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Prefacio de La herencia que defendemos, treinta años después de su publicación

La editorial Mehring Books ha publicado de nuevo en inglés The Heritage We Defend, A Contribution to the History of the Fourth International (La herencia que defendemos, una contribución a la historia de la Cuarta Internacional) de David North, treinta años después de su publicación original (¡Pídala haciendo clic aqui!). Lo que sigue es el nuevo prefacio, escrito por el autor:

La herencia que defendemos apareció en 1988, hace treinta años, luego de que el Workers Revolutionary Party (WRP, Partido Revolucionario de los Trabajadores) de Reino Unido desertara el Comité Internacional de la Cuarta Internacional (CICI). El Comité Internacional demostraría, mediante muchos documentos, que el WRP renegó al CICI a consecuencia de alejarse durante más de una década de los principios del trotskismo que había defendido crucialmente. [1] El WRP, fundado en 1973, fue la organización sucesora del movimiento trotskista británico, que en 1953 estableció el Comité Internacional, junto con el Socialist Workers Party (SWP, Partido Socialista de los Trabajadores) de Estados Unidos y el Parti Communiste Internacionaliste (PCI, Partido Comunista Internacionalista) de Francia. El dirigente del WRP, Gerry Healy (1913-1989), había firmado “La carta abierta al movimiento trotskista mundial”, escrita por James P. Cannon (1890-1974), que denunció las revisiones de Pablo y Mandel del programa de la Cuarta Internacional. “La carta abierta”, escrita en noviembre de 1953, presentó los principios fundamentales del CICI:

1. La agonía mortal del sistema capitalista amenaza con destruir la civilización humana mediante peores depresiones, guerras mundiales y manifestaciones de barbarie como el fascismo. La actual existencia de armas atómicas agudiza ese peligro en la peor manera posible.

2. Sólo se puede prevenir esa caída al abismo reemplazando el capitalismo con la economía planificada del socialismo a escala mundial y así resumir la espiral de progreso que el capitalismo inició en sus comienzos.

3. Esto solo se puede lograr en una sociedad dirigida por la clase obrera. Pero la clase obrera misma encara una crisis de liderazgo aun cuando la relación entre fuerzas sociales nunca había sido tan favorable para que la clase obrera se encaminare hacia la toma del poder.

4. Para organizar esa labor histórica-mundial, la clase obrera de todos los países debe construir un partido socialista revolucionario según los criterios desarrollados por Lenin; es decir, un partido de combate capaz de combinar dialécticamente la democracia y el centralismo —democracia para tomar decisiones, centralismo para llevarlas a cabo— una dirección bajo el control de las bases, bases capaces de marchar adelante disciplinadamente bajo fuego.

5. El obstáculo principal a esto es el estalinismo, el cual explota el prestigio de la Revolución Rusa de 1917 para atraer a los obreros y luego traicionar su confianza, lanzándolos ya sea en los brazos de la socialdemocracia, de la apatía o a la renovación de ilusiones en el capitalismo. Las consecuencias de estas traiciones las paga la clase obrera con la consolidación de las fuerzas fascistas o monárquicas y nuevas explosiones de guerras fomentadas y preparadas por el capitalismo. Desde sus inicios, la Cuarta Internacional se planteó la derrota revolucionaria del estalinismo dentro y fuera de la URSS como una de sus misiones principales.

6. La necesidad de tácticas flexibles que enfrentan muchas secciones de la Cuarta Internacional, y partidos y grupos que simpatizan con su programa, hace más imperante que sepan cómo luchar contra el imperialismo y todas sus agencias pequeñoburguesas (tales como los grupos nacionalistas y las burocracias sindicales) sin capitular al estalinismo; y, a la inversa, que sepan cómo combatir el estalinismo (que, en el análisis final, es una agencia pequeñoburguesa del imperialismo) sin capitular ante el imperialismo. [2]

“La carta abierta” es un conciso resumen de los conceptos estratégicos del trotskismo que repudiaron Pablo y Mandel. El pablismo reemplazó el concepto trotskista de la esencia contrarrevolucionaria del estalinismo con una teoría que atribuía a la burocracia del Kremlin y a sus agencias un rol progresista y revolucionario. En vez de luchar por derrocar a los regímenes estalinistas por medio de una serie de revoluciones políticas, los pablistas anticipaban un proceso de autorreforma burocrática en el que los trotskistas actuarían como consejeros de los líderes estalinistas, empujándolos más hacia la izquierda. Los “Estados obreros deformados” de Europa Oriental, dirigidos por agentes estalinistas del Kremlin, según Pablo y Mandel, durarían siglos.

Esa actitud perdonadora hacia el estalinismo, que hoy es asombrosa a la luz de los acontecimientos de los últimos treinta años, siguió guiando a las organizaciones pablistas hasta que se desmoronaron los regímenes de Europa Oriental y se disolvió la Unión Soviética, entre 1989 y 1991. Los pablistas se mofaron de la defensa por parte del Comité Internacional de la herencia programática de la Cuarta Internacional, calificándola de “sectarismo” —especialmente su hincapié en el rol contrarrevolucionario del estalinismo—. Sin embargo, a solo un año de la publicación de La herencia que defendemos, los acontecimientos políticos que explotaron en Europa Oriental y dentro de la misma URSS confirmaron el análisis histórico, los conceptos teóricos y el programa que defiende este libro.

La postración de los pablistas ante el estalinismo fue sólo un aspecto de su abandono de la teoría de la revolución permanente elaborada por Trotsky. Igualmente, rechazaron la lucha por una conciencia marxista en la clase obrera y por establecer la independencia política de la clase obrera contra todas las agencias nacionales burguesas y pequeñoburguesas del imperialismo.

Aun cuando los trotskistas británicos desempeñaron un papel decisivo en la defensa de la Cuarta Internacional en las décadas de 1950 y 1960 —especialmente con su repudio del rompimiento del SWP con el Comité Internacional y su reunificación con los pablistas en 1963—, comenzó a manifestarse en la década de 1970 su propia transición hacia el revisionismo, particularmente después de la fundación del WRP en 1973. A principio de la década de1960, los trotskistas británicos de la Socialist Labour League (SLL; Liga Socialista del Trabajo), la antecesora del WRP, criticaron severamente la glorificación del nacionalismo radical de Fidel Castro por parte del SWP, rechazando el argumento que el ejército guerrillero pequeñoburgués del líder cubano demostraba que el camino al socialismo no requería la construcción de un partido trotskista, basado y anclado en la clase obrera.

Pero ya para mediados de los setenta, el WRP comenzó a exagerar el programa antiimperialista de los movimientos nacionalistas burgueses de Oriente Próximo —como los de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) y del régimen nacionalista radical de Muamar Gadafi en Libia— de una manera que se asemejaba fuertemente a la política antitrotskista de los pablistas. El retroceso del WRP de vuelta al pablismo no fue simplemente la consecuencia de errores personales de este u otro dirigente. Bajo condiciones en que el movimiento obrero mundial seguía estando dominado por partidos y sindicatos socialdemócratas y estalinistas, las organizaciones trotskistas eran vulnerables a la presión ideológica y social ejercida por la radicalización masiva de amplios sectores de la pequeña burguesía, especialmente la juventud estudiantil, en los años sesenta y a comienzo de los setenta.

El reto de integrar en el movimiento trotskista a nuevos miembros de la pequeña burguesía no solo exigía una orientación política y práctica firme al proletariado, fundamentada en la lucha incesante contra las burocracias estalinistas y socialdemócratas. También requería una crítica acérrima de las muchas variedades de pseudomarxismo que propugnaban los pablistas, especialmente la “Escuela de Frankfurt” (representada por Horkheimer, Adorno, Benjamin, Block, Reich y Marcuse), el “marxismo occidental” (como Gramsci), el antitrotskista “capitalismo de Estado” y los teóricos de la “Nueva clase” (Lefort, Castoriadis y Djilas), y, por supuesto, todas las muchas variedades del nacionalismo radical (castrismo, guevarismo, los escritos de Fanon y los discursos de Malcolm X), para nombrar sólo las formas más conocidas del pensamiento y la política radical pequeñoburguesa. Podríamos añadir a esta larga lista la influencia del maoísmo, una rabiosa y reaccionaria versión del estalinismo, adoptada por innumerables intelectuales pequeñoburgueses, que encarriló a obreros y jóvenes hacia una derrota sangrienta tras otra.

Dentro del Comité Internacional surge una oposición a la política oportunista y reaccionaria del WRP; entre 1982 y 1984, la Workers League (Liga Obrera), la sección estadounidense del Comité Internacional, elaboró una crítica detallada de la política neopablista del WRP. Los principales líderes del WRP —Healy, Michael Banda (1930-2014) y Cliff Slaughter (1928- )— suprimieron la campaña de la Workers League para organizar una discusión sobre sus críticas dentro del Comité Internacional. [3] Ese empeño sin principios de la dirección del WRP provocó una crisis política en este partido en agosto de 1985. Aun así, Slaughter y Banda, decididos a evitar cualquier discusión sobre las cuestiones teóricas y políticas ligadas al desmoronamiento del WRP, intentaron hacer responsable al Comité Internacional del curso oportunista que la sección británica había adoptado durante la década anterior.

