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Reportero, de Seymour Hersh: una vida exponiendo las mentiras y crímenes del gobierno

Seymour Hersh, el periodista de investigación que tuvo un papel principal en la exposición de la masacre de My Lai en 1968, y la tortura de prisioneros en Abu Ghraib por parte del Gobierno de Bush, ha publicado una autobiografía largamente esperada.

El Reportero, por Seymour Hersh

Hersh es uno de los periodistas de investigación más reconocidos del mundo. Pero a pesar de sus décadas de experiencia periodística, que le valió numerosos premios, incluyendo el premio Pulitzer, dos premios National Magazine y cinco premios George Polk, Hersh ha sido casi condenado al ostracismo por la prensa estadounidense.

Ningún periódico o publicación importante estadounidense, o británica, publicará sus historias. Y cada una de sus revelaciones son recibidas con denuncias difamatorias, o peor—silencio.

Pero no hay nada defensivo en sus memorias. Por el contrario, Hersh ha escrito la historia de su colorida vida de la misma forma en que escribe sus artículos. El libro es una narración clara y apasionante de principio a fin, que describe, de primera mano, la revelación de algunos de los mayores crímenes desde la segunda guerra mundial.

El título del libro, Reportero, refleja su contenido. Su autobiografía no es, a primera vista, una refutación a sus críticos contemporáneos, quienes lo llaman apologista del gobierno de Putin porque se atreve a cuestionar la narrativa de política exterior de la CIA; en cambio, él hace a menudo las interpretaciones más generosas sobre las acciones de sus compañeros periodistas.

Al narrar su vida, él narra lo que hace un reportero, empezando con un profundo escepticismo sobre todo, en especial las declaraciones oficiales. Si el libro tiene un leitmotiv, es la frase, “Si tu madre dice que te ama, compruébalo”, lo que significa que el trabajo de un reportero es cuestionar y verificar independientemente todo lo que oye.

La afirmación clara, pero no declarada, del libro de Hersh es: “Yo soy un verdadero reportero, y mis críticos no lo son”.

Hersh lo expresa de manera más diplomática en su prefacio:

“Soy un sobreviviente de la edad de oro del periodismo”, escribe. “No habían paneles de ‘expertos’ televisados y periodistas en la TV por cable que comenzaban cada respuesta a cada pregunta con las palabras más letales en el mundo de los medios—'Yo creo’”.

“Los periódicos de hoy muy a menudo se apresuran a imprimir historias que esencialmente son poco más que puntas, o pistas de algo tóxico o criminal. Por falta de tiempo, dinero, o personal cualificado, estamos asediados con historias de ‘él dijo, ella dijo’, en donde el reportero es poco más que un loro. Siempre pensé que la misión de un periódico es buscar la verdad y no solo informar sobre la disputa”.

“Mi carrera”, escribe Hersh, “se ha basado en la importancia de decir verdades importantes e indeseadas y hacer de Estados Unidos un lugar más informado”.

Seymour Hersh nación en una familia judía de clase media baja en Chicago, donde ayudó a administrar el negocio de limpieza en seco de la familia. Después de graduarse en la Universidad de Chicago, comenzó a trabajar en periódicos locales, primero como cadete y luego como reportero de sucesos policiales. Pasó a trabajar como corresponsal de United Press International en Dakota del Sur, antes de trabajar como corresponsal de Associated Press en Chicago y Washington.

Su primera primicia nacional fue la información sobre el programa secreto del Pentágono para desarrollar armas químicas y biológicas, de las que el Agente Naranja, la defoliación química desplegada en escala masiva en Vietnam, fue un producto. La investigación de Hersh fue vindicada por la prueba de armas químicas del 14 de marzo de 1968 en Dugway Proving Ground, en el estado Utah, que produjo la muerte de más de 6,000 ovejas. Hersh dijo, “le llevó al ejército más de un mes reconocer su responsabilidad por el macabro evento, y lo hizo después de que una hoja informativa enviada a un senador de Utah para su uso personal fue hecha pública inadvertidamente por un ayudante”.

El informe de Hersh originó una oferta para trabajar como secretario de prensa de la infructuosa campaña de 1968 del senador Eugene McCarthy para la nominación presidencial demócrata. Hersh no era apropiado para el trabajo; volvió al periodismo y a la historia más grande de su vida.

