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Perspectiva

La operación policial-estatal del FBI contra Trump

Un artículo publicado el sábado en la primera plana del New York Times reveló que el FBI inició secretamente una investigación de contrainteligencia sobre el presidente Donald Trump después de que despidió al director del FBI, James Comey, dejando entrever una masiva conspiración policial-estatal de las agencias de inteligencia de Estados Unidos.

El Times publicó el artículo a fin de revivir la campaña antirrusa contra Trump, promoviendo la acusación infundada y sumamente dudosa de que Trump es un agente ruso. Los hechos presentados por el reporte del Times en realidad incriminan mucho más al FBI que a Trump.

Más allá de las intenciones del diario, el esbozo que ofrece del FBI es alarmante. El Times retrata una agencia de inteligencia profundamente politizada, cuyos oficiales monitorean detenidamente las actividades los dos principales partidos capitalistas en busca de cualquier desvío del consenso de seguridad nacional en Washington.

El Times afirma que Trump “llamó la atención de los agentes de contrainteligencia del FBI cuando llamó a Rusia en una rueda de prensa en julio de 2016 a filtrar los correos electrónicos de su oponente, Hillary Clinton”. Dado que este fue un comentario sarcástico dirigido al uso de un servidor de correo privado por parte de Clinton cuando era secretaria de Estado en medio de una rueda de prensa, es inconcebible que la ocurrencia de Trump sea interpretada como evidencia de una conspiración.

El Times luego describe el monitoreo por parte del FBI de la plataforma adoptada por la Convención Nacional Republicana, reportando que la agencia de espionaje “se alarmó cuando el Partido Republicano suavizó su postura hacia la crisis ucraniana de forma que parecía beneficiar a Rusia”. Es decir, la principal agencia policial del país estaba preocupada de que las posiciones adoptadas contrariaban ciertos puntos básicos compartidos por los círculos dominantes de la política exterior estadounidense.

¿Según cuál autoridad constitucional puede el FBI abrir una investigación secreta sobre una traición y conspiración con base en las posturas políticas adoptadas por uno u otro de los principales partidos capitalistas? Tal operación es propia de un Estado policial y evoca los métodos del NKVD estalinista.

La agencia también investigó a cuatro de los asesores de campaña de Trump sobre posibles lazos con Rusia e incluso utilizó el notorio dosier de Steele, un compendio de chismes anti-Trump de fuentes rusas realizado por un exagente de inteligencia británico pagado por el Partido Demócrata.

Según el Times, después de que Trump despidiera a Comey, “los oficiales policiales se preocuparon tanto por el comportamiento del presidente que comenzaron a investigar si estaba trabajando en nombre de Rusia contra los intereses estadounidenses… Los investigadores de contrainteligencia tuvieron que considerar si las acciones propias del presidente constituyeron o no una posible amenaza a la seguridad nacional. Los agentes también buscaron determinar si el Sr. Trump estaba trabajando conscientemente para Rusia o si estaba actuando inconscientemente bajo la influencia de Moscú”.

Las operaciones del FBI, las cuales han sido promovidas, asistidas e instigadas por el Times, rememoran las diatribas paranoicas de la John Birch Society, el grupo ultraderechista formado en los cincuenta por Robert Welth, quien infamemente alegó que el presidente Dwight D. Eisenhower, el excomandante de las Fuerzas Aliadas en Europa durante la Segunda Guerra Mundial, era “un agente dedicado y consciente de la conspiración comunista”.

Las mismas acusaciones de un grupo extremista al margen de la política estadounidense están siendo acogidas por el aparato militar y de inteligencia, publicadas en la primera plana del diario más influyente de EUA y destacadas prominentemente por los noticieros televisivos.

Pero estas acusaciones no tienen credibilidad alguna. ¿Porqué creería alguien que Trump, a sus 70 años de edad, después de décadas de ser un magnate de bienes raíces, un estafador y una celebridad mediática, con una fortuna de varios miles de millones de dólares, de repente decidió unir su suerte a la de Vladimir Putin? Incluso el reporte del Times concede, en una sola oración enterrada en sus 2.000 palabras, “No ha emergido evidencia públicamente que el Sr. Trump estuvo secretamente en contacto o aceptó órdenes de oficiales gubernamentales rusos”.