En febrero de 1986, el WRP publicó un documento pregonando su abandono del trotskismo. El WRP presentó ese panfleto, escrito por Michael Banda e intitulado “27 razones para enterrar el Comité Internacional de una vez por todas y construir la Cuarta Internacional”, con bombos y platillos, pronosticando que encontraría su lugar junto a las obras clásicas del marxismo. En realidad, el documento de Banda amalgamaba distorsiones, embustes y medias verdades con el fin de desacreditar no solo al Comité Internacional, sino a toda la historia de la Cuarta Internacional. El mismo título del ensayo de Banda revelaba su deshonestidad política. Si sólo se pudiera comprobar una pequeña parte de sus veintisiete razones, sería imposible justificar la existencia de la Cuarta Internacional.

Siguiendo la lógica inexorable de sus argumentos, menos de un año después de completar su panfleto, Banda publicó un vil ataque contra Trotsky y declaró su enorme admiración por Stalin. La transformación política de Banda presagiaba el repudio del trotskismo de todos los líderes y miembros del WRP que apoyaron el documento. Muchos de ellos se unieron al movimiento estalinista. Otros se orientaron hacia el imperialismo y se convirtieron en protagonistas en la guerra de la OTAN contra Serbia. Los integrantes de la fracción más grande, animados por Cliff Slaughter, rechazaron el legado completo en torno a la idea del partido revolucionario desarrollada por Lenin y Trotsky, abandonaron la lucha por el socialismo, y dedicaron el resto de sus vidas al confort personal.

No bien tuvo en sus manos el panfleto de Banda, el Comité Internacional entendió la necesidad de una respuesta detallada y me encargó a mí a redactarla. Antes que pasaran dos meses, comenzaron a aparecer cada semana capítulos de La herencia que defendemos en los periódicos de las secciones del Comité Internacional. Nunca me imaginé que la respuesta a Banda consistiría en más de quinientas páginas. Sin embargo, al estudiar el documento de Banda, me di cuenta de que quería aprovechar que la historia de la Cuarta Internacional, especialmente de los años decisivos entre el asesinato de Trotsky en 1940 y la ruptura con los pablistas en 1953, nunca había sido investigada adecuadamente y que no era bien conocida por las bases del movimiento trotskista. No bastaba simplemente condenar la apostasía de Banda. Era necesario actualizar la historia de la Cuarta Internacional para fundamentar la educación de las bases del Comité Internacional.

En mi opinión, tres décadas después de su publicación, La herencia que defendemos ha resistido la prueba del tiempo. A la vez que sigue siendo de valor contemporáneo como introducción a la historia de la Cuarta Internacional, La herencia que defendemos también examina los problemas relacionados con la teoría, el programa y la estrategia marxistas que tienen gran relevancia actual para la lucha por la construcción del Partido Mundial de la Revolución Socialista.

La herencia que defendemos es la única crónica de la historia de la Cuarta Internacional que emplea el método del materialismo histórico para explicar la aparición de corrientes políticas y la lucha entre ellas. Rechaza el método subjetivo (del que es un ejemplo la diatriba de Banda) que empieza con las características de dirigentes individuales, buenos o malos, y sus propósitos, nobles o bajos. La herencia que defendemos busca identificar los fenómenos objetivos, sociales y políticos —engendrados por las contradicciones del capitalismo mundial y las transformaciones globales y nacionales de la lucha de clases tras la segunda guerra mundial imperialista— que subyacen los conflictos dentro de la Cuarta Internacional. El énfasis decisivo de esta historia no se centra en la evaluación subjetiva de las intenciones de los principales protagonistas políticos —Cannon, Pablo, Mandel y Healy— sino en las verdaderas fuerzas objetivas que impulsan la lucha de clases, las cuales, como dijo Federico Engels, “se ven reflejadas como motivos conscientes en las mentes de las masas y de sus líderes, los supuestos grandes hombres…”. [4]

La herencia que defendemos analiza, en el entorno de las condiciones complejas y en constante evolución de la Guerra Mundial y después, los conflictos internos de la Cuarta Internacional que anticiparon la lucha posterior al Tercer Congreso Mundial de 1951 que culminaron en la ruptura de 1953. Esta obra arroja luz sobre las corrientes revisionistas que nacieron en los 1940 como reflejo del movimiento hacia la derecha de amplios sectores de la intelectualidad radical pequeñoburguesa.

Los conflictos que surgieron en los 1940 se entienden mejor como la continuación de la lucha entre facciones de 1939 y 1940 dentro del SWP de EUA. La lucha dirigida por Trotsky en el último año de su vida contra la “oposición pequeñoburguesa” de James Burnham (1905-1987), Max Shachtman (1904-1972) y Martin Abern (1898-1949) tuvo tanta intensidad que por lo general se la estudia como un episodio particular y cerrado en la historia de la Cuarta Internacional. Comenzó en septiembre de 1939 cuando se detonó la Segunda Guerra Mundial y continuó hasta abril de 1940. La minoría rompe con el SWP y forma el Workers Party (Partido Obrero). Luego de un mes, James Burnham, quien había sido el principal teórico de la minoría, renunció del Workers Party y pregonó su repudio del marxismo y el socialismo.

La contribución de Trotsky a esa lucha dentro del SWP es uno de sus escritos más importantes. Aun detrás de los muros de una sitiada casa en Coyoacán, bajo el acecho de asesinos de la GPU, su visión política para nada sufría. El “viejo” veía más allá en el futuro que todos sus contemporáneos.

El asunto político decisivo alrededor del cual giraba la lucha entre facciones tenía que ver con la naturaleza de clases de la Unión Soviética, la “cuestión rusa”. Shachtman sostuvo que la Unión Soviética, después del pacto de no agresión entre Hitler y Stalin a fines de agosto de 1939, al que le siguió la invasión conjunta nazi-estalinista de Polonia, ya no se podía considerar un Estado obrero. Sostuvo que la burocracia soviética se había metamorfoseado en una clase de poder en la cumbre de un nuevo tipo se sociedad de explotación.

Trotsky se opuso a la nueva tesis de Shachtman sobre la Unión Soviética fundamentada en su reaccionaria alianza con la Alemania nazi. Firmar el Pacto de No Agresión había sido sin duda una enorme traición. Pero, Trotsky insistió en que “la naturaleza social de la URSS no deriva de su amistad con la democracia o con el fascismo”. [5] En la batalla para llegar a una descripción correcta de la Unión Soviética, Trotsky puso el dedo en la cuestión esencial del entorno histórico:

La cuestión de la URSS no se puede aislar como algo único de todo el proceso histórico de nuestros tiempos. O bien el Estado de Stalin es un fenómeno transitorio, una deformación del Estado obrero en un país atrasado y aislado, o bien el ‘colectivismo burocrático’… es una nueva estructura social que reemplaza al capitalismo a través del mundo (estalinismo, fascismo, Nuevos tratos, etcétera). Los experimentos terminológicos (Estado obrero o no; no es una clase o sí es una clase; etcétera) adquieren significado solo en ese entorno histórico. El que escoja la segunda alternativa admite, abiertamente o en silencio, que todas las potencialidades revolucionarias del proletariado mundial están exhaustas, que el movimiento socialista está en quiebra y que el viejo capitalismo se transforma en ‘colectivismo burocrático’ bajo una nueva clase explotadora.

La tremenda importancia de esa conclusión es clara. Abarca todo el destino del proletariado mundial y la humanidad. [6]

Trotsky reconoció que la clase obrera de los países imperialistas avanzados todavía no había logrado construir un partido revolucionario a la altura de los requisitos de una época de inusitadas crisis capitalistas. Pero el bolchevismo y la Revolución de Octubre demostraron que tal partido era posible. Por lo tanto, la gran cuestión histórica, argumentó Trotsky, “es la siguiente”:

¿Se impondrá a la larga la necesidad objetiva e histórica en la conciencia de la vanguardia de la clase obrera? Es decir, ¿en el trajinar de esta guerra y de los choques profundos que necesariamente engendrará, se construirá una genuina dirección revolucionaria capaz de conducir al proletariado a la toma del poder?

La Cuarta Internacional ha respondido afirmativamente a esta pregunta, no sólo a través del texto de su programa, sino también, a través del hecho mismo de su existencia. Todos los representantes desilusionados y asustados del pseudomarxismo parten por el contrario de la suposición de que la bancarrota de los líderes solo “refleja” la incapacidad del proletariado de cumplir su misión revolucionaria. No todos nuestros oponentes expresan con claridad este pensamiento, pero todos ellos —ultraizquierdistas, centristas, anarquistas, ni hablar de los estalinistas y los socialdemócratas— transfieren la responsabilidad de las derrotas de sus hombros a los del proletariado. Ninguno de ellos expresa claramente bajo cuáles condiciones será capaz el proletariado de lograr la revolución socialista.

