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Lo que la calamidad del coronavirus significa para la vida intelectual y cultural

La actual calamidad sanitaria y económica mundial no tiene precedente.

Cualquiera que sea el desenlace a corto plazo, la vida y la consciencia sociales jamás volverán a sus estados previos. Hemos cruzado el Rubicón. El orden actual, en los ojos de decenas de millones, será visto desde ahora como ilegítimo y una amenaza inmediata a su futura existencia.

Existen varios problemas políticos y mucha confusión por resolver, empero, la consciencia de amplias capas de la población gira rápidamente hacia la izquierda.

Lo ha preocupado a los círculos de oficiales “radicales”, de académicos y artistas durante los meses y años anteriores a la crisis actual, sin embargo, era la cada vez más desquiciada y egoísta política de raza, género y sexualidad. Un sinnúmero de artículos, libros y declaraciones de todo tipo le han informado al público que “la cuestión determinante” de nuestra época era, por ejemplo, el “privilegio blanco”, las reparaciones por la esclavitud, la campaña #YoTambién (#MeToo) o el acoso sexual —o, en cualquier caso, la “injerencia rusa” que amenazaba al gran proyecto democrático estadounidense.

Para tales círculos, los problemas más apremiantes, tal vez se podría decir los únicos problemas apremiantes, durante meses recientes han girado en torno a difamar la revolución estadounidense, tildándola como una “revuelta de esclavistas”, calumniar a Abraham Lincoln como “racista”, poner en lista negra a Román Polanski, Woody Allen y Plácido Domingo (ahora afligido con el coronavirus) y asegurar que el cineasta Harvey Weinstein fuera encarcelado por vida.

Sin varones blancos “privilegiados”, acosadores sexuales y los agentes de Putin, nos dieron a entender, EE. UU. fácilmente pudiera haberse confundido por otro Jardín del Edén.

La pseudoizquierda internacional muy entusiastamente se sumó a esta cruzada “moral” podrida. Un artículo publicado en la página de International Viewpoint por Manon Boltansky, representante del Nuevo Partido Anticapitalista (NPA) en Francia, se solidarizó plena y acríticamente con el intento de suprimir J’accuse (Un Oficial y un Espía) de Polanski, una película sobre el caso Dreyfus, uno de los momentos decisivos en la historia francesa moderna. Sonando totalmente como un alto oficial estatal o un legislador provincial de derecha, Boltansky indignada denunció “la impunidad con que Polanski pudo financiar, dirigir [y] trasmitir su más reciente película, J’accuse ”. Con sofistería considerable, planteó que el intento de bloquear o interrumpir las exhibiciones de la obra de Polanski, con el beneplácito y apoyo del Gobierno francés, “no es un ataque contra la libertad de expresión”. Estas son personas, en realidad, quienes aceptan cualquier cosa, incluyendo medidas autoritarias, siempre y cuando sea adornada con la bandera de oposición a la supuesta “cultura de violaciones” .

Roman Polanski durante el rodaje de «J'accuse»

Las nuevas condiciones creadas por la pandemia ponen tales puntos de vista y las fuerzas que los han promovido –así como quienes aún lo hacen– en claro relieve.

¿Cuál relevancia tienen las preocupaciones triviales de estos elementos sociales para la actual crisis general, una de vida o muerte, que afecta a todo sector de la población, hombre y mujer, blanco, negro, latino o inmigrante? En estos momentos, millones de personas tienen que determinar si es preferible quedarse en sus hogares y correr el riesgo de quedarse sin dinero para pagar el alquiler y la comida para sus familias, o regresar al trabajo y enfrentar la posibilidad de contagiar o transmitir el mortal virus.

Ninguno de los proponentes pequeñoburgueses de la caza de brujas sobre acoso sexual, la falsificación histórica en el Proyecto 1619 del New York Times, las sandeces sobre la intervención rusa en las elecciones del 2016 y todas las demás, generalmente ensimismados y autocompasivos, estuvo mínimamente preparados para la crisis actual.

Tropas negras en la Guerra Civil

Tampoco se puede afirmar simplemente que este proceso comenzó en 2017 o 2012. De hecho, durante décadas ha florecido este sentir egoísta y complaciente entre las altas capas de los medios, la industria del entretenimiento y el universo académico.

Basándose en una bolsa de valores continuamente en alza y mientras los ultrarricos compartían un poco de su riqueza con sus servidores, y todo a su vez arraigado en la cada vez mayor explotación y empobrecimiento de la clase obrera, aquellas nuevas capas sociales prósperas han llegado a creer sinceramente en el sistema y le han declarado su lealtad.

Cautivados por el dinero y el estatus, encantados de estar aparentemente del lado victorioso de la historia, los varios comentaristas miopes, los artistas de tercera y cuarta clase, y los profesores corrompidos hace mucho tiempo en muchos casos “colgaron sus cerebros junto con sus sombreros en el guardarropa” (en palabras de Bertolt Brecht) para unirse a la orgía financiera.

