Español

Una conferencia en San Diego, Berkeley, y Ann Arbor

El arte, la guerra y la revolución social

Una generación que solo ha conocido la guerra

Me imagino que la mayoría de los aquí presentes nacieron entre 1990 y 2000, o quizás 1985 y 2000. Si cumplen 20 años en 2016, tenían dos en el momento del intento por hacer un juicio político a Bill Clinton a través de un escándalo sexual fabricado, cuatro durante el robo de una elección nacional por parte de las fuerzas de Bush y Cheney, cinco durante los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 y la invasión de Afganistán y unos siete años en el momento de la invasión de Irak.

Si tienen 20 años, o incluso 25, Estados Unidos ha estado en guerra durante toda vuestra vida consciente (estoy considerando arbitrariamente los 13 o 14 años como la edad en que uno se hace consciente del mundo en general, de hechos políticos). Para cualquier persona nacida en 1988 o después, el ejército de EE.UU. ha participado diariamente en el asesinato de personas durante toda vuestra vida políticamente consciente, sin fin a la vista. Todo lo contrario.

En la categoría que acabo de mencionar, los nacidos en EE.UU. entre 1988 y 2003 —es decir, aquellos que actualmente son conscientes de los acontecimientos, un total que obviamente excluye a los muy jóvenes— hay unos 65 millones de personas.

Se puede tomar la primera guerra del Golfo en 1990-1991, el ataque de EE.UU. a Irak, como el evento que realmente inició la época del renovado militarismo imperialista y el neocolonialismo en el que aún vivimos. Unos 104 millones de personas nacieron entre 1977 y 2003. La experiencia consciente de ellos, o la vuestra, abarca un cuarto de siglo de guerra o casi guerra, operaciones encubiertas, sanciones asesinas, “agujeros negros”, tortura, justificaciones de la tortura, ataques con drones y amenazas de guerras nuevas y más grandes.

El gobierno de Clinton intervino en docenas de países durante la década de 1990, a menudo con el pretexto de “intervenciones humanitarias”.

Una lista parcial de esos países:

* Irak —ambas intervenciones militares para “asistir” a los kurdos en el norte de Irak, zonas de exclusión aérea, bombardeos y sanciones económicas devastadoras, que provocaron muerte y destrucción a gran escala;

* Operaciones en muchas partes de la antigua Yugoslavia, como la Operación Fuerza Deliberada en 1995, el bombardeo de tres semanas a los puestos serbobosnios, culminando en el bombardeo devastador de Serbia y puestos serbios en Kosovo en 1999;

* Somalia (Operación Restaurar la Esperanza, 1992-1995) —una intervención que comenzó durante el gobierno de Bush padre);

* Haití (Operación Defender la Democracia, 1994-1995) —20,000 soldados de EE.UU. Fueron desplegados finalmente para restaurar a Jean-Bertrand Aristide como presidente.

Luego están las operaciones iniciadas por Bush hijo y continuadas por Obama:

* octubre de 2001 hasta el presente: guerra en Afganistán (Operación Libertad Duradera).

* marzo de 2003 hasta el presente: guerra de Irak (Operación Libertad Iraquí, Operación Nuevo Amanecer).

También con Bush: Yemen (2002), Filipinas (2002); Costa de Marfil (2002); Liberia (2003); Georgia y Yibuti (2003); Haití (2004); Etiopía, Eritrea, Kenia (2004); Líbano (2006); Somalia (2007); Osetia del Sur, Georgia (2008); Somalia (2011); Uganda (2011); Jordania (2012); Turquía (2012); Chad (2012); Mali (2013); crisis de Corea del Sur (2013) y Camerún (2015).

* 2004 hasta el presente: ataques con drones de EE.UU. para ayudar en la guerra en el noroeste de Pakistán (miles de muertos).

* 2010 hasta el presente: ataques con drones de EE.UU. en Yemen (miles de muertos).

* 2011: Libia (Operación Odisea del Amanecer).

