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Perspectiva

El verdadero legado del banquero central de EE. UU., Paul Volcker (1927-2019)

Con la muerte el domingo del expresidente de la Reserva Federal de EE. UU., Paul Volcker (1979-1987), la clase gobernante estadounidense ha perdido a uno de sus servidores más dedicados y despiadados.

Detrás del argumento de combatir la inflación, Volcker fue el principal arquitecto de la guerra de clases contra la clase obrera en Estados Unidos e internacionalmente que continúa y se profundiza cada día. En todo el mundo, los políticos, banqueros centrales y la prensa corporativa han aclamado su “legado”.

Neil Irwin del New York Timesmanifesto: “Su vida es un testamento de lo que los servidores públicos pueden hacer cuando bajan sus cabezas y no se guían por cómo funcionaban las cosas en el pasado ni cómo quisieran que fueran, sino por cómo es el mundo. Y la respuesta correcta no es siempre la más popular”.

Paul Volcker (AP Photo/Wong Maye-E) [AP Photo/Wong Maye-E]

La candidata presidencial demócrata supuestamente de “izquierda”, Elizabeth Warren intentó retratar a Volcker como un oponente de la élite financiera tuiteando: “Paul Volcker luchó por poner bajo control a los bancos de Wall Street haciendo apuestas financieras arriesgadas, y nos unimos cuando la norma Volcker fue promulgada…”.

El exsecretario del Tesoro bajo Bill Clinton, Lawrence Summers, lo describió como “el modelo de todo oficial financiero que lo siguió”. El expresidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, dijo que personificó la idea de “hacer algo popularmente impopular pero económica necesario”. La sucesora de Bernanke en la Reserva Federal, Janet Yellen, dijo que fue “una inspiración para mí y la Reserva Federal”.

El actual presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell, dijo que “sus contribuciones a esta nación dejaron un legado duradero”.

¿Cuál es su “legado”? Consiste en la destrucción de enormes secciones de industria y el crecimiento maligno de malestares sociales como la caída en la esperanza de vida, la reducción de salarios, la prevalencia de empleos a tiempo parcial y casuales, la crisis de opiáceos, las tasas récord en suicidios, el ascenso meteórico de la especulación financiera y la acumulación de una riqueza masiva en las manos de la oligarquía financiera en medio de una brecha social cada vez más ancha.

La misión específica emprendida por Volcker fue subir bruscamente las tasas de interés y sumir al país en una recesión, creando un desempleo masivo como forma de romper la resistencia social de la clase obrera.

Una cuenta plena revelaría que sus políticas, impuestas en nombre de la clase capitalista estadounidense, resultaron en una miseria social indescriptible y la muerte prematura de millones de personas, tanto en EE. UU. como internacionalmente, marcando la pauta para las clases gobernantes en todas partes.

La contrarrevolución social que inauguró fue desde el principio y hasta hoy una política bipartidista de toda la élite política. Volcker encarnó la unidad de los demócratas y republicanos en las cuestiones esenciales de política económica respecto a los intereses básicos de la clase gobernante. Como demócrata, fue nombrado presidente de la Reserva Federal por un presidente demócrata, sirvió bajo el republicano Reagan y fue integrado en el Gobierno demócrata de Obama para ayudar a presidir el rescate de los bancos y la intensificación post-2008 de la guerra de clases contra la clase obrera.

Volcker fue nombrado por el presidente Jimmy Carter como titular de la Reserva Federal el 25 de julio de 1979. Era un momento de inmensa crisis para EE. UU. y el capitalismo global. El boom de la posguerra había finalizado; las políticas keynesianas habían fracasado; el sistema monetario de Bretton Woods había colapsado; EE. UU. estaba sumido en la “estagflación”; el dólar se derrumbaba y la subsecuente inflación había generado un resurgimiento de luchas obreras buscando defender sus niveles de vida.

