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Doscientos años desde el nacimiento de Karl Marx

Se ha dicho que el progreso del pensamiento social y político procede de Aristóteles a Marx y que, desde entonces, ha sido o una profundización de Marx o argumentos y análisis que han buscado refutarlo.

Se esté de acuerdo o no con esta evaluación, no cabe duda de que Marx es una figura gigante en el desarrollo del pensamiento y el conocimiento humanos. Llevó a cabo una verdadera revolución en la filosofía y, junto a su colaborador de siempre, Frederick Engels, dio origen a la concepción materialista de la historia, transformando dicha disciplina. Fue el autor de Das Kapital (El capital), cuyo 150º aniversario conmemoramos el año pasado. Su obra fue un análisis de las leyes de movimiento de la economía capitalista y sus escritos nunca han sido igualados, rivalizado o siquiera reproducidos desde entonces por parte del mundo académico burgués, pese a sus vastos recursos.

Su logro más importante fue la fundación del movimiento socialista revolucionario moderno.

Por más de 150 años, las teorías y análisis científicos de Marx han inspirado y guiado a cientos de millones de personas en todos los rincones del planeta en sus intentos de “tomar el cielo por asalto”, desafiar todas las probabilidades y barrer toda forma de opresión de clase y desigualdad del mundo, para permitir a la humanidad alcanzar su máxima estatura, estirar sus extremidades y expandir su mente, y así disfrutar de una verdadera y duradera libertad.

Aparte de Charles Darwin el autor de la teoría de la evolución, no hay otra figura del siglo diecinueve que tenga tanta influencia en el mundo moderno. Y existe una conexión entre estas dos figuras porque, como explicó Engels tan bien en el lecho de muerte de Marx:

“Así como Darwin descubrió la ley del desarrollo de la naturaleza orgánica, Marx descubrió la ley del desarrollo de la historia humana”.

Los intentos de refutar El capital de Marx

Marx develó las leyes específicas del desarrollo de la sociedad capitalista en su obra maestra, El capital. Como lo indicó una reseña de la primera edición citada por Marx como una exposición de su método, el libro iluminó “las leyes especiales que regulan los orígenes, la existencia, el desarrollo y la muerte” del sistema social actual y “su reemplazo con uno más avanzado”.

De una u otra manera al pasar los años, la burguesía y sus ideólogos han intentado refutar el análisis contenido en El capital. Sin embargo, han sufrido el infortunio incambiable que, justo cuando avanzan una teoría que proclama la muerte y sepulcro de Marx, acaece una crisis del sistema capitalista que vuelve a demostrar con total claridad que, de hecho, está desgarrado por contradicciones irresolubles que Marx había revelado.

Y aquí estamos, poco después del décimo aniversario de uno de los mayores derrumbes financieros en la historia, sino el más grande. La prensa burguesa ha publicado un sinfín de artículos sobre este acontecimiento. Pero ninguno puede sugerir que esta crisis, la cual sumió a millones en la pobreza y continúa teniendo efectos sociales cada vez más profundos, se ha resuelto. Por el contrario, inspeccionan el horizonte para la próxima crisis… desde la acelerada acumulación de la deuda, la vasta expansión de las actividades especulativas, la crisis en los mercados emergentes y la licuefacción de los mercados bursátiles provocada por un levantamiento cada vez más amplio de la clase obrera o alguna otra causa por ahora desconocida. Las enfermedades del sistema de lucro que produjeron la crisis no se han curado, sino que han hecho metástasis y se han mutado en formas aún más malignas.

Cuando El capital fue inicialmente publicado, fue en gran medida ignorado por los académicos burgueses. Pero, cuando se convirtió en el cimiento del desarrollo del movimiento socialista de la clase obrera en el último cuarto del siglo diecinueve, no pudieron seguir esa táctica. Había que refutar El capital.

Reflejando la tendencia general de las presiones burguesas a fines del siglo diecinueve, uno de los esfuerzos más serios para refutar la obra provino del mismo movimiento socialista. Terminando la década de 1890, Eduard Bernstein, una figura clave del Partido Socialdemócrata de Alemania, un partido que afirmaba estar fundamentado en el marxismo, propuso una revisión total del análisis de Marx.

El meollo del “revisionismo” de Bernstein, que sería más correcto llamar el rechazo directo de Marx, consistía en dos componentes interconectados. En primer lugar, afirmaba que el socialismo no se lograría a través de la toma del poder político por parte de la clase obrera en una revolución, como se había mantenido, sino que vendría de la acumulación gradual de reformas dentro del sistema capitalista, particularmente de las conquistas hechas por los sindicatos.

En segundo lugar, según Bernstein, el análisis de Marx que determinaba que las contradicciones del capitalismo conllevarían un colapso económico había sido refutado por los mismos eventos. El desarrollo de las enormes corporaciones y bancos, y la expansión del sistema crediticio, habían convertido las tormentas y crisis de los días de Marx en una cosa del pasado.

La perspectiva de Bernstein fue refutada decisivamente por la Primera Guerra Mundial. Las contradicciones del capitalismo no habían sido superadas. Estaban asumiendo una forma más violenta y explosiva.

Esto no tenía precedente, como escribió Trotsky refiriéndose directamente a Bernstein y la escuela revisionista en su conjunto:

“La Guerra de 1914 constituye el colapso más colosal en la historia de un sistema económica destruido por sus contradicciones inherentes”.

Estas contradicciones ya no eran postulados teóricos en las páginas de El capital, sino que se habían materializado en el frío, la miseria, la mugre, las enfermedades y la masacre interminable de la flor de la juventud en los campos de batalla europeos. Si el socialismo pudo ser considerado más ventajoso que el capitalismo en el siglo diecinueve, la guerra mundial a principios del siglo veinte, librada por ganancias y mercados a instancias del capital, significaba que se había vuelto una necesidad impostergable prevenir que la civilización humana cayera en la barbarie.