* 2011: Asesinato de Osama bin Laden en Pakistán (Operación Lanza de Neptuno).

* 2014 hasta el presente: intervención liderada por EE.UU. en Siria.

* 2014 hasta el presente: intervención contra el Estado Islámico.

En 2004, Richard Grimmett, especialista en seguridad internacional de la División de Asuntos Exteriores, Defensa y Comercio del Servicio de Investigaciones del Congreso, escribió un documento, “Casos de uso de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos en el exterior, 1798–2004”, que detalla cada episodio. Dejando de lado sus cualidades literarias, es un trabajo notable. Grimmett necesita 7,816 palabras para describir las operaciones militares de EE.UU. en el exterior desde 1798 hasta 1991. ¡Y necesita 7,476 palabras —casi tantas— para describir las operaciones militares de EE.UU. en el exterior desde 1992 hasta 2004 ! Una orgía de violencia imperialista estadounidense.

La guerra como factor explosivo en la sociedad estadounidense

La guerra es un factor explosivo en la sociedad estadounidense. Veinticinco años de guerra sin fin, violencia militarista, agresión y amenazas verbales. Esa violencia es transmitida a través de los medios de comunicación, la industria del entretenimiento y a través de todos los poros de la sociedad oficial.

El Proyecto Costos de la Guerra, de la Universidad de Brown, hizo estimaciones sobre la muerte y destrucción en Irak, Afganistán y Pakistán, solo desde la invasión de Afganistán en 2001 ( solo en la década de 1990, las sanciones de EE.UU. costaron cientos de miles de vidas iraquíes).

Los autores estiman que 370,000 personas han muerto como consecuencia de la violencia directa de la guerra. De ellos, aproximadamente 210,000 son civiles.

Un organismo destacado que estudia tales temas, la secretaría de la Declaración de Ginebra sobre Violencia Armada y Desarrollo, estima de manera conservadora que en los conflictos contemporáneos hay cuatro muertes indirectas por cada muerte directa (por malnutrición, enfermedad, negligencia, estrés, etc.). Eso significa que el número de muertos en guerras desde 2001, en cifras conservadoras, estaría entre 1.5 y 2 millones de seres humanos.

En estas guerras han muerto unos 6,900 soldados estadounidenses. “Las nuevas peticiones por discapacidad siguen llegando al Departamento de Asuntos de Veteranos, con 970,000 peticiones por discapacidad registradas al 31 de marzo de 2014. Muchas muertes y lesiones entre contratistas de EE.UU. no han sido informadas, como exige la ley, pero es probable que hayan muerto al menos 6,900” (Proyecto Costos de la Guerra).

Hasta 2014, 2.8 millones de veteranos sirvieron solo en la primera guerra del Golfo y otros 2.6 millones solo en la segunda guerra del Golfo, pero hay 1.6 millones de veteranos que sirvieron en uno de esos dos conflictos y en otro. Esto suma 7 millones de veteranos en la “era de las guerras del Golfo”, de 1990 a 2014. ¿Cuántos más han sido afectados por ese total? Cónyuges, hijos, padres, hermanos. Veinte, treinta millones, o más.

Tenemos a los mutilados físicamente y a los mutilados psíquicamente. Cientos de miles de veteranos padecen lesión cerebral traumática (TBI, sigla en inglés) y cientos de miles sufren de trastorno por estrés postraumático (PTSD, sigla en inglés).

Estas son guerras peleadas mayoritariamente por la clase trabajadora, los pobres, los jóvenes de pueblos pequeños, centros urbanos y zonas rurales, a menudo las regiones más deprimidas y atrasadas culturalmente. Son esencialmente “reclutas económicos”. Las tasas de reclutamiento en los condados rurales y exurbanos de Estados Unidos están muy por encima del promedio nacional. En los condados rurales de los estados sureños, las tasas de reclutamiento fueron un 44 por ciento superiores al promedio nacional a principios de los años 2000.

