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Perspectiva

De Chile a Líbano: la ofensiva de la clase obrera se expande por todo el mundo

Esta última semana fue testigo de una nueva etapa en el estallido de las luchas de clases globales, con protestas de masas que frenaron dos países aparentemente distintos por agravios innegablemente similares y enraizados en la crisis histórica y sistémica del capitalismo global.

En Chile, el anuncio del Gobierno derechista del presidente Sebastián Piñera de un aumento de 4 por ciento en las tarifas de transporte público desató una ola incontrolable de protestas de masas que creó una crisis de gobierno capitalista. La respuesta del Gobierno, reflejada en los temores de la burguesía chilena, ha sido imponer un estado de emergencia y un toque de queda, desplegando 20.000 tropas en las calles de Santiago y miles más por todo el país. Según las cifras oficiales, 18 personas han sido asesinadas desde que iniciaron las protestas, cientos han sido heridos y al menos 5.000 fueron arrestados.

Los manifestantes antigubernamentales gritan consignas en Beirut, Líbano, el domingo 20 de octubre de 2019. Miles de personas están reunidas en el centro de Beirut cunado se espera que Líbano viva sus protestas más grandes por cuarto día contra el Gobierno (AP Photo/Hassan Ammar)

Los métodos criminales de la dictadura de Pinochet respaldada por EE. UU. han sido revividos, con reportes de desapariciones, tortura de prisioneros y abusos sexuales contra las mujeres detenidas en las protestas.

Esta represión abierta solo ha expandido aún más las protestas. Según las cifras del Ministerio del Interior, 424.000 personas participaron en 68 marchas y manifestaciones separadas por todo el país el miércoles. No cabe duda de que la cifra real es mucho mayor. Una huelga general continuó por segundo día e jueves, con cientos de miles más tomando las calles.

Mientras tanto, Líbano también se ha visto estremecido por protestas de masas la semana pasada, en las que se estima que participó una cuarta parte de los 6 millones de habitantes en las calles. La causa inmediata fue el intento del Gobierno de imponer una medida de austeridad más dirigida a forzar a la clase obrera a pagar por la profunda crisis económica del país: un impuesto de $6 por mes para mensajes de WhatsApp. Como en Chile, los intentos de utilizar el ejército para dispersar las protestas tan solo han recrudecido la ira popular.

Tanto Piñera en Chile como sus contrapartes libaneses, el primer ministro Saad Hariri y el presidente Michel Aoun, intentaron calmar los levantamientos populares con declaraciones de arrepentimiento y ofertas mínimas de alivio económico. En ambos países, las masas en las calles desestimaron estos gestos cínicos por ser demasiado poco y están exigiendo la caída de los regímenes.

En ambos países, la fuerza motriz detrás de las protestas es el incesante y maligno aumento de la desigualdad social. El 1 por ciento más rico monopoliza el 58 por ciento de la riqueza, mientras que el 50 por ciento más pobre contra menos del 1 por ciento de la riqueza en Líbano, un país considerado por mucho tiempo como el paraíso de la “libre empresa” para las inversiones capitalistas en la región. En Chile, recién caracterizado por Piñera como el “oasis” regional para el capital financiero, el 1 por ciento más rico acapara el 33 por ciento del ingreso nacional, según datos del Banco Mundial de 2017.

El New York Times, la principal voz de la élite gobernante estadounidense, comentó sobre el estallido de protestas de masas en Chile, Líbano y otros países en un artículo de primera plana donde señala: “los expertos ven un patrón: un alarido más fuerte de lo normal contra las élites en países donde la democracia es la fuente de desilusión, donde la corrupción es vista como descarada y donde la diminuta clase política vive en grande mientras la generación más joven tiene dificultades para sobrevivir”.

Lo que carece extrañamente este artículo, cuyo titular apunta a “la furia popular en todo el globo”, es lo que ocurre dentro de Estados Unidos. A uno de los “expertos” que cita, Vali Nasr, quien dejó recientemente su puesto como decano de la Escuela de Estudios Internacionales Avanzados de Johns Hopkins, comentó: “En los países donde las elecciones son decisivas, como en Estados Unidos y Reino Unido, el escepticismo sobre el viejo orden político ha producido resultados populistas, nacionalistas y antiinmigrantes en los comicios. En los otros países donde la gente no tiene una voz, tienes el estallido de protestas masivas”.

¿Estarán tan auténticamente inconscientes los editores del Times sobre lo que ocurre en Estados Unidos o están silbando mientras pasan el cementerio? Publican esto mientras 48.000 trabajadores automotores han estado en huelga contra General Motors por 40 días y 32.000 docentes y otros trabajadores escolares en Chicago están entrando en su segunda semana de paro, frenando el tercer mayor distrito escolar del país. El número de trabajadores que hizo huelga el año pasado, más de medio millón, fue el más alto en tres décadas.