En octubre de 1969, Hersh recibió el dato de que el ejército de EUA estaba por hacer una corte marcial a un soldado por matar a 72 civiles vietnamitas. Se pasó días tratando de averiguar el nombre del soldado, hasta que un general recientemente promovido que él conocía lo mencionó casualmente en una conversación: William Calley.

El New York Times hizo todo lo posible para enterrar la historia de William Calley de la corte marcial

Ahora que tenía un nombre, Hersh descubrió la verdad a la vista, ocultada por el New York Times y las noticias vespertinas de la televisión, que trataron el asunto como un procedimiento disciplinario y militar de rutina.

“Nadie en mi profesión hizo preguntas en ese momento”, escribió Hersh. “La novedad de los cargos contra Calley incluso llegó a las noticias vespertinas de Huntley-Brinkley, un programa popular y de gran prestigio en NBC, con el corresponsal de la cadena en el Pentágono repitiendo como un loro el comunicado de prensa oficial”.

Pero a diferencia de sus colegas, contentos con seguir la línea del Pentágono, Hersh se propuso encontrar a Calley. Con la capacidad de entablar una buena relación con aparentemente cualquier persona, Hersh, que había servido en el ejército durante seis meses, se ganó la confianza de los compañeros de cuarto de Calley en Fort Benning, y luego la del propio Calley.

Hersh rastreó a otros testigos y participantes en la masacre. Él describe cómo encontró a un soldado llamado Paul Meadlo, quien “había disparado mecánicamente cargador tras cargador de balas de rifle, a las órdenes de Calley, a grupos de mujeres y niños que habían sido acorralados en medio de la masacre”.

Hersh escribe: “La mayor cobertura dada mi segundo artículo sobre My Lai por el London Times influyó en muchos periódicos estadounidenses a reconsiderar mis historias, que inicialmente habían rechazado o minimizado”.

Cuando Hersh llegó a la casa de Meadlo, su madre dijo al reportero “Les envié un buen chico, y ellos lo convirtieron en un asesino”.

Hersh recordó: “Le habían pedido vigilar a un grupo grande de mujeres y niños, todos sobrevivientes aterrorizados de la carnicería, que se habían reunido en una zanja. Calley, al llegar a la zanja, ordenó a Meadlo y a otros matar a todos. Meadlo hizo el grueso de la matanza, disparando cargadores de diecisiete balas—cuatro o cinco en total, me dijo—a la zanja, hasta que quedó en silencio.”

En una nota que le envió al editor Bob Loomis mientras escribía su relato en forma de libro de la masacre de My Lai, Hersh revela una verdad fundamental sobre la guerra de Vietnam: que fue un crimen no solo contra los vietnamitas, sino contra los soldados enviados a una guerra criminal para cometer actos incalificables.

Algunos afirmarán que he intentado explotar a algunos soldados tontos, fuera de servicio, demasiado habladores. Pero pocos hombres son expuestos a cargos de asesinato… no es un “asunto de mencionar nombres y contar todo”. De hecho, uno de los puntos fuertes es que los lectores exigentes sabrán cuánto más yo sé—y no conté. Estoy convencido de que dar el nombre y la ciudad natal de un soldado que cometió violación y asesinato ese día, o uno que decapitó a un niño, no contribuiría al objetivo del libro. Es una exposición, pero no de los hombres de la Compañía Charlie. Lo que está saliendo a la luz es algo mucho más significativo … Tanto el asesino como el asesinado son víctimas en Vietnam; el campesino que es derribado sin motivo y el soldado a quien se instruye, o llega a creer, que una vida vietnamita de alguna forma tiene menos valor que la de su esposa, o su hermana, o su madre.

En una de las raras ocasiones en que Hersh se abre y expresa sus sentimientos, escribe:

Un soldado que se pegó un tiro en el pie para largarse de My Lai me habló del salvajismo especial de algunos de sus colegas—¿o era él mismo?—hacia niños de dos y tres años. Un soldado usó su bayoneta repetidamente contra un pequeño, en un momento arrojando al niño al aire, quizás todavía vivo, y atravesándolo como si fuera una piñata de papel maché. Yo tenía un hijo de dos años en casa, y había momentos, después de hablar con mi esposa y mi hijo por teléfono—a menudo me iba por muchos días—en que se me caían las lágrimas, y lloraba sin parar. ¿Por ellos? ¿Por sus víctimas? ¿Por mí, por lo que estaba aprendiendo?

