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Informe de apertura del Mitin En Línea Internacional del Primero de Mayo

El resurgir de la lucha de clases y la lucha por el socialismo

El sábado, 4 de mayo, el Comité Internacional de la Cuarta Internacional celebró el Mitin En Línea Internacional del Primero de Mayo de 2019, el sexto Mitin del Primero de Mayo anual enlínea celebrado por el CICI, el movimiento trotskista mundial. En el mitin se oyeron discursos sobre diferentes aspectos de la crisis mundial del capitalismo y las luchas de la clase trabajadora internacional de 12 destacados miembros del partido mundial y sus secciones y organizaciones simpatizantes de diferentes partes del mundo.

En los días venideros, el World Socialist Web Site publicará los textos de los discursos pronunciados en el mitin. Empezamos hoy con el informe de apertura, que estuvo a cargo de David North, el director de la junta editorial internacional del WSWS y director nacional del Partido Socialista por la Igualdad (EUA).

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En un futuro no muy lejano, cuando los historiadores empiecen a reconstruir y a explicar los orígenes de las convulsiones revolucionarias de la primera mitad del siglo XXI, e intenten identificar el punto en el cual la amenaza a la propia supervivencia del sistema capitalista fue reconocida claramente por las élites gobernantes, los intelectuales bien podrían llamar la atención de sus estudiantes hacia la reunión anual del Instituto Milken que se celebró en Los Ángeles la semana pasada, el 29 y el 30 de abril de 2019.

Organizada por el infame estafador de los bonos basura Michael Milken, quien, desde que lo soltaran de la cárcel, se ha gastado parte de su fortuna de varios miles de millones de dólares en pulir su reputación como visionario humanitario y social, la reunión de luminarias capitalistas estuvo dominada por el espectro del socialismo. Desde la cima de sus montones de riqueza otean el horizonte y ven la tormenta que se les avecina. “Me preocupa esta noción”, dijo el fundador de Google Eric Schmidt, “de que de alguna manera el socialismo se nos colará de vuelta”. El multimillonario de los fondos de protección Ken Griffin llamó la atención sobre una encuesta, cuyos resultados atemorizantes fueron proyectados en una pantalla, que mostraba que el 44 por ciento de los miembros de la Generación Y preferiría vivir en un país socialista.

El peligro con el que se confronta la clase capitalista fue explicado más francamente por el financista Alan Schwartz de la Guggenheim Partners:

Tome a la persona promedio … ellos están diciendo básicamente que algo que antes era 50:50 ahora es 60:40; para mí no funciona.

Si miras a la derecha y a la izquierda, lo que verdaderamente se nos está viniendo es la guerra de clases. A lo largo de los siglos lo que hemos visto cuando las masas creen que las élites tienen demasiado, es que sucede una de dos: o legislación para redistribuir la riqueza … o revolución para distribuir la propiedad. Hay históricamente dos opciones y debatir para adelante y para atrás, diciendo “no, es el capitalismo; no, es el socialismo” es lo que crea la revolución.

A juzgar por las noticias de la prensa, parece haber habido algo de debate en cuanto a cómo tratar con la ira social creciente. El punto de vista mayoritario de línea dura fue resumido por el ejecutivo de una compañía inversora, que declaró, “La redistribución punitiva no funcionará”. El punto de vista minoritario fue expresado por el ejecutivo de un servicio financiero, que le dijo al Financial Times: “Yo pagaría un 5 por ciento más de impuestos para hacer que el mundo asuste un poco menos”.

¡Un impuesto del 5 por ciento en los ingresos de los multimillonarios para disminuir la amenaza de la revolución socialista! ¡Ese es el grado de las concesiones al descontento de las masas que tiene en mente la parte más radical de los reformistas de la clase gobernante! Este es el abordaje más original para calmar la agitación popular desde que la reina María Antonieta propusiera darles tarta a las masas de París.

El presentimiento de perdición inminente que prevaleció entre los asistentes en el Instituto Milken recuerda la desolación de “Ciudad en el mar” de Poe. Advertía el poeta: “mientras desde un soberbio torreón en la ciudad la muerte mira gigantesca hacia abajo.”

Los temores de la clase gobernante están bien fundamentados. En el mitin del Primero de Mayo del año pasado, el Comité Internacional de la Cuarta Internacional anticipó un enorme recrudecimiento de la lucha de clases. Durante los doce últimos meses, esa predicción ha quedado justificada por los acontecimientos. Protestas sociales y huelgas se están difundiendo por todo el mundo. Hace un año, la expresión “chaleco amarillo” no significaba más que una prenda de seguridad muy visible. Ahora, después de más de medio año de continuas protestas de masas en París y en toda Francia, los gilets jaunes se han vuelto un símbolo reconocido por todo el mundo de la oposición popular a la desigualdad social y al capitalismo.

