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Guasón: un enfoque desacertado sobre problemas serios

Dirigida por Todd Phillips; coescrita por Phillips y Scott Silver

Guasón es la última película del director Todd Phillips. Cuenta la “historia original” del conocido villano de las historietas y los filmes de Batman.

La película ha generado mucha atención en la prensa. La recepción crítica se ha polarizado, con críticos que la elogian efusivamente y otros que la acusan de “peligrosa” e incluso piden su censura (volveremos sobre esto más adelante). Estrenado en el Festival Internacional de Cine de Venecia, el filme fue galardonado con el León de Oro, el premio mayor del festival. Mientras tanto, la representación gráfica en la película de la violencia antisocial hizo que los medios especularan si podía servir de inspiración a los tiradores en masa. Los espectadores que concurrieron a una proyección el pasado fin de semana fueron recibidos con una seguridad más estricta e incluso presencia policial en los cines.

Sin duda, Guasón se esfuerza en distanciarse de las producciones de gran presupuesto y basadas en historietas que han saturado los cines en los últimos años. Su atmósfera sombría, la relativa ausencia de espectáculo con efectos especiales, sus referencias a un número de problemas sociales muy reales y apremiantes muestran un intento por parte de los cineastas de decir algo serio sobre el mundo real.

Sin embargo, los realizadores no lograron hacer un examen genuino de la crisis social en los Estados Unidos. Si se dejan a un lado las pretensiones pseudoartísticas de Guasón, lo que queda es una obra profundamente confusa, más un síntoma de un orden social corrupto que un comentario coherente sobre él.

El año es 1981 y Arthur Fleck (Joaquin Phoenix, en una actuación algo afectada y sobreexcitada) es un payaso a sueldo en Ciudad Gótica, una metrópolis decrépita y plagada de corrupción y varias formas de suciedad literal y metafórica. Pilas de basura se acumulan en las aceras de la ciudad debido a una huelga de semanas. “Súper ratas” deambulan por las calles. La violencia, el crimen y la crueldad acechan en cada esquina.

Arthur, que padece un trastorno neurológico que lo hace reír de manera inapropiada durante situaciones estresantes, sobrevive a duras penas en los barrios marginales de Ciudad Gótica con su madre, Penny (Frances Conroy). Él ve regularmente a una asistente social y por su condición mental inestable toma medicamentos psiquiátricos que no hacen mucho para mejorar su estado de ánimo. Está socialmente aislado y desarrolla una obsesión poco saludable por una mujer con quien comparte un momento de humor cortés.

Joaquin Phoenix y Frances Conroy en Joker

Su único placer en la vida es mirar un programa de entrevistas nocturno y conducido por Murray Franklin (Robert De Niro, en un papel que remite claramente al personaje interpretado por Jerry Lewis en El rey de la comedia, filme de Martin Scorsese de 1983, protagonizado por De Niro). Fantasea con compartir el escenario con Franklin, a quien ve como una figura paterna. El sueño de Arthur es convertirse en un comediante de stand-up y dedica gran parte de su tiempo libre a escribir chistes incoherentes y perturbadores en su cuaderno de apuntes.

Cuando un grupo de jóvenes callejeros ataca a Arthur mientras hace malabarismo con un cartel, un compañero de trabajo le da un revólver para protegerse de los “animales” en la ciudad. Arthur crea una fijación con el arma y, mientras baila solo en su apartamento, fantasea con disparar a las personas.

Cuando Arthur lleva el revólver a un acto en un hospital infantil, lo despiden de su trabajo. Desanimado y desesperado, viaja en el metro a su casa y es atacado por un trío de banqueros borrachos. Los mata a tiros, se fuga en estado de pánico, se encierra en un baño y hace una extraña danza expresionista. Aparentemente, la violencia libera una vitalidad nueva en su interior; comienza una relación (o algo parecido) con Sophie (Zazie Beetz), una joven que vive en su edificio.

