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Perspectiva

Los fascistas en la Casa Blanca

Las diatribas del presidente Donald Trump durante los últimos tres días no tienen precedente en la historia de la Presidencia estadounidense. Trump, respaldado por una camarilla de asesores en la Casa Blanca, habla abiertamente como un fascista, demonizando a personas de diferentes razas y orígenes nacionales, envileciendo el socialismo y declarando que aquellos que se opongan a las políticas de su Gobierno son desleales al país y deberían irse.

Trump dirigió sus ataques contra las legisladoras demócratas Alexandria Ocasio-Cortez, Ilhan Omar, Rashida Tlaib y Ayanna Pressley. El domingo en la noche, inició una ráfaga en Twitter denunciándolas como “congresistas radicales de izquierda” que “hablan tan mal sobre nuestro País” y “odian Israel con una pasión verdadera y descontrolada”. Citó los comentarios del senador republicano de que “AOC [Ocasio-Cortez] y su muchedumbre son un montón de comunistas” que son “antisemitas” y “antiestadounidenses”.

El mandatario añadió su propio comentario a lo largo de este tema el lunes por la tarde: “Nunca seremos un país socialista o comunista”, tuiteó. “SI NO ESTÁN FELICES AQUÍ, ¡PUEDEN IRSE!”.

Quizás lo más ominoso fue expresado durante una letanía de diez minutos en una rueda de prensa en la Casa Blanca el lunes por la tarde para promover el sector manufacturero estadounidense. Trump acusó falsamente a Omar de declarar su amor por Al Qaeda, afirmando que estaban matando a soldados estadounidenses. La declaración no fue más que una incitación a utilizar violencia contra la diputada de Minneapolis, quien es somalí-estadounidense y vino de dicho país como niña y es una de las dos congresistas musulmanas elegidas recientemente.

Trump está jugando con fuego. Está colocando la autoridad de la Casa Blanca detrás de ataques violentos basados en el modelo de los asesinatos en la iglesia en Carolina del Sur, de la masacre en la sinagoga en Pittsburgh y los ataques contra las mezquitas en el sur de california. Esto sucede en condiciones en que un simpatizante de Trump envió bombas por correo el año pasado a líderes demócratas y figuras de la prensa. Un oficial de la Guardia Costera, arrestado por cargos de armas, fue descubierto con una lista de blancos para asesinatos que incluía a Ocasio-Cortez, uno de los blancos más recientes de Trump.

Es más que una cuestión de incitar violencia contra un grupo de oponentes individuales. La campaña de Trump para envilecer a las congresistas demócratas tiene un objetivo político claro que va mucho más allá de su campaña de reelección de 2020 o que estas cuatro personas. Está haciendo un llamado a las fuerzas más reaccionarias de la sociedad estadounidense, buscando construir un movimiento fascista en Estados Unidos.

El presidente estadounidense, en representación de secciones importantes de la clase gobernante, ha declarado que todo aquel que se oponga a la política extranjera e interna de la clase gobernante debería ser sometido a un enjuiciamiento, deportación y violencia física.

Los presidentes estadounidenses, particularmente en el periodo de la Guerra Fría entre el imperialismo estadounidense y la Unión Soviética, buscaron presentarse como líderes del “mundo libre”, representando un país que se ha identificado desde hace mucho como una “nación de inmigrantes”. Trump descarta esa pretensión. Su Estados Unidos ideal sería un brutal Estado policial en el que el pueblo trabajador es privado de todos sus derechos y en que los símbolos de “grandeza” nacional sean un muro entre EUA y México y el índice bursátil Dow Jones —alardeando el lunes que había alcanzado el récord de 27.000 puntos—.

Las fanfarronadas y el matonismo de Trump no son señales de fuerza, sino de debilidad y el recrudecimiento de una crisis. Pese a que puede contar con la dirigencia del Partido Demócrata para colaborar, comprometerse y apuntalar su Gobierno, hay una oposición cada vez mayor entre los trabajadores que amenaza con una explosión social y política en EUA. Esto se expresa en la expansión del movimiento huelguista y en las protestas que estallaron durante el fin de semana contra las redadas para deportación del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas en diez importantes ciudades.

Millones se oponen a este Gobierno y todo lo que representa. Las cuatro legisladoras atacadas por los tuits de Trump realizaron una conferencia de prensa el lunes por la tarde. Cada una denunció el brutal trato de Trump contra los inmigrantes en los campos de detención fronterizo y pidió someterlo a un juicio político.

