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Perspectiva

El reporte de Mueller es una debacle política para el Partido Demócrata

El viernes, el fiscal especial Robert Mueller concluyó su investigación de casi dos años sin encontrar evidencia de colusión entre la campaña de Trump y el Gobierno ruso.

“[L]a investigación no estableció que los miembros de la Campaña de Trump conspiraran o coordinaran con el Gobierno ruso en sus actividades de interferencia electoral”, señala una sección del reporte presentado como muestra por el Departamento de Justicia.

Las acusaciones de que Trump “coludió” con Rusia han estado en el centro de la oposición demócrata al Gobierno de Trump. Comenzando por la declaración de Paul Krugman en un artículo de opinión publicado por el New York Times el 22 de julio de 2016, tanto el Times, como el Washington Post y otros medios noticiosos publicaron cientos de artículos que supuestamente comprobaban que Trump ganó las elecciones por medio de una conspiración nefasta con Vladimir Putin.

Sin embargo, Mueller, un exdirector del FBI cuya investigación duró más de 600 días y que, según el Departamento de Justicia, emitió “2.800 comparecencias, ejecutó 500 órdenes de allanamiento, obtuvo más de 230 órdenes de registros de comunicación… y entrevistó aproximadamente a 500 testigos”, no pudo encontrar ninguna evidencia para corroborar estas acusaciones.

El director Mueller recibe una ovación del expresidente Obama y su persona nombrada para dirigir el FBI, James Comey, durante la ceremonia de la Casa Blanca en junio de 2013 [crédito: Casa Blanca]

El resultado de la investigación constituye una debacle para los demócratas y los medios de comunicación asociados a ellos, ya que deja al fascista Trump en una posición política más fuerte. “Sin colusión. Sin obstrucción, completa y total exoneración”, declaró Trump en Twitter. Ahora, según Trump intensifica sus ataques directos contra los derechos sociales y democráticos de la clase obrera, tendrá el viento político a su favor.

En más de dos años desde su elección, el peligro que presenta este Gobierno para la clase obrera ha quedado plenamente claro. Trump ha utilizado sus poderes de emergencia para emplear fondos no asignados por el Congreso para construir su muro en la frontera entre EUA y México. Esta es una vasta expansión de las facultades ejecutivas dirigidas a suprimir toda oposición. El Gobierno ha encarcelado a decenas de miles de niños inmigrantes en campos de concentración, en lo que los oficiales de derechos humanos han llamado tortura.

En meses recientes, Trump declaró una guerra contra el socialismo, como parte de su apelación a las fuerzas fascistizantes en Estados Unidos e internacionalmente. Su retórica fascistizante ha inspirado a terroristas neonazis como Brenton Tarrant, quien masacró a 50 personas en Nueva Zelanda este mes; Robert Bowers, quien mató a 11 personas en una sinagoga el año pasado; y James Alex Fields, quien atropelló a manifestantes antifascistas en Charlottesville en 2017.

Hay una conclusión clara e inescapable que se deriva de la experiencia tortuosa de los últimos dos años: la lucha contra el Gobierno de Trump no se puede basar en el Partido Demócrata: el cuerpo putrefacto del liberalismo estadounidense.

Desde un principio, la oposición de los demócratas a Trump se ha centrado en diferencias sobre política exterior y sobre cómo asegurar de la mejor manera los intereses predatorios del imperialismo estadounidense. Los enemigos de Trump en la clase gobernante exigen que el presidente asuma una postura más hostil contra Rusia y que invierta más recursos militares para desestabilizar y derrocar el Gobierno sirio.

En otras palabras, la disputa se ha limitado a un “juego amistoso e interno” (como lo planteó Obama después de la elección de Trump) entre las facciones derechistas de la élite gobernante. Un importante objetivo de la histeria antirrusa promovida por los demócratas ha sido desviar la hostilidad y el odio populares hacia Trump hacia un canal derechista y proguerra, mientras lo utilizan para justificar ataques contra los derechos democráticos.

La campaña en torno a las acusaciones sobre “injerencia” rusa ha sido utilizada para legitimar la censura en internet, conllevando una caída masiva en el tráfico proveniente de búsquedas a sitios web izquierdistas. También ha sido utilizada para demonizar a WikiLeaks y crear las condiciones para encarcelar a la denunciante Chelsea Manning y escalar la persecución de Julian Assange.

Al mismo tiempo, los demócratas han formado lo que equivale, en muchas cuestiones fundamentales, un Gobierno de unidad nacional con Trump. Han aprobado dos aumentos anuales masivos al presupuesto militar estadounidense, endosando totalmente el plan de Trump de expandir fuertemente el tamaño del ejército estadounidense en preparación para la “competición entre grandes potencias” con Rusia y China.

En meses recientes, los demócratas no solo han acogido la guerra comercial de Trump contra China, sino que han criticado a la Casa Blanca por no perseguir con suficiente agresividad la campaña contra las empresas de telecomunicaciones de China. Y, casi sin excepción, han respaldado las demandas de Trump de un cambio de régimen en Venezuela.

La principal preocupación de los demócratas ha sido evitar todo lo que pueda movilizar a amplias secciones de la población. Por ende, se han opuesto consistentemente a cualquier juicio político en su contra, insistiendo en que todo se debe subordinar a la investigación de Mueller. Los demócratas temen más el crecimiento de la lucha de clases de lo que les inquieta cualquier diferencia facciosa con el ocupante actual de la Casa Blanca.

Todo esto estuvo determinado por los intereses de clase de fuerzas sociales representadas por los demócratas, quienes representan a secciones poderosas de la oligarquía financiera y el aparato militar y de inteligencia, junto a capas adineradas de la clase media-alta.

Trump no es una aberración. En cambio, su Gobierno expresa las características más esenciales del sistema capitalista. Es un síntoma de una enfermedad mucho más profunda, y sus oponentes dentro de la élite política representan otro síntoma.

La única fuerza social capaz de encabeza una lucha verdadera contra el Gobierno de Trump es la clase obrera internacional. Como escribió el World Socialist Web Site en junio de 2017:

Para la clase obrera, Trump y su gobierno representan un enemigo sanguinario dedicado a la destrucción de sus derechos democráticos y sus niveles de vida… La clase obrera debe oponerse a este gobierno y buscar su eliminación. Pero esta tarea no se le puede encomendar a facciones opositoras dentro de la misma burguesía. La clase obrera no puede seguir siendo una espectadora más ante la disputa entre Trump y los demócratas. Al contrario, debe desarrollar su lucha contra Trump bajo su propia bandera y su propio programa.

Los casi dos años desde la publicación de esta declaración han estado marcados por la expansión de un movimiento internacional de huelgas que ha involucrado a casi todos los países e industrias. El año pasado, más de medio millón de trabajadores estadounidenses se fueron a huelga, veinte veces más que en 2017. Diez años después de la crisis financiera de 2008 y después de décadas de aumentos en la desigualdad social, la clase obrera ha emergido en el escenario de la política global. Las expresiones iniciales de las luchas de la clase obrera se desarrollarán y expandirán más este año.

El crecimiento de la lucha de clases a una escala global debe ser transformado en un movimiento consciente, internacional y revolucionario contra el capitalismo. Esta es la tarea política esencial y urgente.

(Publicado originalmente en inglés el 25 de marzo de 2019)

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