Si aceptamos como válido que la causa de las derrotas es consustancial a las cualidades sociales del proletariado como tal, hemos de reconocer que la posición de la sociedad moderna se nos presenta sin esperanza. [7]

Trotsky identificó el pesimismo histórico y político que impulsaba a Shachtman y Burnham. No fue un mero apelativo insultante de parte de Trotsky decir que la fracción Shachtman-Burnham era “pequeñoburguesa”. Esa minoría expresaba en términos políticos las opiniones de una amplia capa de intelectuales de clase media desmoralizados políticamente por las derrotas de los 1930 y devastada moralmente por el escepticismo. Es una ironía que en vísperas del estallido de la guerra entre facciones del SWP, Burnham y Shachtman escribieran un ensayo, el cual se publicó en la edición de enero de 1939 de la revista teórica The New International, que pinta una imagen cáustica de “Los intelectuales en retirada”:

Todos los periodos de reacción que siguen una derrota revolucionaria dan lugar a una variedad “nueva” y “de moda” de doctrinas superficiales y transitorias que rechazan el marxismo por haber “caducado”. Sería educativo comparar la historia de las “luchas entre facciones” que siguieron a la derrota de la Revolución Rusa de 1905 con sus análogos de la última década o más. Hoy día, son los humores reaccionarios de depresión, desaliento, pérdida de confianza en la capacidad de recuperación del proletariado y de su movimiento revolucionario que se racionalizan en forma de ataques generales al marxismo revolucionario. Debido a la naturaleza propia de su posición social, los intelectuales radicales generalmente son los primeros en postrarse ante esos sentimientos, en rendirse a ellos en vez de resistirlos deliberadamente. Sin duda, a un grado completamente diferente, ellos son víctimas de este largo periodo de reacción en la misma medida en que la degeneración estalinista de la Revolución Rusa y el surgimiento pasajero del fascismo son sus productos”.

Podríamos llamar estalinofobia o antiestalinismo vulgar a la principal enfermedad intelectual que afecta estos intelectuales. Este mal fue inducido por la repugnancia universal al macabro sistema estalinista de montajes y purgas. Y el resultado ha sido que casi la totalidad de lo que se ha escrito sobre este tema desde entonces ha sido menos el producto de un análisis social racional que de choque mental, y en los casos en que exista análisis alguno, éste es más moral que científico o político”. [8]

Es razonable suponer que la descripción de Burnham y Shachtman de esta “enfermedad intelectual” a la que sucumbía la élite intelectual fue tan exacta porque ellos mismos sufrían en carne propia los síntomas. Antes del fin de ese año, la enfermedad que los infectaba se había vuelto irreversible.

Una de las características más notables de esta forma antitrotskista de revisionismo que aparece en 1939 y 1940 fue la totalidad del repudio de los cimientos filosóficos, el fundamento de clase, el programa político y la perspectiva histórica del marxismo. Su propósito no era una modificación reformista de la lucha revolucionaria socialista, sino el rechazo del objetivo en sí. A medida que elaboraba su crítica del “trotskismo ortodoxo”, se acercaba a la conclusión de que ya no estaba de acuerdo con ningún aspecto del marxismo.

Claro está que diferentes individuos de la minoría llegaron a esa conclusión en diferentes momentos. Pero la trayectoria derechista esencial de la oposición Burnham-Shachtman apareció claramente en la carta de renuncia de Burnham del Workers Party, fechada el 21 de mayo de 1940. Por lo general se considera que ese documento no fue más que una vergüenza para Shachtman, siendo repentina y tajantemente abandonado por su colaborador político más cercano. Pero tomando un enfoque político e histórico más amplio, la carta de Burnham definió y anticipó la evolución tanto de Max Shachtman después de romper con la Cuarta Internacional como de todas las otras corrientes oposicionistas que saldrían de la Cuarta Internacional y del SWP en los 1940. Dice la renuncia de Burnham:

De las creencias más importantes ligadas al movimiento marxista, en cualquiera de sus variantes, reformista, leninista, estalinista o trotskista, casi no existe ninguna que yo acepte en su forma tradicional. Para mí estas creencias son falsas, obsoletas o carentes de significado; o, en unos pocos casos, son a lo más correctas en formas tan restringidas o tan modificadas que ya no se les puede llamar marxistas. …

No solo creo que no significa nada decir que ‘es inevitable el socialismo’ y una falsedad que el socialismo ‘es la única alternativa al capitalismo’; considero que, teniendo en cuenta la evidencia que ahora poseemos, una nueva forma de sociedad de explotación (que yo llamo ‘sociedad empresarial’) no solo es posible como alternativa al capitalismo, sino que es una trayectoria más probable en el presente periodo que el socialismo. …

Como Cannon entiende desde hace tiempo, rechazo categórica y rotundamente el concepto leninista del partido —no sólo con la forma en que Stalin o Cannon modifican esa concepción—, sino con la versión de Lenin y Trotsky. …

A la luz de esas ideas y de otras similares, es claro que debo rechazar gran parte de los documentos programáticos del movimiento de la Cuarta Internacional (que el Workers Party comparte). El documento del ‘programa de transición’ me parece a mí, casi tanto cuando se presentó por primera vez como ahora, más o menos una tontería total y un claro ejemplo de la inhabilidad del marxismo de manejar la historia contemporánea, aún en manos de sus más brillantes representantes intelectuales. [9]

Burnham finalmente reconoce que sus posiciones políticas estaban relacionadas con la forma de desmoralización personal que él y Shachtman habían descrito en “Los intelectuales en retirada”:

Yo debería ser el último en pretender que un hombre puede atreverse a imaginar que conoce bien los motivos y las razones de sus propias acciones. Es posible que esta carta sea una complicadísima forma de presentar lo que se podría decir en una sola oración: ‘quiero abandonar la política’. No me cabe duda de que han ejercido influencia sobre mí las derrotas y traiciones de los últimos veinte años o más. Estas son parte de la evidencia que fundamenta mi idea de que hay que rechazar el marxismo: en cada una de las pruebas que la historia nos brinda, los movimientos marxistas le han fallado al socialismo o lo han traicionado. También influencian mis sentimientos y mis actitudes; lo reconozco. [10]

Esta última oración fue una contundente racionalización de la apostasía de Burnham. En vez de ser cómplice en un futuro fracaso o traición del socialismo, Burnham decidió desertar solo y preventivamente el movimiento revolucionario. Luego de renunciar al Workers Party, Burnham se trasladó con rapidez a la extrema derecha de la política anticomunista burguesa. Después de la Segunda Guerra Mundial se convirtió en un estratega del imperialismo estadounidense, exigiendo una “Federación Mundial” dominada por Estados Unidos para combatir a la Unión Soviética y al comunismo. En la década de 1950, colaboró con el archirreaccionario William F. Buckley Junior en la fundación de la revista National Review. Reconocido como un importante líder intelectual de los neoconservadores estadounidenses, en 1983 el presidente Ronald Reagan condecoró a Burnham con la Medalla de la Libertad.

El repudio del marxismo por parte de Burnham anticipó el camino que seguirían tanto los seguidores de Shachtman como las otras corrientes de oposición que aparecieron dentro del SWP y la Cuarta Internacional durante los 1940. Tomando prestada y modificando una conocida frase de Trotsky, se puede decir que, pese a que no todo desmoralizado pequeñoburgués extrotskista es un Burnham, existe un poquito de Burnham en cada uno de los renegados desmoralizados del trotskismo. [11]

Entre esas corrientes, la primera y más importante era la del grupo “Tres Tesis” o los “retrocesistas” (Three Thesis Group; Retrogressionists), engendrado por el Internationale Kommunisten Deutschlands (IKD, Comunistas Internacionales de Alemania). Joseph Weber (1901-1959) dirigió esta organización de trotskistas emigrados de Alemania. Antes de la publicación de La Herencia que Defendemos, había pasado más o menos al olvido el papel decisivo de esa corriente en la elaboración de conceptos antitrotskistas en el seno de la Cuarta Internacional. Sería imposible llegar a entender los orígenes y planteos de la oposición Morrow-Goldman, que nace un poco más tarde, sin referenciar los documentos de Weber. La política del IKD aparece en el capítulo 8 de este tomo.

Respondiendo a recientes maniobras (que mencionaré más adelante) de crear imágenes proféticas de Felix Morrow (1906-1988) y de Albert Goldman (1897-1960), y alegar que su martirio político a manos de Cannon supuestamente causó la destrucción del trotskismo, es necesario hacer un resumen de la perspectiva antimarxista, derrotista y desmoralizada del IKD.

En octubre de 1941, publicó el IKD una declaración sosteniendo que la perspectiva de la revolución socialista mundial era una fantasía política. La victoria del fascismo europeo significaba que la clase obrera enfrentaba condiciones iguales a las de antes de 1848. El mundo contemporáneo, insistía, no avanzaba hacia el socialismo sino marchaba hacia atrás, hacia la barbarie. Este retroceso no era una consecuencia pasajera de derrotas políticas que nuevas explosiones de las luchas revolucionarias de la clase obrera podrían resolver bajo la dirección de un partido marxista. Todo lo contrario, había que considerar esta regresión como un proceso inevitable. El IKD consideraba irreversible la victoria militar de los nazis y que marcaba una nueva etapa histórica mundial.