Si uno fuera a resumir los intentos de la economía burguesa de refutar a Marx, se reducen a esto: el capitalismo no está hendido por contradicciones fundamentales e irresolubles

El primer intento se basó en la Ley de Say, que prevaleció hasta que la Depresión de los años treinta la hizo indefendible. Esta “ley” sostuvo que, debido a que todo vendedor también es un comprador, era imposible una sobreproducción permanente. Todos los problemas que ocurrieran se debían simplemente a una desproporcionalidad.

Después del desastre de la Gran Depresión, esta doctrina fue reemplazada por el keynesianismo, el cual afirmaba que los problemas del capitalismo no se derivan de contradicciones inherentes, sino de “pensamiento confuso”, y que era posible su resolución por medio de intervenciones estatales juiciosas para asegurar la “demanda efectiva”.

La bonanza después de la Segunda Guerra Mundial y su fin

Sin embargo, la historia entregó su veredicto al keynesianismo a mediados de los años setenta, con el colapso del periodo de auge de la posguerra, a consecuencia del resurgimiento de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia. Marx había caracterizado esta tendencia como la ley más importante de la política económica, ante todo desde un punto de vista histórico.

El final del auge económico fue acompañado por un surgimiento de las luchas revolucionarias obreras, comenzando por los eventos de mayo-junio de 1968 en Francia, y extendiendo a muchos países, estremeciendo las fundaciones mismas de las estructuras políticas y económicas del capitalismo global.

Sin embargo, la burguesía pudo prevalecer sobre los levantamientos políticos de este periodo gracias a las traiciones contra la clase obrera de sus direcciones estalinistas, socialdemócratas y sindicales.

Habiéndose aferrado al poder, la burguesía luego inició una ofensiva contra los trabajadores, marcada políticamente por la llegada al poder de la Presidencia de Reagan en Estados Unidos y el Gobierno de Thatcher en Reino Unido. Fue avanzada una nueva ideología del “libre mercado” y dada toda la atención. En las palabras de Margaret Thatcher, “no había una alternativa”.

Pero no solo era una cuestión de promover una nueva ideología. El capitalismo experimentó una reestructuración importante por medio del despliegue de tecnologías informáticas que dieron paso a lo que ahora hemos designado la “globalización” de la producción.

La globalización tuvo consecuencias de gran alcance. Le serruchó el piso a los partidos y organizaciones que se basaban en programas nacionales —los partidos estalinistas y socialdemócratas, los sindicatos y los denominados movimientos de liberación nacional—.

Una de las expresiones más gráficas de este proceso emergió en 1989-1991 con la liquidación de los regímenes estalinistas en Europa del Este y luego en la misma Unión Soviética, regímenes calificados falsamente como marxistas.

La disolución de la URSS fue recibida con una orgía de celebración por parte de la burguesía y sus ideólogos.

Desde las tribuna política, en la prensa, en las universidades y los generosamente financiados centros de pensamiento, y desde el púlpito, proclamaron que la muerte de la URSS representada prueba definitoria de la superioridad de la propiedad privada de los medios de producción y las finanza; que el llamado “libre mercado” era la única viable, y ciertamente, históricamente posible, forma de organización socioeconómica; que la planificación económica socialista y consciente era inherentemente imposible; y finalmente, y lo más importante, que el marxismo estaba siempre muerto y enterrado.

Libre de su némesis histórico en la forma de las revoluciones socialistas, el capitalismo estaba a punto de traerles a los pueblos del mundo avances económicos, democracia y paz.

Las crisis y los crímenes del último cuarto de siglo

La historia ha entregado su veredicto sobre esta afirmación en la forma de los eventos criminales del último cuarto de siglo. Este periodo ha consistido en guerras continuas y la inminente amenaza de una nueva guerra mundial; el aumento exponencial de la desigualdad económica; el desarrollo de formas cada vez más violentas y autoritarias de gobierno; la organización estatal y corporativa de la censura; la creación de millones de refugiados; el retorno de los campos de concentración, la separación forzada de niños de sus padres; la escalada de violencia policial; el surgimiento de movimientos de extrema derecha y organizaciones abiertamente fascistas; entre otros ejemplos.

Incluso mientras la burguesía avanzaba nuevas doctrinas basadas en la llamada “hipótesis de los mercados eficientes”, se cernían nuevas tormentas sobre la economía. Una serie de crisis financieras estalló a partir del derrumbe del mercado bursátil global en octubre de 1987, cuando Wall Street perdió 22 por ciento de su valor en un solo día, culminando en 2008 con la caída más severa desde la Gran Depresión de los años treinta.

¿Qué ha ocurrido desde entonces? Los Gobiernos y bancos centrales de todo el mundo, comenzando con el paso del Gobierno de Obama y la Reserva Federal de Estados Unidos, han bombeado billones de dólares al sistema financiero, entregando riqueza incontable a los mismos bancos y firmas financieras cuyas actividades llevaron a la crisis, dando paso a más especulación.

Inmediatamente después de la crisis, los líderes del capitalismo mundial se reunieron en Londres para una reunión del G-20 para comprometerse a nunca repetir las políticas de los años treinta e imponer el tipo de medidas arancelarias que contribuyeron al recrudecimiento de la Gran Depresión y propiciaron la Segunda Guerra Mundial. En la actualidad, presenciamos el inicio de una guerra comercial global, una guerra económica con implicancias militares que se intensifica día a día, según EUA establece aranceles en todas las direcciones, tanto contra “rivales” como supuestos “aliados estratégicos”.

Todos los países, con EUA a la cabeza, están expandiendo y reforzando sus fuerzas militares como preparativos para otra guerra mundial. Ya existen incontables focos de conflicto que podrían entrañar tal guerra entre potencias nucleares: en Oriente Próximo, el noreste de Asia, en la península coreana, el mar de China Meridional, en el Este de Europa disputando Ucrania, entre otros.

