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Perspectiva

La debacle electoral del Partido Laborista Australiano y la lucha contra la ultraderecha

La elección federal australiana del sábado resultó en una devastadora derrota para la oposición del Partido Laborista y el retorno al poder del Gobierno ultraderechista Liberal-Nacional del Gobierno del primer ministro Scott Morrison.

Morrison posiblemente podrá formar un Gobierno con una mayoría escasa en la Cámara de Representantes, la cámara baja del Parlamento australiano. El Senado probablemente estará controlado por independientes y populistas de derecha.

Todos los comentaristas en la prensa predijeron una victoria laborista aplastadora. Antes de que comenzara el conteo, el líder laborista Bill Shorten estaba siendo presentado como el presunto primer ministro. Para la noche del sábado, había renunciado como líder del partido por presidir una derrota para el laborismo en “una elección imperdible”.

La prensa notó los paralelos con la elección estadounidense de 2016, cuando Hillary Clinton, quien estaba siendo universalmente presentada como la próxima presidenta, fue derrotada por el fascistizante candidato republicano, Donald Trump.

Morrison no es Trump y Shorten no es Clinton, pero cambiando lo que se tiene que cambiar, subyacen las mismas dinámicas sociales y políticas.

Los comicios fueron un repudio masivo hacia las promesas laboristas de que sus políticas traerían “justicia”. A lo largo de la elección, Shorten, junto a sus aliados en los sindicatos corporativistas, denunció los recortes de impuestos para los ricos y declaró que el laborismo debía gobernar a favor de los intereses del pueblo trabajador.

Tras décadas de imponer los dictados de la élite financiera, el laborismo no pudo realizar ninguna apelación creíble a los trabajadores y jóvenes.

Los Gobiernos laboristas de Kevin Rudd y Julia Gillard, entre 2007 y 2013, se cuentan entre los más derechistas de la historia australiana.

El laborismo formó un Gobierno después de una década de la Coalición en el poder, declarando que defendería los derechos de los trabajadores. Luego, prohibió prácticamente toda acción industrial, alineó a Australia con los planes estadounidenses de guerra contra China, reabrió los miserables campos de detención de refugiados en las islas remotas del Pacífico y recortó el financiamiento para la educación, salud y asistencia públicas.

Conforme los trabajadores rechazaban sus promesas electorales magras por no atender sus urgentes necesidades sociales de empleos, aumentos salariales y mejores servicios, hubo importantes fluctuaciones entre los votantes obreros alejándose del laborismo. Los mayores giros en oposición al laborismo sucedieron en los electorados regionales y de clase obrera que han cargado con el peso de décadas de destrucción de empleos y que están sumidos en una crisis social cada vez más profunda.

El laborismo es visto correctamente por muchos como un partido de la gran patronal. Está comprometido con generar una plusvalía en el presupuesto tan grande como la de la Coalición, apuntando a profundos recortes al gasto público. Se presentó como un partido “unificado” que podría gobernar en los intereses de la élite corporativa y prometió mantener el gasto militar en 2 por ciento del producto interno bruto.

Como en el resto del mundo, millones de trabajadores y jóvenes en Australia están desplazándose hacia la izquierda y volviéndose cada vez más hostiles hacia el capitalismo. Sin embargo, al no haber un movimiento socialista de masas, la clase obrera queda con un Gobierno de Morrison que reducirá los impuestos para las grandes empresas, profundizará la alianza con el imperialismo estadounidense y buscará hacer que la clase obrera pague por pérdida cada vez mayor de crecimiento económico en el país.

Morrison es un cristiano evangélico de extrema derecha, que fomentó la xenofobia antiinmigrante como ministro de inmigración, pisó los derechos democráticos básicos y fue responsable del trato brutal a los refugiados en los campos de detención. Tanto liberales como laboristas han ayudado a crear el clima reaccionario en el que los partidos ultraderechistas y fascistizantes se han envalentonado, a pesar de que el aumento del voto a ellos fue mínimo en estas elecciones.

El resultado electoral es otra exposición de los argumentos en bancarrota que promueven los grupos pseudoizquierdistas y los sindicatos de que el auge de la ultraderecha puede oponerse apoyando a partidos capitalistas como los partidos laboristas de Australia y Reino Unido, los demócratas en EUA y los partidos socialdemócratas en Europa.

Por todo el mundo, los partidos de extrema derecha, promovidos activamente por el aparato estatal, están explotando la crisis social producida por las medidas generalizadas de austeridad impuestas por los supuestos partidos y Gobiernos de pseudoizquierda. Como resultado, los partidos fascistizantes están ganando un número cada vez mayor de escaños en el Parlamento y en algunos países están formando Gobiernos.

En Reino Unido, el profundamente dividido Gobierno conservador de Theresa May no podría permanecer en el cargo sino fuera por el servilismo y la cobardía del Partido Laborista de Jeremy Corbyn. En Francia, el Gobierno “moderado” de Emmanuel Macron está imponiendo recortes amplios a instancias de los bancos, permitiendo que el fascistizante Frente Nacional se presente como un defensor de la gente ordinaria.

En Estados Unidos, el Gobierno de Trump se ha visto envalentonado por la negativa de los demócratas a oponerse a sus ataques contra los inmigrantes y su escalada de amenazas militaristas. En cambio, los demócratas combinan una campaña mccarthista y antirrusa con la política de identidades en quiebra, buscando avanzar los intereses de capas adineradas de la clase media-alta y dividir a los trabajadores con base en la raza, género y orientación sexual.

El resultado electoral australiano es una advertencia ominosa de que las fuerzas ultraderechistas bien podrían lograr más avances en las próximas elecciones europeas. Es una señal de que la campaña del Partido Demócrata para las elecciones presidenciales estadounidenses de 2020, caracterizada por apelaciones a la “unidad nacional” y la histeria antirrusa, solo puede fortalecer a Trump.

La única forma de combatir el peligro de la ultraderecha es construyendo un movimiento político independiente de la clase obrera para abolir el sistema capitalista de lucro, la fuente de la desigualdad social y la guerra. La base objetiva para dicho movimiento existe en la inmensa hostilidad de la gente ordinaria a las instituciones políticas y la reaparición de luchas de clases explosivas internacionalmente.

En la elección australiana, el Partido Socialista por la Igualdad (PSI) ganó un amplio apoyo de trabajadores, estudiantes y jóvenes que buscan una alternativa auténtica al capitalismo. Pese a no concluir el conteo aún, los candidatos del PSI para cuatro escaños de la Cámara de Representantes recibieron más de 500 votos cada uno. Para el senado de New South Wales, más de mil trabajadores y jóvenes votaron al PSI. En Victoria, la cifra supera 5.000.

Apelamos a los trabajadores y jóvenes y todos los que buscan una alternativa auténtica a tomar el siguiente paso, estudiando el programa del PSI y construyéndolo como la nueva dirección socialista de la clase obrera.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 20 de mayo de 2019)

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