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Perspectiva

La catástrofe del terremoto en Indonesia

Ocho días después de que un terremoto de magnitud 7,5 y un tsunami subsecuente asolaran el centro de Sulawesi, Indonesia, la cifra de muertos continúa aumentando. El recuento oficial ya superó las 1.570 víctimas mortales y 2.500 heridos. Sin embargo, se cree que hay miles de cuerpos más sepultados en el barro, bajo edificios colapsados o que fueron arrastrados al mar.

Un área con más de 1,5 millones de habitantes, incluyendo las ciudades de Palu y Donggala, fue verdaderamente arrasada. En Palu, cuya población es de 380.000, miles de hogares deficientemente construidos fueron tragados por la tierra cuando el terremoto provocó su licuefacción. El tsunami se llevó otras casas. Pueblos enteros quedaron borrados del mapa.

Al menos 70.000 personas se quedaron sin hogar o fueron desplazadas. Muchos están durmiendo bajo carpas o en la intemperie. Los hospitales están desbordados y no tienen las provisiones médicas necesarias. La mayor parte del área sigue sin electricidad. Son escasos el agua potable y la comida. Miles de personas han quedado hurgando las plantaciones y los almacenes y tiendas abandonadas en busca de comida.

Personas ordinarias respondieron al desastre con valentía y sin egoísmo. Muchos pasaron varios días escarbando los escombros con sus propias manos en busca de sobrevivientes que gritaban pidiendo auxilio. Para el viernes, todas las voces se habían quedado en silencio. La tardanza en enviar equipos de rescate y maquinaria para cavar ocasionó incontables muertes prevenibles entre los atrapados. Algunas áreas siguen siendo inaccesibles para los rescatistas.

El enojo por la falta de coordinación y la completamente inadecuada operación de auxilio del Gobierno es generalizado. El presidente Joko Widodo buscó minimizar la magnitud de la catástrofe, rehusándose inicialmente a declarar un estado de desastre nacional. Su Administración no hizo ninguna solicitud de asistencia internacional por tres días. El ejército y la policía fueron enviados con inmediatez para resguardar la propiedad privada y suprimir cualquier expresión de malestar, con órdenes de “disparar a primera vista” a cualquier persona desesperada “robando” tiendas en busca de comida y agua.

Las donaciones de los Gobiernos extranjeros han sido miserables, mostrando el desinterés y la falta de preocupación por aquellos afectados. El Gobierno estadounidense ofreció enviar una embarcación hospitalaria, convirtiendo el desastre en un ejercicio militar, pero Yakarta rechazó la oferta.

El horrendo sufrimiento y pérdida de vida en Sulawesi no se debe a las fuerzas indiscriminadas de la naturaleza. Es un crimen producido por el sistema capitalista. Todos los recursos necesarios para las preparaciones de prevención de tales desastres se encuentran monopolizados en manos de los superricos.

Adam Switzer, un científico de la Universidad Tecnológica de Nanyang en Singapur, le dijo al Guardian que el desastre “no era inesperable”. Un estudio publicado en 2013 “sugería que la falla tectónica de Palu, la cual se caracteriza por ser muy recta y muy larga, tenia el potencial de causar un terremoto y tsunami sumamente destructivos”. Pero nada se hizo para prepararse.

Indonesia es uno de los países más propensos a desastres en el mundo, estando en una zona conocida como el Anillo de Fuego del Pacífico por sus fallas tectónicas de gran actividad. Regularmente, cientos y miles de personas mueren por terremotos, tsunamis, inundaciones y erupciones volcánicas. El terremoto en Lombok del 5 de agosto mató a 400 personas, en gran parte porque las construcciones son de bajo costo e inseguras, sin cimientos o refuerzos adecuados.

El catastrófico tsunami en el océano Índico del 26 de diciembre de 2004 cobró la vida de más de 230.000 personas en 14 países, 167.000 de ellas en Indonesia, y desplazó a 1,7 millones de personas. Tres lustros después, no hay nada que prevenga otra tragedia de la misma magnitud.

El Gobierno indonesio se rehúsa a pagar por siquiera medidas básicas de prevención, como educar a la población sobre los tsunamis. Los reportes indican que las primeras olas llegaron a Sulawesi aproximadamente 25 minutos después del terremoto, pero las personas no entendían que el terremoto era una advertencia para que se trasladaran rápido al interior. Un mensaje de texto enviado por la agencia desastres cinco minutos después del movimiento tectónico no les llegó a muchas personas debido a los daños sufridos por las torres de celular. No hubo sirenas en las costas ni otros mecanismos de advertencia.

