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Los talibanes afirman haber hecho progreso en las conversaciones sobre Afganistán, el comando estadounidense dice que las operaciones continúan

La octava ronda de negociaciones entre los talibanes y Washington terminó en Doha, Qatar, el lunes sin un acuerdo para poner fin a la guerra de Estados Unidos en Afganistán que ya casi dura 18 años.

Ambas partes, sin embargo, afirmaron haber hecho progresos y que las conversaciones simplemente están en pausa para que los negociadores puedan consultar con sus direcciones respectivas antes de proceder a resolver lo que se describió como asuntos “técnicos”.

Tropas estadounidenses en Spera, Afganistán, el 16 de noviembre de 2009 [Fuente: Fuerza Aérea estadounidense]

El portavoz de los talibanes, Zabihullah Mujahid, llegó incluso a declarar “terminado el trabajo acerca del acuerdo”, describiendo las negociaciones como “tediosas pero efectivas”.

El director de las negociaciones por Washington, el representante especial estadounidense para la Reconciliación de Afganistán, Zalmay Khalilzad, describió las conversaciones como “productivas” y dijo que iba a volver a Washington para “consultar sobre los siguientes pasos”.

Khalilzad tiene largos y sangrientos antecedentes en la prolongada intervención imperialista estadounidense que se ha cobrado la vida de millones de personas en ese empobrecido país del sur de Asia. Empezó como asistente de inteligencia durante la guerra encubierta orquestada por la CIA para derrocar al gobierno afgano apoyado por los soviéticos en los '80 en la que miles de millones de dólares en armas y fondos fueron canalizados hacia un conjunto de milicias islamistas que originarían a los talibanes y a Al Qaeda.

En los '90, después de que los talibanes se hicieran con el control del país, Khalilzad resurgió como asesor del conglomerado energético Unocal en negociaciones que tenían el objetivo de establecer un gasoducto transafgano. Propuso que Washington reconociera y apoyara al régimen talibanes para promover los intereses de las grandes petroleras.

Por entonces, en el 2001, él fue uno de los arquitectos de la invasión estadounidense del 7 de octubre para derrocar a los talibanes, llevada a cabo en nombre de vengar los atentados del once de septiembre, pero con el objetivo de asegurar el dominio militar de Estados Unidos sobre las reservas estratégicas de energía de la cuenca del Caspio. Después de derrocar a los talibanes, pasó a ser el procónsul imperialista estadounidense en Kabul, supervisando la creación del régimen títere de Hamid Karzai.

Un documento que fue descrito como un borrador de acuerdo entre los EUA y los talibanes se filtró a los medios en Kabul la semana pasada. Sus términos incluían la retirada de fuerzas militares estadounidenses, que ahora ascienden a casi 14.000 personas, junto con unas 6.000 otras personas de tropas de otros países, la liberación de unos 13.000 prisioneros talibanes, una garantía por parte de los talibanes de que Afganistán no permitirá que los terroristas lancen ataques desde su territorio y el comienzo de conversaciones con objetivo de alcanzar un acuerdo político con el gobierno respaldado por los EUA del presidente Ashraf Ghani.

Hasta el momento, la dirección talibanes ha rechazado las negociaciones con el régimen respaldado por los EUA, describiéndolo como un títere de la ocupación extranjera. Esta posición fue fundamentada por el hecho de que Washington celebrara las conversaciones con el movimiento islamista a espaldas de la camarilla corrupta en Kabul.

En un discurso pronunciado durante el festivo musulmán de Eid al-Adha el domingo, Ghani insistió en que el destino de Afganistán no se podría decidir “fuera” del país. Procedió a afirmar que “figuras respetables” de Afganistán se presentaron para pedirle que desconvocara las elecciones presidenciales establecidas para el mes que viene y se quedara en el poder durante “o cinco o diez años”.

Sin el apoyo del ejército estadounidense, es dudoso que el régimen corrupto de Ghani dure otros cinco meses.

Los talibanes controlan ahora o ejercen la influencia predominante en casi la mitad del territorio afgano, más que en ningún otro momento desde la invasión estadounidense en 2001. Tiene la capacidad de atacar bases militares afganas casi a voluntad y les ha causado un número de bajas insostenible a las tropas gubernamentales.

Bajo condiciones de un declive en la moral y en el reclutamiento, el Ejército Nacional Afgano (ANA) se ve obligado a reemplazar más de un tercio de sus fuerzas cada año. Según un informe publicado por el inspector general de los EUA para Afganistán a principios de mes, la cantidad de soldados ha bajado en 42.000 en comparación con el año pasado, y el ANA coloca en el terreno solo el 77 por ciento de sus fuerzas autorizadas. El declive se ha atribuido en gran parte a cambios en el sistema del pago de la nómina del ANA que eliminó los llamados soldados fantasma, nombres ficticios puestos en los registros para que su paga pueda ser embolsada por comandantes corruptos.

El presidente estadounidense Donald Trump, según el Washington Post, ha dado instrucciones a sus asistentes para que cumplan con la retirada de las tropas estadounidenses de Afganistán antes de las elecciones presidenciales de 2020, claramente con el ojo puesto en granjearse el apoyo de la amplia mayoría de la población que ve favorablemente el fin de la guerra más larga de la historia estadounidense. Una encuesta Rasmussen publicada esta semana mostró que solo el 31 por ciento de posibles votantes consideraban a Afganistán de interés vital para la seguridad nacional de los Estados Unidos. Esto ha bajado desde el 45 por ciento de hace dos años.