Las ciudades grandes y pequeñas con las tasas de mortalidad más altas —según un informe de 2007— son:

1. Valdosta, Georgia (126,305 población del área metropolitana en 2007)

2. Kokomo, Indiana (100,877)

3. Bismarck, Dakota del Norte (101,138)

4. Casper, Wyoming (70,401)

5. Altoona, Pensilvania (126,494)

6. Mansfield, Ohio (127,010)

7. Corvallis, Oregón (79,061)

8. Cheyenne, Wyoming (85,384)

9. Elizabethtown, Kentucky (110,878)

10. Salisbury, Maryland (117,761)

Altoona fue una vez un centro ferroviario; a Kokomo se la conoció por su industria automotriz; Mansfield fue el hogar de Westinghouse y GM.

Esto es de un artículo de 2003 en el Austin American-Statesman, de Texas (“Muerto en la guerra de Irak: un sacrificio de las ciudades pequeñas”):

Karen Henry tiene dos hijos en Irak. Puso las fotos en la mesa de formica de Coahoma Dairy Queen [comercio en un pueblo de 900 personas en el oeste de Texas]. ...

Karen se graduó en Coahoma High School hace casi 30 años. Trabaja en una empresa de servicios petroleros.

“No había nada aquí”. Ella explica por qué dos de sus tres hijos se alistaron (el tercero, Murphy, tenía asma; de lo contrario, también podría estar en Irak). Sus hijos pasaban el rato frente al supermercado Town and Country hasta que “se marcharon”.

Estaban “aburridos, sabían que no había lugares para conseguir trabajo y que la universidad era demasiado cara”.

Y luego, ella dijo: “el 90 por ciento de ellos comienza a beber y a divertirse”.

La policía local llegó a una fiesta en la que estaba Steven. Salió corriendo por una puerta trasera. “Iba de regreso a la casa de su primo y se quedó despierto toda la noche”, recuerda Karen Henry. “Y eso fue todo. Quería más de la vida”.

Steven tomó la carretera I-20 hasta la estación de reclutamiento en Midland y se alistó.

Esto es una tragedia humana terrible.

El impacto de 25 años de guerra y decadencia social en la vida cotidiana en Estados Unidos es asombroso. Como señaló un reciente artículo del WSWS: “Esta sociedad es tan maltratada que, según un informe de la semana pasada, 200,000 estadounidenses fueron asesinados en los últimos 15 años. Estados Unidos es un país en guerra no solo con Medio Oriente sino consigo mismo”.

Del Wall Street Journal: “EE.UU. tiene menos del 5 por ciento de una población mundial de 7.300 millones, pero tuvo el 31 por ciento de los tiradores masivos en el mundo entre 1966 y 2012, más que cualquier otro país [dijo un experto], y agregó que llama tirador masivo a aquel que mató al menos a cuatro víctimas. Según su investigación, los 90 asesinos que efectuaron tiroteos masivos en EE.UU. superaron en cinco veces al país que viene después, Filipinas”. Según ABC News, hubo un promedio de un tiroteo por semana, en un colegio o campus universitario, en 2015.

Que ninguno de los principales candidatos presidenciales, incluido Bernie Sanders, hable de las guerras no significa que estas no tengan un impacto en la consciencia y conducta popular. La élite gobernante y sus medios de prensa complacientes y serviles piensan que algo no existe si no se le dedica un espacio de 30 segundos en las noticias de la noche. Eso es un autoengaño. Las guerras están carcomiendo a la sociedad estadounidense.

Ahora la guerra es lo “normal”. Es un elemento de la vida cotidiana. Y nadie está preparado para lo que viene. El empuje hacia la guerra contra Irán, Rusia y China tiene implicaciones que son inimaginables.

No hay bases militares extranjeras ubicadas permanentemente en suelo estadounidense. Sin embargo, el ejército de EE.UU. reconoce oficialmente que tiene unas 800 bases en el mundo, en unos 80 países, “incluidos Aruba y Australia, Baréin y Bulgaria, Colombia, Kenia y Catar, entre muchos otros lugares. Aunque pocos estadounidenses lo sepan, es probable que Estados Unidos tenga más bases en tierras extranjeras que cualquier otro pueblo, nación o imperio en la historia”.