Las prisiones, los nuevos guetos, el trabajo forzado, los campos de concentración y de prisioneros de guerra lejos de ser establecimientos político-militares pasajeros, representan una nueva forma de explotación económica, acompañando el desarrollo de un Estado esclavista moderno; para una gran tajada de la humanidad ese será su destino desde ahora en adelante. [12]

El grupo “Tres Tesis” concluyó que la lucha por el socialismo había sido superada por el “impulso a la libertad nacional” mediante un proceso de regresión histórica. [13] En un documento posterior escrito en 1943 y publicado en The New International (revista que luego del rompimiento de 1940 fue absorbida por la minoría de Shachtman) en octubre de 1944, el IKD rechazó abiertamente el análisis de la época imperialista elaborado por Lenin durante la lucha contra la traición de la Segunda Internacional en que se fundamentó la estrategia de 1917 del Partido Bolchevique. Afirmó:

Si nos fijamos en la Primera Guerra Mundial y en el entorno total de esa época, debemos reconocer que la Primera Guerra Mundial, a pesar de todos los vínculos causales que contribuyeron a su detonación, no fue más que una desventura históric a del capitalismo, un acontecimiento accidental que preparó el colapso del capitalismo en el contexto de la necesidad histórica antes que fuera históricamente necesario. [14]

Si la Primera Guerra Mundial fue accidental, también fueron accidentes el colapso de la Segunda Internacional, el triunfo de la Revolución de Octubre, y la fundación de la Internacional Comunista. Implicaba la negación efectiva de toda la base objetiva de la estrategia marxista revolucionaria del siglo XX.

El IKD proclamó su pesimismo político con una enorme crudeza. Declaró que la clase obrera ya no existía como fuerza revolucionaria. Había sido “destripada, atomizada, separada, contrapuesta a sí misma entre sus diferentes sectores, desmoralizada políticamente, aislada en el mundo y controlada…”. [15] Si bien el capitalismo se descomponía, la clase obrera no tenía la capacidad de acabar con él. El IKD sostenía que el “error más común” del movimiento trotskista, producto de una “falta total de entendimiento del marxismo”, consistía en “ concebir la negación del capitalismo sólo como una misión de la revolución proletaria …”. En cara a la impotencia revolucionaria de la clase obrera, aseveró el IKD, la única opción política era regresar a la lucha “centenaria” a favor de la democracia. [16] Además, rechazó el llamado de la Cuarta Internacional a construir los Estados Unidos Socialistas de Europa:

Antes de que Europa se pueda unir en “Estados socialistas”, debe primero separarse nuevamente en Estados independientes y autónomos. Es cuestión de que las gentes separadas, esclavizadas, descarriladas, y el proletariado se reconstruyan como nación. …

Otra manera de describir este proceso es: reconstruir toda lo que se desenroscó, recuperar las conquistas de la burguesía (incluido el movimiento obrero), alcanzar la cumbre de grandes logros, e ir más allá de ellos. …

Sin embargo, el problema político más urgente es el problema del siglo, de la primavera del capitalismo industrial y del socialismo científico — conquistar la libertad política, establecer la democracia (también en Rusia), como precondición indispensable para la liberación nacional y la fundación del movimiento obrero . [17]

El IKD insistía en que había que devolver el calendario político al periodo anterior a 1848, abandonar la lucha por el socialismo internacional y retomar la lucha por la soberanía nacional y la democracia burguesa, en todos los países.

Cambiando lo que se tiene que cambiar, este problema [de democracia y liberación nacional] existe en todo el mundo; en China e India, Japón y África, Australia y Canadá, Rusia e Inglaterra. En verdad, en todo Europa, América del Norte y del Sur. No existe ningún país donde no exista una poderosa e intensa cuestión nacional y democrática; en ningún lugar existe un movimiento obrero organizado políticamente. [18]

La consigna principal, proclamaba el IKD, era “liberación nacional”.

Para nosotros eso significa: la cuestión nacional es uno de esos episodios históricos que por necesidad se convierten en la transición estratégica hacia la reconstitución del movimiento obrero y la revolución socialista. Los que no entiendan la necesidad histórica de ese episodio, y no sepan cómo utilizarlo, no entienden nada del marxismo leninismo”. [19]

En realidad, era el IKD el que estaba repudiando el programa de Lenin y Trotsky. Separar la lucha por conquistas democráticas de la lucha por acabar con el capitalismo significaba abandonar la teoría y el programa de la revolución permanente. Con respecto a naciones con una evolución burguesa atrasada, como explica Trotsky, la teoría de la revolución permanente “significa que solo es posible lograr la democracia y la emancipación nacional, completa y genuinamente, mediante la dictadura del proletariado, a la cabeza de la nación subyugada, particularmente de sus masas campesinas”. [20]

Además de separar las exigencias democráticas de las socialistas en los países menos desarrollados, el intento del IKD de resucitar el programa burgués de liberación nacional en los centros avanzados del capitalismo mundial, insistiendo en que no era el momento de luchar por el socialismo, evidenciaba una desmoralización política patológica. Los amigos y colaboradores del líder del IKD recordarían después que Joseph Weber muchas veces opinaba, en los años cuarenta, que el dominio nazi en Europa duraría entre treinta y cincuenta años más. [21]

Los partidarios de Shachtman apoyaron y promovieron los argumentos del IKD, los cuales sostenían que la Revolución de Octubre había sido prematura, por ser éstos totalmente congruentes con su negación de la Unión Soviética como un Estado obrero y su rechazo de la defensa de la URSS contra el imperialismo.

Eventualmente, surgió dentro del SWP la corriente Morrow-Goldman que apoyaba el punto de vista desmoralizado del IKD, el cual se había escindido de la Cuarta Internacional. En 1944, su tendencia adquiere la forma de un grupo de oposición definido dentro del SWP. Antes de que apareciera La h erencia que defendemos, dicha corriente, la cual se dirigía hacia la derecha, había sido presentada fraudulentamente como una alternativa perspicaz al análisis de Cannon de la situación política de fines de la Segunda Guerra Mundial. A este último lo calificaron de dogmático, mal informado e iluso.

Los líderes de la tendencia habían desempeñado importantes papeles en la Cuarta Internacional y el partido estadounidense. Albert Goldman fue el abogado de Trotsky ante la Comisión Dewey en 1937. Durante el juicio de la Ley Smith, en 1941, Goldman defendió a los miembros del SWP acusados de sedición. También fue uno de los acusados y uno de los 18 que fueron condenados a prisión. Felix Morrow fue miembro del Comité Político del SWP y un destacado periodista socialista, famoso por su libro Revolución y contrarrevolución en España. También fue condenado a prisión en el juicio de 1941.

Otro muy importante miembro de la fracción Morrow-Goldman era Jean van Heijenoort (1912-1986), quien había sido secretario político de Trotsky en los años treinta y secretario de facto de la Cuarta Internacional durante la Segunda Guerra Mundial.

La h erencia que d efendemos analiza detalladamente las posiciones de la corriente Morrow-Goldman. Sin embargo, desde que se publicó han aparecido boletines de discusión internos del SWP que no conocía en 1986 y 1987 y que ahora nos permiten apreciar cuan influyente fue el IKD en la tendencia Morrow-Goldman. En 1942, Morrow, Goldman y Van Heijenoort (usando el nombre Marc Loris) habían rechazado los argumentos de las “Tres Tesis”. Hacia fines de 1943, sin embargo, ocurrió un cambio radical en su punto de vista. En la disputa política dentro del SWP y la Cuarta Internacional en los tres años subsiguientes, Morrow sostuvo que, al seguir apoyando el programa de la revolución socialista en Europa, la Cuarta Internacional perdía toda relevancia política en el entorno de la posguerra. La fracción Morrow-Goldman, interpretando los acontecimientos europeos (especialmente italianos y franceses) en la forma más conservadora y derrotista posible, insistió en que no quedaba posibilidad alguna de una revolución socialista. La única opción viable para la Cuarta Internacional era transformarse en un movimiento a favor de reformas democráticas, en alianza con la socialdemocracia y varios movimientos burgueses con inclinaciones democráticos.

A la vez que exigían que la Cuarta Internacional se convirtiera en un órgano de la democracia burguesa, Morrow, Goldman y Van Heijenoort también rechazaron la posición principista del SWP a favor de la defensa de la URSS. Aunque en marzo de 1943 Morrow escribía: “Las victorias del Ejército Rojo hacen regocijar a las grandes masas del mundo. Sin una teoría pulida, pero con una lealtad esencialmente de clase, entienden que las victorias soviéticas también son sus victorias. Están definidamente consientes de la diferencia entre un Estado obrero y sus ‘aliados’ capitalistas”. [22] Con esa asombrosa velocidad tan característica de los que abandonan el trotskismo y se mueven a la derecha, Morrow adoptó un punto de vista totalmente opuesto. En 1946, repudió la insistencia del SWP en que la victoria del ejército soviético sobre los nazis contribuyó a la radicalización política de las masas europeas. Declaró: “Han desaparecido todas las razones que dábamos para defender la Unión Soviética”. [23]

La corriente Morrow-Goldman pidió la reunificación política con los seguidores de Shachtman, cuyo rechazo a la defensa de la Unión Soviética se estaba convirtiendo rápidamente en un respaldo a la lucha del imperialismo estadounidense contra el “totalitarismo comunista”. La Cuarta Internacional y el SWP rechazaron fuerte y correctamente la perspectiva desmoralizada de Morrow y Goldman.

