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Perspectiva

La guerra política en Washington se torna en una crisis de gobierno capitalista

Un mes después de las elecciones de mitad de término en EUA, el conflicto dentro del aparato estatal está entrando en una nueva etapa. Los llamados abiertos en la élite política a un juicio político y posiblemente un proceso penal contra Trump son cada vez más frecuentes, incluyendo de parte de líderes demócratas del Congreso entrante.

El viernes, fiscales federales presentaron documentos legales en el caso del antiguo abogado personal de Trump, Michael Cohen, acusando directamente al mandatario de solicitar, en vísperas de las elecciones de 2016, que su abogado pagara sobornos a cambio de silencio a dos mujeres que afirmaban haber tenido relaciones sexuales extramaritales con Trump. Los fiscales identificaron esto como una violación de las leyes de financiamiento de campaña, un delito. Como lo puso el New York Times, es equivalente a nombrar a Trump “coconspirador no acusado” de un crimen federal.

El lunes por la noche, el Washington Post publicó una carta abierta extraordinaria al Senado firmada por 44 exsenadores—33 demócratas, 10 republicanos y un independiente—bajo el titular “El Senado ha defendido la democracia por mucho tiempo y lo debe hacer nuevamente”.

Mientras que la carta no es nada específica, menciona sin ambages que una crisis atenta contra el sistema político en su conjunto. “Estamos entrando en un periodo peligroso”, advierten los autores, marcado por “desafíos serios al Estado de derecho, la Constitución, nuestras instituciones de gobierno y nuestra seguridad nacional”.

Citando la publicación inminente del reporte de Mueller y la próxima mayoría demócrata en la Cámara de Representantes, señala: “La probable convergencia de estos dos eventos ocurrirá en un momento en que conflictos regionales latentes y confrontaciones globales entre potencias continúan amenazando nuestra seguridad, nuestra economía y la estabilidad geopolítica”.

Continúa: “En otros momentos críticos en nuestra historia, cuando crisis constitucionales han amenazado nuestras fundaciones, ha sido el Senado el que defendió nuestra democracia. Hoy día esto vuelve a suceder”.

Entre los firmantes, hay varios defensores empedernidos desde hace mucho del aparato estatal y del ejército, incluyendo dos exjefes del Pentágono, William Cohen y Chuck Hagel, ambos republicanos que sirvieron en los gabinetes de presidentes demócratas, Clinton y Obama, respectivamente. La lista también incluye a los demócratas Bill Bradley, Tom Daschie, Crhis Dodd, Gary Hart, John Kerry (secretario de Estado bajo Obama), Joe Lieberman y Jay Rockefeller, y los republicanos Alan Simpson, Al D’Amato y John Warner (exsecretario de la Armada).

La carta deja en claro que secciones cada vez mayores de la élite política en ambos partidos están preocupadas de que las acciones del Gobierno de Trump, comenzando por el mismo presidente, amenacen con socavar los cimientos ideológicos de las operaciones imperialistas estadounidenses en todo el mundo y el gobierno capitalista en Estados Unidos.

El apoyo de Trump a los asesinatos como el de Jamal Khashoggi por parte del régimen saudita, su defensa de fascistas como los neonazis que marcharon el año pasado en Charlottesville y sus ataques racistas y fascistizantes contra los inmigrantes están destruyendo las bases ideológicas de la política exterior imperialista estadounidense: la pretensión de que EUA es un bastión de los derechos humanos y la democracia.

Hay muchas cuestiones diversas detrás del conflicto dentro del Estado. Esto incluye divisiones sobre la política exterior imperialista estadounidense, particularmente en cuanto a Rusia, pero también incluye las relaciones con los aliados tradiciones de Washington y las tácticas de confrontación con China. Además, se acrecientan las preocupaciones sobre la crisis económica y la turbulencia en los mercados financieros.

Sin embargo, a medida que la burguesía se prepara para la guerra contra rivales con armas nucleares como Rusia y China y se enfrenta al estallido del malestar social dentro del país, hay cuestiones de más largo plazo y fundamentales. Las agencias de inteligencia, representadas por el Partido Demócrata e importantes secciones de la prensa corporativa, han estado librando una campaña cada vez más intensa de censura en línea durante los últimos dos años para apuntalar las defensas internas del capitalismo estadounidense.

