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El crítico general Wesley Morris sobre los premios de la Academia

¿Por qué el New York Times sigue impulsando un racialismo pernicioso?

Wesley Morris, crítico general para el New York Times, publicó un artículo el 23 de enero titulado “¿Por qué a los Óscar le siguen gustando las fantasías de reconciliación racial?”

El artículo no argumenta precisamente que la “reconciliación” entre negros y blancos es en sí misma una “fantasía”, pero esa es indudablemente la insinuación de Morris. Él sugiere que simplemente hay demasiada “mala sangre” heredada del pasado de Estados Unidos para que los negros y los blancos se puedan llevar bien alguna vez.

Morris, que empezó a escribir para el Times en 2015 después de un período con el Boston Globe, pertenece al grupo de comentaristas de cine y arte en el periódico, incluidos A. O. Scott, Manohla Dargis y otros, que ve el mundo casi por completo a través del prisma de la raza, el género, o ambos. Su trabajo, cualesquiera que sean sus intenciones conscientes, constituye un encubrimiento implacable de la desigualdad económica en Estados Unidos, así como un argumento a favor de los negros ya ricos y otras capas minoritarias para elevarse a sí mismos aún más.

Wesley Morris, 2013 (Crédito-Montclair Film Festival)

Estos periodistas, como es de esperar a la luz de su ingreso considerable y su posición social privilegiada, no tienen interés en examinar la gran división económica y de clase en EE. UU. En el clima cultural degradado de la actualidad, su tipo de material egoísta y autocomplaciente es considerado como comentario social legítimo. En estos círculos, nadie parpadea ante la lógica reaccionaria de las políticas de “raza y sangre”.

Gran parte del artículo de Morris en enero se dedica a criticar un número de filmes que lo ofenden, como Conduciendo a Miss Daisy (Bruce Beresford, 1989), que ganó cuatro premios de la Academia en 1990 (incluidos mejor película y mejor actriz), y, en tiempos más recientes, Amigos por siempre (Neil Burger) y Green Book: una amistad sin fronteras (Peter Farrelly), que fue seleccionada en cinco categorías de los premios de la Academia la semana pasada. Los tres filmes abordan las relaciones entre un protagonista negro y otro blanco—los dos primeros, entre un empleador blanco y un empleado negro. En Green Book, un músico afroestadounidense contrata a un ítaloestadounidense como chofer para que lo lleve a través del sur de Jim Crow a principios de la década de 1960.

Morris compara esas películas, en particular, con la obra del director afroestadounidense Spike Lee, incluidas Haz lo correcto (1989), que perdió en los premios de la Academia de 1990 en dos categorías, y El infiltrado del KKKlan, candidata este año a mejor película y a otros cinco premios. Morris define los esfuerzos artísticos de Lee como una “ducha fría” de realismo sobre las relaciones de raza en EE.UU.

Morris adorna su crítica con ciertas frases “de izquierda”. Se queja, por ejemplo, de que Amigos por siempre y Green Book “simbolizan un estilo de narración estadounidense en el que las ruedas de la amistad interracial están engrasadas por el empleo, en donde la exposición prolongada a la mitad negra del dúo realza la humanidad de su contraparte blanca, frecuentemente racista”. Al agregar a Conduciendo a Miss Daisy en la mezcla, él afirma que “el vínculo” en los tres filmes “es condicionalmente transaccional, solo posible si está mediado por el dinero”.

Hablando del dinero involucrado en las diversas relaciones cinematográficas, Morris escribe que esto “parece tapar todo lo que es potencialmente tenso sobre la raza”. Él continúa: “La relación es reclutada enteramente como servicio y ligada por el capitalismo, y el salto fantásticamente presuntivo es, No me importa el dinero porque me gusta trabajar para ti. Y si tú eres el racista en la relación: No puedo ser horrible porque ahora somos amigos. Por eso, el abrazo que Sandra Bullock le da a Yomi Perry, la actriz que interpreta a su sirvienta, María, en el final de Crash, sigue siendo el gesto más perturbador de su tipo. No es amistad. La amistad es mutua. Ese abrazo es canibalismo”.

Esto es simplemente lanzar polvo a los ojos de los lectores, con la intención de persuadir a los susceptibles (y hay muchos entre los lectores del New York Times ) de que existe un costado opositor o “progresista” en el racialismo de Morris.

En su artículo, Morris busca sacar partido, por así decirlo, del liberalismo titubeante e inadecuado de Hollywood y de sus contradicciones ideológicas bastante grandes para sus propios fines. El fenómeno que él identifica habla de las limitaciones de “benefactor” de muchas representaciones de la industria cinematográfica, no solo sobre la raza sino sobre otros problemas sociales. El director, escritor o productor liberal y común y corriente ve estos asuntos “desde lo alto”, se considera a sí mismo/a como tolerante y de mente abierta, y a menudo organiza el material dramático para que un personaje “retrógrado” pase por circunstancias que le permitan a él o ella ser más “iluminado”.

Se pueden realizar esos filmes torpemente o de manera más artística, y ellos tienden a ignorar el hecho de que los grandes avances sociales en el pensamiento son el producto de las experiencias de masas, en que las personas se transforman a sí mismas, a veces de la noche a la mañana, en el proceso de cambio de sus condiciones sociales. Sin embargo, sigue siendo un hecho que los individuos también se ven alterados por sus interacciones con otros individuos, que pueden tener un efecto de mejora (el recurso cada vez más usado del motivo empleador-empleado es más un signo de la creciente riqueza de los escalones superiores de Hollywood que cualquier otra cosa. Es la relación a la que estas personas están acostumbradas en estos días).

