Hay dos aspectos que predominan en los comentarios sobre el décimo aniversario de la crisis financiera global desatada por la bancarrota del banco de inversiones Lehman Brothers el 15 de septiembre de 2008.
La primera es la falta de una explicación científica del derrumbe. La segunda es el temor de que, al no haber superado sus causas, se esté avecinando otra crisis.
La inexistencia de un análisis científico se manifiesta de la forma más clara en la figura de Ben Bernanke, el presidente de la Reserva Federal (Fed) de Estados Unidos en ese entonces y el principal arquitecto del rescate a los bancos y otras entidades financieras. Después de desembolsarle a Wall Street $700 mil millones provenientes de contribuyentes fiscales, inició un programa de expansión cuantitativa que encauzó billones de dólares más hacia el sistema financiero, garantizando así una expansión de la especulación que desató el derrumbe en primer lugar.
Bernanke, ahora un investigador en el centro de pensamiento Brookings Institution y asesor de dos grupos de inversión, ha tenido una década para ponderar sobre los eventos que presidió, contando con todos los recursos investigativos de la Fed, las universidades y los fuertemente financiados centros de pensamiento. ¿Qué ha logrado?
En un reporte preparado por Brookings para conmemorar el aniversario, Bernanke insiste en que el colapso del mercado de bienes raíces en EUA fue un factor secundario en el colapso. El segundo y más importante factor por medio del cual “la crisis llevó a una recesión fue un pánico financiero severo, una corrida en todo el sistema a los proveedores de crédito, incluidos los bancos, pero también, cabe notar, a prestamistas no bancarios como los fondos de inversión y las firmas financieras”. Las “fragilidades” en el sistema financiero “resultaron en pánico y una crisis crediticia”.
En otras palabras, la principal causa de la crisis, la cual tomó la forma de pánico y una pérdida de confianza, fue el pánico y la pérdida de confianza.
Mientras que el colapso del mercado de bienes raíces, sobre todo en el área de préstamos de alto riesgo, fue tan solo el detonador de la crisis y la subsecuente Gran Recesión, Bernanke está interesado en alejar la atención de esto porque había negado que iba a tener un gran impacto cuando comenzaron a emerger problemas.
“Creemos que el efecto de los problemas en el sector de prestatarios de alto riesgo en el mercado de viviendas más ampliamente será limitado y no esperamos que haya derrames significativos del mercado de alto riesgo en el resto de la economía o el sistema financiero”, afirmó en marzo de 2007.
Uno de los aspectos más impactantes del reporte de Brookings es su exposición, sin duda no deliberada, de la falta de un entendimiento coherente sobre el funcionamiento de la economía capitalista a los niveles más altos de las instituciones que supuestamente presiden sobre este.
Esto tiene implicaciones políticas de gran alcance. Un importante papel de la ideología burguesa es mistificar los procesos económicos para alimentar la idea de que solo se les puede permitir a las instituciones de poder establecidas organizar la sociedad porque solo ellas poseen el conocimiento especial para hacerlo, estando más allá de la comprensión de las masas obreras, quienes tienen que aceptar su situación.
De hecho, el emperador no tiene ropa y su desnudez se manifiesta en una impactante afirmación del reporte de Bernanke.
“Antes de la crisis”, escribe, “los modelos macroeconómicos empleados por los bancos centrales y los pronosticadores, incluyendo el modelo ‘caballo de trabajo’ de la Fed, proveyeron poca dirección sobre cómo pensar sobre la turbulencia en el mercado de créditos”.
Esta es una admisión asombrosa, dado el papel crucial que desempeñan los créditos y las finanzas en las operaciones de la economía capitalista. Es como si los diseñadores de un sistema de mitigación de inundaciones descubrieran, después de un desastre, que olvidaron tomar en consideración el agua.
Sin embargo, la omisión no provino ni de Bernanke ni los otros supuestos “sabios” en la cúpula de la Fed, sino que está enraizada en la propia disciplina de la economía burguesa. Desde sus primeros días, ha tratado al dinero y el desarrollo del crédito como simples instrumentos técnicos.