Después de 2004, los Gobiernos en Indonesia, Sri Lanka, India y muchos otros países prometieron establecer sistemas de advertencia para tsunamis en el océano Índico. Las 22 boyas de detección de tsunamis del país, instaladas como parte de dicho sistema, no han funcionado desde 2012 por los recortes presupuestarios y la falta de mantenimiento. Una red avanzada de cables y sensores submarinos que pudo dar advertencias tempranas de un tsunami solo ha sido instalada en su fase de prototipo por lo que un reporte describe como “riñas entre agencias” sobre los fondos para terminar el trabajo, apenas mil millones de rupias o $69.000.

No escasea el dinero en manos de los ricos en Indonesia y por todo el mundo para realizar vastas mejoras al sistema de advertencia. Al igual que el resto del planeta, Indonesia ha sido testigo del ensanchamiento de la brecha social. El año pasado, 32 milmillonarios en dólares con una riqueza combinada de $113 mil millones, mientras que 93 millones de personas, más de una tercera parte de la población, vive con menos de $3,10 al día.

Un Gobierno tras otro ha eviscerado el financiamiento para la infraestructura básica, incluyendo los sistemas de emergencia, mientras que recortan impuestos corporativos y regulaciones que limiten las ganancias empresariales. Las mineras, plantaciones de aceite de palma y otras empresas tienen plena libertad para contaminar el ambiente y destruir bosques, lo que aumenta el riesgo de deslizamientos e inundaciones. Además, las normas de construcción existentes se incumplen con impunidad.

Al mismo tiempo, derrochan enormes sumas de dinero en el ejército. El presupuesto de defensa del país se disparó de $2,5 mil millones en 2005 a $8 mil millones en 2018. Al igual que en los otros países del Indo-Pacífico, Indonesia se ha visto enmarañada en la escalada militar y las amenazas encabezadas por EUA contra China, vista por Washington como su principal desafío a la hegemonía.

En el fuertemente militarizado mar de China Meridional, hay buques y aviones de guerra de varios países listos para librar ataques devastadores en cualquier momento. Pero, a menos de 1.000 km de distancia al sureste, en Sulawesi, miles de víctimas traumatizadas del terremoto están teniendo que pasar varios días y semanas sin asistencia alguna, escuchando al presidente Widodo decirles que “sean pacientes”.

Durante el desastre en 2004, el Gobierno del presidente Susilo Bambang Yudhoyono abandonó a cientos de miles de víctimas del tsunami a su suerte. Las poblaciones desplazadas pasaron años viviendo en campamentos precarios, mientras que la reconstrucción se extendió por casi una década. Los supervivientes del terremoto en Sulawesi, muchos de los cuales han perdido todo, pueden esperar el mismo trato insensible.

Indonesia no es de ninguna manera única. Por todo el mundo, de terremotos en China y Nepal, a huracanes en Estados Unidos y Haiti, las consideraciones de los oficiales se basan en ganancias y hacen que las calamidades naturales sean inconmesurablemente peores. Los resultados incluyen el cambio climático y la degradación ambiental, la falta de servicios de emergencia, la pobreza y desigualdad social, y la falta de cooperación internacional destinada a proteger a las poblaciones vulnerables.

Wije Dias, secretario general del Partido Socialista por la Igualdad en Sri Lanka, afirmó en una declaración marcando el primer aniversario del tsunami de 2004: “Los instintos humanitarios de las personas ordinarias fueron marcadamente diferentes a la reacción de la élite política. Arrojaron un poco de luz a lo que sería posible si los vastos recursos creados por la clase obrera internacional fueran utilizados para satisfacer las necesidades sociales de la población mundial”.

El fracaso de la operación de ayuda internacional, explicó, plantea la necesidad de un movimiento político consciente que reemplace el obsoleto sistema del Estado nación capitalista con uno basado en el socialismo internacional. La construcción de este movimiento, por el cual luchan el World Socialist Web Site y el Comité Internacional de la Cuarta Internacional, es tan urgente como nunca.

(Publicado originalmente en inglés el 6 de octubre de 2018)

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