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Perspectiva

Suu Kyi de Birmania se une a Orbán de Hungría para promover el chauvinismo antimusulmán

La reunión la semana pasada entre la líder del Gobierno birmano, Aung San Suu Kyi, y el primer ministro ultraderechista húngaro, Viktor Orbán, es una condena devastadora para los propagandistas del imperialismo de “derechos humanos” en la prensa que promovieron a Suu Kyi como un “ícono de la democracia”.

Sin duda fue un auténtico encuentro de pareceres en Budapest. En una declaración oficial emitida por el Gobierno húngaro tras las conversaciones, ambos líderes acordaron que los inmigrantes eran “uno de los mayores desafíos para ambos países” y que compartían una preocupación por “las poblaciones musulmanas continuamente más grandes”.

Orbán es notorio por sus políticas viciosamente antiinmigrantes y por su xenofobia antimusulmana, así como por su glorificación del régimen fascista húngaro de Horthy, el cual se alió con la Alemania nazi durante la Segunda Guerra Mundial. Él ha endosado públicamente la teoría conspirativa racista del “Gran reemplazo”, la cual es ampliamente promovida en círculos ultraderechistas y fascistizantes internacionalmente y alega que las poblaciones cristianas blancas están siendo reemplazados por musulmanes de Oriente Próximo y África.

Esta experiencia provee una lección política invaluable para los trabajadores y jóvenes sobre el papel del liberalismo, el cual ha estado estrechamente alineado con los intereses del imperialismo estadounidense y sus aliados. Suu Kyi en Birmania es un ejemplo particularmente gráfico de la forma en que las campañas de “derechos humanos” apoyadas por la prensa “liberal” y las organizaciones no gubernamentales son avanzadas para justificar intervenciones militares, guerras, operaciones de cambio de régimen y otras tramas diplomáticas.

Suu Kyi, quien efectivamente encabeza el Gobierno de Birmania (Myanmar) como consejera de Estado, ha presidido lo que el secretario general de las Naciones Unidas, Antonio Guterres, describió como “limpieza étnica” de los musulmanes rohingya del estado birmano de Rakhine. “Cuando una tercera parte de la población rohingya tiene que escapar el país, ¿podrías hallar un mejor término para describirlo?”, cuestionó en 2017.

Hablar de una “población musulmana continuamente más grande” en Birmania es recurrir a una gran mentira. Cientos de miles de refugiados musulmanes han huido por la frontera con Bangladesh de la orgía de violaciones y asesinatos a manos del ejército birmano. Pueblos enteros de los rohingya fueron reducidos a cenizas. La mayoría de los 1,1 millones de refugiados en Bangladesh tienen dificultades para sobrevivir en campos miserables que carecen de incluso los servicios más básicos como agua limpia.

Suu Kyi no es una espectadora inocente frente a las operaciones asesinas del ejército birmano, sino que ha sido una defensora activa y apologista de sus acciones. Rechazó la caracterización por parte de la ONU de la embestida militar como “limpieza étnica” y no ha tomado ninguna acción en contra del comandante en jefe ni de otros generales, pese a que los investigadores de la ONU recomendaron el año pasado enjuiciarlos por crímenes de lesa humanidad.

Más allá, Suu Kyi se adhiere a la discriminación oficial contra los rohingya, quienes son negados derechos básicos de ciudadanía y son tratados como inmigrantes ilegales, a pesar de que muchos tienen con raíces centenarias. También se rehúsa a emplear el término “rohingya”, ya que sugeriría, contrario a la Constitución de Birmania, que son una minoría étnica legítima.

Las charlas cálidas de Suu Kyi con el autócrata derechista de Hungría apenas provocaron un murmuro de crítica en la prensa internacional. Los últimos dos años han evocado un gran crujir de dientes y sacudidas de cabeza en los círculos liberales, entre sugerencias de que se le deberían quitar los galardones a Suu Kyi. No obstante, nadie la ha llamado por lo que es: una coconspiradora de un asesinato masivo que debería unirse a la banca de los acusados junto a los generales birmanos.

La promoción de Suu Kyi como una defensora de los derechos humanos siempre fue un fraude. Ha sido cultivada como un activo político de Estados Unidos y Occidente en general desde el principio. Su oposición a la junta birmana representaba los intereses de una sección de la burguesía del país que disgustaba del dominio del ejército sobre la economía y buscaba que se levantaran las sanciones y atraer las desesperadamente necesarias inversiones extranjeras. Su Liga Nacional por la Democracia (LND), así como la junta, siempre estuvo empapada de supremacía budista birmana y chauvinismo antirohingya.

Junto al resto de sus ganadores, Suu Kyi recibió el Premio Nobel de la Paz en 1991 por sus servicios prestados al imperialismo. El Comité Noruego del Nobel aclamó su “lucha no violenta por la democracia y los derechos humanos” y “sus esfuerzos incansables… para conseguir la democracia, los derechos humanos y la conciliación étnica a través de medios pacíficos”.

El Comité Nobel mencionó específicamente su oposición a “todo el uso de la violencia”, en medio de las protestas y huelgas masivas de los trabajadores en 1988, las cuales no solo amenazaban a la junta birmana, sino al gobierno burgués en su conjunto. Suu Kyi desempeñó el papel central en poner fin a un movimiento de masas que estaba asumiendo proporciones revolucionarias, con la promesa de elecciones en 1990 que los generales simplemente ignoraron.

Durante las dos décadas siguientes, Suu Kyi fue diligentemente promovida por Washington y sus aliados como una mártir de la democracia. En 2011, en medio de la confrontación cada vez más intensa de EUA con China, la junta birmana dio señales de que estaba dispuesta a reorientarse a EUA y otorgarle un papel político a Suu Kyi y su LND.

Casi de la noche a la mañana, la propaganda estadounidense pasó de llamar a Birmania un “Estado canalla” a celebrarla como una “democracia en desarrollo”. La victoria de la LND en las elecciones fraudulentas de 2016, las cuales dejaron al ejército a cargo de todas las palancas esenciales de poder, fue aplaudida universalmente como una gran victoria para la democracia.

Un editorial en el diario estadounidense de referencia, el New York Times, intitulado “Un hito para la democracia de Myanmar”, declaró: “La democracia finalmente podría estar tomando control de Myanmar”. El hecho de que el ejército permanecía efectivamente en el poder no molestó al Times, el cual afirmó que “La evolución democrática de Myanmar dependerá de la colaboración entre la Sra. Aung San Suu Kyi y el ejército”.

Esto es precisamente lo que Suu Kyi ha hecho. Ella y la LND han ofrecido los desgastados trapos democráticos mientras los militares siguen dictando las políticas básicas. Su apoyo y colaboración con las operaciones bárbaras de limpieza étnica han destruido su valor como un “ícono de la democracia”, mientras que le han garantizado una cálida recepción por parte de la ultraderecha.

Las clases gobernantes de todo el mundo están girando cada vez más hacia fuerzas ultraderechistas y fascistizantes en medio de un resurgimiento de las luchas de la clase obrera internacionalmente. Una batalla auténtica por los derechos democráticos en Birmania o en cualquier otra parte solo puede avanzar en la medida en que esté vinculada a la movilización de la clase obrera por un futuro socialista para toda la humanidad.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 11 de junio de 2019)

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