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Perspectiva

La diatriba mccarthista de Hillary Clinton

En los días de la Guerra Fría, la narrativa empujada por los archirreacionarios y anticomunistas giraba en torno a la teoría de la conspiración de que Estados Unidos había sido infiltrado hasta los niveles más altos por agentes de la Unión Soviética.

A fines de los años cincuenta, el senador de Wisconsin, Joseph McCarthy, encabezó la campaña antisoviética alegando que espías rusos se había apoderado de los máximos cargos en el Gobierno, las universidades, Hollywood e incluso el ejército. Según McCarthy, se trataba de “una conspiración tan inmensa y una infamia tan oscura que eclipsan cualquier aventura previa en la historia del hombre” que no solo implicaba a la Unión Soviética, sino que también era la culpable de la “pérdida de China” durante la Revolución china de 1949.

La “amenaza roja” fue el pretexto para atacar y deslegitimar todas las manifestaciones de oposición social y política, incluyendo el movimiento de los derechos civiles, calificándolas como el producto de “agitadores extranjeros” cuyas órdenes provienen desde Moscú. Fue Martin Dies, el legislador demócrata de Texas e iniciador del Comité de Actividades Antiestadounidenses de la Cámara de Representantes utilizado para llevar a cabo la cacería de brujas, el que escribió en su libro de 1940 The Trojan Horse in America (El Caballo de Troya en Estados Unidos) que Moscú había “identificado una oportunidad inusual para crear odios raciales entre los ciudadanos blancos y negros en Estados Unidos”.

A fines de los años cincuenta, después de que el periodo de McCarthy pasara su ápice, el hilo político fue seguido por la John Birch Society, fundada en 1958 por el empresario de Massachusetts, Robert Welch, quien notoriamente declaró que el presidente Dwight D. Eisenhower era “un agente dedicado y consciente de la conspiración comunista”.

En 1964, Welch respaldó al candidato republicano ultraderechista, Barry Goldwater, cuya contienda presidencial fallida estuvo fuertemente influenciada por el libro de John Stormer None Dare Call It Treason (Nadie se atreve a llamarlo traición). “¿Seguirá ayudando Estados Unidos a armar al enemigo comunista —pregunta Stormer— desarmándose en cara al peligro, doblegándose ante dictadores comunistas en todo rincón del planeta? La decisión es tuya”.

Nada está muerto en la política. El legado del mccarthismo está siendo revivido hoy día a través de la campaña encabezada por el Partido Demócrata y resumida en la diatriba histérica de Hillary Clinton, quien se autoproclamó en el pasado una “partidaria de Goldwater”, que fue publicada el miércoles en el Washington Post bajo el titular “Mueller documentó un serio crimen contra todos los estadounidenses. Aquí está cómo responder”.

Según Clinton, “Nuestra elección fue corrompida, nuestra democracia asaltada, nuestra soberanía y seguridad violadas. Esta es la conclusión definitiva del reporte del fiscal especial Robert S. Mueller III”. El perpetrador es nuevamente Rusia, a la cual Clinton acusa, citando el reporte de Mueller, de llevar a cabo un ataque “amplio y sistemático” contra Estados Unidos.

La narrativa de Clinton, que consiste en la línea oficial del Partido Demócrata, es una mentira monumental. La responsabilidad de la derrota de Clinton en las elecciones de 2016 es atribuida enteramente a las operaciones de bots o programas automatizados rusos y “Guccifer 2.0”, el alias del individuo que supuestamente filtró los correos electrónicos del Partido Demócrata. Su campaña, según la propia Clinton, fue “el blanco de una trama rusa” dirigida por el presidente Vladimir Putin, quien “busca debilitar nuestro país”.

¿Y qué involucró esta nueva “conspiración tan inmensa”? Según el propio reporte de Mueller, las organizaciones asociadas con Rusia presuntamente gastaron $100.000 en anuncios de Facebook. Esto equivale a 0,12 por ciento de los $81 millones gastados por las campañas electorales de ambos partidos en anuncios de Facebook, en una campaña dominada por los $5 mil millones gastados por los patrocinadores milmillonarios de ambos partidos para comprar la elección.

En cuanto a la publicación de los correos del Partido Demócrata, incluso si uno aceptara la acusación infundada de que operadores rusos se los entregaron a WikiLeaks, lo que revelaron estos correos electrónicos eran hechos verdaderos sobre las operaciones de Clinton y el Comité Nacional Demócrata (DNC), hechos que el electorado tenía todo el derecho a saber. Entre los documentos publicados, había discursos pronunciados por Clinton frente a Goldman Sachs y otros bancos, por los cuales fue remunerada con cientos de miles de dólares. Otros correos electrónicos filtrados exponen los esfuerzos corruptos del DNC para manipular las elecciones primarias del partido en contra de Bernie Sanders.