La economía burguesa siempre se ha opuesto al análisis de Marx, quien demostró que el dinero surge de una contradicción en la célula básica de la economía capitalista, la mercancía, entre el valor de uso y el valor de intercambio de ella. El valor de uso se refiere a la producción de bienes materiales. Pero la economía capitalista no es impulsada por la producción de riquezas materiales para satisfacer las necesidades humanas, sino por la expansión del valor, el cual constituye la fuente de las ganancias.
Siempre buscando proteger la ilusión de que aquellos en la cúpula mantienen control de la situación, Bernanke ofrece la garantía de que la crisis ha “cambiado significativamente los puntos de vista sobre la importancia de los factores crediticios en la economía en general”, y que están buscando incorporar el papel del crédito en sus pronósticos y análisis macroeconómicos.
Sin embargo, esto no soluciona nada, como lo reveló el análisis de Marx, las crisis del capitalismo no se resuelven por medio de reformas al sistema monetario porque, pese a manifestarse necesariamente ahí, están arraigadas en los cimientos de la economía capitalista, en su ADN, por así decirlo. Esto se refiere a las relaciones sociales basadas en las ganancias y el sistema mercantil.
Consecuentemente, concluyó, pese a que quizás las reformas monetarias guiadas por mejores “modelos” puedan aliviar algunos problemas, las contradicciones subyacentes encontrarán inevitablemente su expresión.
A la luz del análisis de Marx, es significativo que tal trayectoria se vea reflejada en las declaraciones de algunos escritores en el aniversario.
Andrew Ross Sorkin, quien cubrió la crisis financiera cuando trabajaba en el New York Times, escribió recientemente un comentario en dicho periódico relatando que la pregunta que más le hacen es si habrá otra crisis.
“La respuesta, por supuesto, es sí”, indica. “Pero no es una crisis en Wall Street lo que me preocupa”, añade, “es algo mucho más grande”.
Sorkin señala que, cuando escribió su libro Too Big To Fail (Demasiado grandes para fracasar), dicha frase se refería principalmente a instituciones financieras. “Hoy en día, se utiliza para referirse a ciudades, municipalidades, estados y países. Si uno ve el aumento en la deuda, ahí es donde hay que seguirse fijando”.
El comentarista sobre economía para el Financial Times, Martin Wolf, lamenta que haya cambiado tan poco desde el derrumbe financiero. La crisis financiera, escribe, “fue un fracaso devastador del libre mercado que siguió un periodo de aumentos en la desigualdad en muchos países”. Actualmente, se habla mucho y preocupadamente sobre la desigualdad, pero se hace poco.
“En gran medida, los formuladores de políticas no se han dado cuenta de la peligrosa dependencia en deudas cada vez mayores… Pocos ponen en cuestión el valor de las vastas actividades financieras o reconocen los riesgos de otras crisis financieras grandes”.
Reconociendo que no hay una perspectiva que apunte hacia una reforma significativa, escribe: “El apego persistente a tanto saber convencional previo a la crisis es sorprendente…. Es aún más impactante que haya tan poca confianza en la capacidad (o posibilidad) de manejar efectivamente otra gran recesión, ni hablar de otra gran crisis”.
Siempre ansioso por mantener la ilusión de que es posible mitigar los efectos de la economía capitalista, Wolf ofrece una lista de “buenas ideas” para cambiar el funcionamiento del sistema financiero. Ninguna de ellas, sin embargo, altera sus operaciones fundamentales.
En comentarios que rememoran las descripciones del Antiguo Régimen en Francia y su incapacidad orgánica para emprender reformas en vísperas de la revolución de 1789, Wolf no expresa mucha confianza en que vayan a haber cambios siquiera limitados porque “la economía de extracción de rentas en la actualidad, que se disfraza como un libre mercado, es, después de todo, sumamente provechosa para los influenciadores políticos”.
Advierte que lo que llama “la complacencia del centro” provoca “enojo extremista” y que, “si aquellos que creen en la economía de mercado y la democracia liberal no descubren políticas superiores, los demagogos barrerán con ellos”.
En una declaración de la junta editorial publicada el 13 de septiembre, el Financial Times presentó una serie de advertencias. Mientras que indicó que el sistema financiero se había vuelto más “resistente a tormentas” después de la crisis, la próxima podría surgir de otra parte, siendo una de las más posibles causas los mayores controles sobre los bancos.