A principios de mes Trump repitió su afirmación de que los EUA podrían ganar la guerra en Afganistán en cuestión de días, pero él no “tenía la intención de matar a 10 millones de personas”. Aclaró que este holocausto podría ser desatado sin usar armas nucleares. “Hablo de lo convencional”, dijo.

El precio que se le está haciendo pagar al pueblo afgano a lo largo de casi dos décadas de guerra estadounidense ya es masivo. El número de los que han sido sencillamente matados como resultado del conflicto se estima de manera conservadora en 175.000, los cuales, si se incluyen las muertes indirectas, se acerca probablemente a un millón. Millones más se han visto obligados a convertirse en refugiados o a abandonar sus hogares.

La guerra también se ha cobrado la vida de más de 4.000 soldados y contratistas civiles. El coste de la guerra se estima en casi $1 billón, que son recursos que se desvían de satisfacer las necesidades sociales de la población estadounidense. Esto no incluye atención a los veteranos, de los cuales más de 20.000 han resultado heridos en la guerra, al tiempo que muchos más han quedado con PTSD [trastorno de estrés postraumático]. Según investigaciones realizadas por la Brown University, el coste anual de la guerra es de más de $50 mil millones.

Más allá de los burdos cálculos políticos de Trump, la retirada de recursos militares de la guerra de Afganistán es coherente con el desplazamiento estratégico desde la “guerra contra el terror” hacia los preparativos para la confrontación militar con China y Rusia. Esto quedó expresado claramente en la “Estrategia de Seguridad Nacional” de la administración Trump, que presentó la “competencia entre grandes potencias” y la confrontación con “Estados revisionistas”, es decir, Rusia y China, como el nuevo eje de una estrategia global estadounidense que señala hacia la guerra nuclear.

Sin embargo, hay una oposición sustancial dentro del aparato militar y de inteligencia estadounidense, así como dentro del propio partido de Trump, a la firma de un acuerdo con los talibanes en los términos que han sido hechos públicos.

El senador republicano de Carolina del Sur, Lindsey Graham, un cercano aliado de Trump, fue a Fox News el lunes por la noche para advertir contra una retirada completa del ejército estadounidense y exigir que se deje allí una “fuerza residual”.

Declaró: “Si dejamos a Afganistán sin una fuerza de contraterrorismo, sin la capacidad de recoger inteligencia, ISIS resurgirá, Al Qaeda volverá. Ocuparán los refugios seguros de Afganistán, golpearán a la patria, vendrán por nosotros en todo el mundo”.

Parece improbable que Washington entregue su asidero estratégico en Afganistán. El Pentágono y la CIA sin duda exigirán el “derecho” de seguir con las intervenciones en el país so pretexto de golpear a Al Qaeda y al ISIS. Mientras tanto, la CIA ha entrenado a varias milicias asesinas que seguirán allí después de cualquier retirada estadounidense.

Qué tan pronto y qué tan extensiva será la retirada no está para nada claro. La revista Newsweek, citando a funcionarios anónimos del Pentágono, informó esta semana de que el ejército estadounidense estaba preparando un recorte en el número de soldados en el país en más de la mitad a 6.000 y había ordenado a los que se quedan a reducir la intensidad las operaciones de ofensiva contra los talibanes y parar la asistencia al ejército afgano.

El comandante de la Misión de Apoyo Resuelto de la OTAN y de las Fuerzas de los Estados Unidos en Afganistán, el general Scott Miller, sin embargo, publicó una declaración que afirma que el artículo es “inexacto y especulativo”.

“No tenemos tales órdenes y no hemos hecho tales cambios”, dijo el general estadounidense.

De hecho, la carnicería infligida por el ejército estadounidense y las fuerzas títeres afganas avanza lentamente. El Pentágono ha intensificado de forma pronunciada las operaciones de bombardeo como parte de lo que se describe como una estrategia para “establecer las condiciones para un acuerdo político”. Los bombardeos aéreos estadounidenses se han intensificado en por lo menos un 15 por ciento este año, y 2.011 ataques se llevaron a cabo entre enero y abril solamente. Los bombardeos aéreos han sido la principal causa de la muerte de civiles durante la primera mitad de este año, según un informe de la ONU que también ha revelado que las fuerzas que apoyan al gobierno afgano son responsables de la muerte de más civiles que los talibanes y otras fuerzas que resisten a la ocupación estadounidense.

La misión de la ONU en Afganistán publicó una declaración el 14 de agosto diciendo que está “seriamente preocupada” por un incidente ocurrido tres días antes que les costó la vida a 11 civiles en la provincia oriental de Paktia. “Tiene que parar el daño a los civiles”, decía la declaración.

Las fuerzas de seguridad afganas hicieron una redada a una reunión de estudiantes en el distrito de Zurmat durante la noche del 11 de agosto, según un miembro de un consejo provincial, Allah Mir Khan Bahramzoi.

“Tarde en la noche, fuerzas de seguridad rodearon la casa, sacaron a las víctimas de una hostería, y les dispararon uno por uno”, Bahramzoi le dijo a la agencia de noticias Reuters.

(Publicado originalmente en inglés el 15 de agosto de 2019)

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