Y tampoco hay duda, francamente, de que las personas pertenecientes a comunidades que han sufrido mucho, como los negros y los judíos, que han desarrollado su compasión por los otros como resultado de ello, con frecuencia han tenido ese tipo de impacto en sus semejantes en el curso de la vida cotidiana. Esencialmente, Morris está despreciando ese tipo de influencia humanizadora, la influencia de los oprimidos, que ha desempeñado un papel importante en la vida y literatura estadounidenses. Cuando argumenta con desdén que la mayoría “de estas aventuras de amistad entre blancos y negros fueron presagiadas por Mark Twain. Alguien es el blanco Huck y alguien más es su compañero simpático y negro, Jim”, él revela una insensibilidad y torpeza de clase media alta espantosas.

En otras palabras, el ataque de Morris al liberalismo burgués es un ataque de derecha, desde el punto de vista del racialismo, el comunalismo y los esfuerzos de una capa social que “busca su tajada”. Más allá de los defectos de Green Book, por ejemplo, su noción elemental de que personas de orígenes étnicos y culturales variados pueden superar sus divergencias y hallar puntos en común está en una liga intelectual diferente del racialismo pernicioso de Morris.

Su defensa de un millonario como Spike Lee es revelador en este sentido. Lee es una de las figuras más desagradables del cine estadounidense de las últimas tres décadas. En Haz lo correcto, Mejores blues y más, Fiebre de amor y locura, El juego sagrado, S.O.S. Verano infernal y otros filmes, Lee se ha especializado en estereotipos étnicos burdos y autopromoción racial. Si un director blanco se regodeara en el tipo de degradación y humillación de personajes negros a los que Lee ha sometido a sus personajes blancos, él o ella, con razón, sería objeto de críticas severas. Las obras de Lee son frías, mal construidas y generalmente tediosas. El racialismo no puede proporcionar la base para un retrato realista y rico de la vida porque es una perspectiva falsa que conduce al espectador en la dirección diametralmente incorrecta.

Morris describe a Haz lo correcto como “la obra maestra de Lee sobre una olla hervida de animosidad racial en Brooklyn”. La película, afirma él, “dramatizó una verdad más cruda: todos no podíamos llevarnos bien”. En 1989, Lee “estaba bastante solo como voz de la realidad racial negra … Él ayudó a plantar las semillas para un ambiente en el que los artistas negros pueden mirar con recelo a las cuestiones de raza”. A diferencia de aquellos que “fueron criados en fantasías de reconciliación racial”, Lee entendió, según Morris, que “la superación es imposible porque la sangre es muy mala, demasiado estadounidense, históricamente”.

Qué perspectiva vil e incluso siniestra—y una que los colegas de Morris, Scott y Dargis, por cierto, respaldan plenamente.

Morris le dice a sus lectores que “la versión negra de estas relaciones interraciales tiende a ir en la dirección opuesta … No se trata de dinero o empleo, sino del verdadero trabajo emocional y psicológico de ser negro entre los blancos. Aquí, la cercanía a la blancura es tóxica, un peligro, una amenaza”. Él agrega que “casi ninguna de las obras de artistas negros que vi el año pasado … hace hincapié en la fluidez y las alegrías de la amistad interracial y, ciertamente, no a través del empleo. La salud de estas conexiones es dudosa, en el mejor de los casos”.

En la medida en que esto sea cierto—y no lo es en el caso de uno de los filmes que él menciona, Sorry to Bother You de Boots Riley, que tiene una visión decididamente antirracialista de las cosas—es un comentario sobre la infección que la reacción política ha producido en la comunidad artística.

Morris, fiel a su tipo social, se siente claramente atraído por los exitosos y, en particular, por los ricos. Sus numerosos tributos aduladores a la pareja multimillonaria Beyoncé y Jay-Z, incluso a su obsceno alarde de riqueza en el video del año pasado de la canción “Apeshit” , rodado en el Museo del Louvre de París, es especialmente repugnante.

Esto es parte de “Guerras de moralidad”, el ensayo de Morris para el Times en octubre de 2018: “Un aspecto de la vitalidad cultural de Beyoncé es el poder moral que ella ejerce. Ella actúa, pero también representa—como feminista, como persona negra y como mujer negra. Ella opera como solista, pero florece en la fraternidad—como líder de banda, bailarina y creadora de historias. Ella ha llegado para tomarse a sí misma, ese poder y lo que puede hacer, muy en serio. Hay activismo en su arte y un verdadero desdén, de sus consumidores, por la crítica a ello. ‘Lemonade’, por ejemplo, llegó con la demanda de que los blancos se abstuvieran de comentar hasta que los negros hayan dado su opinión”.

Y esto es de su “Mejores actuaciones musicales de 2018”: “En abril pasado, el universo hizo una reverencia ante Beyoncé cuando ella envolvió a un gran festival de música alrededor de su dedo chico del pie. Algunos de nosotros todavía estamos de rodillas”.

En una época anterior, un periódico destacado habría tenido vergüenza de imprimir esta clase de alcahuetismo. Ahora vale todo.

(Publicado originalmente en inglés el 4 de febrero de 2019)

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