En todo el planeta, el costo del desastre económico ha sido pagado por la clase obrera, en forma de pérdidas o estancamientos salariales y recortes en el gasto social. La explotación se ha intensificado con el desarrollo de nuevos métodos como los que emplea Amazon. Se les ha negado a cientos de millones de jóvenes la visión de un futuro seguro.

Una de las conclusiones de Marx más frecuentemente criticadas ha sido su análisis de que la lógica inherente y objetiva del sistema capitalista conduce a la acumulación de la riqueza en un polo y la creación de pobreza, miseria y decadencia en el otro.

¿Cuál es la situación actual?

Desde el 2008, las políticas desarrolladas en EUA y seguidas en un grado u otro en el resto de países, han institucionalizado un proceso en el que las bolsas de valores y mercados financieros funcionan como un tipo de aspiradora financiera gigante para succionar toda la riqueza y colocarla en manos de la oligarquía empresarial y financiera, junto a una diminuta capa de personas en lo más alto de la pirámide de ingresos.

Esta no es una aberración o un fenómeno temporal. Es un factor permanente y arraigado de la vida económica. Al mismo tiempo, cuando la clase obrera exige mejoras a sus condiciones —en salud, educación, servicios sociales, cuidado a los adultos mayores, pensiones, o la construcción de infraestructura pública— recibe la respuesta de que “no hay dinero”. Y es una respuesta auténtica. Pero esto no se debe a la falta de riqueza siendo producida, sino al hecho de que la riqueza creada por el trabajo, las capacidades y el ingenio de miles de millones de trabajadores en todo el mundo está siendo encauzada, a una escala nunca vista, a las cuentas bancarias, portafolios de inversiones y estilos de vida de los ultrarricos.

El resurgimiento de las luchas de clase de los trabajadores

A este punto, las acciones de la oligarquía financiera, sus Estados e instituciones no se han topado con oposición alguna. Pero lejos de que no haya hostilidad hacia ellas —existe un agitado enojo—, la clase obrera se ha visto suprimida por todos los partidos de la élite política, los sindicatos y sus simpatizantes pseudoizquierdistas, quienes insisten en que la lucha de clases pertenece al pasado y que el enfoque ahora debe ser en la política de identidades, la cual se preocupa con la raza, género, orientación sexual, nacionalidades, etc., a fin de excluir las cuestiones de clase.

Sin embargo, esto ha empezado a cambiar. El año 2018 ha sido testigo de un resurgimiento de la lucha de clases por todo el mundo. La clase obrera está siendo radicalizada en condiciones creadas por la decadencia del capitalismo. Sus luchas tienen que ser fertilizadas y desarrolladas, es decir, armadas políticamente con un entendimiento de las leyes del capitalismo descubiertas por Marx.

¿Cómo proceder a entender Marx y, sobre todo, su obra seminal, El capital?

Marx: el científico y el revolucionario

Esto se verá facilitado teniendo claro que, mientras que Marx proveyó un análisis científico de las leyes del desarrollo capitalista, no lo hizo por interés académico. Él trabajó, como lo subrayó Engels en su funeral, como un revolucionario que buscaba dotar a la clase trabajadora con las armas teóricas necesarias para derrocar el capitalismo y acabar con la opresión de clase, posibilitando de esta forma la construcción de una sociedad más avanzada en la que el desarrollo de cada individuo fuera la condición para el desarrollo de todos.

Por ende, El capital no es un libro sobre “economía” per se, sino que se centra en esta lucha. Mientras que Marx sí perseguía el máximo desarrollo de la ciencia, Marx el científico y Marx el revolucionario son inseparables. De hecho, sus enormes logros científicos solo fueron posibles porque era un revolucionario con una actitud crítica a la sociedad burguesa enraizada en la comprensión que sus categorías económicas no eran “naturales” y consecuentemente tampoco eran eternas, como insisten los economistas burgueses, sino que son el resultado de un desarrollo histórico.

Por supuesto, Marx no inició su vida intelectual y política como un marxista. ¿Entonces, cuál fue la trayectoria de su pensamiento?

De demócrata revolucionario a marxista

Marx comenzó como un revolucionario demócrata, a quien le inquietaba la cuestión política clave de su país de origen, Alemania, en ese entonces: ¿cómo llevar a Alemania a la edad moderna? ¿Cómo llevar a cabo la transformación del país en línea con los grandes cambios de la revolución francesa de 1789-93?

La filosofía de Hegel fue una influencia intelectual clave del desarrollo intelectual de Marx. Marx había comenzado sus estudios en derecho, pero la filosofía se convirtió rápido en su principal interés porque las interrogantes filosóficas estaban vinculadas a la política y estaban en la orden del día enormes problemáticas políticas.

Aquellos que promovían el cambio político en Alemania insistían en que, al igual que las ciencias naturales necesitaron librarse de la religión para ser productivas, la política también debía librarse de la religión. La filosofía, es decir, la razón, debía convertirse en el cimiento de la organización política de la sociedad, así como se había convertido en la base de las ciencias naturales.

Según Hegel, el Estado encarnaba la razón. Pero había una contradicción. El enemigo de la razón, es decir, la filosofía, era la religión. Pero el Estado prusiano protegía la religión y sostenía que era un Estado basado en ella. Consideraba que la filosofía y su llamamiento a la razón eran enemigos de la religión y, por ende, del mismo Estado.

La protección de la religión por el Estado asumió una forma concreta, por medio de la censura. La batalla de Marx contra ella inició como periodista y, rápido, como editor del Rheinische Zeitung, una publicación establecida por liberales burgueses que abogaban por la reforma del Estado prusiano siguiendo los acontecimientos en Francia.