Clinton perdió en las elecciones de 2016 porque el Partido Demócrata, en línea con los intereses de clase que representa, realizó la decisión calculada de no presentar ninguna cuestión social ni apelar a la clase obrera en la campaña contra Trump. ¿Esperan realmente Clinton y compañía que el público crea que anuncios en Facebook de agentes rusos estuvieron detrás del colapso en la participación electoral en áreas de clase obrera de Michigan, Wisconsin y otros estados?

La victoria del demagogo milmillonario de Trump fue el resultado de la amplia desilusión en el Partido Demócrata tras ocho años de Obama en el poder, en los que rompió todas sus promesas de campaña y expuso que su discurso sobre “esperanza” y “cambio” era una sarta de mentiras. Obama centró sus energías en rescatar a Wall Street y aumentar la riqueza de la élite empresarial y financiera.

En su columna, Clinton procedió a convocar una alianza entre el Partido Demócrata y los republicanos. La situación exige “un patriotismo claro, no un partidismo reflexivo”, señala. Urgió a los republicanos a colaborar con los demócratas en una campaña intensificada contra Rusia, con o sin el Gobierno de Trump. Escribió: “Depende en que los miembros de ambos partidos vean hacia donde se dirige ese camino [ofrecido por el reporte de Mueller] —desde llenar posibles artículos para un juicio político, o no—. De todos modos, los intereses de la nación estarán mejor servidos poniendo de lado las consideraciones partidarias y políticas y siendo deliberados, justos y audaces”.

Clinton quiere una política exterior bipartidista que sea “audaz” en su agresión no solo contra Rusia, sino también China. “A no ser que sean puestos bajo control, los rusos interferirán otra vez en 2020 y posiblemente otros adversarios como China y Corea del Norte también lo harán”, advierte. Si Trump no es obligado a “rendir cuentas, el presidente intensificará sus esfuerzos para avanzar la agenda de Putin, incluyendo la eliminación de sanciones, la debilitación de la OTAN y el socavamiento de la Unión Europea”.

Cambiando lo que se deba cambiar, tales palabras pudieron haber sido escritas por el propio Robert Welch. Ante un presidente fascistizante, los demócratas han encontrado como enmarcar toda su oposición en un plano derechista. Si los demócratas se salieran con la suya y depusieran a Trump —para reemplazarlo, no lo olvidemos con su vicepresidente ultraderechista, Mike Pence—, es casi una certeza que la consecuencia inmediata sería una guerra con la potencia nuclear de Rusia.

Algo inextricablemente conectado con los conflictos sobre política exterior es la escalada de ataques contra los derechos democráticos en Estados Unidos. Repitiendo los delirios de Dies, se le atribuye el descontento social a las nefastas operaciones de Rusia para “sembrar discordia” en Estados Unidos.

Cabe notar que Clinton cita como un modelo las acciones que tomó la clase gobernante después de los atentados del 11 de septiembre de 2001, cuando “el Congreso estableció una comisión bipartidista para recomendar las medidas que ayudarían a prevenir futuros atentados”. Concluyó, “Necesitamos una comisión similar para proteger nuestras elecciones”.

Los atentados del 11 de septiembre —una atrocidad que mató a casi 3.000 personas— fueron seguido por la Ley Patriota, la formación del Departamento de Seguridad Nacional y el Comando Norte, espionaje interno, la prisión en la bahía de Guantánamo, la institucionalización de la tortura y los asesinatos con drones como política oficial, y otros crímenes. La campaña de los demócratas en torno al “ataque” ruso —una mentira inventada en su totalidad— ha sido acompañada por medidas de gran alcance para censurar el internet bajo el pretexto de combatir las “noticias falsas”.

El militarismo y los ataques contra los derechos democráticos por parte de los demócratas desembocan en la persecución de WikiLeaks y su fundador, Julian Assange, cuya contribución perdurable para la población mundial fue la exposición de los crímenes del imperialismo estadounidense. Por esto, Assange está actualmente encarcelado en Reino Unido, enfrentándose a una rendición inminente a Estados Unidos. La valiente denunciante, Chelsea Manning, también está en la cárcel por rehusarse a rendir testimonio en contra de Assange.

Tal es la defensa de “nuestra democracia” por parte de Clinton.

Todo esto demuestra además que en un conflicto entre Trump y el Partido Demócrata, no hay una facción progresista ni democrática. La narrativa antirrusa no ha sido desafiada por ninguna sección del Partido Demócrata, incluyendo Bernie Sanders, quien está volviendo a intentar proveer cubrir este partido belicista con un liviano velo de reformas sociales que no tiene ninguna intención en implementar.

El conflicto entre los demócratas y el Gobierno de Trump es un conflicto entre dos facciones reaccionarias de la clase gobernante. Todas las organizaciones y grupos políticos que están buscando encauzar la oposición social detrás del Partido Demócrata están desempeñando el papel más criminal de todos. No están menos aterrados que Trump y los demócratas ante el desarrollo de un movimiento socialista auténtico de la clase obrera que se opondrá al capitalismo estadounidense y sus guerras.

(Publicado originalmente en inglés el 26 de abril de 2019)

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