La investigación de Hersh reveló que el gobierno de EUA había masacrado entre 347 y 504 personas desarmadas, a las que se aludió como “orientales” en la acusación oficial. Solo se sentenció a una persona, Calley, por los crímenes. Terminó sirviendo apenas tres años y medio bajo arresto domiciliario.

La secuela de la masacre de My Lai, mostrando en su mayoría mujeres y niños muertos en una carretera

La masacre fue, como le dijo a Hersh uno de los soldados que la presenciaron, una “cosa de tipo nazi”. El hecho mostró, en otras palabras, que los “estadounidenses no hacen la guerra de manera más honorable o sensata que los japoneses y alemanes en la Segunda Guerra Mundial.”

Hersh fue contratado posteriormente por el New York Times y llevó a cabo informes extensos sobre el escándalo Watergate, incluyendo su revelación de amplias escuchas telefónicas nacionales e infiltración masiva del gobierno de grupos pacifistas por parte de la Casa Blanca de Nixon, y sobre el rol del secretario de Estado, Henry Kissinger, y la CIA en el golpe del 11 de setiembre de 1973 que derrocó al Gobierno de Salvador Allende.

Hersh dejó el New York Times en 1975, cuando se enteró de que el consejo editorial se había reunido en secreto con el presidente Gerald Ford y acordó mantener en secreto la participación del Gobierno estadounidense en asesinatos, y luego conspiró para evitar que Hersh lo supiera.

Después se dedicó a investigar la corrupción corporativa, el derribo del vuelo 007 de Korean Air y el desarrollo de armas nucleares por parte de Israel.

Después de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001, Hersh dedicó todos sus esfuerzos a investigar la política de Medio Oriente. Su investigación lo llevó rápidamente a los planes militares secretos para invadir Iraq, que luego se vendieron al público en base a afirmaciones falsas sobre las “armas de destrucción masiva” iraquíes.

Hersh escribe:

Yo sabía, por ejemplo, que se había tomado una decisión a fines de 2001—impulsada por republicanos neoconservadores dentro y fuera del Gobierno—de sacar muchas tropas de operaciones especiales de Afganistán, y de la búsqueda de bin Laden, para comenzar a construir una invasión total de Iraq. El argumento para hacerlo fue que Saddam Hussein era una amenaza más inmediata porque tenía la capacidad de hacer la bomba. Eso era un disparate total. Yo sabía de mi informe anterior sobre UNSCOM, el equipo de Naciones Unidas cuya misión había sido eliminar las armas de destrucción masiva en Iraq, que el bombardeo estadounidense de 1991 en la Primera Guerra del Golfo había demolido la infraestructura de armas nucleares iraquí, que no había sido reconstruida. En los quince meses siguientes—hasta que EUA comenzó la Segunda Guerra del Golfo en marzo de 2003—yo escribí una y otra vez sobre la distorsión de inteligencia y oficial mintiendo sobre las armas de destrucción masiva (ADM) en Iraq que allanaron el camino para la guerra.

Hersh luego cita un documento secreto de política estadounidense cuya existencia, hasta la publicación de su libro, apenas había sino insinuada:

El documento declaró que la guerra para rediseñar Medio Oriente tenía que empezar “con el asalto a Iraq. La razón fundamental para esto … es que la guerra comenzará a hacer de EUA la potencia hegemónica en Medio Oriente. La razón correlativa es hacer sentir a la región en sus huesos, por así decirlo, la seriedad y la determinación estadounidenses”. La victoria en Iraq sería un ultimátum para Damasco, el “desmantelamiento” de Irán, Hezbollah, Hamas, la Organización para la Liberación de Palestina de Arafat, y otros grupos anti-Israel. Los enemigos de EUA deben entender que “están luchando por su vida: la Pax Americana está en camino, lo que implica su aniquilación”.