Esta fue una experiencia sumamente formativa para Marx porque, cuando se oponía a la postura del Parlamento renano respecto al robo de madera por parte de los campesinos, y las condiciones empobrecidas de los campesinos que producían vino en la región del Mosela, vio que el Estado no estaba actuando acorde a la razón, sino que respaldó abiertamente a los terratenientes. Como escribiría Marx luego, “Me encontré en la vergonzosa posición de tener que discutir lo que se conoce como intereses materiales”.

Los propietarios burgueses del diario pensaban que, si adoptaban una línea editorial más complaciente, iban a poder evitar ser censurados. Marx rechazó completamente esta posición. Dejó la esfera pública para emprender, a la edad de tan solo 25 años, una reexaminación de la filosofía de Hegel con el objetivo de, como explicaría en el futuro, despejar las dudas que lo asediaban, a saber, la idea de que el Estado encarnaba la razón.

La concepción materialista de la historia

La reexaminación crítica, centrado en el trato que Hegel da al Estado en su filosofía de derecho, culminaría en una revolución del pensamiento humano, en el desarrollo de la concepción materialista de la historia.

Los críticos previos de Hegel, quien había dado una justificación del Estado prusiano en nombre de la razón, afirmaban que su filosofía era el producto de su conservadurismo. Marx profundizó esta crítica y demostró que el problema se encontraba en el centro del propio método de Hegel, según el cual todos los acontecimientos se derivaban del pensamiento humano. Consecuentemente, el Estado había sido concebido como el producto de la razón y la lógica.

En otras palabras, Hegel presentaba al mundo al revés.

Su análisis del Estado reflejaba esta inversión. Sostenía que era el Estado dio organización y principios lógicos a lo que llamó la “sociedad civil” —la familia, el comercio, las actividades cotidianas—. Marx explicó que, de hecho, todo estaba al revés. El Estado surgió de la sociedad civil, cuya anatomía había que buscar en la política económica. Dicho de otra manera, era necesario un análisis materialista de la sociedad.

Pero este análisis no podía regresar a la filosofía materialista de los philosophes franceses de la Ilustración en el siglo dieciocho, porque habían demostrado ser incapaces de responder cómo se desarrolló la sociedad.

Los materialistas franceses afirmaban que el hombre era el producto de su entorno social, postulando la concepción de vital importancia de que tanto sus vicios como virtudes se debían encontrar ahí y no en cualidades innatas dadas por Dios, menos de todo en la gracia y el pecado original. Si este entorno cambiaba, insistían, iba a ser posible desarrollar las virtudes del hombre y eliminar gradualmente sus vicios. Los cambios en el entorno social traerían consigo cambios en la conciencia. Pero ¿cómo cambiar el entorno social? Por medio de cambios en la opinión pública, es decir, en la conciencia social. Sin embargo, tanto la consciencia social, opinión pública, eran el producto del entorno social. De este modo, el materialismo francés planteó un dilema que no podía resolver.

La solución se encontraba en el descubrimiento de un proceso social objetivo que no dependía de la opinión pública, pero que sí determinaba tanto el entorno social como la conciencia social. Este hallazgo estaba en el corazón del desarrollo de la concepción materialista de la historia.

Marx sentó las bases esenciales de esta concepción en sus escritos de 1845 que llegarían a nuestras manos bajo el nombre de La ideología alemana. Consistían en una reevaluación crítica de la filosofía por parte de Marx y su ahora estrecho colaborador, Frederick Engels, quien instó a Marx a estudiar política económica.

En La ideología alemana, escribieron que había que partir de los individuos reales en sus actividades, las condiciones materiales en que vivían, y los cambios en esas condiciones materiales efectuados por sus actividades, ante todo productivas.

“El hombre puede distinguirse de los animales por su conciencia, religión o lo que quieran”, señalaron Marx y Engels. “Ellos mismos empiezan a distinguirse de los animales no bien produzcan sus propios medios de subsistencia, un paso acondicionado por su organización física. Al producir sus medios de subsistencia, los hombres están produciendo indirectamente su vida material concreta”.

La concepción materialista de la historia fue resumida de forma concisa en el famoso Prólogo a la Contribución a la crítica de la economía política, escrito en 1859:

“En la producción social de su existencia, los hombres contraen determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad, a saber, relaciones de producción que corresponden a una determinada fase de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales… Al llegar a cierta fase de desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en conflicto con las relaciones de producción existentes… con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí. Estas relaciones pasan de ser formas de desarrollo de las fuerzas productivas a ser sus ataduras. Se abre así una época de revolución social”.

Tras elaborar la concepción materialista de la historia, seguía la tarea de aplicarla a la economía capitalista para descubrir las leyes específicas de su desarrollo. Pero tal análisis del capitalismo, la forma más compleja de organización socioeconómica, presentaba desafíos teóricos enormes, concentrados en la cuestión de dónde comenzar. ¿Se debía partir de la tecnología y el desarrollo de las fuerzas productivas? ¿De la población, y desglosarla, clasificarla según las clases sociales? ¿O quizás con el capital, el dinero y las finanzas?... La lista continúa.

Los Grundrisse de Marx

Marx descubrió el punto de partida en una cuestión de pocos meses en 1857-58. El estallido de una importante crisis económica, la cual creía que instigaría un nuevo levantamiento revolucionario después de la derrota de las revoluciones de 1848, lo hizo volver a trabajar en política económica.

A fin de preparar este movimiento, se empeñó día y noche en redactar los ahora llamados Grundrisse, el borrador de lo que se convertiría en El capital .

Esta obra es una travesía de descubrimientos. El punto de partida de los Grundrisse es el dinero. Marx realiza una crítica detallada del análisis hecho por los proudhonistas en Francia. Los seguidores de Proudhon promovían una forma de socialismo pequeñoburgués, basado en los pequeños artesanos, insistiendo en que la explotación capitalista y sus crisis podían ser superadas reformando el sistema monetario, sin tener que deshacerse de la producción de mercancías, es decir la producción de bienes para el mercado.