Huelgas docentes —es decir, por ese sector de la clase trabajadora que es responsable de la educación de los jóvenes, que por lo tanto desempeña un papel crítico en el despertar de la consciencia social de la generación más joven— están teniendo lugar en los Estados Unidos, Polonia, Países Bajos, India, Irán, México, Nueva Zelanda, Túnez y Zimbabue. Alimentada por la oposición a la desigualdad social, la pobreza, el autoritarismo y el militarismo, la oleada huelguística está creciendo y atrayendo hacia su estela a sectores cada vez más amplios de la clase trabajadora internacional.

El interés mundial creciente por el socialismo, evidente en todo el mundo, es el reflejo en la consciencia política de las masas de la intensificación objetiva real de la lucha de clases. Apenas estamos en las etapas iniciales de este proceso, y difícilmente pueda sorprender que —tras décadas de estancamiento político— haya falta de claridad, incluso confusión, sobre la naturaleza de la lucha y el camino que se ha de seguir. Pero como León Trotsky, el maestro estratega de la revolución socialista mundial, explicara tan bien:

Las masas van a la revolución no con un plan preparado de reconstrucción social, sino con un agudo sentimiento de que ya no pueden aguantar el viejo régimen. Solo las capas conductoras de una clase tienen un programa social, e incluso este requiere todavía el test de los acontecimientos, y la aprobación de las masas. De esta manera, el proceso político fundamental de la revolución consiste en la comprensión gradual por parte de una clase de los problemas que surgen de la crisis social —la orientación activa de las masas por un método de aproximaciones sucesivas.

Este proceso objetivo de radicalización social y de orientación política —lejos de los partidos capitalistas y sus cómplices y hacia el socialismo y la creación de organizaciones democráticas genuinas de lucha de masas— está en marcha. El proceso llevará al entendimiento de que la reforma del capitalismo es imposible y que se requiere nada menos que el derrocamiento de este sistema de explotación y guerra. Pero la confianza en el crecimiento y en el poder de este movimiento en desarrollo de la clase trabajadora no justifica ninguna subestimación de los peligros planteados por la respuesta de la élite gobernante a las amenazas que percibe. Al tiempo que el socialismo vuelve a entrar en el vocabulario político de la clase trabajadora, la clase capitalista revive la ideología, el lenguaje y la práctica del autoritarismo y el fascismo.

Todavía no existen movimientos fascistas de masas tales como los que llevaron a Mussoloni y a Hitler al poder en Italia y en Alemania. Pero los esfuerzos por desarrollar una base social para las formas más brutales de dictadura capitalista están procediendo velozmente, y se pueden ver ejemplos de esta peligrosa tendencia en todo el mundo.

Los llamamientos constantes de Trump al chovinismo antiinmigrante se entretejen con sus denuncias cada vez más histéricas del socialismo. En Francia, el presidente Macron, mientras despliega a la policía y al ejército contra los chalecos amarillos, le rinde homenaje a la memoria del mariscal Pétain —el viejo colaborador de los nazis y criminal jefe del régimen fascista de Vichy— como un héroe nacional. Matteo Salvini, el viceprimer ministro de Italia, no hace ningún secreto de su admiración por Benito Mussolini. En Brasil, el presidente Jair Bolsonaro glorifica la dictadura que encarceló, torturó y asesinó a miles de personas durante su reinado del terror en los '60 y los '70. El partido Fidesz de Viktor Orban en Hungría, el partido “Ley y Justicia” de Jarosłav Kaczyński’s en Polonia y, desde luego, Alternative für Deutschland en Alemania son apenas unos pocos de los mejor conocidos ejemplos de organizaciones crecientes que están buscando crear regímenes fascistas.

El surgimiento y crecimiento de estos movimientos son manifestaciones de una descomposición universal y muy avanzada, dentro de las élites gobernantes de todo el mundo, del apoyo y adhesión a las normas legales de la democracia constitucional.

El enjuiciamiento de Julian Assange y de Chelsea Manning, el encarcelamiento de los trabajadores de la Maruti Suzuki en la India, el despido de los trabajadores huelguistas mexicanos en Matamoros, y el brutal trato a los inmigrantes son partes de la conversión del mundo, como en los '30, en una horrible prisión.

¿Cuál es la base económica y social objetiva del crecimiento de la reacción política?

Las últimas tres décadas han sido testigos de una concentración sin precedentes de niveles extremos y obscenos de riqueza en un segmento infinitesimal de la población mundial. El principal mecanismo para esta concentración de la riqueza ha sido el aumento abrumador del valor de las acciones en las bolsas mundiales, y especialmente en los Estados Unidos.

El principal objetivo de la política económica ha sido garantizar precios de acciones en constante aumento, mucho más de lo que se puede justificar racionalmente con las ganancias corporativas. El colapso de 2008, el producto directo de la especulación criminal, intensificó —en la forma de impresión de papel moneda— la completa sumisión del gobierno federal a la élite financiera.

A finales de 2018, un aumento muy modesto de las tasas de interés desató una significativa liquidación en Wall Street. Esto llevó inmediatamente al abandono por parte de la Reserva Federal de su plan de subas adicionales de la tasa, confirmando de este modo que el gobierno continuará brindando liquidez ilimitada para cubrir los precios de las acciones en alza. Wall Street ha respondido eufóricamente a la capitulación de la Reserva Federal con otro repunte sustancial.

