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Perspectiva

La denuncia demócrata al legado revolucionario de EE.UU. le abre un espacio a Trump

Donald Trump llegó a un nuevo nivel de bufonería durante su discurso del 3 de julio frente al Monte Rushmore, donde intentó proclamar su devoción a la democracia y rendir al mismo tiempo una rutina cuidadosamente planificada imitando al dictador Mussolini.

Teniendo dificultades con su teleprompter, Trump invocó “el valor de los 56 patriotas que se reunieron en Filadelfia hace 244 años y firmaron la Declaración de Independencia. Consagraron una verdad divina que cambió al mundo para siempre cuando dijeron, ‘Todos los hombres son creados iguales’”. Luego procedió a proclamar que “nuestro país fue fundado sobre principios judeocristianos”.

Trump no sabe lo que dice. Solo por le bien de precisión histórica, cabe notar que los fundadores se opusieron explícitamente a todos los esfuerzos para comprometer al Gobierno estadounidense a favor de cualquier conjunto de principios religiosos sobre otro. El concepto de libertad religiosa de Thomas Jefferson, cuando escribió en 1776 en el Estatuto de Virginia para la Libertad de Religión, le concedió derechos iguales a “los judíos, los gentiles, los cristianos, losmahometanos, los hindúes, y los infieles de cualquier denominación”. Luego, y aún másfamosamente, el entonces presidente Jefferson escribió en su carta de 1802 a la AsociaciónBaptista de Danbury en Connecticut que las cláusulas religiosas de la Primera Enmienda a la Constitución habían construido “un muro entre la Iglesia y el Estado”.

Por supuesto, el verdadero problema en el enfoque de Trump a la Declaración de Independenciay la Constitución no es que sea ignorante. En cambio, es que sus opiniones son aquellas de un admirador del fascismo. Si pudiera elegir, derrocaría la Constitución y presidiría una dictadura militar-policial. Eso es precisamente lo que intentó hacer a principios de junio. El intento fracasópor no tener la preparación adecuada, pero sigue siendo el objetivo de Trump. Sus discursos en el monte Rushmore y el 4 de julio en Washington DC incluyeron amenazas para aplastar a sus oponentes políticos, especialmente a los “marxistas” y la “izquierda radical”.

No obstante, —y esto fue lo más significativo de sus discursos en el Monte Rushmore y el 4 de julio— Trump encubrió su retórica esencialmente fascista en una defensa de las tradiciones revolucionarias democráticas de EE.UU. Proclamó que sus oponentes estaban repudiando todas las tradiciones y los principios democráticos vinculados a la Revolución estadounidense y sus líderes. Pero él, Donald Trump, es el paladín del legado revolucionario estadounidense.

¿Cómo llegó a ser posible que Trump se presente como el defensor de la democracia estadounidense?

Como lo explicó el Wall Street Journal, aclamando completamente el discurso de Trump:

Las élites liberales han creado esta apertura para él al no oponerse a los radicales que están utilizando el enojo justificado por el asesinato de George Floyd como un garrote para secuestrar las instituciones liberales estadounidenses e imponer sus opiniones políticas intolerantes a todos los demás.

Refiriéndose al “Proyecto 1619 del New York Times, que ridiculiza la fundación de EE.UU. y la reemplaza con una historia que reduce al país a una empresa esclavista que sigue siendo racista hasta su núcleo”, el Journal pregunta, “¿Quién está realmente promoviendo divisiones y una guerra cultural?”.

El diario concluye que, a pesar del manejo desastroso de la pandemia de COVID-19 por parte del Gobierno de Trump, el mandatario quizás incluso gane su reelección si sigue esas líneas:

No cabe duda de que el Sr. Trump ansía que este tema vuelva a arrancar su campaña electoral y, por primera vez, dio un discurso sobre algo más que él mismo. Sigue el guion, añade una agenda para un segundo término y podría tener una posibilidad. Pero, independientemente del resultado en noviembre, el tema del Sr. Trump en el Monte Rushmore no desparecerá. Las élites progresistas están invitando una reacción que tendrá más que un ganador.

En otras palabras, Trump está sacando partido plenamente al hecho de que el Partido Demócrata busca dirigir las protestas multirraciales contra la violencia policial al camino de la política reaccionaria racialista.

Trump y los republicanos han aprovechado la oportunidad para presentarse absurdamente como los defensores del legado revolucionario de EE.UU., en la medida en que las demandas legítimas de tumbar los monumentos a la Confederación se degeneraran en ataques contra Washington, Jefferson y el general Ulysses S. Grant, junto a los abolicionistas que lucharon y murieron por abolir la esclavitud.

