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Trump inicia su campaña presidencial de 2020 con un mitin fascistizante

Mientras Biden se compromete a proteger a los multimillonarios

La concentración de la campaña celebrada por el presidente Trump el martes por la noche en Orlando, Florida, marcó el inicio semioficial de la campaña electoral de 2020, una competencia de dieciocho meses entre los dos partidos de derecha que ejercen un monopolio político en los Estados Unidos.

El mitin de Trump destacó sus apelaciones fascistizantes al nacionalismo y al chovinismo antiinmigrante que han caracterizado su actividad política desde que lanzó su primera campaña para la nominación presidencial republicana hace cuatro años.

Trump en su mitin [crédito: C-Span]

Pero hoy, a diferencia de 2015, Trump apareció en el mitin de Orlando como el líder indiscutible del Partido Republicano. Rodeado por símbolos presidenciales, demonizando tanto a los medios de comunicación como a sus oponentes del Partido Demócrata, Trump parecía estar compitiendo por el papel de Führer en lugar de tratar de obtener la mayoría de los votos en una elección democrática.

En una presentación típicamente serpenteante e incoherente, plagada de mentiras, exageraciones y viciosas calumnias, Trump vilificó a los inmigrantes, atacó a los medios de comunicación (denunciando repetidamente a los reporteros presentes, provocando gritos y amenazas de sus partidarios) y denunció al Partido Demócrata, describiéndolo como "radical", "antiestadounidense", "socialista", "extremo", "depravado" y culpable de "la mayor traición de la clase media estadounidense y, francamente, de la vida estadounidense".

Cuando dijo, en un momento dado, "nuestros oponentes radicales demócratas están motivados por el odio, el prejuicio y la rabia", estaba claramente iracundo en su expresión. Pasó gran parte del discurso luchando una y otra vez contra las elecciones de 2016, repitiendo los ataques de hace tres años contra Hillary Clinton y alentando los cantos de "encarcélenla" de la multitud.

Cualquiera que tome en serio la política concluiría de este discurso que Trump considerará la victoria en 2020 como un mandato para eliminar toda oposición, incluso la de perspectiva derechista, conservadora y procapitalista del Partido Demócrata. Esta es la ominosa implicación de su declaración final: "Somos un solo movimiento, un solo pueblo, una familia y una nación gloriosa bajo Dios".

La tendencia autoritaria se expresa descubierta en los constantes llamamientos de Trump a la policía y los militares desde su inauguración, cuando las tropas uniformadas se alinearon detrás de él para formar un telón de fondo militar mientras daba su discurso.

En Orlando, Trump llamó a sus partidarios a asistir a la celebración del cuatro de julio (Día de la Independencia) en Washington, que por primera vez en la historia moderna ha sido reclamada por la Casa Blanca como plataforma política para el presidente. Trump está listo para dar un discurso televisado antes de los fuegos artificiales, utilizando el Monumento a Washington, el Monumento a Lincoln y el National Mall como fondo para organizar su más reciente ardid de autoglorificación.

Significativamente, Trump no dijo nada sobre las elecciones de 2018, que tuvieron una participación récord en las elecciones de mitad de período y dieron como resultado una derrota contundente para el Partido Republicano, que perdió el control de la Cámara de Representantes por primera vez en ocho años. Trump se ha negado efectivamente a reconocer el resultado de la votación de 2018, desafiando la autoridad del Congreso en manos de los demócratas, y ordenando a sus asistentes que ignoren las citaciones, se nieguen a declarar y retengan documentos ante las solicitudes de la Cámara de Representantes.

Trump ha negado rotundamente que está siguiendo los sondeos de opinión que proyectan la votación en 2020, y la semana pasada hizo caso omiso a tres de sus propias firmas de sondeos republicanas cuando produjeron resultados que confirmaron la profunda impopularidad de esta Administración. Su discurso en Orlando fue una demostración más de que bien podría negarse a reconocer el resultado de la votación de 2020 si pierde. Solo dos días antes del mitin, tuiteo que sus partidarios podrían exigir que permanezca en la Casa Blanca después de 2024, desafiando el límite de dos términos establecido por la Vigésima Segunda Enmienda a la Constitución de los Estados Unidos.

A diferencia de 2016, cuando se dirigió, si bien de forma limitada, a la ira social producto de la desindustrialización, el declive económico y la miseria social generalizada, particularmente en estados industriales como Wisconsin, Michigan, Ohio, Pennsylvania y West Virginia, Trump ingresa en la campaña electoral de 2020 proclamando que las condiciones de vida de las masas de trabajadores nunca han sido tan buenas.

