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Perspectiva

Veinte años desde la masacre de Columbine

El sábado habrán pasado 20 años desde la masacre en la secundaria de Columbine, un suburbio de Denver, Colorado. En este horrendo incidente, dos estudiantes de doceavo año, Eric Harris y Dylan Klebold, mataron a doce compañeros y un profesor a tiros antes de suicidarse.

Pese a otros tiroteos previos en escuelas estadounidenses antes del 20 de abril de 1999, su carácter planificado y sistemático, la sangre fría con la que fue ejecutado, su brutalidad desesperada, su alcance (Harris, en su diario fantaseó sobre secuestrar un avión y chocarlo en medio de Nueva York antes de los atentados del 11 de septiembre de 2001), su momento “político” consciente (el cumpleaños de Adolf Hitler y cerca del aniversario del atentado terrorista de derechas en Oklahoma City en 1995), este acontecimiento en Columbine representó algo cualitativamente nuevo e inquietante.

El World Socialist Web Site, en su segundo año de publicación, reconoció esto.

“Más allá de lo terrible de sus consecuencias, el enloquecido ataque de Harris y Klebold tiene raíces sociales profundas”, escribió David North, en “La masacre de la secundaria de Columbine: un EUA pastoril… un EUA desquiciado” el 27 de abril de 1999. ¿Qué estaba guiando, indagó North citando al novelista Philip Roth, a los jóvenes vulnerables en EUA “hacia el desastre”? “Fíjense honestamente en la sociedad—sus líderes políticos, sus voceros religiosos, sus CEO empresariales, su máquina militar, sus celebridades, su cultural ‘popular’ y, ante todo, su sistema económico entero sobre el cual está basada la enorme superestructura completa de violencia, sufrimiento e hipocresía—. Es ahí en donde se debe hallar la respuesta”.

El “desastre” de la sociedad estadounidense tan solo se ha empeorado en las dos décadas desde entonces. Ha persistido de forma inevitable el desvarío y caos de los tiroteos escolares, asociados con los nombres de instituciones como Virginia Tech (2007), la escuela primaria Sandy Hook en Newton, Connecticut (2012) y la secundaria Marjory Stoneman Douglas en Parkland, Flroida (2018).

Sin duda, las conmemoraciones planeadas para el aniversario de Columbine esta semana fueron ennegrecidos con los reportes de que una mujer de 18 años de Florida, obsesionada con el tiroteo de 1999 había hecho amenazas contra las escuelas en el área de Denver. Las noticias de que la adolescente había tomado un vuelo a Colorado, donde compró una escopeta y municiones, llevó al cierre de escuelas afectando a medio millón de estudiantes. Sol Pais fue hallada muerta de un tiro por mano propia en una “zona muy boscosa” al oeste de Denver.

El incidente mortal más reciente nunca es el último. El Washington Post estimó que desde la masacre de Columbine más de 220.000 niños han estado expuestos a violencia con armas en sus clases. Esta estadística por sí sola evidencia un orden social que no puede proveer protección básica a sus miembros más indefensos.

La incapacidad para garantizar la seguridad física y psicológica de los niños va de la mano con la incapacidad de la sociedad estadounidense o la insistente renuencia a comprender o incluso abordar seriamente las causes fundamentales de estas tragedias inacabables tragedias.

Este escritor señaló hace dos décadas (en “‘Ojos bien cerrados’: la reapertura de la secundaria de Columbine”, el 19 de agosto de 1999) que “Todo se está llevando a cabo menos lo crucial: realizar un análisis de la situación social en Estados Unidos. Los políticos y comentaristas en los medios ofrecen distintas conclusiones vacías, pero todos están de acuerdo sobre una cosa: los asesinatos no tienen nada que ver con los cimientos del orden social. Eso es lo que se apuran a defender. En todo caso, uno no espera realmente que el oficialismo en Estados Unidos persiga su autocrítica, pero la política de barrer problemas importantes bajo la alfombra inevitablemente tendrá resultados desastrosos”.

La ceguera, en parte ignorancia como la de un puerco y en parte olvido deliberado alimentado por prosperidad y autosatisfacción, también persiste ilesa. De hecho, la atmósfera intelectual y moral se ha arruinado y degenerado aún más desde 1999.

Uno busca en vano un comentario penetrante sobre el veinte aniversario del tiroteo en Columbine en la prensa estadounidense, sea de “izquierda”, derecha o el centro, o incluso un comentario de cualquier tipo.

