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El parasitismo financiero y el auge del mercado bursátil

En su panfleto Las luchas de clases en Francia, 1848 a 1850, su primera evaluación de la revolución de 1848, Karl Marx retrató a una oligarquía financiera cuya relevancia 170 años después es aún mayor en poder entender la situación actual.

La economía mundial capitalista y su sistema financiero se han desarrollado a pasos agigantados desde los días de Marx, especialmente en las últimas tres décadas, y se caracterizan por el afán incansable de las élites financieras por impulsar como sea el mercado de valores a nuevas alturas. Insisten en que nada puede interponerse a su acumulación de riqueza, la cual ha llevado a la desigualdad social a niveles sin precedentes.

En su descripción de la fisionomía de los ancestros de los oligarcas contemporáneos y su relación con las estructuras políticas y económicas de la sociedad burguesa, Marx escribió:

Debido a que la aristocracia financiera legislaba, encabezaba la administración del Estado, comandaba todas las autoridades públicas organizadas, dominaba la opinión pública por medio de los acontecimientos y la prensa, se repetía en todo ámbito la misma prostitución, las mismas trampas, la misma manía de enriquecerse… de enriquecerse, pero no a través de la producción, sino embolsándose la riqueza ya disponible de otros.

Tropezándose en cada instante con las propias leyes burguesas, se manifestaba un desafuero de apetitos malsanos y disolutos, particularmente en la cima de la sociedad burguesa—sedes cuya satisfacción naturalmente proviene de la riqueza derivada de las apuestas, donde el placer se pervierte, donde el dinero, la mugre y la sangre se entremezclan—. La aristocracia financiera, en su modo de adquisición y placeres no es más que el renacimiento del lumpenproletariado en lo más alto de la sociedad burguesa [subrayado original].

Este proceso social, económico y político retratado por Marx se personifica de manera consumada hoy en la forma de Donald Trump, quien emergió de las entrañas del submundo de la especulación de bienes raíces neoyorquinas y los entornos degradados de la llamada “telerrealidad” para convertirse en el presidente del país capitalista más poderoso del mundo.

Algunos miembros de la élite financiera, especialmente aquellos que han expresado inquietudes sobre la dirección del sistema en su conjunto y advertido sobre los peligros de la polarización social cada vez más profunda e incluso sobre una posible revolución, sin duda intentan disociarse de los aspectos más desagradables de la personalidad de Trump. Pero no se puede permitir que eso oculte el hecho de que, en su modo de existencia objetivo y sus acciones, ejemplifiquen las mismas tendencias esenciales. La única diferencia con Trump es que él manifiesta de forma abierta y cruda, las fuerzas subyacentes que impulsan el sistema financiero que presiden.

Cabe recordar que la investigación del Senado estadounidense sobre la crisis de 2008 halló que el sistema financiero, no este o aquel individuo, era una “fosa de serpientes llena de codicia, conflictos de interés y fechorías”.

Tal fue el grado de fechorías y criminalidad y tan endémicas fueron las operaciones del capital financiero que el fiscal general del presidente Obama, Eric Holder, concluyó que ninguno de los responsables del derrumbe financiero podía ser enjuiciado ya que perjudicaría el sistema financiero estadounidense y global. “Demasiado grandes para fracasar” también significaba “demasiado grandes para encarcelar”.

En meses recientes, Trump ha estado librando una campaña para hacer que la Reserva Federal o “Fed” de EUA, la cual ya inyectó billones de dólares en el sistema financiero y levantó la bolsa 400 por ciento desde su mínimo en marzo de 2009, tome más acciones similares. En condiciones en que la tasa básica de intereses de la Fed se encuentra entre 2,25 y 2,5 por ciento —un nivel históricamente muy bajo—, el mandatario ha pedido que se reduzca por lo menos uno por ciento y se reanude el programa de compras de activos financieros por parte de los bancos centrales —llamada la “expansión cuantitativa”— insistiendo en que esto aumentaría el índice Dow otros 10.000 puntos, un aumento de 40 por ciento de su nivel ya estratosférico.