En interés propio, con una perspectiva apreciablemente más estrecha y en su estado de autoengaño, ninguno de ellos pudo ni remotamente imaginarse un cataclismo de las dimensiones del coronavirus en un sistema que consideraban libre de contradicciones severas y, para todos los efectos, eterno.

No es una cuestión, por supuesto, de poder predecir una pandemia. Más bien, los marxistas siempre estamos conscientes de los desastres, lo que Rosa Luxemburgo llamó la “interminable cadena de catástrofes y convulsiones políticas y sociales” en las cuales el imperialismo inevitablemente sume a la población, elevada a nivel universal por el desarrollo de una economía mundialmente integrada.

Debido a sus esfuerzos para advertirle a la clase obrera y prepararla para los grandes golpes y desafíos, los oportunistas y aquel surtido de renegados con regularidad acusan a los marxistas de “catastrofitis” o “alarmismo”.

Rosa Luxemburgo

Luxemburgo una vez explicó que en la teoría socialista el punto de partida para la transición al socialismo siempre había sido “una crisis general y catastrófica” . El pilar central de esta perspectiva, escribió, consistía en “la afirmación de que el capitalismo, como resultado de sus propias contradicciones internas, se mueve hacia el punto en que se vuelve desbalanceado, cuando simplemente será imposible. Existían buenas razones para concebir tal coyuntura en la forma de una crisis comercial general y catastrófica. Sin embargo, eso es de importancia secundaria cuando se considera la idea fundamental”.

En unas pocas semanas, el capitalismo se ha vuelto desbalanceado e imposible para las masas de la humanidad.

Dentro de la nueva situación, ¿quién puede hablar con un mínimo de credibilidad del “privilegio blanco” o el “privilegio masculino”? Aun cuando la edad y las complicaciones de salud son factores, no hay indicio alguno de que el coronavirus castiga a un grupo racial o étnico por encima de otro. Los chinos, franceses y españoles, hombres y mujeres, junto con los italianos, iraníes, estadounidenses, alemanes, coreanos y suecos, todos han sucumbido. Es inimaginable lo que haría el virus si invadiera a ciudades superpobladas y carentes de servicios sanitarios en India, Pakistán, Bangladesh, Nigeria, Senegal, Kenia, México y otros lugares más.

Si la enfermedad mata, como aparenta hacer, a más hombre que mujeres, es lejos de ser un argumento a favor del privilegio femenino . Es indudable, como siempre es el caso en la sociedad de clases, que los pobres, los explotados, los oprimidos de todo etnicidad y género, experimentarán lo peor.

Por supuesto, las voces que promueven la política racial y de género no han sido silenciadas.

Un artículo que apareció en USA Today el 24 de marzo, “Coronavirus layoffs disproportionately hurt black and Latino workers: ‘It’s almost like doomsday is coming’” (Despidos por coronavirus afectan desproporcionalmente a trabajadores negros y latinos: “es casi como si viniera el día del juicio final”) tiene como propósito crear divisiones entre la clase obrera y fomentar el egoísmo comunal. El escrito destaca el caso de una madre soltera negra que fue despedida de una pequeña imprenta en Maryland y plantea que ella “está entre los miles de empleados en negocios pequeños, restaurantes, hoteles, bares, y compañías manufactureras quienes han perdido sus trabajos en días recientes a causa de la pandemia. Los grupos de derechos civiles se preocupan de que aquellos trabajadores, muchos de los cuales que son personas de color, terminarán en un espiral descendiente, haciendo lo imposible para pagar las facturas y alimentar a sus familias”.

¿Y qué hay del resto de la población? ¿Deben los demás ir al infierno? USA Today cita el comentario de un oficial de la National Urban League, “Sabemos que cuando la economía entra en descenso, las personas de color siempre llevan la peor parte”. Sufrirán todas las secciones de la clase obrera y todas serán propulsadas a luchar.

De hecho, en años recientes la porción de la población que ha sufrido el deterioro más agudo en un número de frentes han sido los hombres blancos dentro de la clase obrera. Un estudio reciente de la Journal of the American Medical Association (JAMA) que detalla la caída sin precedente en la expectativa de vida entre el 2015 y 2017, resaltó que el alza en la mortalidad había impactado a trabajadores a través de todos los grupos étnicos y raciales, con el mayor número de muertes excesivas entre los trabajadores blancos. Las incidencias de sobredosis por opiáceos y suicidios ente hombre blancos son particularmente horrorosas.

Una columna, particularmente estúpida y atrasada, por Solomon Jones en el Philadelphia Inquirer afirma en su titular, “El apuro de cerrar negocios en medio del coronavirus apesta a privilegio blanco”. Hablando a nombre de exitosos y aspirantes emprendedores afroamericanos, Jones plantea que “todo negocio propiedad de una persona de color es esencial” . Sigue afirmando que, “mientras los dueños de negocios y trabajadores blancos también serán impactados por las pérdidas económicas, nuestros líderes actuando como si todos pudieran simplemente capear la tormenta y salir entero refleja la muy blanca suposición de una red protectora –algo que no tiene la comunidad negra”.

