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Perspectiva

Estalla el conflicto entre EE. UU. y Europa en Múnich

La 56ª Conferencia de Seguridad de Múnich estuvo dominada por el resquebrajamiento de la alianza de la OTAN, en medio de nuevos preparativos para un “conflicto entre grandes potencias” y una nueva competición de las potencias imperialistas por recolonizar el mundo.

En una declaración abierta, el reporte inicial de la conferencia dejó en claro que “una importante guerra interestatal no es necesariamente una cosa del pasado”. Por el contrario, “el retorno a la competición más intensa entre grandes potencias puede hacer muy posible otra guerra”.

Presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, D-Calif (centro) en una rueda de prensa con miembros de la delegación estadounidense a la Conferencia de Seguridad en Múnich, Alemania, el domingo 16 de febrero de 2020 (AP Photo/Jens Meyer)

En una declaración a los delegados, el secretario de Defensa de EE. UU., Mark Esper advirtió: “Estamos en una era de Competición entre Grandes Potencias”, lo que significa que “necesitamos pasar de conflictos de baja intensidad y prepararnos una vez más para combates de alta intensidad”.

Mientas que existe un acuerdo universal entre las potencias imperialistas sobre la necesidad de prepararse para combatir guerras, algo igual de impactante son las divisiones sobre cuáles deben ser los blancos.

En una atmósfera tan pesada, las tensiones y disputas que llevan mucho tiempo ebullendo entre EE. UU. y Europa emergieron a la superficie, revelando las enormes divisiones entre Washington y sus aliados de la OTAN en la historia de la posguerra.

El contexto inmediato de la conferencia fue la decisión de Francia, Alemania y, más recientemente, Reino Unido de rechazar las demandas estadounidenses de prohibir que la empresa china de telecomunicaciones Huawei construya la infraestructura de celulares en sus países.

En una serie de discursos, los oficiales estadounidenses buscaron intimidar y engatusar a sus aliados de la OTAN a unirse al eje de EE. UU. contra China. Las amenazas del secretario de Defensa, Esper, se combinaron con los esfuerzos moralizadores de la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, así como el hueco triunfalismo del secretario de Estado, Mike Pompeo quien declaró, “Occidente está ganando”.

Las divisiones fueron tan intensas entre EE. UU. y sus aliados de la OTAN que, cuando un diplomático chino hizo una pregunta desafiando la afirmación de Pelosi de que Huawei estaba exportando “autoritarismo” digital, se escucharon aplausos en todo el salón.

La presencia de Pelosi y el presidente de la Comisión de Inteligencia de la Cámara de Representantes, Adam Schiff, quien acaba de concluir su fracasado intento de deponer Trump bajo pretexto de que es lo insuficientemente agresivo contra Rusia, presentó un frente unido sobre lo que Esper describió “la principal preocupación del Pentágono: la República Popular China”.

Cuando le preguntaron si estaba de acuerdo “con la política sobre China del presidente Trump”, Pelosi respondió “estamos de acuerdo sobre ese tema”.

Más allá de las divisiones explosivas entre EE. UU. y sus supuestos aliados europeos, todo el evento estuvo marcado por una profunda inquietud y atmósfera de crisis. La declaración inicial de Wolfgang Ischinger, el presidente de la conferencia, proclamó que “Occidente está realmente en serios problemas”.

El tema de la conferencia fue “Westlessness” [un juego de palabras para una carencia de occidentalismo]. El reporte introductorio utilizó el argumento spengleriano de “Occidente” para cubrir una amplia gama de crisis: el declive de la hegemonía estadounidense, el aumento de conflictos entre EE. UU. y Europa, el surgimiento de la derecha fascistizante y el rompimiento de las normas internacionales.

El reporte habló de “brechas” y “cismas dentro del Occidente”, centrándose en varias problemáticas, “desde el futuro del acuerdo con Irán y el proyecto del ducto Nord Stream 2 hasta el gasto en defensa de la OTAN y los desequilibrios comerciales transatlánticos”.