Ha habido una cierta cantidad de reparos sobre los ataques de Trump a la supuesta “independencia” de la Fed —una ficción arduamente promovida para encubrir el hecho de que las instituciones del Estado capitalista funcionan como instrumentos de la oligarquía financiera—.

Herman Cain y Stephan Moore, los nominados de Trump a la junta de gobernadores de la Fed, se retiraron bajo presiones de la élite financiera opuestas a dejar que el banco central de EUA se convierta en un instrumento en la campaña de reelección de Trump y preocupadas de que la elevación de títeres tan desvergonzados revele demasiado el papel esencial de la Fed en abastecerlos con dinero para financiar su parasitismo.

Pero, como siempre, las acciones dicen más que las palabras y en esto son sumamente importantes las afirmaciones de Marx sobre la forma en que el capital financiero se tropieza con las leyes burguesas para entender la situación actual.

En 2018, en respuesta a un repunte en la tasa de crecimiento de la economía estadounidense y global, la Fed aumentó en cuatro ocasiones la tasa básica de interés en 0,25 por ciento cada vez. El objetivo de esta operación tan limitada era crear un tipo de amortiguador para la próxima e inevitable ralentización o recesión. El objetivo de la Fed era conseguir un poco de “municiones” en la forma de una posible reducción en la tasa de interés, para prevenir que se repita lo que ocurrió en 2008-9, cuando la economía estadounidense sufrió su peor caída en el periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial. A menos que se aumentaran las tasas de interés en condiciones de crecimiento económico, la Fed tendría muy poco espacio de maniobra para cuando la situación cambie.

También dio señales de que seguiría reduciendo los activos financieros bajo su control, los cuales habían aumentado de $800 mil millones a $4,5 billones, a fin de perseguir una política monetaria más “normal”, de acuerdo con las leyes y procedimientos prevalecientes de la economía burguesa.

Los mercados financieros golpearon sus pies y vociferaron su disgusto. Tal retorno a una política “normal” no iba a ser tolerado. Ni siquiera se permitiría una política basada en la sabiduría convencional de la economía burguesa que impidiera la manía de acumulación por medio del parasitismo y la especulación. Consecuentemente, mientras Trump arremetía verbalmente contra la Fed, Wall Street sufrió una caída que resultó en el peor diciembre desde la Gran Depresión en el año 1931.

El colapso de diciembre en 2018 fue descrito en algunos círculos como un “ensayo general” de otro derrumbe financiero cuando colapse el castillo de naipes, cuya devastación será peor que la de la crisis de 2008. Pero, sin importarles, los oligarcas financieros operan según la frase “après moi, le deluge”, en las palabras de Marx, “el lema de todo capitalista y toda nación capitalista”.

Correspondientemente, el presidente de la Fed, Jerome Powell respondió inmediatamente a las demandas de los mercados financieros. En la primera oportunidad que se le presentó, durante un discurso a principios de enero, dio la señal a los mercados: “Recibí el mensaje”.

Dejó en claro de que las alzas en los intereses planeadas para el 2019 ya no estaban bajo consideración. Dicha postura fue respaldada en una reunión en marzo del Comité Federal de Mercado Abierto (FOMC, por sus siglas en inglés), que traza la política del banco central. El FOMC fue más allá. No solo descartó aumentos en las tasas de interés para el resto del año, sino que decidió dejar de recortar los activos financieros de la Fed y dejar unos $3,5 billones en su balance.

Pero en sus apetitos maniacos, los mercados financieros y sus voceros han exigido más, una reducción en la tasa de interés.

En su mayoría no son tan directos como Trump, su asesor económico Larry Kudlow y el vicepresidente Mike Pence, quienes han exigido una reducción en la tasa de interés e incluso la reanudación del programa de expansión cuantitativa.