Evaluar los debates para encontrar la “línea correcta” en Europa no era simplemente una cuestión intelectual y abstracta. En medio de una situación de mucha fluidez e inestabilidad, en la que el resultado de la crisis de la posguerra era incierto, los trotskistas intentaron exponer plenamente las posibilidades revolucionarias del momento. Fundamentaban su labor en las posibilidades objetivamente existentes para barrer con el capitalismo, y no en conjeturas hechas a priori sobre la inevitabilidad de la reestabilización del capitalismo. Horas antes de que ascendiera Hitler al poder, alguien le preguntó a Trotsky si la situación era un “caso perdido”. Ese término, contestó Trotsky, no existe en el vocabulario de los revolucionarios. “La lucha decidirá”, declaró. Había que responder de esta misma manera a los que sostenían, en medio del desorden y del caos de la Europa de la posguerra, que la causa revolucionaria era inútil y que la estabilización del capitalismo era inevitable. De haberse postrado de antemano, como impulsaban Morrow y Goldman, los trotskistas habrían contribuido a la reestabilización capitalista.

En todo caso el análisis de Morrow de la situación objetiva europea e internacional en las últimas etapas de la Segunda Guerra Mundial y en el periodo inmediatamente después, subestimaba muchísimo la gravedad y profundidad de la crisis capitalista. El hecho indudable de que eventualmente se estabilizara el capitalismo europeo, bajo el Plan Marshall de 1947, no invalida la perspectiva de la Cuarta Internacional de fines de la guerra. La burguesía de Europa occidental y central estaba postrada y totalmente desacreditada a razón de sus atrocidades fascistas, lo que hacía mucho más posible la conquista del poder por la clase obrera en ese momento que al fin de la Primera Guerra Mundial. En Francia e Italia, masas de trabajadores estaban armados y ansiaban ajustar cuentas con la clase capitalista. El problema nunca fue la falta de una situación “objetivamente” revolucionaria. Los más astutos estrategas burgueses bien sabían que los sentimientos de las masas eran extremadamente radicales. Dean Acheson, quien sería secretario de Estado estadounidense, describe la crisis como “en algunas formas más formidable de la que describe el primer capítulo de Génesis”. [24] En 1944, en un memorándum para Harry Hopkins, asistente especial del presidente Roosevelt, Acheson suena la alarma de una carnicería inminente en Europa. “Las gentes de los países liberados”, escribía, “son la materia más combustible del mundo… Se encuentran violentas e impacientes”. De no encontrarse la manera de estabilizar Europa, la creciente “agitación y alboroto” acabarían “tumbando Gobiernos”. [25]

El historiador Benn Steil publicó recientemente un libro sobre los orígenes de la Guerra Fría y el Plan Marshall, donde escribe:

La gente también deseaba cambios políticos; los partidos comunistas de Europa prometían una alternativa radical al capitalismo. La historia parecía estar de su lado. La Unión Soviética había triunfado en la guerra; era por mucho el país más poderoso del continente. En Italia, el Partido Comunista obtuvo el diecinueve por ciento de los votos, en Finlandia el veinticuatro por ciento (Mauno Pekkala, comunista, se convierte en primer ministro); y el veintiséis por ciento en Francia en 1945 y 1946. Aunque no hubo elecciones nacionales en Alemania hasta 1949 (en el oeste), el Partido Comunista obtuvo el catorce por ciento de los votos en algunas regiones. Sumando el voto de los socialistas, el voto para la izquierda fue del treinta y nueve por ciento en Italia y el cuarenta y siete por ciento en Francia. En Italia, muchos pensaban que la izquierda revolucionaria controlaría el país. La unión de los partidos de izquierda en la zona soviética de Alemania parecía que se convertiría en un patrón para Europa. [26]

El factor decisivo en controlar a la clase obrera, suprimir los poderosos impulsos de rebeldía y darle al imperialismo estadounidense y a las muy asustadas élites europeas el tiempo que necesitaban para rescatar el capitalismo fue la dirección de los partidos estalinistas. Sobre todo, fue crítico el rol del líder estalinista italiano, Palmiro Togliatti. Una reciente investigación sobre la época dice:

La dirección estalinista confiaba en que el PCI [Partido Comunista Italiano] tendría una influencia moderadora e impediría actos espontáneos. En eso no se equivocaba. Teniendo en cuenta la explosividad y turbulencia de la situación, Togliatti merece reconocimiento por contener las instigaciones revolucionarias que levantaban la cabeza regularmente en el partido comunista durante el periodo de la resistencia. No se puede subestimar el papel que desempeñó impidiendo una guerra civil luego de la liberación del norte de Italia. Se debe principalmente a la labor de Togliatti que los impulsos revolucionarios que constantemente salían a la superficie en el partido durante el periodo de la resistencia fueran atajados. [27]

El historiador Paul Ginsborg nos relata vívidamente el rechazo de Togliatti de las exigencias de los cuadros del PCI de llevar a cabo un derrocamiento socialista revolucionario del Estado burgués:

En medio de cierto asombro y ante cierta oposición al llegar a Salerno, Togliatti esbozó para sus camaradas la estrategia que proponía para el partido a corto plazo. Dijo que los comunistas suspenderían las frecuentes expresiones de hostilidad hacia la monarquía. En cambio, persuadirían a todas las fuerzas antifascistas a apoyar al Gobierno monárquico, que entonces controlaba toda Italia al sur de Salerno. Formar parte del Gobierno, discutía Togliatti, sería el primer paso para alcanzar el objetivo principal de la época —la unidad nacional contra los nazis y fascistas—. El principal objetivo del Partido Comunista debía ser la liberación de Italia y no la revolución socialista. Togliatti aclaró esas instrucciones para el partido en junio de 1944: “Acuérdense de que la insurrección que queremos no tiene el fin de imponer transformaciones sociales y políticas en el sentido socialista o comunista. Al contrario, el fin es la liberación nacional y la destrucción del fascismo. Todos los otros problemas los resolverá el pueblo en el futuro, no bien Italia se libere, mediante el voto libre y popular y la elección de una Asamblea Constituyente”.

Esta última frase iluminaba el propósito de Togliatti de reestablecer una democracia parlamentaria en Italia. En contraste a Tito, no tenía ninguna intención de exigir a corto plazo la dictadura del proletariado. Tampoco era su objetivo la simple restauración del régimen parlamentario tal como existía antes del fascismo. [28]

En Francia, el Partido Comunista y los sindicatos controlados por la CGT estalinista jugaron un papel igualmente contrarrevolucionario. Los agentes estadounidenses, conscientes de que el Partido Comunista tenía suficiente poder para amenazar con derrocar el sistema capitalista cuando les diera la gana, vigilaban de cerca sus actividades. Los estalinistas se dejaron manipular por Estados Unidos:

Los líderes de la CGT y ciertos comunistas establecieron relaciones con oficiales estadounidenses entre 1945 y 1947, cumpliendo con la estrategia del Partido Comunista de armonía internacional y colaboración política interna. Los oficiales comunistas de la CGT daban información a los estadounidenses, que generalmente los tranquilizaba. … la CGT de ninguna manera se dedicó a la transición socialista y apoyó los limitados propósitos del Consejo Nacional de la Resistencia. Defendió las pequeñas empresas; la batalla por expandir la producción siguió siendo la base de la política comunista y no ocurrían huelgas en las fábricas y puertos “controlados por nuestra gente”. [29]

En el entorno de una situación explosiva en Europa, intensificada por la creciente ola de luchas antiimperialistas que arrasaba todas las viejas colonias, la exigencia de Morrow de que la Cuarta Internacional debía limitar su programa y su agitación a realizar demandas democráticas solo habría servido para que los trotskistas le dieran una mano a la traición estalinista del movimiento revolucionario de la clase obrera e hicieran más fácil la reestabilización del capitalismo.

Los historiadores Daniel Gaido y Velia Luparello en un ensayo del 2014 publicado en la revista Science and Society, intitulado “Estrategia y tácticas en el periodo revolucionario: el trotskismo de Estados Unidos y la revolución europea, 1943-1946”, defienden a toda voz la corriente Morrow-Goldman. Sin embargo, el mismo título del ensayo, que sugiere que una situación revolucionaria existía en Europa, contradice la tesis de Morrow defendida por Gaido y Luparello. Los autores respaldan la demanda de Morrow de que el SWP y la Cuarta Internacional se tenían que librar de “todo rastro de cualquier concepto de la existencia actual de una situación ‘objetivamente revolucionaria’”. [30]

La crónica chueca que ellos nos dan del debate dentro de la Cuarta Internacional apoya la perspectiva antimarxista y desmoralizada de Morrow:

En verdad, arguyó Morrow, la revolución no “se deriva objetivamente del proceso histórico” y la situación europea de ninguna manera se podía comparar a la de fines de la Primera Guerra Mundial. “No se está repitiendo el periodo de 1917-1923”, cauteló Morrow. La situación en 1945 era “mucho más atrasada” porque, faltando puntos de convergencia para las masas revolucionadas, como lo fueron la revolución bolchevique y la Tercera Internacional, el desarrollo de partidos revolucionarios era mucho más lento y, por lo tanto, el proceso sería mucho más prolongado”. [31]

Pero ¿de dónde salieron la Revolución Bolchevique y la Tercera Internacional? A lo largo de 1917, Lenin y Trotsky lucharon incansablemente contra los mencheviques y contra aquellos en el Partido Bolchevique que sostenían que la situación no era revolucionaria, que no había posibilidad de rebasar los límites de un programa democrático burgués. Los bolcheviques lucharon por dar plena expresión al potencial revolucionario anidado en la situación objetiva. Gaido y Luparello nunca llegan a señalar la sofistería paralizante y contradictoria del derrotismo de Morrow: era imposible luchar por una revolución socialista porque la situación objetiva no era revolucionaria. Pero, la situación no era revolucionaria porque no existía ningún “punto de convergencia” para la actividad revolucionaria.