Sin duda, incluso cuando ocurría el vento, Estados Unidos anunció nuevos aranceles sobre las aeronaves europeas y el secretario de Energía de EE. UU., Dan Brouillette presumió sobre el éxito de las sanciones estadounidenses en obligar a Alemania a abandonar sus planes de construir un gasoducto con Rusia.

Por más importante que sea, el conflicto sobre Huawei es en muchas maneras una disputa indirecta en torno a divisiones aún más fundamentales. Como en el periodo previo a la Primera Guerra Mundial, las principales potencias están persiguiendo desesperadamente una redivisión del mundo, utilizando el lenguaje colonial de “esferas de influencia”.

Como lo señaló recientemente un artículo en Foreign Affairs, “La unipolaridad se acabó y con ello la ilusión de que las otras naciones simplemente aceptarán su lugar asignado en un orden internacional encabezado por EE. UU. Para Estados Unidos, esto exigirá aceptar la realidad de que hay esferas de influencia en el mundo hoy y que no todas son esferas estadounidenses”.

En sus contribuciones, todos los líderes europeos exhibieron claramente sus ansías de obtener lo que el káiser Wilhelm llamó “un lugar bajo el sol”.

“Europa tendrá que mostrar su fuerza en el futuro”, dijo el ministro de relaciones exteriores alemán, Heiko Maas. “Alemania está lista para involucrarse más, incluyendo militarmente”, concluyó, para resolver crisis como “Irak, Siria, Libia, Ucrania y el Sahel”.

Después de la disolución de la URSS en 1991, Estados Unidos procedió a reorganizar el mundo descaradamente con poder militar, comenzando por la primera guerra del golfo Pérsico. Como lo señaló el Comité Internacional de la Cuarta Internacional en ese momento, la guerra del golfo Pérsico marcó:

el comienzo de un nuevo reparto imperialista del mundo. El final de la posguerra significa el final de la era poscolonial. Según proclama el “fracaso del socialismo”, la burguesía imperialista está proclamando, en acciones si bien aún no en palabras, el fracaso de la independencia. La crisis cada vez más profunda que enfrentan todas las principales potencias imperialistas las obliga a garantizar su control sobre los recursos y mercados estratégicos. Las excolonias, tras haber logrado cierto grado de independencia política, necesitan ser subyugadas nuevamente. Por medio de su brutal asalto contra Irak, el imperialismo está anunciando su intención de restaurar el tipo de dominio irrestricto sobre los países atrasados que existía antes de la Segunda Guerra Mundial.

El esfuerzo del imperialismo estadounidense para reconquistar el mundo no solo ha creado un inmenso desastre humanitario, sino que ha resultado en una catástrofe para EE. UU. Como lo deja clara la última edición de Foreign Affairs:

Los responsables de las políticas estadounidenses han compartido por casi tres décadas la premisa que los planificadores del Pentágono presentaron en 1992: Estados Unidos debería mantener una superioridad militar tan abrumadora que pueda disuadir a sus aliados y rivales por igual de desafiar la autoridad de Washington. Esta superioridad se volvió rápido un fin en sí. Al perseguir el dominio en vez de la mera defensa, la estrategia de primacía sumió a EE. UU. en un espiral negativo: las acciones estadounidenses crearon antagonistas y enemigos que a su vez hicieron que perseguir la primacía sea más peligroso.

Incluso mientras las guerras estadounidenses producen un desastre tras otro, el imperialismo estadounidense percibe con su arrogancia característica que podrá zafarse de esta crisis por medio de nuevas guerras y nuevas amenazas.

La franqueza con la que los representantes de las potencias imperialistas hablan sobre sus preparativos para una nueva guerra refleja los inmensos peligros que enfrenta la humanidad y la urgencia de construir un nuevo movimiento masivo contra las guerras basado en la clase obrera internacional.

(Artículo publicado originalmente el 18 de febrero de 2020)

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