Este abordaje, sin embargo, tenía un error fatal. El dinero no era un instrumento técnico que alguien inventó y que podía ser reemplazado por algún otro mecanismo o un sistema monetario reformado. El dinero se originó del mismo sistema de producción de mercancías que los proudhonistas proponía retener. Eliminar el sistema monetario existente, mientras mantener la producción de mercancías, sería como deponer al Papa sin abolir la Iglesia Católica.

Después de examinar el dinero, Marx aborda la cuestión del capital, y después de 880 páginas de análisis llega a su punto de partida.

“La primera categoría en la que se manifiesta la riqueza burguesa es la mercancía”. A esto lo precede una nota: “Esto se debe traer a consideración”. Una oración corta, pero un punto de inflexión en el conocimiento humano.

El capital de Marx

Por consiguiente, El capital comienza así:

“La riqueza de las sociedades en que impera el modo de producción capitalista se nos aparece como una ‘inmensa acumulación de mercancías’, y una sola mercancía como su forma elemental. Por eso, nuestra investigación arranca del análisis de la mercancía”.

Marx procede a mostrar que la mercancía es la unidad de dos determinaciones opuestas. En primer lugar, el valor de uso, una cosa que satisface una necesidad material, sea de consumo inmediato o más producción.

También aparece en la forma de valor de cambio, es decir la relación en la que varios valores de uso se intercambian unos por otros. Marx luego procede a examinar esta forma de apariencia, esta relación.

Hace la siguiente afirmación decisiva, y fundamental para todo lo que le sigue: si digo que 20 varas de lienzo equivalen a una levita, es decir, que 20 varas de lienzo se pueden intercambiar por una levita, estoy diciendo que ambos objetos son conmensurables, tienen la misma cantidad. Pero para tener la misma cantidad, para poder ser medidos proporcionalmente, deben ser cualitativamente la misma cosa.

¿Qué está siendo medido en la relación de intercambio en que 20 varas de lienzo son lo mismo que una levita? ¿Cuál es la cualidad que comparten? No puede tener nada que ver con sus valores de uso, porque son cosas diferentes.

La cualidad común es que son productos del trabajo humano, y la medida de este trabajo humano general o abstracto es lo que determina las proporciones en las que se intercambian.

Toda mercancía tiene un valor determinado por la cantidad de trabajo socialmente necesario agotado en su producción. ¿Por qué dice Marx socialmente necesario? Porque está claro que, por ejemplo, que en promedio 20 varas de lienzo se producen en una hora y un abrigo se produce en una hora; por ende, ambos son iguales. Pero si a un tejedor en particular le toma dos horas producir 20 varas de lienzo, no recibirá dos levitas cuando lo lleve al mercado. Una hora de su trabajo concreto no contará como trabajo abstracto socialmente necesario porque habrá trabajado el doble que un tejedor promedio.

Además, ninguna persona le dirá al tejedor que una hora de su trabajo fue socialmente innecesaria, sino que lo hará una cosa, la relación entre su mercancía y las otras mercancías —cosas— en el mercado. Aquí vemos el origen de lo que Marx llamó el fetichismo de la mercancía, el cual asume formas asombrosas en el mundo de hoy, cuando un movimiento en los mercados financieros o una cuenta de ganancias o pérdidas — cosas — les dicen a millones de personas que tienen que tirar abajo todas sus vidas.

¿Cómo se expresa o devela el valor? Si tomo 20 varas de lienzo, lo inspeccionó desde todo ángulo y lo someto a un meticuloso análisis químico, no encontraré ningún átomo de valor en éste. Pero tiene valor; vale algo. Sin embargo, solo puede mostrar el valor que contiene cuando responde a una relación de intercambio con otra mercancía, en este caso, una levita. Dicha relación de cambio es determinada por la cantidad de valor que contiene. La levita es el representante material del valor contenido en el lienzo.

Pero esto todavía no es suficiente. El lienzo debe poder expresar su valor en relación con el mundo entero de mercancías. La producción de mercancías, en sí, engendra una mercancía específica, separada del resto, que es el representante material general del valor de todas las mercancías. Esta mercancía es el dinero. Es el representante del trabajo abstracto que entrañan todas las mercancías, la sustancia de su valor.

En su examen de la forma de valor, algo que no habían intentado sus predecesores clásicos burgueses, Marx logra un avance decisivo al descubrir lo que llamó el carácter dual del trabajo, que insistió era “crítico para el entendimiento de la política económica”.

Expondré una razón de esto. Hemos visto que Marx explicó que las bases objetivas de la revolución social consisten en el recrudecimiento de la contradicción entre el desarrollo de las fuerzas productivas de la sociedad y las relaciones sociales que han desencadenado.

¿Cómo se ve reflejada esta contradicción en la mercancía, la forma celular del capitalismo?

El desarrollo de las fuerzas productivas en la producción de lienzo aumentará su valor de uso material. Pero el valor de cada vara de lienzo será menor porque contiene menos tiempo socialmente necesario de trabajo. Por lo tanto, tenemos un movimiento contradictorio.

El desarrollo de las fuerzas productivas aumentó los valores de uso materiales, pero redujo el valor de cada unidad de lienzo. Sin embargo, la producción capitalista no se rige según el crecimiento de la riqueza material, sino que persigue la expansión del valor.

Marx ya había dado muestra de esta contradicción en El manifiesto comunista, donde señala que las crisis capitalistas estallaron en una epidemia, “que en tiempos más tempranos hubiera parecido algo absurdo, la epidemia de la sobreproducción”. La sociedad retrocede; la industria y el comercio son destruidos. ¿Por qué? Porque hay demasiada industria, demasiado comercio, demasiada civilización y millones caen en la pobreza, no por una hambruna o un desastre natural, como en épocas previas, sino porque las fuerzas productivas han entrado en conflicto con las relaciones sociales en las que se estaba desarrollando.