No hay novedades en las tesis de Gaido y Luparello. Repiten la crítica esencialmente socialdemócrata del trotskismo de dos ensayos publicados hace cuarenta años: uno de 1975 redactado por Geoff Hodgson e intitulado “Trotsky y el marxismo fatalista” y el otro de Peter Jenkins de 1977 intitulado “Cómo se extravió el trotskismo: la Segunda Guerra Mundial y la posibilidad de una revolución en Europa”. Hodgson, a la manera de Eduard Bernstein, proclama que era esencialmente falsa la idea de Trotsky que define esta época como una de constantes crisis económicas, la quiebra del Estado nacional burgués, guerras interimperialistas y revoluciones sociales.

Trotsky, dice Hodgson, da a la Cuarta Internacional un énfasis exagerado e irrealista respecto a las crisis. Según Hodgson, Morrow desafía esa perspectiva falsa: “Por esa razón, el SWP expulsó a Morrow”. [32]

En la misma línea que Hodgson, Jenkins alaba a Morrow por haber combatido el “catastrofismo revolucionario” de la Cuarta Internacional y por elaborar una crítica temprana de “la tendencia consistente del movimiento trotskista de subestimar la viabilidad de la democracia burguesa europea y el poder del reformismo en la clase trabajadora”. [33] Jenkins determina que el trotskismo se “perdió” por no transformarse en un movimiento reformista socialdemócrata.

Gaido y Luparello llegan a las mismas conclusiones. Declaran que la derrota de Morrow y Goldman “impidió cualquier análisis serio de las consecuencias de las políticas de la dirección del SWP y del Secretariado Europeo de la Cuarta Internacional; políticas que ayudarían a sumir al trotskismo en la impotencia política por la mayor parte del siglo”. [34] ¿Qué significa para Gaido y Luparello la “impotencia política”? En el contexto de su tesis, solo puede significar que el movimiento trotskista debía haberse puesto el antifaz político y adoptado el programa del reformismo socialdemócrata. Debería haber evitado la “impotencia política” adquiriendo influencias en el entorno del parlamentarismo burgués. El Partido Mundial de la Revolución Socialista fundado por Trotsky debería haberse transformado en partidos nacionales del reformismo socialdemócrata.

En 1940, analizando los argumentos de la minoría, Trotsky escribió: “Shachtman se olvida de una pequeñez: su posición de clase”. [35] Esa misma “pequeñez” tampoco aparece en el ensayo de Gaido y Luparello. Evita totalmente examinar la verdadera naturaleza de clase de la corriente Morrow-Goldman, es decir, su trayectoria sociopolítica objetiva. Nunca discute la interrogante esencial: ¿cuáles intereses de clase representaban Morrow y Goldman? Esta es una lamentable omisión, particularmente viniendo del profesor Gaido, quien durante muchos años ha producido importantes y serias obras académicas sobre la historia del movimiento marxista. En este ensayo, este investigador, quien por lo general es muy consciente de lo que hace, menciona sólo pasajeramente las “Tres Tesis” de Joseph Weber y el IKD, sin llamar atención a su influencia decisiva sobre Felix Morrow. Aún más indefendible es la actitud frívola de Gaido para con la transformación política de Morrow, Goldman, y Van Heijenoort.

Todos los principales representantes de la corriente Morrow-Goldman abandonarían el movimiento trotskista, abandonarían el socialismo y se encarrilarían hacia la derecha. No cabe duda de que esa transformación evolucionó lógicamente de las propuestas que habían planteado en la lucha entre facciones. Todos siguieron, en mayor o menor medida, los pasos de James Burnham. Van Heijenoort desertó la Cuarta Internacional, repudió a la Unión Soviética, apodándola un “Estado esclavista”, puso fin a su participación en la política socialista y se convirtió en un renombrado matemático. Goldman se fue del SWP para unirse brevemente al movimiento de Shachtman; poco después rechazó el marxismo. Morrow, luego de su expulsión del SWP en 1946, abandonó la política socialista, apoyó la Guerra Fría del imperialismo estadounidense y se convirtió en un adinerado editor de literatura mística.

Me reuní con Felix Morrow en noviembre de 1976 como parte de la investigación del Comité Internacional sobre el asesinato de León Trotsky. Tenía setenta y un años y estaba viviendo en un suburbio neoyorquino. Recordando la lucha entre facciones de 1943 a 1946, Morrow admitió que, a pesar de todas sus diferencias políticas, Cannon tuvo razón sobre algo clave. Morrow ya no creía en la posibilidad de la revolución socialista. Morrow relató cómo, en su discurso final ante los miembros del SWP poco antes de ser expulsado, declaró que nunca se separaría del partido. Sin embargo, al dejar el recinto, Morrow sabía que había acabado una etapa de su vida y que jamás participaría nuevamente en la lucha por el socialismo. Se sintió como si nunca hubiera sido un miembro del movimiento trotskista. Cuando le pregunté si se arrepentía de algo. “Sólo de una cosa”, contestó: “debería haber negociado los derechos de autor para mi libro Revolución y Contrarrevolución en España”.

Por último, ya para los años cincuenta, Max Shachtman se había transformado en un consejero de la burocracia anticomunista de la federación sindical estadounidense, AFL-CIO. En 1960, apoyó la invasión, organizada por la CIA, de la Bahía de Cochinos, Cuba. Más adelante apoyaría la invasión estadounidense de Vietnam.

La metamorfosis política de Shachtman, Morrow, Goldman, y Van Heijenoort es parte de un proceso social más profundo. La atmósfera de la Guerra Fría, la reestabilización económica europea después de la guerra mundial y el aplastamiento burocrático del movimiento revolucionario de la clase obrera afectaron la perspectiva política de los intelectuales pequeñoburgueses. El existencialismo reemplazó el marxismo. La obsesión en problemas personales reemplazó el énfasis previo en los procesos sociales. Las interpretaciones psicológicas reemplazaron el análisis científico de los acontecimientos políticos. Los sueños utópicos reemplazaron las concepciones del futuro fundamentadas en las posibilidades de planificación económica. Declinó la atención a la explotación de la clase obrera, y adquirió prominencia el interés en los problemas ecológicos, separados de las cuestiones económicas y del dominio de clase.

La transformación del líder del IKD ilumina el proceso, determinado socialmente, de la “regresión” intelectual. El IKD amputó sus relaciones con la Cuarta Internacional, de la cual Joseph Weber escribía con gran desprecio. En una carta del 11 de octubre de 1946, Weber proclamó: “La Cuarta Internacional ha muerto; es más, nunca existió”. Pensaba que había sido construida sobre cimientos falsos y que sus documentos parecían estar escritos para “analfabetos políticos”. [36] Weber pronto rompió totalmente con la política marxista, repudió la Unión Soviética, considerándola una sociedad capitalista de Estado. Eventualmente se transformó en un profeta de utopías semianarquistas y ecológicas. Uno de sus principales discípulos fue un exmiembro del SWP, Murray Bookchin (1921-2006), quien le dedicó en 1971 su libro Post-Scarcity Anarchism (Anarquismo de la postescasez). Bookchin, luego de su conversión en un enemigo feroz del marxismo, agradeció a su mentor político por haber “elaborado hace más de veinte años el esbozo del proyecto de utopía que es el tema de este libro”. [37] Abdullah Öcalan, líder del Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK, por sus siglas en kurdo), se enteró del libro de Bookchin después de haber sido capturado y encarcelado por el Gobierno turco en 1999. Öcalan descubrió que las ideas de Bookchin eran congruentes con su propio proyecto de “confederalismo democrático”. Cuando murió Bookchin, el PKK lo honra como “uno de los científicos sociales más grandes del siglo veinte”. [38]

La política está regida por la lógica de los intereses de clase. Esa verdad esencial con frecuencia pasa al olvido, particularmente entre académicos. Éstos acostumbran a evaluar facciones políticas en base a criterios subjetivos. Sus opiniones caen bajo la influencia de subterráneos prejuicios políticos, especialmente cuando tienen que sopesar diferencias entre oportunistas y revolucionarios. Al académico pequeñoburgués, las medidas que sugieren los oportunistas con frecuencia le parecen más “realistas” que las propuestas revolucionarias.

Pero, al igual que no existe ninguna filosofía ingenua, tampoco existe ninguna política ingenua. Se anticipen o no, todos los programas políticos conllevan consecuencias objetivas. La Cuarta Internacional y el SWP bien reconocieron en la década de 1940 que el programa suprahistórico del IKD de liberación nacional y democracia universal expresaba intereses de clases ajenos y opuestos al socialismo.

