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Perspectiva

La oferta de Trump de comprar Groenlandia y el reparto imperialista del planeta

La prensa corporativa estadounidense inicialmente abordó la controversia en torno a la oferta pública de Trump de comprarle Groenlandia a Dinamarca como otro ejemplo chistoso de la autoimagen del presidente estadounidense como un negociador en jefe sin rival que veía la propuesta, en sus propias palabras, como solo otro “gran negocio de bienes raíces”.

La cobertura cambió un poco después de que Trump anunciara que estaba cancelando una visita estatal a Dinamarca agendada para el principio de septiembre porque la primera ministra Mette Frederiksen había desestimado la propuesta pública como “absurda”. Trump describió su respuesta como “desagradable”, añadiendo, “No puedes hablarle a los Estados Unidos así, por lo menos bajo mi control”.

Trump recibió críticas por desairar a Dinamarca, un aliado de la OTAN que ha funcionado como un apoyo servil del imperialismo estadounidense por todo el mundo, enviando tropas a las guerras de agresión de Washington tanto en Afganistán como Irak.

Lo que la mayor parte de la prensa eligió ignorar, sin embargo, fueron los reales intereses imperialistas detrás del enfoque transaccional crudo de Trump hacia Dinamarca y Groenlandia.

La isla más grande del mundo y una barrera natural entre Eurasia y América del Norte, Groenlandia ha captado por mucho tiempo el interés estratégico del imperialismo estadounidense. Durante la Segunda Guerra Mundial, después de que los nazis ocuparan Dinamarca, el ejército estadounidense ocupó Groenlandia, ya un territorio colonial danés, para prevenir que el ejército alemán estableciera bases aéreas que pudiera utilizar para bombardear ciudades estadounidenses.

Después de la guerra, el Gobierno demócrata del presidente Harry Truman hizo una oferta de comprar Groenlandia por $100 millones en oro, el equivalente aproximado hoy de $1,3 mil millones. La oferta fue hecha en 1946 cuando Washington se preparaba en estelas de la Segunda Guerra Mundial para una confrontación con la Unión Soviética.

Pese a que el Gobierno danés se rehusó a vender el territorio, le concedió a Washington derechos amplios para desplegar su ejército en Groenlandia. La base aérea en Thule, establecida durante la Segunda Guerra Mundial en el extremo noroeste de Groenlandia, fue construida como una parte importante de la máquina de guerra nuclear de Washington, proveyendo una estación de monitoreo en la línea de frente para el Sistema de Advertencia de Misiles Balísticos del Pentágono, así como una base clave en el programa de satélites de espionaje del ejército estadounidense.

Bajo el Gobierno de Kennedy, hubo un intento de convertir a Groenlandia en una plataforma de lanzamiento para una guerra nuclear de agresión contra la Unión Soviética. Con el código Project Iceworm (Proyecto gusano de hielo), el ejército estadounidense desarrolló un plan para desplegar unos 600 misiles de medio rango con obuses nucleares bajo la capa de hielo groenlandesa. El plan solicitó la construcción de 4 mil kilómetros de rieles en la superficie que conectaran miles de posiciones de lanzamiento extendidas en un territorio aproximadamente del tamaño del estado de Nueva York, complicándole al ejército soviético apuntar a los sitios de lanzamiento. Al final, el Pentágono abandonó el plan cuando descubrió que el deslizamiento de la capa de hielo que cubre Groenlandia torna imposible mantener tal estructura compleja bajo la superficie.

No es meramente una coincidencia que la última controversia sobre Groenlandia estallara precisamente en el momento en que el Pentágono está conduciendo pruebas de lanzamiento en tierra de nuevos misiles crucero de medio rango previamente prohibidos bajo un tratado anulado por Washington.

Mientras que las operaciones en Thule se redujeron después de la disolución de la URSS, Groenlandia se ha vuelto un foco de interés estratégico de EUA en el contexto del “reparto del Ártico” que forma parte integral de los preparativos para otra guerra mundial.

El cambio climático ha convertido a Groenlandia en un nuevo frente. El derretimiento de las capas de hielo de la región, además de amenazar con el incremento de los niveles del mar y con una catástrofe global, ha comenzado a abrir nuevas rutas marítimas que conectan Europa, Asia y América del Norte. También ha creado la posibilidad de explotar los recursos árticos, que se estima que incluyen el 30 por ciento de las reservas de gas natural no exploradas del mundo y 13 por ciento del petróleo no descubiertos, así como yacimientos importantes de minerales que incluyen minerales de tierras raras, minerales estratégicos cuya producción está actualmente dominada por China.