En 1977-78, los mineros del carbón estadounidenses hicieron huelga por 111 días, desafiando una orden antihuhelga bajo la Ley Taft-Hartley. Los mineros quemaron públicamente las órdenes de retorno al trabajo de Carter en sus líneas de piquete. La Administración tomó la conclusión de que este era solo el inicio y de que tendría que librar una guerra contra la clase obrera para garantizar la estabilidad del capitalismo estadounidense.

La globalización de la economía capitalista les había posibilitado a las empresas estadounidenses, las cuales estaban perdiendo su control del mercado tanto en casa como en el exterior, trasladaran la producción a áreas de mano de obra barata en todo el mundo. Dependieron de la burocracia nacionalista y procapitalista para enfrentar a unos trabajadores contra sus hermanos y hermanas de clase internacionalmente, implementando así despidos y recortes salariales para promover las ganancias de “sus” empresas basadas en EE. UU.

La señal del inicio de la guerra de clases y contrarrevolución social vino con la elección del Gobierno de Thatcher en Reino Unido en mayo de 1979. Volcker fue nombrado menos de tres meses después.

En un artículo sobre el nombramiento de Volcker que apareció dos días después, el Bulletin, el diario de la Workers League (Liga Obrera; predecesora del Partido Socialista por la Igualdad de EE. UU.) escribió: “El nombramiento del banquero conservador Paul Volcker como presidente de la Reserva Federal es una declaración de guerra contra la clase obrera”.

Fue instalado, continuó el artículo, para “llevar a cabo salvajes políticas monetarias restrictivas… e imponer condiciones de Depresión de plena escala contra la clase obrera y familias de clase media”.

Esa predicción fue verificada rápido cuando se eliminaron millones de empleos y la economía estadounidense sufrió dos recesiones de una magnitud no vista desde los años treinta.

El nuevo régimen tuvo un impacto inmediato. En diciembre de 1979, la Administración de Carter organizó el rescate de Chrysler, en que la empresa recibió garantías de préstamos a cambio de concesiones por parte del sindicato United Automobile Workers, incluyendo recortes directos a salarios y prestaciones. Fue la primera vez en que un sindicato impuso tales medidas a sus miembros, marcando la pauta para lo que sucedería en los años ochenta.

El instrumento para este programa fue el aumento de las tasas de interés. Un mes después de su nombramiento, Volcker aumentó las tasas de interés dos veces y, para diciembre de 1980, la tasa de interés básica de la Reserva Federal fue un récord de 21,5 por ciento.

El resultado fue una gran devastación económica, particularmente en ciudades industriales como Detroit, Buffalo, Pittsburgh, Akron, Youngstown, Gary y muchas otras —un proceso que sigue en marcha—.

La elección de Reagan, siguiendo la de Thatcher, daría paso a una aceleración de la guerra civil industrial, a medida que la clase obrera resistía. En agosto de 1981, Reagan ordenó el despido y la colocación en listas negras de 12.000 controladores de tráfico aéreo en huelga. Pudo aplicar los despidos porque la burocracia de la AFL-CIO bloqueó cualquier apoyo efecto para los controladores y permitió la destrucción de su sindicato, PATCO.

Volcker aplaudió a Reagan por su rompimiento de huelgas, declarando que la derrota de los trabajadores de PATCO fue el factor más importante en poner la inflación bajo control. El resultado de PATCO, dijo, fue decisivo por su “efecto psicológico en la fuerza de la posición de negociación de los sindicatos en otras cuestiones, independientemente de la problemática”.

Un miembro del Comité Federal de Mercado Abierto, el órgano de la Reserva Federal a cargo de establecer las tasas de interés, planteó la cuestión de manera incluso más directa, indicando en una reunión de febrero de 1981 que “la inflación no será derrotada de manera segura… hasta que todos los trabajadores y sus sindicatos estén de acuerdo con aceptar menos. Si no los impresionaban las palabras, quizás la eliminación de varios millones de empleos más los convencerá”.