Robert DeNiro y Joaquin Phoenix en Joker

Mientras tanto, los asesinatos inspiran un movimiento de protesta violento en la ciudad, cuyos participantes usan máscaras de payaso y llevan carteles que dicen “Maten a los ricos”. Thomas Wayne (Brett Cullen), el autocomplaciente y multimillonario candidato a la alcaldía, hace comentarios provocadores sobre las protestas (“Quienes hemos hecho algo con nuestras vidas siempre miraremos a quienes no han hecho nada como payasos”), aumentando el tamaño y la intensidad de las mismas.

Debido a los recortes de fondos públicos, Arthur debe interrumpir su medicación y sus reuniones con la asistente social. Su vida entra en picada. La salud de su madre se deteriora y ella es hospitalizada. La policía comienza a tener sospechas sobre la participación de Arthur en los asesinatos del metro. La prueba de Arthur como comediante de stand-up fracasa, y en un segmento de su programa de entrevistas Franklin se burla de un video de aquel tratando de contar chistes.

Arthur es invitado al programa de Franklin, posiblemente para ser ridiculizado. Totalmente desquiciado, Arthur se viste con un disfraz de payaso y se dirige al estudio de televisión. Mientras las protestas de “matar a los ricos” sumergen a Ciudad Gótica en el caos y la violencia, Arthur, que pide que lo llamen “Guasón”, lleva un arma al plató de Murray Franklin. Entonces estalla el pandemónium.

Phillips, que hasta ahora había dirigido principalmente comedias juveniles, como ¿Qué paso ayer? (2009) y Amigos de armas (2016), obviamente pretendía que Guasón fuese una película más seria y política. Los temas abordados aquí, como la gran desigualdad económica, la destrucción de los servicios públicos, el aumento del malestar social, el tortuoso sentido de aislamiento y alienación experimentado por los sectores oprimidos de la población y el fenómeno de los asesinatos al azar y en masa, son temas ciertamente dignos para la investigación artística.

Pero estos son fenómenos sociales muy complicados y difíciles de resolver. Navegar en aguas tan agitadas requiere que un artista tenga una perspectiva social completamente elaborada para dar sentido a las cosas, primero en su propia mente y luego a través de su obra artística. Al carecer de esto, él o ella se convertirían inevitablemente, de manera consciente o no, en un envase para ideas convencionales o directamente reaccionarias.

Phillips cae con bastante firmeza en la segunda categoría. En lugar de intentar dar sentido a las preguntas sociales que plantea, se regodea en un lodo de violencia, misantropía, psicología barata y “oscuridad” rebuscada.

Varios críticos han señalado la deuda que Guasón tiene con las películas del director Martin Scorsese, sobre todo Taxi Driver (1976), Toro salvaje (1980) y la antes mencionada El rey de la comedia, que claramente influyeron en el estilo y la estructura del filme de Phillips. Pero si Phillips recurrió a las obras de Scorsese por sus cualidades realmente perturbadoras o su crítica social (enredada y limitada), terminó trasladando muchas de las debilidades de Scorsese a su propio trabajo, especialmente en lo que refiere a la narrativa desenfocada y sinuosa, la inverosimilitud dramática y el desagrado manifiesto por toda la humanidad de Guasón .

La Ciudad Gótica de Phillips, como la Nueva York de Scorsese, es una cloaca de vicio y corrupción. Tanto los ricos como los pobres son crueles, violentos y depredadores. La crudeza sofocante de la ciudad—las montañas de basura y suciedad, los muros pintados con grafiti, su fealdad y frialdad—parecen emanar de una población corrompida. Como afirma Arthur en el desenlace del filme, “Todos son horribles en estos días. Es suficiente para volver loco a cualquiera. ... Todos gritan y abuchean a los demás. Ya nadie es civilizado. Nadie piensa en qué se siente ser el otro”. La explosión de violencia en masa al final de la película parece menos una expresión de tensiones sociales y contradicciones insoportables que un destino predeterminado para este infierno urbano.

Sin duda, algunos defenderán la película debido a su intento de representar, de manera limitada, las condiciones intolerables en las que muchos se ven obligados a vivir. Hay elementos de la realidad social en ella, más que en otras obras basadas en historietas.