Han intentado conseguir el mismo fin más sutilmente por medio de críticas a los comentarios de Powell después de la reunión del FOMC la semana pasada, cuando se mantuvo firme a la línea que se remonta a su predecesora Janet Yellen, indicando que una inflación persistentemente baja se debe a rezagos “transitorios”.

Uno de los puntos de la política oficial es que la Fed debería orientar su política monetaria a mantener la inflación cerca de 2 por ciento. Los datos más recientes muestran que la inflación en marzo fue de 1,6 por ciento, según los indicadores preferidos de la Fed, sin dar señal de un aumento.

Sin embargo, los datos laborales muestran el nivel más bajo de desempleo, 3,6 por ciento, de los últimos 50 años. La Fed está muy consciente de que esto podría llevar a presiones importantes de los trabajadores para que aumenten los salarios, algo ya visto en las luchas en curso de los maestros.

Uno de los principales modelos económicos utilizados por la Fed para determinar sus políticas es la llamada curva Phillips, que supuestamente muestra como los salarios tienden a subir cuando cae el desempleo, lo que lleva a una mayor inflación que a su vez tiene que ser contrarrestada con un aumento en la tasa de interés. Por ende, de acuerdo con esta sabiduría convencional, Powell dejó esa opción abierta.

Sin embargo, la Casa Blanca de Trump, en las palabras de Kudlow, afirma que la persistente baja inflación, incluso ante niveles históricamente bajos de desempleo, significa que los modelos de la curva Phillips deben ser “enterrados” y que la tasa de interés debería reducirse.

No obstante, Powell afirma que la política de la Fed era “apropiada” y que no veía una fuere justificación para un cambio en ninguna dirección. Esto provocó una serie de críticas en el sentido de que, en las palabras de un economista, Powell nos pillaron por sorpresa y “trastorno toda la perspectiva de mercado sobre la inflación”.

En otras palabras, la baja inflación no se debe a factores transitorios, así que una reducción en la tasa de interés para intentar e impulsar la inflación es necesaria —siendo el verdadero propósito estimular el mercado bursátil y no aumentar los precios—. Los críticos han encontrado bastantes municiones en las posturas avanzadas por el propio Powell, quien, tan recientemente como marzo, llamó la baja inflación “uno de los principales desafíos de nuestros tiempos”.

No es posible entender nada sobre la dinámica de la situación actual si uno limita un análisis a los comentarios de economistas burgueses. Sus distintas leyes buscan, a lo sumo, la correlación entre varios factores del mercado sin ir más allá y consecuentemente no tienen ni la menor idea en lo que respecta analizar los cambios en la estructura y fundaciones mismas de la economía capitalista.

La crisis de 2008 fue uno de estos cambios —no una fluctuación cíclica, sino un verdadero colapso en las operaciones del sistema de lucro—.

Las vueltas y giros de Powell —un día dice que la baja inflación es “uno de los principales desafíos de nuestros tiempos” y el siguiente que es un fenómeno “transitorio”— son solo una indicación de la desorientación de la burguesía y sus agencias estatales frente a las fuerzas que han desatado, en este caso el bombeo de billones de dólares en el sistema financiero tras el derrumbe financiero.

Como lo puso Marx, son como un mago “que ya no puede controlar los poderes del mundo abisal que ha invocado con sus hechizos” —en este caso, la expansión cuantitativa con la que simplemente crearon dinero presionando una tecla del ordenador—.

¿Cómo, entonces, ha surgido la situación actual sumida en contradicciones y fuera de la comprensión de la economía burguesa y sus sabidurías convencionales?

En su análisis del Capital, Marx explicó que el circuito esencial del modo capitalista de producción era el dinero—compra de mercancías—producción—nuevas mercancías con un valor más alto que las que iniciaron el proceso de producción para convertirlas en una masa más grande de dinero al final. Habiéndose expandido, la masa de dinero aumentada tenía que ser devuelta en el circuito para emprender otra expansión. De lo contrario, dejaba de ser capital y simplemente se convertía en una pila de dinero estéril.

