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Perspectiva

Al vetar el proyecto de ley que anularía la emergencia nacional, Trump hace llamado fascistizante

El viernes, el presidente Donald Trump vetó la legislación aprobada en el Congreso que anula la emergencia nacional declarada el 15 de febrero para asignar recursos del ejército a la construcción de un muro a lo largo de la frontera entre EUA y México.

La declaración de emergencia es un reclamo de poderes ejecutivos unilaterales sin precedentes y un ataque contra el marco de “separación de poderes” en la Constitución, la cual le da al Congreso la autoridad exclusiva de asignar fondos públicos y proveer recursos para acciones federales.

El significado del veto fue subrayado por una declaración de Trump al sitio web derechista Breitbart en una entrevista publicada el miércoles. Denunciando a la “izquierda” como “viciosa”, Trump declaró: “Les puedo decir que tengo el apoyo de la policía, el apoyo del ejército, el apoyo de los Motorizados por Trump —Tengo a gente ruda, pero no juegan rudo— hasta cierto punto y luego sería muy malo, muy malo”.

La declaración de Trump a Breitbart puede ser interpretada como una simple amenaza o una incitación a la violencia hacia su base fascistizante. Bajo condiciones de una crisis política prolongada dentro del aparato estatal y de un malestar social cada vez mayor, Trump está siguiendo un libro de jugadas fascistizante. Está buscando movilizar apoyo fuera de los canales normales constitucionales y políticos y en el ejército, la policía y los elementos ultraderechistas.

Trump ha acogido la oportunidad de presentarse en oposición al Congreso, el Partido Demócrata y facciones dentro de su propio Partido Republicano en torno al conflicto sobre el financiamiento del muro fronterizo. No hizo nada para evitar la defección de los 12 senadores republicanos que se unieron a todos los 47 senadores demócratas el jueves en aprobar la “resolución de desaprobación” que fue aprobada el mes pasado por la Cámara de Representantes controlada por los demócratas.

En cambio, Trump intervino personalmente el miércoles para sabotear una medida de compromiso promovida por el republicano de Utah, Mike Lee, que habría permitido que rija la declaración de emergencia a cambio de alterar la Ley de Emergencias Nacionales de 1976 que le daría al Congreso más poder sobre futuras acciones presidenciales de emergencia.

Sabiendo que el voto de dos-terceras partes en cada cámara para invalidar el veto presidencial no será posible, Trump está contando con la cobardía y complicidad de los demócratas para avanzar su agenda autoritaria.

Tales apelaciones a la violencia ya han tenido consecuencias muy reales y trágicas. Trump publicó un tuit con un vínculo a la edición de Breitbart de su entrevista la noche del jueves, pocos después de que comenzaran a salir reportes de la masacre de musulmanes en dos mezquitas en Christchurch, Nueva Zelanda, dejando a 49 personas fallecidas.

En las primeras horas del viernes, según se informaban más detalles sobre la magnitud de la masacre en Nueva Zelanda, Trump borró su tuit. Uno de los detalles era que el sospechoso arrestado en el tiroteo había publicado un manifiesto en línea que idolatraba a Trump como un “símbolo de la identidad blanca renovada”.

A pesar de que no existe una base de masas a favor del fascismo, los esfuerzos de Trump para crear tal base deben ser tomados como una seria advertencia para la clase obrera. El movimiento “America First” (EUA ante todo) de los años treinta que Trump busca evocar era pronazi. Trump ha promovido fuerzas derechistas, racistas y antisemitas, desde sus elogios a los neonazis de Charlottesville a sus ataques contra los solicitantes de asilo previo a las elecciones de 2018, llamándolos “invasores”, y sus incitaciones de violencia contra sus oponentes políticos.

Uno de los que fueron inspirados por las diatribas de Trump fue el atacante fascista que mató a tiros a 11 feligreses de la sinagoga Tree of Life en Pittsburgh el pasado octubre. Tanto él como el asesino en Nueva Zelanda hicieron eco de la retórica de Trump llamando a los inmigrantes “invasores”.

Comenzando por su discurso del “Estado de la Unión” el mes pasado, Trump invocó directamente el tema central del fascismo —el odio al socialismo—, identificando su campaña de reelección del 2020 con una cruzada global contra el socialismo.