Sin embargo, no es suficiente decir que hay crueldad e injusticia en el mundo o refregar en la cara de los espectadores cuán horrible es la situación. Un artista serio debe hacer un esfuerzo para comprender y comunicar por qué existen tales condiciones, cómo surgieron, qué sectores de la sociedad se benefician de su continuidad, etc. Ese esfuerzo no se conformaría ni con explicaciones psicológicas y subjetivas para las conductas antisociales de los personajes ni con clichés gastados sobre la “naturaleza humana”, sino que trataría de identificar y poner en escena las fuerzas objetivas que producen tales enfermedades sociales.

El enfoque de Phillips (que comparte esto con Scorsese) ofrece la apariencia de crítica social sin decir mucho que tenga sustancia. “Todo es horrible” es hermano de “todo está bien”; ambos conducen a la misma conclusión de que cualquier intento de cambiar el orden social es imposible. Si bien impostores “de izquierda” como Michael Moore han sido engañados por la demagogia de “matar a los ricos” (Moore: “Cuando el Guasón decide que no lo soporta más, sí, te sentirás horrible, pero no por la poca sangre en la pantalla, sino porque en el fondo lo estabas alentando ...”), el hecho es que el punto de vista expresado aquí fomenta la apatía en lugar de la indignación y contribuye a la sensación general de abatimiento que uno tiene en el final de la película.

Obviamente, Phillips no tiene la obligación de hacer una declaración política particular con su trabajo. Pero su incapacidad para explorar seriamente los temas que plantea abre la puerta a una cantidad de concepciones profundamente reaccionarias. La representación de Ciudad Gótica recuerda la diatriba racista de Donald Trump contra Baltimore, cuando calificó a la ciudad como un “lugar repugnante y sucio” y un “desastre infestado de ratas y roedores”. Se presupone que las masas de manifestantes degenerarán en una turba violenta y descontrolada ante la menor provocación. Las denuncias del millonario Thomas Wayne se parecen más a la invectiva derechista contra “las élites” que a otra cosa.

Si bien los cineastas insistieron en que su intención no era avalar la conducta violenta de Arthur, hay una cierta glorificación del protagonista, un “don nadie” sumiso y convertido en una figura admirada por las masas gracias al derramamiento de sangre. La fascinación pequeñoburguesa con los criminales y asesinos muta aquí en algo realmente patológico.

Claramente, la película tocó la fibra sensible de la prensa liberal. A.O. Scott, del New York Times, la calificó como una “historia sobre nada” que carece “de contacto con el mundo tal como lo conocemos”. Peter Bradshaw, de T he Guardian, la llamó “la película más decepcionante del año”. Leah Greenblatt, de Entertainment Weekly, revista que rompió con su costumbre y publicó su reseña sin una puntuación, la calificó de “demasiado volátil” y “demasiado aterradora” y esencialmente abogó por su censura.

No es necesario admirar la película para ser escéptico de las críticas mordaces de estas capas sociales. Al fin y al cabo, en el pasado reciente estos mismos escritores alabaron a adaptaciones de historietas como Avengers: Endgame, Capitana Marvel, Pantera negra y otros ejercicios vacíos de mediocridad corporativa.

Se percibe el nerviosismo en los sectores de clase media-alta ante la posibilidad de que una película que dice que no todo está bien en los Estados Unidos llegue a una audiencia masiva, aunque su mensaje sea confuso. Los pedidos de supresión de obras artísticas por parte de estas capas sociales serán cada vez más estridentes ante los filmes que presenten no solo los horrores de la vida moderna sino una alternativa revolucionaria al orden existente.

En todo caso, cualesquiera que sean sus intenciones, Phillips no fue capaz de hacer una obra artísticamente satisfactoria o coherente. Los espectadores tienen la necesidad de ver películas que reflejen sus condiciones de vida, que ofrezcan un análisis dramáticamente convincente de desarrollos sociales complejos y que señalen caminos para resolver la crisis social actual. Encontrarán rastros de ello en Guasón, pero no lo suficiente.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 9 de octubre de 2019)

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