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Perspectiva

La crisis del juicio político y los planes de guerra de EE. UU. contra Rusia

Con cada día que pasa en la crisis de juicio político, la distancia entre las razones oficiales del conflicto en Washington y las verdaderas razones se ensancha.

Se ha vuelto cada vez más claro que la cuestión central no es el intento de Trump de “solicitar una interferencia de un país extranjero” al “presionar a un país extranjero para que investigue a uno de los principales rivales políticos internos del presidente”, como alega la queja de la denunciante que desató la investigación del juicio político.

Un soldado ucraniano con equipo hecho en EE. UU. toma posición de avanzada en mina Butovka en ciudad Avdiivka de la región de Donetsk, Ucrania (AP Photo/Vitali Komar)

Por el contrario, el conflicto dentro del Estado gira en torno a la decisión de Trump de atrasar la entrega de un enorme cargamento de armas para Ucrania.

La ferocidad con la que todo el aparato de seguridad nacional de EE. UU. respondió al atraso suscita la pregunta: ¿hay un calendario para utilizar estas armas en combate contra Rusia?

La exposición en la primera plana del New York Times publicada el lunes, de 80.000 palabras y seis autores, deja en claro que la decisión de Trump de frenar la ayuda militar —un mes antes de su llamada telefónica con el presidente ucraniano Zelenski— desencadenó el conflicto que llevó al juicio político contra el presidente.

Como lo reportó el Times, “La orden del Sr. Trump de retener $391 millones en rifles para francotiradores, granadas impulsadas por cohetes, lentes de visión nocturna, ayuda médica y otro equipo que el ejército ucraniano necesita para combatir una guerra demoledora contra los separatistas respaldados por Rusia ayudaría a desencadenar el juicio político del presidente”.

El periódico declara que Trump decidió frenar la distribución de la ayuda a Ucrania el 19 de junio después de leer un artículo de noticias que indicaba que el “Pentágono pagaría armas y otro equipo militar para Ucrania, llevando la asistencia en seguridad estadounidense al país a $1,5 mil millones desde 2014”.

La acción de Trump generó un “enconado debate interno”, según el Times, llevando a una intervención del “equipo nacional de seguridad” compuesto por un “frente unido” encabezado por el asesor de seguridad nacional, John Bolton, el arquitecto de la guerra de Irak.

Después de que Trump rechazara los llamados oficiales de que se enviara la ayuda, indicando “estamos orinando nuestro dinero”, se filtraron detalles sobre la retención de asistencia militar a la prensa y un funcionario de alto rango de la CIA emitió una queja de “denunciante” acusando a Trump de solicitar “trapos sucios” sobre su rival político.

La CIA puso en acción a su “Mighty Wurlitzer”. Las agencias de inteligencia y la prensa comenzaron a promover la narrativa de que Trump había retenido la ayuda militar para dañar a su rival político, a pesar de que Trump había hecho su decisión sobre la asistencia un mes antes de que le solicitara a Zelenski investigar al exvicepresidente Joe Biden.

Estas acciones llevarían en última instancia al tercer juicio político de un presidente en la historia de EE. UU., sumiendo al país en una crisis constitucional con un resultado desconocido.

Todo esto suscita la interrogante: dado el enorme costo político del juicio político para aquellos que lo iniciaron, ¿qué podría explicar la urgencia y ferocidad con la que todo el aparato de seguridad nacional respondió ante el retraso en la distribución de armas a Ucrania?

¿Existe un calendario para el uso de estas armas en combate? ¿Está EE. UU. preparando una provocación que empuje a Ucrania a emprender una nueva ofensiva militar?

El ejército ruso ciertamente está sacando estas conclusiones. En una declaración a principios de diciembre, el titular del Estado Mayor Conjunto ruso, Valery Gerasinov, dijo que el ritmo acelerado de los ejercicios estadounidenses en el Este de Europa indica que EE. UU. tiene planes de “utilizar sus fuerzas en un conflicto militar de gran escala”.

“Las actividades militares están aumentando en los Estados del Báltico y Polonia, en los mares Negro y Báltico”, dijo Gerasimov. “La intensidad de los ejercicios del bloque militar [OTAN] está aumentando. Los escenarios apuntan a que la OTAN se prepara deliberadamente para utilizar estas fuerzas en un conflicto militar de gran escala”.

En febrero, Estados Unidos enviará casi 20.000 soldados a Europa para un ejercicio militar. Será el despliegue más grande de fuerzas al continente europeo en un cuarto de siglo. El ejercicio, llamado Defender 2020, incluirá 17.000 tropas europeas y, según Breaking Defense, verá a las fuerzas de la OTAN “extender sus trenes de logística y líneas de comunicación desde el mar Báltico hasta el mar Negro”. El ejercicio costará $340 millones.

La Ley de Autorización de Defensa Nacional, la cual fue aprobada con un apoyo bipartidista abrumador a pocos días de que la Cámara de Representantes votará a favor del juicio político contra Trump, incluye $300 millones adicionales en ayuda militar a Ucrania, como parte de un aumento récord en el gasto militar.