David Vine, en el libro Base Nation, escribe: “La presencia en el extranjero del Pentágono es aún mayor. Hay soldados y demás personal militar estadounidense en unos 160 países y territorios extranjeros. … Y no olviden los 11 portaaviones de la Marina. Cada uno es una especie de base flotante, o, como lo describe la Marina, ‘cuatro acres y medio de territorio soberano de Estados Unidos’. Por último, por encima de los mares, hay una presencia militar creciente en el espacio”.

El Reino Unido tiene siete bases militares y Francia tiene cinco en antiguas colonias. Rusia tiene ocho en antiguas repúblicas soviéticas. Japón tiene una en Yibuti, junto con bases estadounidenses y francesas. Según los informes, Corea del Sur, India, Chile, Turquía e Israel tienen por lo menos una base en el exterior. También hay informes de que China podría estar buscando su primera base militar en el extranjero. “En total”, escribe Vine, “estos países probablemente tienen unas 30 instalaciones en el exterior, lo que significa que Estados Unidos tiene aproximadamente el 95 [en realidad más del 96] por ciento de las bases extranjeras del mundo”. Hablar de imperialismo ruso y chino en estas condiciones es absurdo.

Las consecuencias para la sociedad y cultura estadounidenses

¿Cuáles son las consecuencias generales de décadas de guerra continua para la sociedad y cultura estadounidenses? Se necesita mucho más que esta charla para responder adecuadamente.

Espero que algunos de los hechos y cifras que he presentado sean indicativos. Pero cuando uno se refiere al carácter y la calidad de la vida cotidiana, su profundo deterioro a lo largo del tiempo, en el contexto de una discusión sobre arte, esos hechos y cifras son un poco fríos.

Es justo en este momento, irónicamente, que uno desearía poder mencionar una película o novela, una obra de teatro o serie de pinturas, que de alguna manera haya captado esta transformación histórica con imágenes concretas, que haya ofrecido una clave para comprender la verdad esencial sobre las últimas décadas, o al menos aspectos críticos de ella. Una de nuestras dificultades principales —y críticas— hoy es que tal obra no existe, o que ha habido muy, muy pocas.

En general, en el último cuarto de siglo surgió una cultura profundamente embrutecida y embrutecedora en EE.UU. Nunca en la historia se ha combinado tanta degradación (o trivialidades) con tecnologías tan avanzadas. Es difícil encontrar un impulso antisocial o psicótico que no haya llegado al público mediante los medios más actualizados —¡y uno que no haya tenido justificación académica o intelectual! En el futuro, los seres humanos contemplarán este momento con asombro—.

La guerra se ha perpetuado. En el siglo XX, en contraste, las guerras fueron más cortas y horribles, fueron excepciones a la regla. Se las consideró un desperdicio terrible de recursos humanos, horriblemente destructivas. La generación de mi padre peleó en la Segunda Guerra Mundial, la de mi abuelo en la Primera Guerra Mundial. Los hombres (y en su mayoría fueron hombres) salían del ejército y no querían ponerse el uniforme nunca más. A menudo no querían hablar de su experiencia.

Películas y novelas bélicas

Quiero hablar brevemente de una serie de filmes y novelas que se destacan por su retrato de las guerras en el siglo XX. No tengo ni el conocimiento ni el tiempo para hablar sobre otras formas artísticas, pero creo que veríamos las mismas tendencias generales.

Al pensar en la Primera Guerra Mundial, vienen a la memoria ciertas películas, sobre todo La gran ilusión (1937), de Jean Renoir (aunque hablaré mayormente de filmes y libros estadounidenses), Sin novedad en el frente (la novela de Erich Maria Remarque de 1929 y la adaptación cinematográfica de Lewis Milestone de 1930), Adiós a las armas, de Ernest Hemingway, de 1929 (también llevada al cine, por Frank Borzage en 1932 y por Charles Vidor en 1957) y La patrulla infernal (1957), de Stanley Kubrick.