Habiendo mostrado cómo el dinero, como representante general del valor, de la forma de producción mercantil, Marx profundiza su análisis de la interacción entre el dinero y las mercancías.

Desde el punto de vista de la mercancía, esto toma la forma de mercancía-dinero-mercancía. Es decir, consiste en el intercambio de una mercancía por dinero y luego la compra de otra mercancía con ese dinero, por lo cual se acaba el movimiento, ya que la mercancía adquirida deja el ciclo de circulación y se consume.

Pero visto desde el lado del dinero, el movimiento es muy diferente. Aquí, circulación toma la forma de dinero-mercancía-dinero. El dinero al fin del proceso no deja de circulación, pero comienza el proceso de nuevo. Y aquí tenemos el origen de capital, como valor de autoexpansión. El dinero, representante material del valor, entra en circulación con la compra de mercancías. Las mercancías luego se convierten en dinero para luego comprar mercancías nuevamente. Pero en este circuito, el dinero como capital, se expande. Si no hay expansión, entonces no hay razón para comenzar —el dueño del dinero podría simplemente dejárselo en su bolsillo—. ¿Cuál es la fuente de esta expansión del dinero, es decir, de la expansión del valor?

¿Cómo puede aparecer un valor adicional si, en el ciclo de circulación, se cambian equivalentes por equivalentes?

Este es el problema que fundió los cerebros de los predecesores de Marx. ¿Cómo fue posible, con base en la ley del valor, que ocurra una expansión del valor? No vale la pena decir que proviene de robos, o que la mercancía vendida por el capitalista con el fin de volver a dinero, está vendida por encima del valor. Esto es porque en ambos casos, y ambos sin duda toman lugar, la masa total del valor no ha aumentado, tan solo se ha redistribuido el valor. Si tomo $10 de sus bolsillos, he expandido el valor en mis manos, pero el valor total en este cuarto no ha aumentado. Sin embargo, el capitalismo se caracteriza evidentemente por una expansión del valor.

Esta es la gran barrera que Marx derribó. Los “sacos de dinero”, escribió, tendrían tanta suerte si encontraran en el mercado una mercancía que, por sí sola, es el origen de nuevo valor. Y esa mercancía es la fuerza de trabajo, la mercancía que el trabajador le vende al capitalista.

Tras comprar esa mercancía, el capitalista, como todo otro comprador de mercancías, tiene derecho consumirla. El capitalista, también habiendo comprado materia prima y otros medios de producción, consume la fuerza de trabajo poniendo al trabajador a transformar la materia prima, y los medios de producción, en otras mercancías que son vendidas para conseguir más dinero. La materia prima y los medios de producción transmiten el valor que llevan consigo a la mercancía final —es decir, su consumo no incrementa el valor total. Pero el consumo de la mercancía fuerza de trabajo sí lo aumenta.

Esto es porque el valor de la mercancía que el trabajador le vende al capitalista, su fuerza de trabajo, es menor que el valor que añade el trabajador en el transcurso de la jornada laboral. El trabajador no vende su trabajo al capitalista, sino su capacidad de trabajo o fuerza de trabajo .

El valor de esta mercancía es el valor del conjunto de mercancías necesarias para reproducirlo —el valor de las mercancías que necesita el trabajador y la familia del trabajar para vivir y para que la próxima generación de trabajadores pueda emerger. Estas mercancías equivalen, digamos, a cuatro horas de trabajo socialmente necesario. Pero el trabajador no trabaja solo cuatro horas, sino que su jornada es de ocho, diez o más horas. El capitalista, como todo otro dueño de mercancías, está facultado a apropiarse de los frutos del valor de uso, hechos realidad en el consumo de la mercancía que compró. Y el valor de uso de la mercancía fuerza de trabajo conseguido en el proceso de producción es el valor adicional o plusvalor que crea.

El significado trascendental del descubrimiento de Marx fue correctamente destacado por Engels.

Marx no fue de ninguna manera el primer socialista, explicó. El socialismo de antes criticaba mordazmente el capitalismo y sus consecuencias. Pero no podía explicarlas; solo podía rechazarlas como malignas cuando denunciaba la explotación de la clase obrera. No podía comprender la naturaleza del proceso mismo. Esto se logró con el descubrimiento del plusvalor .

Con estos dos grandes hallazgos, Engels continuó, “la concepción materialista de la historia y la revelación del secreto de la producción capitalista en el plusvalor… el socialismo se convirtió en una ciencia. El siguiente paso era elaborar los detalles y sus relaciones”.

El papel revolucionario de la clase obrera

Con el descubrimiento del secreto del plusvalor, Marx determinó que la clase obrera, la clase que vende su fuerza de trabajo al capital, es la única fuerza social en el capitalismo cuya tarea histórica es derrocarlo. Ninguna otra entidad social puede llevar esto a cabo.

Marx había verificado la conclusión que ya había deducido: la misión histórica de la clase obrera, la tarea que asumiría de acuerdo con su posición objetiva en el modo capitalista de producción, sería derrocarlo junto a todo el sistema de producción de mercancías sobre el cual se basa. La clase obrera no era solo una clase explotada, sino una clase revolucionaria, creada por el propio capitalismo.

Como lo señaló en sus escritos tempranos: “No es una cuestión del objetivo que se proponga este o aquel proletario, o incluso todo el proletariado, en este momento. Es una cuestión de lo que el proletariado es y, de acuerdo con este ser, lo que se verá impulsado históricamente a hacer. Su objetivo y su acción histórica se distinguen clara e irrevocablemente en su situación cotidiana, así como en la organización entera de la sociedad burguesa en la actualidad”.