Todas las condiciones que describe el Times en otros países, la profunda desigualdad social, la corrupción y un sistema político completamente indiferente a los intereses de las masas obreras, se pone de relieve en EE. UU., el centro del capitalismo mundial, donde el 1 por ciento más rico acapara aproximadamente el 40 por ciento de la riqueza total y donde también se avecina una explosión social.

El Times también lleva el jueves un editorial intitulado “Chile descubre el precio de la desigualdad social”. Indicando que “la ira de los manifestantes nace de las frustraciones del día a día” añade: “Los chilenos viven en una sociedad de disparidades económicas extraordinarias… La prosperidad de Santiago es innegable. Visto desde el edificio más alto de América del Sur, en medio del distrito financiero conocido como ‘Sanhattan’, los barrios con apartamentos lujosos, hospitales privados y escuelas privadas se extienden más allá de lo que uno puede ver.

“Pero la pobreza de Santiago también es impresionante: los hospitales públicos que se desmoronan, las escuelas saturadas, las barriadas en los márgenes de la metrópolis.

“Y más allá de Santiago hay ciudades no afectadas por el auge reciente”.

Si se cambia Estados Unidos por Chile y Manhattan por “Sanhattan”, no hay que cambiarle mucho a esta descripción para un país dominado por la desigualdad social.

El coeficiente de Gini, la medida estadística más común para la desigualdad de ingresos, coloca a EUA en 41,7 apenas un poco menor al 47,7 de Chile.

El editorial del Times atribuye la crisis de Chile, refiriéndose al Gobierno, a “la concepción insosteniblemente estrecha de sus obligaciones a sus ciudadanos”, culpando luego a la dictadura de Pinochet que gobernó el país entre 1973 a 1990 por dictar políticas basadas en la “competición de libre mercado”. Lo que niega es mencionar que estas políticas fueron elaboradas por los llamados “Chicago Boys”, economistas burgueses entrenados por el padrino del “libre mercado” de la Universidad de Chicago, Milton Friedman.

Las mismas políticas esenciales han sido introducidas por sucesivos Gobiernos estadounidenses, tanto demócratas como republicanos, privando a millones de los servicios sociales esenciales como la salud, los cupones de comida y jubilaciones, mientras que han dejado a 40 millones de personas viviendo por debajo de la absurdamente baja línea de pobreza de $25.000 por año para una familia de cuatro.

Un aspecto impresionante de las protestas de Chile y Líbano son las declaraciones de los manifestantes en de que las más recientes medidas de austeridad son meramente la gota que colmó el vaso y que están luchando contra un orden social desigual construido durante los últimos treinta años. En Chile, estas tres décadas comenzaron con el fin de la dictadura militar y, en Líbano, con el fin de la guerra civil.

Esto también es una expresión de un desplazamiento global. Las relaciones sociales creadas durante los últimos 30 años comenzaron con la restauración del capitalismo en la Unión Soviética por parte de la burocracia estalinista. Se han basado en la supresión de la lucha de clases, el crecimiento continuo de la desigualdad social y el parasitismo financiero y la vasta transferencia de riqueza de las masas obreras en todo el mundo hacia una diminuta élite adinerada. Hoy día, este orden social está colapsando precipitadamente bajo el peso del resurgimiento de las luchas de la clase obrera internacional.

Los eventos objetivos están exponiendo la total bancarrota política de las organizaciones pseudoizquierdistas y los disque académicos “izquierdistas” que descartaron a la clase obrera y la lucha por el socialismo. Ningún aspecto de su perspectiva, la cual se basó en el nacionalismo y la política de identidades, previó el estallido global emergente de la lucha de clases.

Sin embargo, estos eventos fueron anticipados de manera sustancial por el World Socialist Web Site y el Comité Internacional de la Cuarta Internacional tanto en su análisis teórico como en la práctica.

En su documento de perspectivas de 1988, “La crisis mundial de la crisis capitalista y las tareas de la Cuarta Internacional”, el CICI explicó por qué la lucha de clases asumiría inevitablemente un carácter global basado en el hecho de que “el desarrollo masivo de las corporaciones transnacionales y la integración global subsecuente de la producción capitalista que ha producido una uniformidad sin precedentes en las condiciones que enfrentan los trabajadores en todo el mundo”.

El documento señala: “Desde hace mucho ha sido un planteamiento elemental del marxismo que la lucha de clases solo es nacional en forma, pero que, en su esencia, es una lucha internacional. No obstante, dadas las nuevas características del desarrollo capitalista, incluso la forma de la lucha de clases debe asumir un carácter internacional. Hasta las luchas más básicas de la clase obrera presentan la necesidad de coordinar sus acciones sobre una escala internacional”.

Esta ahora se vuelve la cuestión política más urgente y concreta. Las protestas sociales y huelgas masivas en marcha son una expresión inicial de la creciente lucha revolucionaria de la clase obrera internacional para poner fin al capitalismo y reorganizar la economía mundial para atender las necesidades sociales y no las ganancias privadas”.

(Publicado originalmente en inglés el 25 de octubre de 2019)

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