Trump no es alguna excepción o aberración. Él encarna la putrefacción de la democracia estadounidense y la criminalidad de la oligarquía corporativa-financiera. Este es el resultado de un proceso de décadas de declive del capitalismo estadounidense, al centro de una crisis sin precedentes del capitalismo mundial.

Sacudida por contradicciones económicas irresolubles, la expansión de los conflictos interimperialistas y geopolíticos y, ante todo, el resurgimiento de la lucha de clases, la clase gobernante estadounidense, así como sus contrapartes en todo el mundo, se siente asediada y amenazada. Está alarmada por la propagación de huelgas y protestas militantes de trabajadores en EUA y por todo el mundo y el creciente apoyo al socialismo, particularmente entre los jóvenes.

Es por esto por lo que las clases gobernantes en todo el mundo está girando a métodos dictatoriales de gobierno y promoviendo a fuerzas ultraderechistas y fascistas: desde el tributo de Macro al aliado de los nazis durante la guerra, Pétain, en Francia, hasta la elevación de la fascistizante Alternativa para Alemania por parte del Gobierno de la gran coalición en Alemania, a la instalación de Gobiernos ultraderechistas en Italia, Polonia, Hungría, Austria, India e Israel.

La derrota del fascismo y la defensa de los derechos democráticos en Estados Unidos no puede realizarse por medio del Partido Demócrata. Así como los republicanos, ha presidido el saqueo de la economía para enriquecer a la élite corporativa y llevar a cabo un espionaje masivo, guerras interminables, censura en línea y la destrucción de los empleos, niveles de vida, educación, salud y el ambiente de la clase obrera.

El conflicto dentro del Estado es un conflicto dentro de la clase gobernante en gran medida centrado en cuestiones de política exterior. Los demócratas dan voz a la oposición contra Trump de secciones significativas de la élite gobernante y el ejército y aparato de inteligencia. Al mismo tiempo, los demócratas están aterrados ante el crecimiento de la lucha de clases y están determinados a prevenir toda acción que pueda desestabilizar el aparato estatal e inspirar el crecimiento de la oposición social desde abajo.

Esto explica la indecisión de los demócratas, desde denuncias a Trump como un agente ruso y un traidor hasta sus súplicas hacia el presidente para que colabore con ellos en una agenda derechista compartida que incluye la “seguridad fronteriza”.

Cuando Trump amenazó por primera vez en enero con declarar una emergencia nacional para construir el muro, durante el cierre del gobierno de 25 días, el New York Times, el cual está estrechamente aliado con el Partido Demócrata, endosó la propuesta como una forma de salir de la crisis presupuestaria. La presidente demócrata de la Cámara de Representantes urgió a Trump declarar una emergencia nacional contra la violencia con armas.

Luego, Pelosi procedió a denunciar la declaración de Trump como un “despedazamiento de la Constitución”. Sin embargo, esta semana declaró que se oponía a iniciar un juicio político contra Trump a menos que ocurriera una ofensa “apremiante y abrumadora”—como si sobreponerse a la Constitución y establecer una dictadura presidencial no constituyera “un delito y falta grave”. Dijo oponerse al juicio político porquera era “divisivo”.

Ningún dirigente demócrata llamó a deponer a Trump por usurpar los poderes del Congreso y arrogarse facultades dictatoriales. Los demócratas quieren contener la lucha contra Trump dentro de los límites de un golpe de Estado palaciego.

La clase obrera debe intervenir en esta crisis política como una fuerza independiente revolucionaria, vinculando la defensa de los derechos democráticos como una fuerza independiente y revolucionaria que vincule la defensa de los derechos democráticos a la lucha contra la guerra y la desigualdad social. Toda la historia del siglo veinte muestra que no puede haber una lucha exitosa contra el fascismo sin una lucha política consciente contra su fuente: el capitalismo.

Esto exige establecer la independencia política de la clase obrera de todos los partidos y políticos de la clase gobernante y forjar la unidad internacional de los trabajadores en una lucha por el socialismo mundial.

(Publicado originalmente en inglés el 16 de marzo de 2019)

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