En Orlando, su éxtasis sobre la economía tenía un carácter delirante. "Nuestro país ahora está prosperando, prosperando y en auge", dijo. "Y, francamente, se está elevando a nuevas alturas increíbles. Nuestra economía es la envidia del mundo, quizás la economía más grande que hemos tenido en la historia de nuestro país ... Nuestro futuro nunca se ha visto más brillante o más nítido".

Mientras tanto, las condiciones reales de vida de decenas de millones de trabajadores no han cambiado mucho con respecto a hace cuatro años, y en muchos casos se han deteriorado aún más, en particular para los jóvenes y los trabajadores jóvenes, la primera generación en la historia de Estados Unidos en vivir bajo condiciones mucho peores que las de sus padres.

Lo más peligroso para Trump es el comienzo el año pasado de un movimiento desde abajo, inicialmente entre los maestros y otros trabajadores del servicio público, pero que ahora amenaza con extenderse a las masas de trabajadores industriales con el vencimiento de los contratos de 155.000 trabajadores automotores en septiembre. Cualquier ofensiva significativa de los trabajadores contra las empresas estadounidenses destruirá rápidamente las pretensiones populistas de Trump y lo expondrá como un multimillonario matón y enemigo de la clase trabajadora.

Trump tiene una ventaja política: su oposición nominal es el Partido Demócrata el cual está tan comprometido como los republicanos con la defensa de las grandes empresas. Los demócratas del Congreso han tratado de desviar toda la oposición popular a Trump en una dirección de derecha a través de su campaña sobre la supuesta "intromisión rusa" en las elecciones de 2016.

La única nota verdadera que sonó en el discurso de Trump es cuando acusó a los demócratas de dedicar los últimos dos años y medio en intentos de anular los resultados de la votación de 2016.

Los demócratas han hecho esto en alianza con una sección del aparato militar y de inteligencia que se opone a Trump en cuestiones de política exterior, en particular su alejamiento de la política más severa hacia Rusia del segundo mandato de la Administración de Obama.

Los insultos y golpes bajos entre los republicanos y los demócratas, llevados a cabo con una frecuencia abrumadora, sirven para disfrazar su acuerdo sobre aspectos fundamentales: el apoyo a las grandes empresas y al sistema capitalista; la defensa de los intereses mundiales del imperialismo norteamericano; sumisión al aparato militar-policial que es el máximo garante de la riqueza y propiedad de la clase dominante de los Estados Unidos.

La campaña para la nominación presidencial demócrata ha estado en marcha durante varios meses, pero el primer evento oficial, un debate televisado de dos noches, tendrá lugar del 26 al 27 de junio en Miami, Florida.

El principal candidato demócrata, el exvicepresidente Joe Biden, preparó el escenario para el debate con una serie de comentarios flagrantemente derechistas, declarando que la única alternativa para colaborar con los republicanos era la "revolución física", recordando con nostalgia los días que pasó en el Senado con los segregacionistas como James Eastland y Herman Talmadge, quienes lo trataron con respeto (mientras que apoyaban el linchamiento y otras brutalidades) y diciéndole a una audiencia de patrocinadores en Manhattan que una Administración de Biden protegería a los ricos de la ira popular alimentada por la creciente desigualdad económica.

Los comentarios de Biden en Manhattan, donde realizó tres eventos para recaudar fondos en una sola noche, merecen atención porque demuestran la base de clase del Partido Demócrata y muestran cómo Trump puede usar la postración de los demócratas ante Wall Street para hacer sus falsas apelaciones populistas.

"Sabes que lo que he encontrado es que las personas ricas son tan patriotas como las personas pobres", dijo Biden. "No es una broma. Quiero decir, es posible que no queramos demonizar a nadie que haya ganado dinero”. Sin embargo, continuó advirtiendo que “cuando tenemos una desigualdad en los ingresos tan grande como la que tenemos hoy en los Estados Unidos, esto fomenta la discordia política y las revoluciones generales”.

Dos veces en dos días, el candidato demócrata ha planteado públicamente la posibilidad de una revolución en Estados Unidos. Y todos los días, el presidente republicano declara que él es el baluarte contra la propagación del socialismo en Estados Unidos.

Claramente, lo que más temen ambos partidos es que el movimiento de masas emergente entre los trabajadores tome una clara dirección política socialista y desafíe el sistema de ganancias, y la riqueza y el poder de la elite gobernante a la que sirven tanto los demócratas como los republicanos.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 20 de junio de 2019)

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