Al final de su ensayo, Gaido y Luparello dicen que “la crisis de la Cuarta Internacional no comienza en 1953 —con la controversia detonada por las tácticas de ‘entrismo profundo’ de Michel Pablo—, como muchos afirman, sino diez años antes como resultado de la inhabilidad de los líderes del SWP de cambiar sus tácticas ante la nueva situación que ocurría en Europa como resultado de la caída de Mussolini en 1943…”. [39] En esencia, argumentan que el movimiento trotskista debió haberse liquidado en la década de 1940. La mal concebida defensa del SWP de un programa revolucionario irrealista resultó en su “impotencia política”, lo que engendraría las futuras crisis de la Cuarta Internacional. Con esa nueva crónica que proponen, Gaido y Luparello defienden a los liquidadores del trotskismo y le echan la culpa por las crisis del movimiento trotskista a los que luchaban por resguardarlo.

James P. Cannon tiene la gran honra de haber defendido la perspectiva revolucionaria mundial del trotskismo contra la tendencia Morrow-Goldman, la cual seguía el camino de Burnham y Shachtman en llamar a postrarse ante la “democracia” controlada por el imperialismo estadounidense. Luego de la lucha contra estos capituladores, la Cuarta Internacional se vio obligada a combatir contra otra forma insidiosamente persistente y no menos peligrosa de revisionismo antitrotskista, ligada al programa y las tácticas de Pablo y Mandel de fines de los años cuarenta y comienzo de los años cincuenta.

Más allá de las diferencias programáticas y de orientación, existe una importante conexión en los conceptos históricos detrás de ambos revisionismos (Burnham y Shachtman, por un lado, Pablo y Mandel, por el otro) que surgieron en la Cuarta Internacional entre 1940 y 1953.

En el entorno social y político mundial de las décadas de 1940 y 1950, el concepto esencial en común del grupo de Shachtman (y sus seguidores del grupo “Tres Tesis” y la tendencia Morrow-Goldman) y el revisionismo pablista que apareció un tiempo después es el rechazo del potencial revolucionario de la clase obrera. Ese rechazo tuvo diferentes formas. Shachtman y Burnham especulaban que la Unión Soviética representaba un nuevo tipo de sociedad “colectivista” controlada por una élite burocrática que se transformaba en, o ya era, una nueva clase dominante. Una variante de la teoría de Shachtman determinaba que la Unión Soviética era un tipo de “capitalismo de Estado”. El grupo “Tres Tesis” concluyó que la revolución socialista era una causa histórica perdida, seguido por la tendencia Morrow-Goldman.

Las revisiones de Pablo y Mandel, las cuales salieron a la luz a fines de los cuarenta, disfrazaban su repudio al trotskismo con fórmulas superficialmente izquierdistas. Desde su punto de vista, sin embargo, la burocracia estalinista era la fuerza fundamental que establecería el socialismo, no la clase obrera. La teoría pablista era una inversión peculiar de la teoría de Shachtman. Mientras los shachtmanistas rechazaban el régimen estalinista por ser el progenitor de un nuevo tipo de sociedad explotadora, “colectivista-burocrática”, la corriente pablista proclamó los regímenes estalinistas creados en Europa Oriental luego de la Segunda Guerra Mundial el vehículo de la transición histórica del capitalismo al socialismo. Todas esas tendencias, a su manera, enraizaron su perspectiva política en el rol no revolucionario de la clase obrera. Para ellas, deja de ser una fuerza decisiva, ni siquiera activa, en el proceso histórico.

Ese pesimismo —esa zozobra— detrás del revisionismo pablista, culminó en la teoría “guerra-revolución”, elaborada poco antes del Tercer Congreso Mundial de 1951. “Para nuestro movimiento”, indicó el documento pablista, “la realidad social objetiva esencialmente la forman el régimen capitalista y el mundo estalinista”. La lucha por el socialismo consistiría en una guerra entre estos dos contrincantes y la ganaría el estalinismo. Sobre los escombros de una guerra termonuclear, los estalinistas establecerían Estados obreros “deformes” —parecidos a los que ya existían en Europa Oriental— que durarían varios siglos. En esta función rocambolesca, no había lugar para un papel independiente de la clase obrera y la Cuarta Internacional. Los cuadros revolucionarios de la Cuarta Internacional recibieron instrucciones de entrar en los partidos estalinistas y transformarse en grupos de presión hacia la izquierda. La propuesta liquidacionista no se limitaba a entrar en los partidos estalinistas. El capítulo quince de este tomo explica:

La adaptación al estalinismo era un elemento central en la nueva visión pablista. Sería un error, sin embargo, considerarla la característica esencial. El pablismo era (y es) liquidacionismo en toda la línea, léase, el repudio de la hegemonía del proletariado y de la existencia auténticamente independiente de la Cuarta Internacional como expresión consciente del papel histórico de la clase obrera. La teoría de “guerra-revolución” sirvió como argumento inicial para elaborar la tesis liquidacionista central: la disolución de todos los partidos trotskistas en cualquiera que fuera la corriente que dominara el movimiento obrero o de las masas populares en los países donde laboraba la Cuarta Internacional.

La escisión de noviembre de 1953 vino a ser uno de los acontecimientos más decisivos en la historia del movimiento socialista. Se arriesgaba la sobrevivencia misma del movimiento trotskista —la expresión consciente y políticamente organizada de toda la herencia de la lucha por el socialismo—. En el momento cúlmine de la historia de la Cuarta Internacional, “La carta abierta” de Cannon replanteó con gran claridad los principios fundamentales del trotskismo, destilados de las lecciones estratégicas de las revoluciones y contrarrevoluciones del siglo veinte.

La liquidación de la Cuarta Internacional hubiera marcado el fin de toda oposición marxista organizada políticamente en contra del imperialismo y de sus agencias políticas en los partidos y las organizaciones estalinistas, socialdemócratas y nacionalistas burgueses. No se trata de una hipótesis especulativa. Es un dato histórico que se puede verificar estudiando las consecuencias desastrosas del pablismo en muchos países, de casi todos los continentes, donde se implementó su política liquidacionista.

En cuanto a lo que pasó en la Unión Soviética, debemos recordar que los líderes pablistas insistieron hasta el fin del régimen estalinista en la teoría de autorreforma de la burocracia. El Comité Internacional había sonado la campana en 1986 de que la llegada al poder de Gorbachov y la implementación de sus reformas, la perestroika, marcaban los últimos preparativos para la restauración del capitalismo en la Unión Soviética. Mientras tanto, los pablistas aplaudieron esas reformas reaccionarias supuestamente por ser un paso crucial hacia el socialismo. Ernest Mandel dijo de Gorbachov en 1988 “es un líder político excepcional”. Declarando que era “absurdo” el pronóstico de que las medidas de Gorbachov acabarían restaurando el capitalismo, Mandel declaró el fin del “estalinismo y la política de Brézhnev”. Añadió que “el pueblo soviético, el proletariado internacional, la humanidad entera pueden respirar tranquilos.” [40]

Tariq Ali, pablista británico y aprendiz de Mandel, mostró aún más entusiasmo por las medidas del Gobierno de Gorbachov. En su libro Revolución desde arriba: ¿A d ó nde va la Unión Soviética?, publicado en 1988, Ali combinó varias de las características del pablismo: un apoyo al estalinismo sin límites, un oportunismo político grotesco, una incapacidad total para entender la realidad política. Ali resume su tesis en el prefacio del libro:

Revolución desde arriba sostiene que Gorbachov representa una tendencia progresista y reformista dentro de la élite soviética. De implementarse exitosamente, el programa sería una gran conquista para socialistas y demócratas a escala mundial. La magnitud de esta operación, de hecho, hace recordar la labor de Abraham Lincoln, presidente estadounidense del siglo XIX”. [41]

Preocupado de que su elevación de Gorbachov a la altura política de Abraham Lincoln no bastaba para expresar su devoción al estalinismo, Tariq Ali, con toda humildad, dedicó su obra a “Boris Yeltsin, un miembro líder del Partido Comunista de la Unión Soviética, cuya valentía política lo ha convertido en un símbolo importante en todo el país”. [42]

El apoyo explícito de los dirigentes pablistas a los dos principales arquitectos de la destrucción de la Unión Soviética, Mijaíl Gorbachov y Boris Yeltsin, indudablemente es una confirmación histórica irrefutable de la naturaleza reaccionaria del pablismo y de la legitimidad de la batalla de décadas librada por el Comité Internacional contra esta perniciosa agencia política pequeñoburguesa del imperialismo

* * *

Desde la publicación de La Herencia que defendemos en 1988, el mundo ha sido testigo de profundos cambios, económicos, tecnológicos y sociales, para no mencionar explosivos acontecimientos políticos. La disolución de la Unión Soviética no introdujo ni una era de paz, ni ese “fin de la historia” prometido en los días de triunfalismo postsoviético. Es una subestimación decir que el mundo se encuentra en crisis; “caos” lo describe mejor. Los últimos veinticinco años han visto una guerra tras otra. Cada vez más regiones del planeta caen en el remolino de los conflictos geopolíticos imperialistas. Estados Unidos, frustrado por no cumplirse su expectativa de dominar el mundo después de 1991 se ve obligado, cada vez con más imprudencia, a acelerar sus operaciones militares. Se desmoronan los cimientos del orden imperialista mundial que emergió en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial. En momentos en que se intensifican los conflictos entre Estados Unidos y Rusia o China, se deterioran rápido las relaciones entre Estados Unidos y sus principales “socios” imperialistas, especialmente Alemania.

