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Perspectiva

La crisis global del dominio capitalista y la estrategia de la revolución socialista

En el documento fundacional de la Cuarta Internacional, La agonía del capitalismo y las tareas de la Cuarta Internacional, escrito y adoptado en 1938, León Trotsky resumió cómo se reflejaba el carácter de la época en la crisis política de la clase gobernante en todos los principales países capitalistas:

La burguesía no ve ninguna salida. En los países en los que ya se ha visto obligada a apostarlo todo en la carta del fascismo, se desliza como por un tobogán y con los ojos vendados hacia una catástrofe económica y militar. En los países históricamente privilegiados, es decir, aquellos en los que la burguesía todavía puede permitirse el lujo de la democracia a expensas de las acumulaciones nacionales (Reino Unido, Francia, Estados Unidos, etc.), todos los partidos capitalistas tradicionales se encuentran tan perplejos como para rozar con una parálisis de voluntad.

Sin muchos cambios, esta cita describe bien la situación mundial en este fin de año 2018.

En Reino Unido, la primera ministra Theresa May es esencialmente un cadáver político. La semana pasada, apenas sobrevivió un voto de censura dentro del Partido Conservador que lidera. La clase gobernante británica permanece sumida en divisiones internas sobre la salida de la Unión Europea o brexit, dos años y medio después del referéndum que respaldó tal decisión. May espera algún arreglo en la UE que aplaque a sus oponentes dentro de su partido, mientras que el Partido Laborista encabezado por Jeremy Corbyn procura evitar cualquier medida que desestabilice aún más al Gobierno e incite oposición popular.

En Francia, el presidente banquero, Emmanuel Macron, es quizás el individuo más odiado en todo el país. Su tasa de aprobación se aproxima a 20 por ciento y sufrió una caída de 27 puntos porcentuales durante el último año. Existe un enorme apoyo popular a las demandas de los manifestantes de los “chalecos amarillos”, a los cuales Macron respondió nuevamente el fin de semana pasado con el despliegue de decenas de miles de policías antidisturbios y arrestos masivos en las calles de las ciudades principales.

En Alemania, la canciller Angela Merkel renunció como líder de la Unión Demócrata Cristiana (CDU, siglas en alemán) después de encabezarla por 18 años, a pesar de que pretende permanecer como canciller hasta 2021. Bajo el Gobierno de la Gran Coalición entre la CDU, la Unión Social Cristiana (CSU) y el Partido Socialdemócrata (SPD), la burguesía alemana ha promovido a la extrema derecha, convirtiendo a la fascistizante Alternativa para Alemania (AfD) en el partido de la oposición oficial y en una fuerza política dominante en el país. Bajo la dirección de Merkel, Alemania se ha convertido el país más desigual de Europa, mientras que la élite gobernante revive una agenda agresiva de conflictos entre grandes potencias.

En Australia, el Gobierno de la coalición Liberal-Nacional pende de un hilo. Se desató una guerra civil después del golpe político en agosto que tumbó al primer ministro Malcolm Turnbull e instaló a Scott Morrison, el séptimo primer ministro en tan solo una década.

Luego está Sri Lanka, que ha experimentado giros políticos extraordinarios durante las últimas siete semanas. Esto involucró el despido ilegal del primer ministro Ranil Wickremesinghe por parte del presidente Maithripala Sirisena, el nombramiento del expresidente Mahinda Rajapakse para reemplazarlo, la disolución del Parlamento, un fallo de la Corte Suprema declarando la disolución inconstitucional y, el domingo, la reinstalación de Wickremesinghe por parte de Sirisena. Antes de que alguien concluya que esta reversión marca el fin de la crisis política, Sirisena denunció al primer ministro que acababa de juramentar como corrupto y una amenaza a la nación.

No obstante, la crisis política más intensa se desenvuelve en Estados Unidos, el centro del imperialismo mundial. El Gobierno de Trump se ve cada vez más arrinconado, teniendo dificultades toda la última semana para nombrar a un nuevo jefe de personal para reemplazar al general John Kelly, quien fue despedido. Trump se enfrenta a una serie de investigaciones penales y civiles sobre sus empresas privadas, su organización caritativa y su comité de inauguración. El antiguo abogado personal del presidente, Michael Cohen, fue sentenciado a tres años en prisión la semana pasada, mientras que la compañía matriz de la revista National Enquirer y su director ejecutivo han apoyado las acusaciones de Cohen de que Trump es personalmente cómplice de violaciones de las leyes de financiamiento de campaña durante los comicios de 2016.

