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Perspectiva

El matadero industrial de Estados Unidos

Una de las consecuencias raramente examinadas sobre la restructuración de las relaciones de clase en Estados Unidos en la década desde la crisis financiera global de 2008 es el aumento en las muertes y lesiones laborales. El auge en las ganancias empresariales y el mercado bursátil ha surgido sobre una pila de huesos y cadáveres de trabajadores.

Los accidentes fatales reportados por los noticieros locales durante dos días en septiembre arrojan luz sobre el terrible precio de trabajar en condiciones inseguras.

· El 12 de septiembre, Luis Almonte, un trabajador de 47 años, quedó enterrado bajo los escombros de un muro de concreto de 20 pies cuando colapsó en Brooklyn, Nueva York.

· El mismo día, un operador de equipo pesado murió por quemadas que sufrió cinco días antes cuando su torre perforadora se prendió en llamas en la mina de carbón Bear Run de Peabody Energy en Dugger, Indiana.

· El 13 de septiembre, Marcus Dewayne Billingsley, un trabajador de construcción de 29 años, murió al caerse de un nuevo apartamento de lujo en Birmingham, Alabama.

· Ese día, Tambor Daniel Hayes, de 20 años, murió en una planta de East Gate Pallet cerca de Holly Springs, Georgia, en un accidente industrial que involucró una sierra de mesa.

· El cuerpo de un trabajador de Ford de 24 años, cuyo nombre no se ha hecho público, fue encontrado el mismo día en un baño en la planta de Ford Sterling Axle en Sterling Heights, Michigan. El fallecido era el padre de un niño de dos años. Los compañeros de trabajo dijeron que el joven no se sentía bien y sospechaban que había colapsado antes de llegar al baño.

Según los datos más recientes disponibles por el Gobierno, 5.910 trabajadores murieron en el trabajo en 2016, 7 por ciento más que los 4.836 fallecidos de 2015. Por encima de esto, entre 50.000 y 60.000 mueren por enfermedades ocupacionales, incluyendo neumoconiosis o pulmón negro, silicosis y varios cánceres causados por exposición a toxinas en el trabajo. Al menos 150 trabajadores mueren cada día en Estados Unidos por condiciones laborales precarias y prevenibles.

Además, los empleadores reportaron 2,9 millones de lesiones y enfermedades no fatales en el trabajo en 2016. Sin duda este número es una subestimación enorme ya que muchos trabajadores temen represalias de la gerencia si reportan lesiones y muchas empresas no reportan estas cifras.

Con la caída en los salarios reales durante los últimos 10 años, los trabajadores se han visto obligados a tener varios trabajos y largas jornadas. Se enfrentan a demandas incesantes de asumir tareas más pesadas y aumentar su productividad. Han incorporado computadoras manuales en UPS y otras empresas de entrega, brazaletes que están siendo experimentados en trabajadores de Amazon y programas que monitorean el número de clics en un teclado para el personal de oficina. Las empresas están empleando nuevas tecnologías para imponer ritmos laborales acelerados y exprimir la mayor producción posible de sus trabajadores.

Después de crearles ganancias a las empresas, los trabajadores heridos son descartados y dejados sin comida o techo. En un video ampliamente difundido del World Socialist Web Site, Angela Shelton, una trabajadora de Amazon en Dallas-Fort Worth, Texas, describe como el gigante de logística le pagó $7.14 por semana en su compensación laboral tras impuestos, después de que sufrió una lesión en la muñeca que la dejó discapacitada. Otra trabajadora en la misma planta de Amazon en Haslet se vio obligada a vivir en su auto después de lesionarse.

De las 5.910 muertes en 2016, 970 —una de cada cinco— sucedieron en la industria de la construcción. Cada mes, 80 trabajadores de construcción mueren en accidentes de trabajo, con el grueso de las muertes causadas por caídas.

“Nos tratan como mulas. Te molerán y te tirarán a un lado”, le dijo el trabajador de construcción, Ernesto Rivera, al Guardian, describiendo las condiciones en Nashville, Tennessee, donde fallecieron 16 trabajadores entre el 2016 y 2017.

Es notable el completo desinterés que muestra la prensa y los partidos políticos controlados por las empresas, pese a la frecuencia y severidad de tales accidentes. Desde 1980, las regulaciones de seguridad y salud en los lugares de trabajo han sido socavadas tanto por demócratas como republicanos.

El número de inspectores de la Administración de Seguridad y Salud Ocupacionales (OSHA, por sus siglas en inglés) del Gobierno federal ha caído a su nivel más bajo en la historia de la agencia y ahora es menos de la mitad de lo que era cuando Ronald Reagan se convirtió en presidente en 1980, cuando la economía estadounidense tenía la mitad del tamaño actual. Hay 1.821 inspectores federales y estatales para 9 millones de lugares de trabajo y 130 millones de trabajadores. Le tomaría a la agencia federal en promedio 158 años para inspeccionar una vez cada centro laboral en su jurisdicción.