Fue esta política megalómana, explica Hersh, lo que se manifestó en los métodos criminales usados por Washington al hacer la guerra en Iraq. Entre los productos horribles de esta guerra de agresión estuvo la tortura de prisioneros en Abu Ghraib, que Hersh ayudó a exponer en abril de 2004.

Como con My Lai, Hersh recogió y expuso una historia que las principales agencias de noticias quisieron enterrar. Tras enterarse de que el programa “60 Minutos” de CBS poseía las fotos infames de tortura en Abu Ghraib pero se negaba a publicarlas, Hersh amenazó con publicar las fotos en el New Yorkery exponer la autocensura de CBS. La cadena, a regañadientes, publicó las fotos, dando un golpe devastador a las pretensiones estadounidenses de “liberar” Medio Oriente con la invasión de Iraq.

Una fotografía tomada en la prisión de Abu Ghraib en Iraq en 2004 [AP Photo/US Government]

Pero si Hersh todavía formaba parte de los grandes medios de comunicación en 2004, lo que lo convirtió en un paria fue el giro en la política exterior estadounidense reflejado en su ensayo “La reorientación”, del 5 de marzo de 2007, en el que argumentó que el Gobierno de Bush, poniendo su mirada en un conflicto en Irán y Siria, había acordado el “fortalecimiento de grupos extremistas suníes … simpatizantes de Al Qaeda.”

Esta política fue ideada por el vicepresidente Dick Cheney, pero se desarrolló con Obama, quien, aprovechando las revueltas políticas en todo Medio Oriente en 2011, trabajó con Arabia Saudita y Turquía para canalizar dinero a grupos de “rebeldes” sirios con estrechos lazos con Al Qaeda. Hersh documentó el mecanismo de esta “línea de ratas”, y la consternación que causó en secciones del ejército estadounidense, en su ensayo “De militar a militar”, de 2015.

Pero la balanza se puso en contra de la insurgencia respaldada por EUA y Arabia Saudita con la intervención de Rusia en 2015, que, junto con Irán, ayudó a reforzar al gobierno sirio, que ahora está a punto de retomar a toda Siria.

Para justificar una mayor intervención de EUA ante estos reveses, el Gobierno estadounidense aprovechó una serie de supuestos ataques con armas químicas, incluyendo incidentes en Guta en 2013 y Jan Sheijun en 2017. Hersh refutó completamente las afirmaciones estadounidenses en ambos ataques. Su ensayo de 2013 fue publicado en el London Review of Books, que posteriormente rechazó su ensayo de 2017, forzándolo a publicarlo en el periódico alemán Welt am Sonntag .

Las reseñas de las memorias de Hersh en el New York Times y el Washington Post han creado una pared artificial entre su período “inicial” y el “posterior”. Su trabajo inicial es elogiado inevitablemente como la cima del periodismo. Su obra posterior es calumniada como propaganda enemiga y “noticias falsas”.

Pero la verdad es que Seymour Hersh no ha cambiado: la política y los medios estadounidenses sí. Durante los años de Bush, todavía se permitía criticar la política exterior estadounidense en los medios corporativos, aunque esas voces fueran pocas y poco frecuentes.

Pero tras la victoria de Obama en 2008, todo el sistema político estadounidense, incluyendo su ala de “izquierda” de clase media, apoyó la escalada militar en Medio Oriente, y los medios hicieron lo propio.

La criminalidad, junto con la mentira flagrante y asquerosa que caracterizó a los Gobiernos de Nixon y Bush, no solo han sido adoptadas como práctica estándar por todo el sistema político, sino recibidas con los brazos abiertos por los medios.

Hersh ha seguido exponiendo estos crímenes y mentiras, y por eso ha sido tratado como un paria en la política oficial estadounidense.

No compartimos muchas de las opiniones de Seymour Hersh, incluyendo su llamamiento a lo que él llama las secciones razonables de los militares y el aparato de inteligencia de EE.UU. para un cambio en la política exterior estadounidense. Pero, como sugiere el título del libro, él es un reportero genuino; él sabe la diferencia entre la verdad y una mentira, y trabaja para exponerla ante la población mundial.

Instamos a nuestros lectores a leer su libro.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 3 de septiembre de 2018)

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