El Partido Demócrata, mientras que ha intensificado sus maniobras de golpe palaciego contra Trump, teme profundamente hacer algo que atice la ira popular. Los grupos de poder dominantes contemplan con aprensión las tareas que le esperan, incluyendo los conflictos entre grandes potencias y el creciente malestar social en el país, y no consideran que el Gobierno de Trump esté a la altura del desafío. “Cada uno de nosotros que cruza cautelosamente las ruinas de normas que él ha dejado atrás”, lamentó en el New York Times del domingo el columnista Frank Bruni, “está preocupado sobre sus ataques contra la verdad, se sujeta para lo que venga y sabe que podría tener consecuencias mucho más grandes y duraderas para nosotros que para Trump”.

Sin embargo, cualquier desestabilización del Gobierno de Trump o crisis constitucional podría dar paso a lo que temen más: la intervención de la clase trabajadora. A esto se deben, por un lado, la indecisión de los demócratas en sus amenazas de un juicio político y demandas de una política más agresiva contra Rusia, y, por otro lado, sus súplicas a Trump para que colabore con ellos en implementar su agenda regresiva y militarista.

La universalidad de las crisis políticas —muchos otros países podrían añadirse a esta lista— acarrea consigo un significado objetivo inmenso. Más allá de las peculiaridades nacionales, la misma crisis del sistema capitalista global produce la desestabilización de las instituciones políticas en cada país.

Diez años desde el colapso financiero de 2008, son cada vez más señales de otra crisis económica. La economía china está ralentizándose poco a poco. Europa está estancada y EUA se enfrenta a la posibilidad de una recesión el año que viene. La burguesía está recurriendo a políticas de nacionalismo económico y guerra comercial, particularmente la clase gobernante estadounidense. Además de no proveer una solución al callejón sin salida económico, tales medidas alimentan los conflictos geopolíticos que amenazan con desencadenar una guerra mundial.

Sin embargo, los acontecimientos más importantes son el crecimiento de la desigualdad social, el descontento masivo y, cada vez más, la expansión abierta de la lucha de clases. La clase gobernante está rebuscando la forma de detener la inevitable marea de eventos —sea a través de la censura del Internet, la cual se dirige cada vez más explícitamente en contra de la oposición social, o por medio de la represión y la violencia, incluyendo la promoción de movimientos fascistizantes y ultranacionalistas—. Además, el frenesí hacia rearmarse y preparar guerras más amplias está siendo impulsado en gran medida por el deseo de desviar las tensiones sociales internas hacia afuera.

Este año, el cual ha sido testigo de luchas importantes de la clase obrera por todo el mundo, está llegando a su cierre con las protestas de los chalecos amarillos en Francia, una huelga de cientos de miles de trabajadores en las plantaciones de té en Sri Lanka, una manifestación de masas de decenas de miles de docentes en Los Ángeles, California, entre otras expresiones sociales de ira.

Las luchas de los trabajadores se están desarrollando en oposición a los partidos políticos existentes y los sindicatos. Esto fue lo que sucedió en el caso de Francia, donde las protestas de los chalecos amarillos se organizaron por medio de las redes sociales y fuera del control de los sindicatos. En Sri Lanka, los trabajadores recibieron la orden de regresar al trabajo del sindicato Congreso de los Trabajadores de Ceilán, la semana pasada con protestas y la continuación de la huelga hasta que fue suprimida finalmente el viernes.

Para la clase obrera, la cuestión crítica es el desarrollo de sus propias organizaciones de lucha y su dirección política. No puede permitir que la encadenen detrás de ninguna facción de la clase gobernante. Debe tomar el poder en sus propias manos.

El fin de semana pasado vio importantes avances, con el establecimiento de un comité organizador de comités de base de automotores y otras secciones de la clase obrera en Estados Unidos, y el establecimiento de un comité de acción para coordinar y organizar las luchas de los trabajadores agrícolas en Sri Lanka. En ambos casos, la aparición de organizaciones independientes de la lucha de clases se desarrolló bajo la dirección del Comité Internacional de la Cuarta Internacional y sus secciones nacionales, los Partidos Socialistas por la Igualdad.

En la fundación de la Cuarta Internacional, a partir de las condiciones y las experiencias políticas del periodo previo, Trotsky concluyó que “la crisis histórica de la raza humana se reduce a la crisis de dirección revolucionaria”. Lo mismo acontece hoy día. En respuesta a la crisis global de gobierno capitalista, la clase obrera debe avanzar su propia estrategia de revolución socialista mundial. La dirección de este movimiento mundial es el Comité Internacional de la Cuarta Internacional.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 17 de diciembre de 2018)

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