Sin embargo, con un lenguaje que sin duda fue discutido entre bambalinas con la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, y otros dirigentes demócratas, las cuatro legisladoras declararon que la declaración de una guerra contra ellas por parte de Trump era una “distracción”, algo que ha de ser ignorado a favor de problemáticas como los seguros médicos, la violencia con armas y la inmigración.

En respuesta a preguntas de la prensa, fue notable que ninguna de las cuatro buscaba responder a la denuncia de ellas como socialistas, comunistas y simpatizantes de Al Qaeda. Ninguna utilizó tampoco la palabra “fascista” para describir las declaraciones de Trump en los tres días previos, ni sus acciones contra las familias inmigrantes.

Prevalece un silencio similar sobre el carácter político de las más recientes diatribas de Trump entre los líderes congresistas demócratas, los candidatos presidenciales demócratas y las redes de noticias impresas y televisivas alineadas con el Partido Demócrata como el New York Times, CNN y MSNBC.

La única acción concreta propuesta por la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, es una resolución de desacuerdo que condenaría el lenguaje de Trump mientras cita al presidente Ronald Reagan, cuyo Gobierno derechista inició la campaña en marcha de contrarrevolución social y ataques contra la clase obrera en Estados Unidos, como un modelo de civilidad y tolerancia.

El contexto de la diatriba de Trump es importante. Se produce después de una denuncia popular cada vez más extensa contra las cuatro legisladoras por parte de la dirigencia demócrata por no respaldar el proyecto de ley que concede $4 mil millones para financiar las políticas fronterizas fascistizantes de Trump y que fue aprobado con apoyo demócrata.

“Todas estas personas tienen su lo que sea público y su mundo de Twitter”, dijo Pelosi al New York Times. “Pero no tienen ningún grupo de seguidores. Son cuatro personas y ese es el número de votos que tienen”.

La respuesta de la prensa ha impulsado a los demócratas a criticar los comentarios de Trump como “racistas” y “xenofóbicos”, mientras evitan utilizar términos como “fascista” o “propio de los nazis” que describirían mucho más precisamente el significado político de sus declaraciones y pondrían en tela de juicio la respuesta complaciente y totalmente pasiva del Partido Demócrata.

La manifestación más ignominiosa de la campaña mediática fue posiblemente el artículo de opinión de Charles Blow para el New York Times, criticando a Trump desde el punto de vista de la política de identidades, declarando, “Las personas blancas y la blancura son el centro de la Presidencia de Trump. Su principal preocupación es defender, proteger y promoverla. Todo lo que la amenace debe ser atacado y enfrentado. Trump está empleando la fuerza de la Presidencia estadounidense para rescatar la supremacía blanca”.

En efecto, Blow legitima la afirmación de Trump de que él, como un milmillonario embaucador de bienes raíces y una personalidad de la “telerrealidad”, es un representante auténtico y defensor del minero del carbón desempleado en West Virginia o del trabajador siderúrgico despedido en Ohio, por compartir su color de piel.

Los milmillonarios y los trabajadores que explotan, con tal de que ambos sean blancos, tienen una identidad y privilegios comunes, en la opinión del columnista del Times obsesionado con las razas (cuya remuneración y riqueza personal sin duda superan por mucho las de los trabajadores en el desindustrializado centro del país).

Blow culpa a los trabajadores (no al Partido Demócrata y a su odiada candidata Hillary Clinton) por la elección de Trump y no las políticas de su Gobierno. Concluye que “los queridos ciudadanos —quizás una tercera parte de ellos—” revelan su racismo “por medio de su continuo apoyo a él”. Esta es una calumnia contra la clase obrera.

La ola de huelgas que se desarrolla en Estados Unidos fue iniciada por miles de maestros en West Virginia —un estado donde Trump obtuvo una abrumadora mayoría en 2016—. Los docentes desafiaron las leyes estatales, al cuerpo legislativo republicano y al gobernador demócrata convertido en republicano para luchar por un mejor salario, garantizar sus prestaciones y combatir la privatización escolar y la expansión de escuelas autónomas o concertadas. Estos educadores y cientos de miles de trabajadores en huelgas y protestas subsecuentes han demostrado que la clase, no la raza, es la línea divisoria fundamental en la sociedad estadounidense.

Trump no es el presidente del “pueblo blanco”. Es el presidente que busca utilizar el racismo y los prejuicios antiinmigrantes para dividir a la clase obrera y mantener la supremacía de Wall Street y las gigantes corporaciones. Los políticos y comentaristas que se oponen a la unidad de la clase obrera en lucha contra el capitalismo favorecen a Trump y su esfuerzo por construir un movimiento fascista en Estados Unidos.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 16 de julio de 2019)

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