Adhiriéndose a la lógica del Times al querer reescribir la historia de forma racialista en el Proyecto 1619, el cual presenta a Lincoln simplemente como un racista cualquiera, será removido un monumento a Lincoln y la destrucción de la esclavitud de la vista pública en Boston. Un artículo de opinión en el Times el lunes llama a destruir el Monumento a Jefferson en Washington DC. Según el Times, dado que Jefferson y muchos de sus contemporáneos tenían esclavos, sus acciones carecían de cualquier contenido progresista.

Desde el punto de vista de estrategia política, la ruptura de la “izquierda” con las tradiciones revolucionarias de EE.UU. es un desacierto de proporciones “monumentales” (una palabra apropiada), concediéndole a Trump la oportunidad de legitimar su mensaje fascista como defensor de la democracia estadounidense.

Sin embargo, el ataque a figuras como Jefferson —el autor en el siglo dieciocho de la declaración más importante de la Ilustración, que “todos los hombres son creados iguales— no tiene nada que ver con la política auténticamente de izquierda o socialista. Por el contrario, refleja los intereses sociales y las aspiraciones fundamentalmente antidemocráticas de una capa de la clase media-alta.

Las últimas cuatro décadas, comenzando por la llegada de Ronald Reagan a la presidencia y continuando en todas las Administraciones siguientes, han sido testigo de un aumento extraordinario de la desigualdad social. La población afroamericana no ha estado exenta de este proceso. Un abismo social enorme separa al 10 por ciento de afroamericanos más ricos del 90 por ciento más pobre.

El prolongado proceso de concentración de la riqueza ha erosionado gradualmente la consciencia democrática. Esto se ha tenido un reflejo particular en la comunidad académica en gran parte de la clase media-alta, de profesores titulares cada vez más hostiles a las teorías de la historia que priorizan las clases y la lucha de clases. Esta sección de la sociedad está mucho más interesada en las teorías que se concentran en temas de identidad —razas, género, sexualidad, etc.— que pueden emplearse para exigir y recibir un mayor acceso a la masiva riqueza concentrada al tope de la sociedad.

Los intereses sociales de esta capa se han fusionado con los esfuerzos de la clase gobernante en su conjunto para dividir a la clase obrera y bloquear el desarrollo de una lucha unida contra el capitalismo.

Los demócratas y los republicanos han empleado la raza para este propósito en sus respectivas maneras. Por un lado, Trump intenta cultivar una base de apoyo fascistizante. Por el otro, los demócratas azuzan los conflictos raciales incansablemente con su promoción de los conceptos reaccionarios como “privilegio blanco” y la afirmación de que la violencia policial es culpa de la “gente blanca” en vez del Estado capitalista.

En el mundillo en torno al Partido Demócrata, que incluye al Times, todo tema se interpreta como una cuestión racial. La pobreza, el impacto del coronavirus, la violencia policial y cualquier otra consecuencia del capitalismo se presenta como el producto de una división racial irreconciliable.

Esta representación de la sociedad estadounidense tiene el beneficio de impedir cualquier cuestionamiento del sistema capitalista o el dominio de la sociedad en manos de la oligarquía corporativa y financiera. No es una cuestión de establecer una igualdad social auténtica, sino de “participación de capital”, es decir la asignación cada vez mayor de posiciones de poder y riqueza a sectores pequeños de las minorías.

Ningún movimiento progresista se ha construido jamás a partir de la elevación de la raza como una categoría social fundamental. La política genuinamente izquierdista —es decir, socialista— se basa en la lucha por unir a toda la clase obrera, independientemente de su raza, género o nacionalidad. Solo es posible oponerse a todas las formas de racismo sobre esta base. En esta lucha, la clase obrera es la verdadera poseedora de todo lo progresista de las luchas revolucionarias del pasado, incluyendo la guerra de independencia y la guerra civil, las dos grandes revoluciones democráticas burguesas de EE.UU.

El desarrollo de dicho movimiento no tiene un carácter meramente intelectual-polémico. La cuestión decisiva es el desarrollo de la lucha de clases en sí. Trump y los demócratas están respondiendo precisamente a la aparición de dicho movimiento, acelerada por la campaña homicida de regreso al trabajo de las élites gobernantes y la crisis social masiva en todo el país.

La clase obrera necesita armarse con una dirección revolucionaria socialista. Esta es la tarea central del Partido Socialista por la Igualdad y sus partidos hermanos del Comité Internacional de la Cuarta Internacional. Llamamos a todos los que quieran construir este movimiento a unirse al Partido Socialista por la Igualdad y asumir la lucha por el socialismo.

(Artículo publicado originalmente el 7 de julio de 2020)

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