Para no ser superada, Helen Lewis, de la revista Atlantic, informa a sus lectores, “El coronavirus es un Desastre para el Feminismo” y que “la independencia de la mujer será una víctima silenciosa de la pandemia”. Unas 25.000 personas se han muerto y más de medio millón contagiadas, pero Lewis parece preocupada principalmente por el efecto adverso sobre su estilo de vida de clase media. Al rechazar una “perspectiva género neutral” para tales desastres y aceptar plenamente la incapacidad de la sociedad para evitar la muerte de vastos números de personas, Lewis sigue, “Tan sombrío como lo es imaginarse ahora, son inevitables futuras epidemias, y la tentación de plantear que el género es un factor secundario, una distracción de la crisis real, debe resistirse”.

De la misma manera, Madeleine Simon en la página de The Hill (“Women and the hidden burden of the coronavirus” [Las mujeres y la carga oculta del coronavirus]) proclama que, “las mujeres llevan sobre sus hombros la carga de la pandemia COVID-19”. Simon escribe que la evidencia sugiere que “más hombres que mujeres se están muriendo del coronavirus, pero COVID-19 está teniendo ramificaciones específicas para las mujeres”. Luego de señalar la carga de cuidar a los niños, unos 850 millones que están fuera de la escuela a través del mundo, y ofrecer cuidado médico, que incuestionablemente le cae desproporcionadamente sobre la población femenina, la periodista no puede más que soltar del saco al gato.

Las mujeres, escribe ella, “quedan mayormente fuera de las conversaciones sobre la salud mundial” y “sub representadas en las esferas decisionales. .. Seema Verma y Deborah Brix tienen papeles prominentes en el Grupo de Trabajo sobre el Coronavirus en Estados Unidos, pero sólo 10 por ciento de las representantes son mujeres”. Las palabras finas sobre las mujeres trabajadoras cargadas de responsabilidades domésticas dan paso a las verdaderas preocupaciones –más puestos, mayores ingresos, y más poder para las ya acomodadas profesionales femeninas.

La reacción de ciertos grupúsculos puede ser más egocéntrica que nunca, pero aquello no será la única reacción.

La crisis del coronavirus desatará nuevas fuerzas, incluyendo intelectuales y artísticas.

Terrence McNally en 2020 (Foto: Al Pereira)

Tal como en otros campos, la enfermedad está teniendo un impacto físico sobre el mundo artístico. Las tristes muertes del dramaturgo Terrence McNally, el actor Mark Blum, los músicos Manu Dibango, Mike Longo, Freddy Rodríguez Sr. y Marcelo Peralta, así como el contagio de artistas y músicos como Plácido Domingo mismo, Jackson Browne, Idris Elba, Rita Wilson y Tom Hanks, David Bryan, Ed O’Brien, Debi Mazar, Rachel Matthews, Olga Kurylenko, Kristofer Hivju, y Daniel Dae Kim entre otros más, indica el amplio alcance y poder potencialmente fatal del virus.

El efecto económico del cierre también será devastador para muchos artistas, la inmensa mayoría de los cuales, llevan vidas precarias durante los mejores tiempos –pero el resultado más duradero será ideológico e intelectual en vez de monetario.

El continuo e irreversible desprestigio del capitalismo tendrá una profunda influencia sobre el futuro desarrollo del cine, la música, la pintura, la literatura y el teatro contemporáneos. Una vez más, el afán de lucro a toda costa provocará el repudio y el horror entre los artistas, su barbarie subyacente expuesta para todos aquellos con ojos ver.

Tal parece seguro predecir que la atención de los mejores artistas girará hacia la dirección de una examinación más crítica de las contradicciones sociales y económicas del sistema en que viven, y que ahora pone en peligro a ellos y todos los demás. Los artistas, junto con el resto de la población, querrán saber: ¿Cómo fue posible esto? ¿Quiénes son los responsables? ¿Qué se puede hacer?

Un nuevo interés en el realismo como perspectiva estética, un compromiso más serio con la vida, y la vida y el destino de las masas en particular, vinculado a una oposición política al estatus quo cada vez más abierta, debe ser el desenlace.

Hay una vasta presión suprimida que se desarrolla en la sociedad, incluyendo la presión creativa acumulada. Muchos han sido confundidos, aislados, incapaces de hallar su voz o pisada firme, o no permitido –quizás por falta de confianza en sí mismos– a hacerse a sí mismos o sus pensamientos y sentimientos más profundos conocidos. No todo cambiar de la noche a la mañana, pero la destrucción de los prejuicios prevalecientes, incluso el anticomunismo y las ilusiones en el Partido Demócrata, tendrá lugar. Los artistas y otros encontrarán su camino orientándose hacia la reconstrucción completa y radical de la sociedad.

(Publicado originalmente en inglés el 27 de marzo de 2020)

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