La fuente del dinero adicional y la base para esta continua expansión como capital era el plusvalor extraído de la explotación de la clase obrera en el proceso de producción capitalista. El plusvalor aparece de la diferencia entre el valor de la fuerza de trabajo comprado por el capital y pagado en salarios y el valor creado por el uso de este trabajo en la jornada laboral. El valor creado por el trabajo del obrero excedía el valor de esta mercancía llamada fuerza de trabajo y vendida al capitalista. Esto formaba la base para la expansión y acumulación del capital.

Analizando este proceso, Marx descifró cómo podría llevar al desarrollo de lo que ahora se denomina financiarización, donde el dinero simplemente genera más dinero:

Es precisamente porque la forma monetaria de valor es su forma independiente y palpable de apariencia que la forma de circulación D…D’ [es decir, la masa original de dinero más el incremento (NB)], la cual inicia y termina con dinero real, expresa de la forma más palpable la generación de dinero, el motivo que impulsa la producción capitalista. El proceso de producción parece ser simplemente un paso intermedio, un mal necesario para generar dinero.

Friedrich Engels, el colaborador vitalicio de Marx que editó el segundo volumen de El capital en el que aparecen estas líneas, hizo una adición importante en el texto de Marx.

“Esto explica”, escribió, “porque todas las naciones caracterizadas por el modo capitalista de producción periódicamente sufren arrebatos vertiginosos en los que intentan lograr la generación de dinero sin el proceso de producción intermedio”.

Lo que Engels describió como un fenómeno temporal, un tipo de arrebato pasajero —la acumulación de dinero sin producir nada— se ha vuelto predominante tanto en la economía estadounidense como alrededor del mundo.

Se estima que aproximadamente 40 por ciento de todas las ganancias corporativas estadounidenses derivan del sector financiero, en gran parte como resultado de actividades especulativas. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta principios de los ochenta, la fracción de ganancias financieras del total se mantuvo estable. Pero, al finalizar el boom económico de la posguerra debido a una caída en la tasa de ganancias en la producción manufacturera y otras áreas clave, el sector financiero comenzó a reclamar una mayor tajada, ya que el capital buscaba nuevas formas de acumulación en las operaciones financieras.

Hubo un declive en este proceso después de la crisis de 2008, pero se volcó nuevamente gracias a los rescates bancarios del Gobierno, seguidos por la reducción de las tasas de interés por parte de la Fed a niveles históricamente bajos, así como su programa de expansión cuantitativa. El dinero barato no solo aumenta los precios de las acciones, sino que permite el financiamiento de adquisiciones y fusiones, financia la recompra de acciones, y ofrece la base para el desarrollo de instrumentos financieros crípticos como los derivados como medios de generación de ganancias.

Sin embargo, la precondición para el desarrollo de estos mecanismos es la provisión continua de dinero barato. Independientemente de la cantidad que se ofrezca, nunca es suficiente, porque siempre se necesitará más para financiar nuevas rondas de acumulación de ganancias a través de la especulación.

Pero hay otra cara del proceso con implicaciones decisivas para la masa de la población trabajadora, cuyo trabajo es la fuente de toda la riqueza en una economía capitalista.

Las ganancias de la especulación financiera no son el resultado de la producción de nueva riqueza. En el último análisis, son el medio por el cual los dueños del capital financiero se apropian de una porción del plusvalor extraído de la clase obrera por parte de otras secciones del capital.

Por ende, el capital financiero siempre tiene que intentar garantizar que este flujo de plusvalor en el que, a fin de cuentas, depende, se acelere por intensificando la explotación de la clase trabajadora y asegurándose de que los salarios sean suprimidos.