El columnista veterano del New York Times, Clyde Haberman, pregunta en un titular, “20 años después de Columbine, ¿qué hemos aprendido?”, pero bien pudo no haberse molestado. Después de mencionar muchos de los otros tiroteos y actos de violencia anunciados o incluso inspirados por los acontecimientos en Columbine y señalar que tales tragedias están “tan arraigadas en el carácter nacional que vienen con un guion desgastado”, Haberman acaba su escrito abruptamente sin ofrecer conclusión alguna. Al parecer, su única solución es más regulación armamentística: el principio y fin de la sabiduría actual del liberalismo estadounidense. Mientras tanto, Donald Trump y la fascistizante Asociación Nacional de Rifles proponen grotescamente armar a los maestros o colocar a policías armados en cada edificio escolar.

Los tiroteos escoalres son vistos en círculos gobernantes como una cuestión policial. Asimismo, el medio noticioso Crime Report—your Criminal Justice Network indicó recientemente que “quizás de manera sorpresiva” el fenómeno de los tiroteos escolares “no ha sido el tema de estudios académicos comprensivos, hasta ahora”. El Fondo Nacional para las Ciencias auspició este mes un taller en el que participaron “tanto académicos como oficiales policiales” sobre “abordaje basado en evidencia para entender y contrarrestar la violencia masiva en Estados Unidos”. Sus publicaciones, nos dicen, “serán publicadas en la revista de la Sociedad Estadounidense de Criminología, Criminology & Public Policy ”.

Pero, ¿desde cuál sector podríamos esperar un análisis crítico y profundo de cualquier tema en Estados Unidos? Los bien alimentados y adinerados editores del Times y el Washington Post, los columnistas y su calaña en las universidades y centros de pensamiento, cuyos focos son Rusia, las razas, géneros y las elecciones de 2020, no están en una posición para dar sentido o incluso reconocer el estado avanzado de disfunción. Con tal de que los precios en las acciones sigan subiendo, argumentan, todo está bien en Estados Unidos—incluso si sucede que los jóvenes se están disparando unos contra otros, muriendo en números aterradores de suicidios y consumo de drogas. En nombre de todos los ricachones, el Wall Street Journal, declaró el año pasado, “No hay muchos aspectos negativos en una economía estadounidense que tararea”.

No todas las élites gobernantes son creadas iguales. La versión estadounidense es particularmente estúpida, miope, filistea y, como lo notó León Trotsky en 1924, “despiadadamente grosera, predatoria —en todo el sentido de la palabra— y criminal”.

¿Y qué queda de la “izquierda” de la clase media-alta? Los imbéciles en la izquierda del liberalismo como las revistas Nation y Jacobin están a mil kilómetros del vasto sufrimiento popular en Estados Unidos, estando plenamente ocupados promoviendo a este o aquel charlatán “populista” del Partido Demócrata y pretendiendo que él o ella resolverán fácilmente los problemas del país.

Los veinte años de tiroteos escolares masivos deben ser vistos en su contexto social e histórico completo. También han sido dos décadas, más o menos, desde la declaración de la “guerra contra el terrorismo” y las invasiones de Afganistán y luego Irak, dos décadas desde el robo de una elección nacional y el repudio de cualquier preocupación por normas demócratas por parte de la burguesía estadounidense, dos décadas de aumentos en la desigualdad social y dos décadas de ataques despiadados contra las condiciones de vida de los trabajadores. Todos estos procesos existen “en el mismo plano histórico”, en las palabras de Trotsky.

Este mismo periodo de 20 años ha introducido Columbine, Sandy Hook y Parkland, Abu Ghraib, y Faluya, Guantánamo y Bagram, así como “masacre escolar”, “tiroteo en el lugar de trabajo”, “asesinato selectivo”, “lista para asesinatos”, “interrogatorio mejorado”, “prisiones clandestinas” y “rendiciones extraordinarias” en el léxico mundial.

La sociedad capitalista estadounidense se está desintegrando. Actos desquiciados, individuales y antisociales como el ocurrido en Columbine no se pueden detener con deseos piadosos, ni mucho menos la indiferencia de los dueños del poder.

Sin embargo, esta misma crisis social intolerable está produciendo algo muy diferente en el grueso de la población. Los mismos procesos de guerras, pobreza y miseria social que generan tiroteos masivos y la violencia diaria de la sociedad estadounidense también están impulsando un desarrollo mucho más progresista: un odio cada vez más profundo hacia el capitalismo y una audiencia cada vez más grande para el socialismo.

(Publicado originalmente en inglés el 19 de abril de 2019)

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