Durante los ocho años del Gobierno de Obama, el número de muertes laborales subió continuamente. Su Administración dependía principalmente de la burocracia sindical para imponer una mayor productividad.

El Gobierno de Trump ha convertido la desregulación de estándares ambientales, de salud y seguridad en piezas centrales de su política económica en el país. Trump ha nombrado a exejecutivos corporativos para que encabecen las agencias regulatorias, incluyendo al exgerente de minas de carbón, David Zatezaloto para la Administración de Seguridad y Salud en Minas (MSHA, por sus siglas en inglés). La empresa de Zatezaloto, Rhino Resources, fue citada por la misma agencia, MSHA, por una serie de infracciones de normas de seguridad que contribuyeron a la muerte de por lo menos un minero de West Virginia.

Hay una relación estrecha entre el aumento en las muertes y lesiones laborales y la transformación de los sindicatos en herramientas directas de la gerencia y el Gobierno. Estas organizaciones han suprimido sistemáticamente la resistencia de los trabajadores a la ofensiva de la patronal y sus dos partidos políticos. Durante la última década, los sindicatos han reducido las huelgas a su nivel más bajo desde que el Gobierno comenzó a registrar los paros, en 1947.

Érase una vez cuando los sindicatos, pese a sus direcciones procapitalistas, llevaban a cabo ciertas acciones en función a los intereses más inmediatos de los trabajadores en las fábricas, las minas y las plantas siderúrgicas. Los trabajadores podían presentar quejas a sus representantes sindicales sobre infracciones a reglamentos laborales y sobre aceleraciones en las líneas de ensamblaje. Podían presentar quejas a los líderes de los comités sindicales esperando que, eventualmente, serían atendidas. Los sindicatos locales incluso llamaban a huelgas por cuestiones de seguridad y salud.

Hace mucho tiempo, los sindicatos abandonaron estas funciones. Un ejemplo es el caso de Eric Parson, un trabajador de Fiat Chrysler que sufrió una lesión que le cambió la vida, cuando un cursor deslizable lo derribó en la planta de fundición de Kokomo, Indiana, el 4 de septiembre, sufriendo varias lesiones a su pelvis y columna vertebral, al igual que sangrado interno.

El sindicato automotor UAW ni siquiera se molestó en emitir una declaración sobre el accidente, ni mucho menos en organizar una investigación independiente. Esto se produjo en condiciones en que el sindicato ha ignorado por dos meses un voto de autorización de huelga por una mayoría arrolladora de los trabajadores de Kokomo, por más de 200 agravios relacionados a la salud y seguridad en el trabajo.

Los trabajadores necesitan nuevas organizaciones para luchar contra las aceleraciones del ritmo laboral, los tiempos extra obligados, las infracciones de seguridad, los equipos en mal estado, los químicos dañinos y el abuso diario de las compañías, incluyendo el acoso sexual. El Partido Socialista por la Igualdad propone que los trabajadores elijan comités de base en las fábricas y centros de trabajo que respondan a las necesidades de los trabajadores y no acepten el argumento de que sus intereses deben subordinarse a las ganancias y prerrogativas de las corporaciones y los bancos.

Estos comités monitorearán las condiciones sanitarias y de seguridad, movilizarán a los trabajadores en contra de ritmos acelerados y sobrecargas de trabajo y harán valer la jornada de las ocho horas. En contra de la dictadura que ejercen las empresas y sus siervos en los sindicatos en las plantas, los comités de fábrica harán valer la voluntad de las bases obreras y avanzarán un programa de democracia industrial, incluyendo el control obrero de la producción.

La erosión de la seguridad en los centros de trabajo es una cuestión global. Más temprano este mes, miles de trabajadores en la construcción del aeropuerto de Estambul en Turquía hicieron huelga después de que una vagoneta se accidentara y dejara a 17 compañeros de trabajo heridos. La colisión fue tan solo el más reciente accidente en el sitio, al que los trabajadores se refieren como el “cementerio”.

A cada paso, el derecho a condiciones laborales dignas y seguras colisiona con el afán de lucro de las empresas globales. A pesar de los enormes avances en la ciencia y la tecnología, los trabajadores se ven forzados por la esclavitud asalariada del capitalismo a trabajar en condiciones brutales.

El establecimiento de un sistema de producción racional y humano requiere un ataque contra la propiedad privada de los medios de producción. Es necesario expropiar las corporaciones y transformarlas en utilidades públicas bajo el control democrático de la clase obrera. Tal programa socialista solo se puede implementar a través de la construcción de un movimiento internacional socialista de la clase obrera.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 25 de setiembre de 2018)

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