Al mismo tiempo, debe asegurarse de que los servicios sociales, como la salud, la educación, la asistencia social, las pensiones y el financiamiento de las actividades culturales, sean recortados porque representan una deducción de la masa disponible de plusvalor de la que quiere apropiarse.

Esta es la fuente de la contradicción que enfrentan los millones de trabajadores por todo el mundo y en Estados Unidos. La economía estadounidense supuestamente está creciendo con gran éxito, con el desempleo más bajo en medio siglo. Sin embargo, la vasta mayoría de la población trabajadora se enfrenta a una situación de salarios estancados o en declive, a nuevas formas de explotación como aquellas desarrolladas por Amazon y otros y empleos inseguros, de tiempo parcial y casuales en la llamada gig economy. Los estudiantes que se gradúan de las universidades comienzan sus vidas laborales cargando una montaña de deudas. Al mismo tiempo, los trabajadores y jóvenes encaran condiciones de vida más arduas por los recortes a la infraestructura física y social.

Este empobrecimiento de la clase obrera no es una incidencia desgraciada o accidental. Es un componente inherente y necesario de los procesos que ahora constituyen las fuerzas motoras fundamentales de la economía capitalista.

Esto significa que la expansión de la riqueza financiera a alturas cada vez mayores y el consecuente ensanchamiento de la brecha social no se pueden superar en la forma propuesta por los supuestos demócratas de “izquierda”, es decir, con un aumento marginal en los impuestos empresariales o alguna otra modificación al sistema económico en EUA. Este proceso está enraizado en las fundaciones mismas de la estructura actual del sistema de lucro y no es algún tipo de epifenómeno.

Y así como los métodos dizque “normales” de acumulación de ganancias han pasado a la historia, también están pasando al olvido los métodos de gobierno pasados basados en las normas de la democracia burguesa. Pertenecen a una era que ya no existe.

Las clases gobernantes están muy conscientes del hecho de que la clase obrera está desplazándose hacia la izquierda y que está aumentando la oposición al capitalismo, que a su vez está produciendo una orientación hacia el socialismo como salida.

Se está fraguando una explosión de la lucha de clases. Algunos sectores de la élite gobernante están realizando esfuerzos desesperados para contenerlo, encarrilando la oposición social detrás del Partido Demócrata y su “ala” izquierdista”, la cual alimenta la ilusión de que es posible algún tipo de capitalismo “progresista”.

Otros sectores saben que un enfrentamiento es inevitable y se están acercando o ya están haciendo sus preparativos acordes. Al mismo tiempo, dependen de los “izquierdistas” para cegar a las masas obreras mientras organizan su ofensiva.

Estas son las raíces objetivas de la marcha hacia las formas autoritarias de gobierno y la promoción de la ideología y las organizaciones abiertamente fascistas. Así como las demandas de Trump de disponer más dinero para la élite financiera son solo el reflejo más escandaloso de procesos enraizados en el corazón mismo del sistema de ganancias, sus diatribas contra el socialismo y sus reclamos fascistizantes son la articulación de tendencias cada vez más fuertes en la superestructura política en Estados Unidos y el mundo.

Las clases gobernantes no pueden gobernar como antes. Sin embargo, la clase obrera no puede vivir en el nuevo orden económico y político. Es tiempo de extraer las conclusiones necesarias.

El intento de encauzar el aumento en la oposición al capitalismo de vuelta detrás de un ala de uno de los partidos capitalistas más viejos del mundo debe exponerse por el fraude político peligroso que es. Y, por medio de esta exposición, se debe transformar la hostilidad al capitalismo y sus depredaciones en un movimiento político consciente por el socialismo internacional, pero no uno basado reformas miserables y esencialmente inalcanzables, sino en la lucha por poner fin al sistema de lucro y construir un partido revolucionario que encabece esta lucha.

(Publicado originalmente en inglés el 9 de mayo de 2019)

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