Como dije, el análisis de Marx fue ignorado al principio, pero intentar condenarlo al olvido no era posible. Su teoría tenía que ser refutada. En la medida en que esto se haya intentado, consistió en la afirmación de que su procedimiento era anticientífico y arbitrario, porque al elegir el punto de partida de la mercancía, y luego examinar el entramado de contradicciones de sus relaciones, Marx simplemente había desarrollado su teoría para alcanzar el resultado que quería.

Esta afirmación de un comienzo arbitrario es un componente crucial de los ataques contra Marx, no solo por sus oponentes burgueses directos como Bohm-Bawerk, quien fue el primero en avanzarla en la década de 1890, sino hasta el día de hoy. De hecho, es la afirmación central de David Harvey, por ejemplo, quien se ha presentado como un “guía” contemporáneo a El capital de Marx, tanto en sus libros como en una serie de conferencias en línea.

“El punto de partida de Marx”, sostiene Harvey, “es el concepto de la mercancía” y es “crucial para entender que está construyendo un argumento con base en una conclusión ya determinada”.

Ahora, si este fuera el caso, el análisis entero de Marx debería ser tirado a la basura porque sería completamente anticientífico.

De hecho, Marx replicó a tales críticas en sus últimos años de vida. “Yo no procedo a partir de ‘conceptos’, por lo tanto, no del ‘concepto de valor’… Arranco de la forma social más simple en la cual el producto del trabajo en la sociedad contemporánea se manifiesta, y esta es la ‘mercancía’”.

Para elaborar este punto crucial. Una fanega de trigo producida por un esclavo tiene el mismo valor de uso que una fanega de trigo producida por un campesino. Pero estos dos productos del trabajo provienen de dos formas sociales diferentes. Toda sociedad se basa en el gasto del trabajo humano. Pero este gasto sucede en relaciones sociales definidas.

En el primer caso, la fanega de trigo es el producto del trabajo de un esclavo, quien es propiedad de otra persona. No ha producido una mercancía, es decir, una cosa material destinada a ser intercambiada. En el segundo caso, se ha producido la misma cosa, pero esa cosa, ese producto del trabajo, está enraizado en conjunto completamente diferente de relaciones sociales.

La “mercancía” como el punto de partida de Marx

La elección por Marx de la mercancía como punto de partida no es arbitraria, sino completamente materialista y científica. La mercancía, “el concretum económico más simple” de la economía capitalista, contiene, por así decirlo, el ADN de este orden social.

Podrían preguntarse porqué me he enfocado en el análisis de la mercancía por parte de Marx. La razón es que, siendo el fenómeno económico más básico del capitalismo, es usualmente aceptado como algo natural y, por ende, eterno, y consecuentemente todas las otras categorías económicas enraizadas en la mercancía, como las ganancias, los salarios, los intereses, el crédito, etcétera, también son vistas de esta manera.

Si la naturaleza esencial de la mercancía, la célula de la economía capitalista, no se examina científicamente como Marx lo hizo, entonces es imposible entender los fenómenos más importantes de nuestros tiempos —ante todo, las recurrentes crisis del sistema de ganancias— ni mucho menos deducir cómo superarlos.

Vimos que la mercancía es la unidad de dos determinaciones o modalidades opuestas, el valor de uso y valor de cambio, y que el crecimiento de las fuerzas productivas, lo que expande el valor de uso, podría producir un movimiento opuesto en el valor. ¿Cómo se expresa esta contradicción en una economía capitalista plenamente desarrollada?

El crecimiento de las fuerzas productivas significa que una cantidad cada vez menor de trabajo transforma una masa cada vez mayor de materia prima, maquinaria, etcétera para una producción cada vez más grande de riqueza material.

Sin embargo, el capitalismo no es la producción de riqueza per se, sino que se ve impulsado por la extracción de plusvalor. Aquí tenemos una contradicción porque, de un lado, la producción se lleva a cabo por medio de una proporción cada vez más pequeña de trabajo vivo, mientras que este trabajo es la única fuente de plusvalor, el origen de las ganancias.

Esta contradicción se ve reflejada en la tendencia decreciente de la tasa de ganancias, lo que produce una crisis tras otra. Los economistas burgueses buscan explicarlas así… esta fue causada por insuficiente demanda, aquella fue causada por el fracaso de las medidas keynesianas, y así. Pero nunca pueden explicar por qué se repiten las crisis. Y sus explicaciones se vuelven cada vez menos viables.

En los últimos días, el Sr. Ben Bernanke, presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos durante la crisis de 2008, nos ha dicho que este colapso, caracterizado por pánico y falta de confianza, fue causado por… ¡pánico y falta de confianza!

La contradicción fundamental del capitalismo

Las crisis capitalistas toman distintas formas según las circunstancias históricas. Pero, constituyen esencialmente estallidos de la contradicción, enraizada en la forma celular misma del capitalismo —la mercancía— entre el crecimiento de las fuerzas productivas y las relaciones sociales del sistema de ganancias.

¿Cómo se puede superar esta contradicción? No es posible dentro del marco del sistema capitalista, porque todo esfuerzo para lograrlo, como lo ha demostrado la historia, ha llevado a un estallido aún más explosivo.

Esto solo puede ser resuelto por medio del derrocamiento de las relaciones sociales capitalistas. Miles de millones de personas en todo el mundo quieren, desean, un mundo mejor, libre de todos los horrores a los que los somete el sistema de ganancias. Pero sus deseos y afán no sería más que un sueño, si no hubiese una fuerza social material en el capitalismo cuyos intereses vitales se oponen al sistema de relaciones sociales capitalistas. Esa fuerza social material es la clase obrera internacional.

Dicha concepción es rechazada por todos los promotores de la política de identidades y los teóricos del posmodernismo.