En total, Estados Unidos y sus aliados de la OTAN le han dado más de $18 mil millones en asistencia militar y de otro tipo a Ucrania desde el golpe de Estado patrocinado por EE. UU. en 2014, el cual derrocó al presidente prorruso Víktor Yanukóvich, e instaló el régimen proestadounidense actual. Este monto siguió lo que la secretaria adjunta de Estado, Victoria Nuland, presumió en 2013 que fueron “más de $5 mil millones” en asistencia para “garantizar una Ucrania segura y próspera y democrática”.

Las maletas de dinero entregadas por la CIA varias entidades temporales de la “sociedad civil” en Ucrania ayudó a derrocar al Gobierno electo y llevar al poder a un régimen títere estadounidense apoyado por la extrema derecha.

En 2013, EE. UU. apoyó una medida que vincularía Ucrania en una asociación política y tratado comercial con la Unión Europea. Esto pretendía abrir paso para que Ucrania se uniera a la OTAN. Cuando el Gobierno de Yanukóvich se opuso al acuerdo, EE. UU. emprendió su golpe de Estado en 2014, instalando un régimen títere viciosamente hostil a Rusia.

El golpe de Estado de 2014 fue un punto de inflexión en los esfuerzos de EE. UU. para rodear militarmente y, en última instancia, desmembrar Rusia. Desde la disolución de la URSS, Estados Unidos ha encabezado una campaña sistemática para expandir la OTAN hasta las fronteras de la URSS y más allá.

Como señaló la revista Foreign Affairs :

En marzo de 2004, la OTAN aceptó en sus filas a tres Estados Bálticos —Estonia, Letonia y Lituania— que fueron una vez parte de la Unión Soviética y cuatro otros Estados. La entrada de los Bálticos señaló que la expansión de la OTAN no se detendría en la antigua frontera de la Unión Soviética. La UE siguió el camino en mayo de 2004, extendiendo su frontera hacia el este para incluir antiguas repúblicas y aliados soviéticos, incluyendo los Estados Bálticos, la República Checa, Hungría, Polonia, Eslovaquia y Eslovenia.

Pero EE. UU. se vio frustrado por la respuesta decidida de Rusia ante el golpe de Estado en Ucrania. Rusia anexó Crimea después de un referéndum en que la gran mayoría de la población del enclave apoyó dejar Ucrania. Moscú respaldó al mismo tiempo un movimiento secesionista en el este de Ucrania.

Dadas estas circunstancias, Foreign Affairs comentó:

De hecho, el hecho de que Ucrania está en el centro de esta tormenta [la crisis del juicio político] no debería ser nada sorprendente. Durante el último cuarto de siglo casi todos los principales esfuerzos para establecer un orden perdurable posterior a la Guerra Fría en el continente eurasiático han trastabillado en los escollos de Ucrania. Esto se debe a que es en Ucrania donde la brecha entre las ilusiones triunfalistas del fin de la historia y las realidades continuas de competición entre grandes potencias asume su forma más evidente.

A pesar de las consecuencias no previstas y desastrosas del golpe de Estado patrocinado por la CIA en Ucrania, Estados Unidos está decidido a continuar sus esfuerzos para rodear militarmente a Rusia, viéndola como un importante obstáculo a su objetivo geopolítico central: controlar Eurasia, lo que le daría una plataforma de escala para un conflicto con China.

La intransigente marcha de la escalada militar ha puesto a los demócratas en una alianza con la derecha fascistizante en Ucrania, la cual ha celebrado manifestaciones para presionar al presidente Zelenski a continuar e intensificar la guerra indirecta respaldada por EE. UU. contra Rusia.

Una cosa es clara. Si realmente hubiera una línea de tiempo establecida para el uso de los cientos de millones de dólares en armas siendo transferidos a Ucrania, tal guerra amenaza con una escalada nuclear. En 2018, Elbridge A. Colby, uno de los principales autores de la Estrategia de Defensa Nacional publicada por el Pentágono en enero de dicho año, publicó un artículo intitulado, “Si quieres paz, prepárate para una guerra nuclear”.

Indicó:

Los riesgos de una política nuclear audaz podrían ser enormes, pero también lo es la ganancia de una ventaja nuclear ante un oponente.

Cualquier confrontación futura con Rusia o China podría tornarse nuclear… En un combate más difícil e incierto, cada combatiente podría estar tentado de empuñar el sable nuclear para aumentar la apuesta y poner a prueba la resolución del otro bando, o simplemente solo para seguir luchando.

En medio de un creciente resurgimiento de la lucha de clases en todo el mundo, el Gobierno de Trump, representando a una clase capitalista odiada y aislada, podría ver en una guerra la forma de apaciguar, como un reciente comentario en el Financial Times lo planteó, la “guerra de clases” en casa y “hacer que el antagonismo interno parezca irrelevante, si no inconcebible”.

Pero es precisamente el crecimiento internacional de la lucha de clases que constituye el medio por el cual oponerse a la marcha de guerra de la élite gobernante. Según la humanidad entra en la tercera década del siglo veintiuno, la etapa avanzada de los preparativos de guerra de la clase gobernante torna más urgente que se contraponga, en las palabras inmortales de León Trotsky, el “mapa de la guerra” de los capitalistas al “mapa de la lucha de clases”.

Esto significa unir las luchas en expansión y forjar un movimiento común contra la guerra y los ataques a los derechos democráticos, como una parte esencial a la lucha por el socialismo.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 31 de diciembre de 2019)

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