El aparato de seguridad nacional y sus agentes políticos ven el estallido de las protestas de clase trabajadora contra la desigualdad y la pobreza en Francia y ven un futuro más cercano que lejano en Estados Unidos.

Bajo estas condiciones, cae la confianza de la clase gobernante en la habilidad de Trump para manejar tal crisis. Ven en Trump alguien que opera a nivel global con base en el matonismo y las amenazas. Dentro de EUA, es visto como un mandatario ilegítimo por vastas secciones de la población.

Después de todo, la clase gobernante instaló a Obama para reemplazar al desacreditado y odiado Bush y le entregó el Premio Nobel de la Paz para darle al imperialismo estadounidense una nueva fachada, cubriendo la pestilencia de las mentiras y las atrocidades de Bush en Irak.

Y, mientras la acusación central en la investigación del fiscal especial, Robert Mueller, de “injerencia” rusa” es una invención promovida por los demócratas y las agencias de inteligencia para prevenir que Trump retroceda de la línea agresiva de Obama contra Rusia, las investigaciones han expuesto en cierta medida la criminalidad y la corrupción de Trump y sus negocios.

Trump no es la fuente de la crisis; es un síntoma. No es una anomalía, sino la personificación de la oligarquía financiera en el poder, la cual está sumida en la criminalidad y es orgánicamente hostil a los derechos democráticos. El presidente es el producto de la desintegración de la democracia estadounidense, no su causa.

Un mes después de las elecciones de mitad de término, ya es claro que nada mejorará las condiciones de la clase obrera y los jóvenes bajo una Cámara de Representantes demócratas. En cambio, los demócratas están intensificando su campaña de censura en línea, bajo el pretexto de combatir la “injerencia” rusa y las “noticias falsas”. No ofrecen política alguna para revertir las décadas de contrarrevolución social.

La reunión del martes en la Casa Blanca entre Trump y los líderes demócratas en el Congreso, Nancy Pelosi y Charles Schumer, ha sido presentada por la prensa como una gran batalla real, pero fue en realidad una muestra patética de cobardía y complicidad del Partido Demócrata. Ninguno de los dos dijo nada sobre la arremetida de Trump contra los inmigrantes o sus diatribas fascistizantes. En cambio, pronunciaron su apoyo a la “seguridad fronteriza” y prometieron alcanzar un acuerdo con el Gobierno.

No hay nada democrático ni progresista con ninguno de los bandos. Incluso si Trump fuera depuesto por medio de las intrigas dentro del Estado, no sería una victoria para la clase trabajadora o la democracia. En primera instancia, sería reemplazado por Pence, quien permanece en la reserva como un representante un tanto menos vulgar de la clase gobernante, pero igual de reaccionario.

Fuera de y en oposición a la riña dentro de la clase gobernante, se desarrolla otro proceso. El estallido social que ha estremecido Francia en las últimas semanas ha adquirido un apoyo popular amplio por toda Europa, Oriente Próximo y el mundo. En Estados Unidos, la oposición entre los trabajadores automotores a los cierres de plantas está creciendo, mientras los maestros en California organizan nuevos paros y manifestaciones.

Los trabajadores no pueden darle su apoyo a ninguna facción o partido. Los cimientos de la batalla para derrocar a Trump y revertir las políticas de guerra, represión y desigualdad que representa yacen en las luchas en marcha de la clase trabajadora en Estados Unidos e internacionalmente.

Este movimiento debe ser avanzado conscientemente con base en una lucha contra la fuente de todos estos males —el sistema capitalista en sí—. Para desarrollar esta lucha, los trabajadores deben construir organizaciones democráticas de lucha independientes de los sindicatos y los dos partidos de las grandes empresas: comités de base en las fábricas, centros de trabajo y barrios para expandir y vincular sus luchas nacional e internacionalmente. Una nueva dirección en la clase trabajadora, el Partido Socialista por la Igualdad debe ser construido para armar este movimiento con un programa socialista, internacionalista y revolucionario.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 12 de diciembre de 2018)

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