Mientras que no existe evidencia de una conspiración entre Trump y Moscú, el reporte del Times es en sí una conspiración que involucra a las agencias de inteligencia y a la prensa corporativa que busca anular la elección presidencial del 2016 —aunque ocurriera dentro del marco antidemocrático del Colegio Electoral, fue ganada por Trump— e instalar un Gobierno que se diferenciaría del actual principalmente en un mayor compromiso al enfrentamiento militar contra Rusia en Siria, Ucrania y otras partes.

Una investigación secreta sobre seguridad realizada por una poderosa agencia policial y dirigida contra un presidente o primer ministro electos solo puede ser calificada como el preludio de un golpe de Estado por parte del ejército o los servicios de inteligencia.

Históricamente, el FBI ha sido el centro de tales peligros en Estados Unidos. Su director fundador, J. Edgar Hoover, era famoso por su poder irrestricto, particularmente durante el periodo de la caza de brujas anticomunista encabezada por McCarthy. Hoover acumuló dosieres sobre virtualmente cada político demócrata y republicano y autorizó un espionaje amplio de grupos de derechos civiles y antiguerra.

Al presidente John F. Kennedy esto lo inquietó tanto que instaló a su hermano Robert como fiscal general —nominalmente el superior de Hoover— para que vigilara su buró. Esto no salvó a Kennedy de un asesinato en 1963, un evento que ha sido vinculado de formas aún no hechas públicas a círculos ultraderechistas, incluyendo a exiliados cubanos enojados por el desastre de la Bahía de Cochinos, segregacionistas sureños y secciones del aparato militar y de inteligencia frustrados por la firma de una prohibición de pruebas nucleares con Moscú.

El reporte del New York Times, junto a un artículo acompañante publicado el domingo en el Washington Post acusando a Trump de no divulgar detalles clave de sus conversaciones privadas con Putin, solo sirven para legitimar el comportamiento antidemocrático e inconstitucional del aparato militar y de inteligencia.

Estos reportes arrojan luz sobre la impresionante complacencia de la prensa en torno a las amenazas de Trump de declarar una emergencia nacional bajo el pretexto de la riña con los congresistas demócratas sobre el financiamiento de un muro fronterizo, lo que ha llevado a un cierre parcial de tres semanas del Gobierno federal.

Si uno creyera la principal acusación de los reportes de ambos periódicos, su conformidad ante el peligro de que Trump se arrogue poderes de emergencia es inexplicable. Después de todo, si Trump fuera un agente de Putin, la declaración de un estado de excepción que le daría una autoridad casi absoluta al mandatario, colocaría a Estados Unidos bajo el control de Moscú.

La explicación es que el Times y el Post defienden la discusión de un estado de excepción a fin de preparar las fuerzas del Estado para conflictos futuros con la clase obrera. Su único desacuerdo con Trump se trata de cuál facción de la élite gobernante debería estar a cargo de esta represión, la de Trump o sus opositores en el Partido Demócrata.

Se puede concluir algo con certeza: si Trump declarare una emergencia nacional o si sus oponentes de la burguesía, como lo sugiere el editorial del Post, declararen tal emergencia por la presunta “injerencia” rusa con el fin de deponerlo, constituiría un rompimiento irrevocable con la democracia.

Es imposible determinar cuál bando de este sórdido conflicto es más reaccionario. La clase obrera se enfrenta con dos alternativas: la resolución de la crisis política en marcha cuando una facción de la élite gobernante arremeta contra la otra empleando métodos de un golpe palaciego o una dictadura, cuyo blanco esencial es la clase trabajadora, o la movilización masiva de los trabajadores contra toda la élite política y el sistema capitalista que defiende.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 14 de enero de 2019)

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