Pero el apoyo al parasitismo financiero de Wall Street tiene consecuencias políticas y sociales muy reales. Bajo condiciones de presiones recesivas crecientes, intensificadas por la guerra comercial, ¿cómo serán capaces de generar las corporaciones los niveles de ganancias requeridos para sostener los valores de las acciones en aumento o, de manera más ominosa, impedir el colapso del mercado? De hecho, el presidente Trump ha declarado que el índice Dow Jones debería subir otros 10.000 puntos —o sea, otro 40 por ciento.

La respuesta es: mediante una intensificación masiva de los niveles de explotación de la clase trabajadora. Este es el impulso objetivo que subyace al giro hacia el fascismo y la guerra.

Las violaciones a las normas democráticas dentro de los países están acompañadas de una abierta criminalidad en la gestión de la política exterior. El término “derecho internacional” se ha vuelto un oxímoron. Las operaciones mundiales de los Estados Unidos son un ejercicio sin fin de criminalidad política. La conducta de la administración de Trump hacia Venezuela tiene un enorme parecido a la del régimen nazi en 1939 hacia Polonia.

La violación de las normas constitucionales en el manejo de la política doméstica y el recurrir a métodos gangsteriles en la política exterior hunden sus raíces, en última instancia, en la crisis del sistema capitalista. Los esfuerzos desesperados de los Estados Unidos por mantener su posición de dominio global, ante los desafíos geopolíticos y económicos de rivales en Europa y Asia, requieren un estado de guerra permanente y que se intensifica.

Esta política temeraria prevalecerá con o sin Trump. De hecho, la histeria antirrusa que se ha apoderado del Partido Demócrata hace que sea razonable sospechar que, si volviera a la Casa Blanca, el peligro de una guerra mundial sería aún mayor. Y para aquellos que todavía albergan ilusiones en que la victoria de Bernie Sanders produzca un imperialismo “más amable y más gentil”, tomemos nota de que este practicante de políticas sin principio y oportunistas ha denunciado a su rival político, el exvicepresidente Biden, por subestimar la amenaza a los intereses estadounidenses planteada por China.

Por más que el senador locuaz dirija de vez en cuando salidas verbales contra “la clase multimillonaria”, la promoción que hace Sanders de la guerra comercial basta para tacharlo de cómplice y lacayo del imperialismo estadounidense. Los que promueven a Sanders como socialista, por no decir revolucionario, están perpetrando un fraude político.

Hace treinta años, en 1989, ocurrió una serie de acontecimientos que influirían profundamente el rumbo de la vida social y política en las décadas que siguieron. Los regímenes estalinistas de Europa del Este comenzaron su autoliquidación. En China, el régimen maoísta respondió a las protestas de masas ordenando la masacre de la Plaza Tiananmen en Beijing.

En ambos casos, aunque de formas políticas diferentes, el resultado económico fue la restitución del capitalismo. Dos años después, en 1991, la burocracia del Kremlin completó el proceso de la restauración capitalista con la disolución de la Unión Soviética.

El colapso de los regímenes estalinistas fue aclamado por la burguesía internacional como la refutación del socialismo como alternativa al capitalismo. Las varias formas de reacción política e intelectual que siguieron durante las tres décadas siguientes se han desarrollado en base a este tema. Desde luego, la narrativa subyacente estaba basada en una mentira histórica colosal: que los regímenes estalinistas representaban el socialismo. Esta mentira podía sostenerse solo en la medida en que la historia de la lucha librada por el movimiento trotskista contra el estalinismo fuera minimizada, distorsionada o ignorada.

Pero ahora las contradicciones del sistema capitalista están creando las condiciones para la renovación de un movimiento de masas de la clase trabajadora. La perspectiva histórica de la Cuarta Internacional —que esta es la época de la agonía mortal del capitalismo— está siendo confirmada. Pero esta confirmación debe entenderse en un sentido activo y revolucionario —y no uno meramente contemplativo.

El cometido de la Cuarta Internacional no es solamente interpretar el mundo, sino transformarlo. Y es en la intervención real de los Partidos Socialistas por la Igualdad en todo el mundo en la lucha de clases que se está desarrollando que la intersección de los acontecimientos objetivos, el análisis marxista y la práctica revolucionara del Comité Internacional de la Cuarta Internacional encuentra su expresión más políticamente consciente.

Esta comprensión de la intersección del potencial revolucionario objetivo y el papel crítico desempeñado por el movimiento trotskista en producir su cumplimiento inspira nuestro llamamiento a los trabajadores y a los jóvenes con ocasión de la celebración de este Primero de Mayo.

¡Emprende la lucha por el socialismo!

¡Construid el Comité Internacional de la Cuarta Internacional como el Partido Mundial de la Revolución Socialista!

(Publicado originalmente en inglés el 6 de mayo de 2019)

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