Hagamos un experimento de pensamiento por un momento. Imaginemos que el sueño detrás de la política de identidades se cumple: mujeres, gays, personas de color, poblaciones indígenas asumen todos cargos de poder clave, y se excluye a todos los hombres blancos. Esto no cambiaría nada en la operación de las leyes de la economía capitalista.

Pero las críticas no cesan. Insisten en que ya no existe la clase obrera tratada por Marx.

Por supuesto, las formas de trabajo concretas llevadas a cabo por la clase trabajadora han cambiado a lo largo de los años, en línea con el desarrollo de las fuerzas productivas. Estas formas no son las mismas de hace 150, 100 o incluso 30 años. Pero, las relaciones sociales capitalistas, basadas en la producción de mercancías y la compraventa de la fuerza de trabajo, han sido las mismas desde la revolución industrial.

Cuando uno escucha que la clase obrera ya no existe, o que ha sido reducida a una existencia marginal, o cuando uno lee un libro de algún político pseudoizquierdista intitulado “Adiós a la clase obrera”, a veces uno se pregunta, ¿están ciegas estas personas?

Aproximadamente en las últimas tres décadas se ha producido uno de los mayores cambios en la historia mundial —la transformación de cientos de millones de campesinos en países como India, China y otras partes, en proletarios, además de la proletarización de profesiones antes consideradas de la clase media en los países capitalistas avanzados—.

La ceguera ante este proceso no es el resultado de una perspectiva teórica defectiva. Es la expresión de un punto de vista de clase definido —el resultado de esfuerzos de capas privilegiadas en el mundo académico, la prensa y otros sectores para desviar el crecimiento de la hostilidad hacia el capitalismo, particularmente entre jóvenes, del análisis científico del marxismo, y su entendimiento del papel revolucionario de la clase obrera y, en cambio, hacia una u otra forma de política de identidades.

La necesidad de un partido revolucionario

Otra postura estrechamente relacionada es que no es necesario un partido revolucionario. De verdad, la línea argumentativa que todas estas posiciones pseudoizquierdistas tiene en común es que la construcción de tal partido, ante todo uno como el construido por Lenin, es como un “pecado original” que lleva inexorablemente al estalinismo.

David Harvey incluso intenta argumentar que Marx rechazaba la necesidad de un partido revolucionario. Escribe:

“Los comunistas, como lo declararon Marx y Engels en su concepción original presentada en El manifiesto comunista, no tienen un partido político. Simplemente se constituyen, en todo lugar y momento, ellos que entienden los límites y las tendencias destructivas del orden capitalista, al igual que las incontables máscaras ideológicas y falsas justificaciones que los capitalistas y sus apologistas (particularmente en la prensa) producir para perpetuar su poder de clase único”.

Tomaría más tiempo del disponible detallar todos los momentos en los que esta posición ha sido refutada. Señalaré simplemente que, cuatro décadas después de la publicación de El manifiesto comunista, Engels indicó que la clase obrera solo podía llegar al poder por medio de una revolución y que, “para que el proletariado sea lo suficientemente fuerte para ganar en el día decisivo tiene que formar—y esto Marx y yo lo hemos estado afirmando desde 1847— un partido separado y distinto de todos los otros y opuesto a ellos, un partido de clase consciente”.

Las formas del partido revolucionario han experimentado un desarrollo necesario desde los días de Marx y Engels, con base en las lecciones extraídas de las experiencias históricas del movimiento obrero internacional.

En particular, el cambio más decisivo fue llevado a cabo por Lenin a principios del siglo veinte. Insistió en que el partido revolucionario solo podía desarrollarse por medio de una lucha teórica, política y organizacional, dentro del movimiento obrero en sí mismo, contra el oportunismo, es decir, contra la presión intransigente para socavar la lucha por los intereses revolucionarios históricos de la clase trabajadora, supuestamente a favor de conquistas a corto plazo.

Resumida en su panfleto de 1902 ¿Qué hacer?, la perspectiva de Lenin fue verificada en la práctica. En 1917, el partido bolchevique que había construido, basado en la lucha intransigente contra el oportunismo —por lo cual fue denunciado como “divisor”, “dogmático” y “sectario”— completó la primera y, hasta este día, la única conquista del poder política por parte de la clase obrera.

¿Cuál es este partido hoy día?

Es el Comité Internacional de la Cuarta Internacional, arraigado en la vasta experiencia histórica de los últimos 100 años: la lucha librada por Lenin contra el oportunista, la lucha contra el estalinismo contrarrevolucionario de León Trotsky a partir de 1923, culminando con la fundación de la Cuarta Internacional en 1938 y luego la lucha librada por nuestro movimiento, el Comité Internacional de la Cuarta Internacional, a partir de 1953 contra todas las tendencias que emergieron dentro del mismo movimiento trotskista, que buscaban minimizar, excluir o emascular su perspectiva central: que la tarea clave en el derrocamiento del sistema capitalista es la resolución de la crisis de dirección de la clase obrera.

La tarea sigue estando en la orden del día. Pero las condiciones históricas y objetivas para su cumplimiento ya han sido creadas: en primer lugar, el recrudecimiento continuo de la crisis del modo de producción capitalista y, en segundo lugar, la absoluta bancarrota y la degeneración de las viejas organizaciones que lideraban a la clase obrera y que desempeñaron un papel crucial en apuntalar el capitalismo.

Pero, aquí debemos recordar otro punto clave planteado por Marx. La historia, insistió, no libra batallas. No lucha las luchas. Son los hombres y las mujeres reales, vivos y activos que lo hacen. Con base en esto, les urjo que se unan al CICI para llevar a cabo esta tarea revolucionaria delante de nosotros, que fue develada por medio del análisis y la obra pionera y revolucionaria de Karl Marx.

(Publicado originalmente en inglés el 31 de octubre de 2018)

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