“Los controles bancarios más estrictos han trasladado el riesgo”, indica el Financial Times, “notablemente al sector bancario o a instituciones financieras no bancarias que realizan los mismos negocios que los bancos, desde préstamos a creación de mercados. Los administradores de activos, fondos de inversión y compañías de seguros también cargan ahora con los tipos de riesgos característicos de los bancos”.
No cabe duda de que es un indicador de la profunda crisis en el sistema financiero que las medidas que supuestamente buscan estabilizarlo pueden en realidad aumentar la posibilidad de otro colapso.
La declaración señala que uno de los posibles detonantes podría ser la menor disposición de los bancos, debido a los cambios regulatorios, a mantener mayores volúmenes de títulos o valores que pueden amortiguar el impacto de una caída del mercado. Otra posible bomba de tiempo es el crecimiento dramático de fondos pasivos, los cuales operan “por medio del monitoreo de índices independientemente de su rendimiento”. El periódico advierte que “podrían aumentar el efecto de caídas del mercado”.
Según el Financial Times, algunas medidas muestran que la próxima crisis “ha estado pendiente por mucho tiempo”. El nivel de deuda fue una de las causas principales del derrumbe de 2008, pero ha seguido aumentado. La deuda global ha alcanzado aproximadamente los $250 billones, un 75 por ciento más que cuando Lehman cayó en bancarrota. Y las mismas medidas llevadas a cabo para responder a la última crisis han ayudado a preparar las condiciones para la próxima.
“Las políticas monetarias extremadamente laxas y la expansión cuantitativa sin duda estaban justificadas para ayudar a reparar las cuentas de balance de los bancos y estimular la actividad económica”, escribe el periódico. “Pero, expandieron el problema de la deuda. El uso de tasas de interés bajas para incentivar a los inversionistas a comprar activos de mayor riesgo y rentabilidad ha inflado nuevas burbujas. Los mercados de valores han alcanzado niveles casi récord. Los precios de propiedades en ciudades clave a nivel global sobrepasan los ingresos de los habitantes de forma sin precedentes”.
Reflejando los temores crecientes de los oligarcas empresariales y financieros del mundo de que haya una explosión social desde abajo, el diario apunta al aumento en el descontento “que ahora se siente como una insurgencia de ‘ellos contra nosotros’ contra las élites políticas y empresariales”. Advierte que “el sistema de la democracia liberal y la economía de mercado es visto por una minoría grande en las economías avanzadas como uno que solo beneficia a personas bien conectadas desde adentro”.
La única diferencia que uno puede tener con esta última conclusión es que es una mayoría cada vez más grande y no una minoría.
Las consecuencias geopolíticas del colapso de 2008, algunas que apenas están emergiendo hasta ahora, amenazan con tener consecuencias de gran alcance si interactúan con otra crisis financiera. “El nacionalismo y el proteccionismo están… destruyendo el sistema de cooperación internacional que ayudó a contener la última crisis financiera. Eso podría agravar las consecuencias de la próxima crisis”.
El editorial concluye que, al menos que los “políticos corrientes” puedan demostrar que sus políticas funcionan, se verán “eclipsados por los populistas contemporáneos —o peor, aquellos que esperan en los extremos—”. Luego, declara que esta es “la batalla política central de nuestros tiempos”, con el peligro de que “la próxima calamidad financiera golpee antes de que esa batalla incluso comience a ganarse”.
Al igual que muchos otros comentarios en la prensa, el editorial del Financial Times se enfoca en los populistas de derecha. Pero, el temor más grande, reflejado en la referencia a “aquellos que esperan en los extremos”, es el desarrollo de la lucha de clases que se ha visto reflejado en la serie de luchas de los trabajadores en EUA y otras partes. En los diez años desde la crisis, el movimiento político más poderoso no ha sido el auge de las fuerzas populistas, sino la revolución egipcia de 2011, encabezada por la clase obrera, como una prueba de lo que vendrá.
Ese movimiento fue derrotado y se instaló un régimen militar brutal porque no contaba con una perspectiva socialista clara y una dirección revolucionaria. La “batalla política central de nuestros tiempos” es construir y desarrollar esa dirección para las enormes batallas de clases que prepara el colapso económico en marcha del capitalismo mundial.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 17 de setiembre de 2018)