En el frente económico, el sistema capitalista se tambalea de crisis en crisis. No se han aliviado los efectos del crac económico del 2008. Su principal consecuencia es la aceleración de las desigualdades sociales, que han alcanzado niveles insostenibles en el marco de las instituciones democráticas. La creciente inestabilidad política de los gobiernos burgueses es un fenómeno mundial que deriva de la impactante concentración de la riqueza en manos de una minúscula élite. Los conflictos de clase se aceleran en todas partes del mundo. La globalización de la producción capitalista y el sector financiero está uniendo a la clase obrera internacional en una lucha en común.

Las condiciones objetivas están impulsando una inmensa expansión de las luchas revolucionarias de clase, pero estas fuerzas objetivas deben ser traducidas en acciones políticamente conscientes. Esto suscita la cuestión más importante: la dirección política de la clase obrera.

A pesar de la inmensa crisis del sistema capitalista global y del alboroto político universal en las cumbres de la burguesía, los esfuerzos de la clase trabajadora para encontrar un derrotero hacia adelante se ven bloqueados por los partidos y las organizaciones que utilizan su influencia para acorralar y desorientarla. Sin embargo, dos décadas de experiencia han dejado su marca en la conciencia de las masas. La bancarrota de los partidos “socialistas” oficiales es reconocida ampliamente. Pero, al orientarse las masas a nuevas organizaciones que prometen soluciones más radicales para los problemas sociales, tales como Syriza en Grecia, el vacío de sus promesas pronto sale a la luz. En unos pocos meses, Syriza, que llegó al poder gracias a una ola de protestas sociales contra la Unión Europea, repudió todas las promesas que había hecho. Si Podemos llegare al poder en España, Corbyn en Reino Unido o Sanders en Estados Unidos, el resultado sería el mismo.

La tarea histórica central de la clase obrera es solucionar su crisis de dirección revolucionaria. Esa inmensa labor solo puede ser asumida por un partido internacional que haya asimilado toda la experiencia histórica de la Cuarta Internacional en todos sus ochenta años. Solo el Comité Internacional de la Cuarta Internacional es capaz de presentar una crónica políticamente coherente y consistente de toda su historia. Su actividad parte de una defensa consciente de la herencia teórica y política de la lucha de León Trotsky por la Revolución Socialista Mundial. Espero que la nueva edición de La h erencia que d efendemos ayude a educar a una nueva generación de jóvenes y trabajadores radicalizados por la crisis objetiva del capitalismo en la historia, el programa, y las tradiciones de la Cuarta Internacional.

David North

Detroit

20 de junio, 2018

Notas bibliográficas:

[1] Un detallado análisis de la degeneración oportunista de la sección británica existe en inglés en How the Workers Revolutionary Party Betrayed Trotskyism 1973 1985, publicado en la revista Fourth International, Vol. 13, no. 1, verano de 1986. Todos los principales documentos de la separación del WRP están disponibles en la edición de otoño de 1986 de Fourth International (Vol. 13, no. 2).

[2] Véase las páginas. 231–32 de The Heritage We Defend.

[3] Los documentos del Workers League aparecen en The ICFI Defends Trotskyism 1982–1986, en Fourth International, Vol. 13, no. 2, otoño de 1986.

[4] Karl Marx and Frederick Engels, Collected Works, Vol. 26 (Moscú: Progress Publishers, 1990), p. 389; (nuestra traducción al castellano)

[5] León Trotsky, “A letter to James P. Cannon,” 12 de septiembre de 1939, In Defense of Marxism (Londres: New Park Publications, 1971), p. 1. (nuestra traducción al castellano)

[6] Ibid., pp. 1–2.

[7] “The USSR in War,” In Defense of Marxism, p. 15. (nuestra traducción al castellano)

[8] James Burnham y Max Shachtman, “Intellectuals in Retreat,” The New International, Vol. 5, no. 1, enero de 1939. (nuestra traducción al castellano) haz clic en: www.marxists.org/history/etol/writers/burnham/1939/intellectuals/index.htm

[9] Trotsky, In Defense of Marxism, pp. 257–58. (nuestra traducción al castellano)

[10] Ibid., p. 261.

[11] Me refiero a la siguiente oración “No todo pequeñoburgués exasperado podía haberse convertido en Hitler, pero en cada pequeñoburgués exasperado hay una particular de Hitler”. [León Trotsky, “What is National Socialism?,” The Struggle Against Fascism in Germany (Nueva York: Pathfinder Press, 1971), p. 523. (nuestra traducción al castellano)

[12] “The National Question in Europe: Three Theses on the European Situation and the Political Tasks,” fechado 19 de octubre de 1941 y publicado en la edición de diciembre de 1942 de Fourth International, pp. 370–372. (nuestra traducción al castellano) haz clic en: www.marxists.org/history/etol/newspape/fi/vol03/no12/3theses.htm.

[13] Ibid.

[14] “Capitalist Barbarism or Socialism,” The New International (Vol. 10, no. 10), octubre de 1944 (énfasis en el texto original). (nuestra traducción al castellano) haz clic en: www.marxists.org/history/etol/newspape/ni/vol10/no10/ikd.htm

[15] Ibid.

[16] Ibid., (énfasis en el texto original).

[17] Ibid., (énfasis en el texto original).

[18] Ibid., (énfasis en el texto original).

[19] Ibid., (énfasis en el texto original).

[20] León Trotsky, The Permanent Revolution (Londres: New Park Publications, 1962), p. 152, (énfasis en el texto original). (nuestra traducción al castellano)

[21] Marcel Van Der Linden, “The Prehistory of Post-Society Anarchism: Josef Weber and the Movement for a Democracy of Content (1947–1964),” Anarchist Studies, 9 (2001), p. 131. (nuestra traducción al castellano)

[22] Felix Morrow, “The Class Meaning of the Soviet Victories,” Fourth International, Vol. 4, no. 3, March 1943, (nuestra traducción al castellano) haz clic en: www.marxists.org/archive/morrow-felix/1943/03/soviet.htm" www.marxists.org/archive/morrow-felix/1943/03/soviet.htm

[23] SWP Internal Bulletin, Vol. 8, no. 8, julio de 1946, p. 28. (nuestra traducción al castellano)

[24] Citado en: Benn Steil, The Marshall Plan: Dawn of the Cold War (Nueva York: Simon & Schuster), p. 26. (nuestra traducción al castellano)

[25] Ibid., pp. 18–19.

[26] Ibid., pp. 19–20.

[27] Elena Agarossi y Victor Zaslavsky, Stalin and Togliatti: Italy and the Origins of the Cold War (Washington, D.C.: Woodrow Wilson Center Press, 2011), p. 95. (nuestra traducción al castellano)

[28] Paul Ginsborg, A History of Contemporary Italy: 1943 80 (Penguin Books Ltd. Kindle Edition), p.43. (nuestra traducción al castellano)

[29] Irwin M. Wall, The United States and the Making of Postwar France, 1945– 47 (Cambridge, Cambridge University Press, 1991), p. 97. (nuestra traducción al castellano)

[30] Daniel Gaido y Velia Luparello, “Strategy and Tactics in a Revolutionary Period: U.S. Trotskyism and the European Revolution, 1943–1946,” Science & Society, Vol. 78, no. 4, octubre de 2014, p. 504. (nuestra traducción al castellano)

[31] Ibid., p. 503.

[32] Geoff Hodgson, Trotsky and Fatalistic Marxism, (Nottingham: Spokesman Books, 1975), p. 38. (nuestra traducción al castellano)

[33] Peter Jenkins, Where Trotskyism got lost: The restoration of European democracy after the Second World War, (Nottingham: Spokesman Books, 1977). (nuestra traducción al castellano) haz clic en: www.marxists.org/history/etol/document/fi/1938-1949/ww/essay01.htm

[34] Gaido y Luparello, p. 508. (nuestra traducción al castellano)

[35] Trotsky, In Defense of Marxism, p. 131. (nuestra traducción al castellano)

[36] Joseph Weber, Dinge der Zeit, Kritische Beiträge zu Kultur und Politik (Hamburgo: Argument, 1995), p. 21, (traducción al inglés por David North y nuestra traducción al castellano)

[37] Murray Bookchin, Post-Scarcity Anarchism, (Montreal: Black Rose Books, 1986), p. 32. (nuestra traducción al castellano)

[38] Joris Leverink, “ Murra y Bookchin and the Kurdish Resistance ,” Revista ROAR; 9 de agosto, 2015, (nuestra traducción al castellano) haz clic en: https://roarmag.org/essays/bookchin-kurdish-struggle-ocalan-rojava/

[39] Gaido y Luparello, p. 508. (nuestra traducción al castellano)

[40] Ernest Mandel, Beyond Perestroika (Londres: Verso Books, 1989), p. xvi. (nuestra traducción al castellano)

[41] Tariq Ali, Revolution From Above: Where is the Soviet Union Going? (Surry Hills, Australia: Hutchinson, 1988). p. xiii. (nuestra traducción al castellano)

[42] Ibid.

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