantajeando a Trump con cintas de escapadas adúlteras en cuartos de hotel de Moscú aparecen en el Times y el Post, y luego se filtran en el ciclo de noticias de la televisión, que funciona como el eje alrededor del cual gira la política oficial estadounidense.

No hay ningún intento de presentar pruebas serias para respaldar las acusaciones. Se entierra o ignora totalmente la evidencia que contradice la narrativa oficial. Se editorializan los artículos para producir un efecto dictado por motivos políticos no expresados.

Se presentan todos los desarrollos políticos en el marco de un subtexto previamente acordado: Rusia es una amenaza y un adversario de Estados Unidos. Se desestima cualquier intento de cuestionar la historia oficial como “teoría conspirativa” o “noticias falsas”. A través de este método deshonesto, el Times y el Post buscan posicionar a la opinión pública detrás de los esfuerzos de la clase dominante para conseguir sus intereses militares y económicos en el exterior.

Esto no es periodismo, sino propaganda.

Es una responsabilidad primaria de los periodistas genuinos cuestionar la veracidad de la narrativa estatal oficial y exponer las implicaciones políticas de sus afirmaciones. El principio de que los periodistas son independientes y que confrontan con el gobierno dio lugar a la concepción de la prensa como “el cuarto poder”.

Este principio fue el que guió a los periodistas ganadores del Pulitzer en el New York Times que, bajo amenaza de acusación, expusieron la criminalidad del gobierno de Nixon, así como de los anteriores, tanto demócratas como republicanos, al publicar los Papeles del Pentágono. Por esto, el Times ganó un Pulitzer en 1972. Asimismo, el Washington Post recibió un Pulitzer en 1973 por sus informes sobre el escándalo Watergate.

The Post: Los oscuros secretos del Pentágono, la película candidata al premio de la Academia de 2017, protagonizada por Tom Hanks y Meryl Streep, retrata la lucha de los periodistas para exponer, con la publicación de los Papeles del Pentágono, cómo el gobierno mintió sobre la intervención de EUA en Vietnam. Si hoy el Post o el Times encontraran un material similar, es una certeza virtual que lo suprimirían. La versión cinematográfica del período previo a la publicación de este material —que según el gobierno constituía “secretos de estado”— habría terminado tan pronto el gobierno le pidiera al Post detener la publicación.

Eso es precisamente lo que el Post y el Times hicieron cuando Edward Snowden los contactó con evidencia de vigilancia masiva de la NSA en 2013. Los periódicos se negaron a publicar sus revelaciones, forzándolo a recurrir al Guardian británico. El Times funciona de acuerdo al credo de su ex director ejecutivo, Bill Keller, que dijo: “La libertad de prensa incluye la libertad de no publicar, y esa es una libertad que ejercemos con cierta regularidad”.

El Premio Pulitzer al Times y al New Yorker por su promoción de la campaña #MeToo es igual de vil.

Esta caza de brujas de tipo macartista se lanzó con la “denuncia” en 2017 del productor de cine Harvey Weinstein por parte de Ronan Farrow, de el New Yorker. Desde entonces, la prensa, liderada por el Times, ha jugado el papel de incitar a la violencia colectiva en la destrucción de la carrera de artistas, actores y figuras públicas, basándose en su mayor parte en meras acusaciones.

Esto se ha realizado con un grado de subjetividad y fanatismo que hace que el informe objetivo sea imposible. Escritores como Farrow, que ha estado involucrado durante mucho tiempo en los esfuerzos para arruinar la carrera de su padre, Woody Allen, por acusaciones no probadas de agresión sexual, no divulgan sus motivaciones personales.

La cobertura periodística de la campaña #MeToo ha negado a los acusados todo derecho significativo para responder a las acusaciones contra ellos y ha vilipendiado a cualquiera que cuestione la veracidad de las afirmaciones. Se hacen esfuerzos para presentar la actividad inocente —pedidos de citas, encuentros consensuales— como equivalentes a la violación o la agresión sexual.

El Times y el New Yorker se han transformado en fábricas de chismes, en respuesta al estado emocional y retrógrado de la venganza que se ha arraigado entre los partidarios de la política de identidad en la clase media alta. La campaña sensacionalista del Times ha aumentado las suscripciones y disparó sustancialmente el valor de las acciones de la compañía.

Este movimiento #MeToo tiene motivaciones políticas que nunca se revelan. Como la campaña anti-Rusia, es promovida por sectores de la élite gobernante para lograr sus propios objetivos reaccionarios.

El Partido Demócrata ha desarrollado la campaña para potenciar sus esfuerzos por imponer un marco oficial a través del cual se puede expresar la oposición popular a Trump. El propósito de las intervenciones del Partido Demócrata desde la elección de Trump ha sido desviar la oposición social y canalizarla hacia posiciones reaccionarias, sobre todo, detrás de una agenda de política exterior de expansión de la agresión militar de EUA en Siria e intensificación de la confrontación con Rusia.

En esta dirección, se busca consolidar el apoyo a una política exterior militarista entre los sectores de clase media alta que forman la base más amplia del Partido Demócrata alimentando el enfoque obsesivo de esta capa en la política racial y de género. La promoción de la histeria #MeToo sirve para ocultar los problemas básicos de clase que motivan la oposición de los trabajadores y jóvenes a Trump, contrarrestar el creciente sentimiento anti-capitalista y sembrar divisiones dentro de la clase obrera.

El intento de fomentar un ambiente de caza de brujas también pretende debilitar la conciencia democrática y el apoyo a los principios básicos del debido proceso, y facilitar ataques más grandes contra los derechos democráticos.

El Times y el Post son manifestaciones extremas de un proceso general. En EUA, la prensa escrita y las cadenas de noticias de cable controladas por las corporaciones no son una fuente de información, sino mecanismos a través de los cuales la oligarquía financiera manipula la opinión pública. Lo mismo sucede en todo el mundo.

En abril de 2017, el World Socialist Web Site expuso el hecho de que Google había usado sistemáticamente sus algoritmos para reducir el tráfico de búsqueda de la WSWS y un número de otros sitios izquierdistas y antibelicistas. Esta revelación, expandida en una serie de artículos y declaraciones en los meses siguientes, recibió atención internacional e incluso un artículo en el New York Times el 26 de septiembre de 2017.

El World Socialist Web Site es el objetivo de la censura por parte del estado y las compañías tecnológicas como Google y Facebook, precisamente porque desafía la narrativa estatal, y expone las mentiras y propaganda empleadas por la clase dominante para justificar la guerra, la represión del estado y la contrarrevolución social.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 19 de abril de 2018)

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