La huelga de PATCO fijó el patrón para las siguientes luchas industriales en las minas de cobre y de carbón, los frigoríficos, las aerolíneas, las plantas siderúrgicas y las fábricas automotrices. Los trabajadores lucharon tenazmente para defender sus salarios y condiciones, desafiando la violencia desatada en su contra por parte del Gobierno, solo para ser aislados y derrotados por parte de la burocracia sindical corporativista, la cual llevó su filosofía de sindicalismo empresarial a su conclusión lógica de alinearse abiertamente con la gerencia y el Estado capitalista. El resultado fue la destrucción de los sindicatos como organizaciones para la defensa de los trabajadores y su transformación en agencias para la aplicación de los dictados de las corporaciones y los bancos, como lo son hoy.

Hay otro aspecto del “legado” de Volcker que ha asumido más importancia con el tiempo. La destrucción de secciones clave de la industria en los años ochenta significó el comienzo de la transformación de la acumulación de ganancias en un parasitismo financiero cada vez mayor, como la compra de empresas en apropiaciones hostiles para luego vaciarlas y vender sus componentes.

La acumulación de riqueza no venía de actividades productivas sino de manipulaciones financieras pagadas con deudas, un proceso que ha llegado a niveles sin precedentes.

Volcker finalizó su término como presidente de la Reserva Federal en 1987, siendo reemplazado por Alan Greenspan, el representante consumado de un nuevo modelo de acumulación de riqueza a la que dio paso la guerra de clases de Volcker. La agenda de Greenspan quedó en claro desde el principio de su término. En respuesta al colapso del mercado bursátil en octubre de 1987, declaró que las válvulas de la Reserva Federal se abrirían para los bancos y las casas financieras, una política continuada y profundizada por sus sucesores.

Pero el papel de Volcker no había acabado. En noviembre de 2008, ante el inicio de la crisis financiera global, este inveterado enemigo de la clase obrera fue nombrado por el presidente de Obama para encabezar la junta asesora a la Casa Blanca para desarrollar medidas para tratar con la crisis. Una de sus principales iniciativas fue el rescate de Chrysler y General Motors, en colaboración con el UAW, consolidando el ahora famoso sistema de dos escalas salariales que ha recortado las compensaciones de los trabajadores estadounidenses y abrió la puerta a las condiciones laborales precarias desde entonces.

En el último periodo de su vida, Volcker fue algo crítico de la desregulación desenfrenada del sistema financiero. Viendo firmemente el futuro del sistema de lucro, temía que podría generar inestabilidad financiera y el estallido de la lucha de clases que buscó suprimir.

No obstante, la llamada norma Volcker, que buscó de manera muy limitada reducir algunas de las medidas parasíticas más atroces del capital financiero, está en rumbo de desaparecer.

Uno de los temas de los elogios de Volcker ante su muerte es que dio estabilidad a la economía capitalista y el sistema financiero. Nada podría ser menos cierto.

El capitalismo estadounidense y mundial se encuentra encima de una montaña de deuda estimada en $255 billones o $32.500 por cada persona del planeta, que amenaza con estallar. Y la desigualdad social que ayudó a crear está generando un resurgimiento internacional de la lucha de clases.

En estas nuevas condiciones, ¿cuáles son las lecciones que deben ser extraídas por la clase obrera estadounidense e internacional de la vida y los tiempos de Paul Volcker?

León Trotsky una vez escribió que, en tiempos de crisis, cuando está arrinconada, la clase gobernante extrae todas las experiencias históricas contrarrevolucionarias para intentar mantenerse al mando. Estas experiencias fueron encarnadas en el papel de Volcker durante los conflictos de clases de los años ochenta.

Ahora, conforme la lucha de clases se torna cada vez más explosiva y amplia, con la burguesía buscando desarrollar formas autoritarias y abiertamente fascistas de gobierno para contrarrestarla, la tarea que enfrenta la clase obrera consiste en, como escribió Trotsky, “contraponer a la estrategia totalmente contrarrevolucionaria de la burguesía su propia estrategia revolucionaria, igualmente pensada hasta el final”.

(Publicado originalmente en inglés el 11 de diciembre de 2019)

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