El año pasado, China anunció planes de un “Camino de seda polar” y ha buscado acuerdos de inversión en Groenlandia, incluyendo la construcción de aeropuertos y puertos marítimos, algo a lo que EUA se ha opuesto agresivamente. Rusia también ha buscado desarrollar sus territorios en el extremo norte y ha reafirmado su soberanía sobre gran parte de la región dentro del círculo Ártico.

En mayo del año pasado, el secretario de Estado de EUA, Mike Pompeo viajó a Finlandia para una reunión con el Consejo Ártico en la que dio un discurso matón en el que proclamó que la región era una “arena de poder y competición global”. Acusó a China de intentar convertir el océano Ártico en un “nuevo mar de China Meridional” y dijo que Rusia estaba “dejando huellas en la nieve en la forma de botas militares”. Ambos países, afirmó, estaban implicados en un “patrón de comportamiento agresivo”.

El ejército estadounidense está preparando operaciones de “libertad de navegación” en el Ártico como las que realiza en el mar de China Meridional, con el propósito de provocar una confrontación militar con Rusia. Al mismo tiempo, ha amenazado con emplear fuerza militar para prevenir que China obtenga una posición de control en la región.

En su editorial el jueves criticando los negocios de Trump con Dinamarca, el New York Times reconoció —con palabras que pudieron haber salido de la boca del presidente— que “adquirir Groenlandia sería algo agradable para Estados Unidos”, refiriéndose a sus recursos e importancia estratégica.

Luego, el editorial procede a afirmar que “el mundo en el que las grandes potencias consideraban su misión civilizatoria conquistar o comprar territorios y colonias se acabó hace mucho”.

Asimismo, la primera ministra danesa declaró durante un viaje a Groenlandia el domingo, “Por dicha, el tiempo de compra y venta de países y poblaciones se acabó”.

Ambos están equivocados. La cruda oferta de Trump de comprar Groenlandia no es una aberración o un eco demente de sus días como especulador de bienes raíces, estafador de casinos y magnate de la telerrealidad.

El imperialismo ha librado guerras de conquista neocolonial sin interrupción por casi tres décadas en Irak, Afganistán, Libia y Siria. Afirmar que los días de conquistar territorios se acabaron requiere un grado enorme de amnesia deliberada de parte del Times, que apoyó cada una de estas guerras.

En el análisis final, las políticas militaristas e imperialistas perseguidas por Gobiernos estadounidenses, tanto demócratas como republicanos, han sido la respuesta a la crisis del capitalismo global, que es incapaz de superar el carácter anárquico de un sistema económico basado en la propiedad privada de los medios de producción y que es incapaz de reconciliar el vasto desarrollo de una economía globalmente interconectada con el marco existente del sistema del Estado nación capitalista.

En su El imperialismo: la fase superior del capitalismo, escrito en medio de la Primera Guerra Mundial, Lenin declaró: “el hecho de que el mundo ya esté dividido obliga a aquellos que contemplen un reparto a alcanzar todo tipo de territorio y (2) una característica esencial del imperialismo es la rivalidad entre varias grandes potencias en busca de hegemonía, es decir, la conquista de territorios, no tanto directamente para ellos mismos, sino para debilitar al adversario y socavar su hegemonía”. Estos son precisamente los motivos detrás de las demandas de Trump sobre Groenlandia, las cuales están no solo están dirigidas contra China y Rusia, sino también contra Europa.

El hecho de que el presidente de Estados Unidos utilice hoy el lenguaje desnudo de anexiones imperialistas y conquistas coloniales solo es otra manifestación más del estado avanzado de la marcha hacia una tercera guerra mundial.

Las políticas imprudentes y destructivas perseguidas por el imperialismo estadounidense están dando paso a un crecimiento inmenso de las tensiones sociales y la lucha de clases en todo el mundo, incluyendo dentro de Estados Unidos. En esto yace la única respuesta viable a la creciente amenaza de una nueva guerra mundial. La cuestión decisiva es la construcción de un movimiento internacional y socialista contra la guerra basado en la clase trabajadora.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 23 de agosto de 2019)

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