En La gran ilusión, de Renoir, un par de soldados franceses se escapa de un campo de prisioneros de guerra. Se refugian en la granja de una mujer alemana que perdió a su esposo y a sus tres hermanos en batallas que ella describe amargamente como “nuestras grandes victorias”. El soldado francés y la viuda alemana se enamoran, pero la situación conspira contra ellos.

El tema de la fraternidad entre “enemigos”, los intereses en común de los diversos pueblos, en oposición a los que organizan y dirigen los asesinatos en masa, es uno de los grandes temas de los filmes y libros sobre la Primera Guerra Mundial. Contrarrestaron el nacionalismo y chovinismo feroz que acompañó al estallido de la matanza masiva de la guerra en 1914.

Sin novedad en el frente cuenta la historia de un joven soldado alemán que se une al ejército porque se lo pide su profesor patriota. El libro explora el horrible sufrimiento psicológico y físico causado por la Primera Guerra Mundial. Los soldados mueren en unos pocos cientos de metros de distancia. En un momento, el protagonista apuñala a un soldado enemigo en una pelea cuerpo a cuerpo y lo ve morir, agonizante, durante horas.

Finalmente, en la novela de Remarque, el joven alemán le habla al soldado muerto: “Pero ahora, por primera vez, veo que eres un hombre como yo. Pensé entonces en tus granadas de mano, en tu bayoneta, en tu fusil; ahora veo a tu mujer, tu rosto, lo que tenemos en común. Perdóname, camarada. Siempre lo vemos demasiado tarde. ¿Por qué nunca nos dicen que ustedes son pobres diablos como nosotros, que sus madres están tan ansiosas como las nuestras y que tenemos el mismo miedo a la muerte, el mismo final y la misma agonía. Perdóname, camarada; ¿cómo puedes ser mi enemigo? … Toma veinte años de mi vida, camarada, y levántate —toma más, pues yo ni siquiera sé que hacer con ellos de aquí en adelante”.

Los nazis quemaron el libro después de llegar al poder, en 1933.

Este esfuerzo por “humanizar” al enemigo, dotarlo de características familiares, reconocer que él o ella es como “nosotros”, se opone a la tendencia actual en la mayoría de las películas de Hollywood de convertir a los árabes, rusos, chinos e iraníes en criaturas infrahumanas —para que la población se acostumbre a la posibilidad de matar a un gran número de ellos.

La Segunda Guerra Mundial, De aquí a la eternidad

La Segunda Guerra Mundial fue ideológicamente vendida a la población como una guerra contra el fascismo, y hubo un poderoso sentimiento democrático en muchos de los que pelearon, pero fue otra guerra imperialista, una guerra peleada por las grandes potencias por la división y el reparto del mundo. El antifascismo y el antitotalitarismo tuvieron su expresión en muchas películas, realizadas no solo en los inmediatos años de posguerra sino en la década siguiente y en otros géneros (westerns, cine negro, ciencia ficción).

Las películas memorables de esa época son innumerables. Algunas que vienen a la memoria: El gran dictador (1940), de Charles Chaplin; Corresponsal extranjero (1940) y Saboteador (1942), de Alfred Hitchcock; Tres camaradas (1938) y Tormenta mortal (1940), de Frank Borzage; La caza del hombre (1941) y Los verdugos también mueren (1943), de Fritz Lang; A través del Pacífico (1942), de John Huston; Casablanca (1942), de Michael Curtiz; Fugitivos del infierno (1942), de Raoul Walsh; Fuimos los sacrificados (1945), de John Ford; Lo mejor de nuestra vida (1946), de William Wyler; Almas en la hoguera (1949), de Henry King; De aquí a la eternidad (1953), de Fred Zinnemann, y muchas más.

Incluso muchas de las películas de propaganda hechas durante la guerra, como ¿Por qué luchamos? (serie de siete filmes, la mayoría dirigidos por Frank Capra), muestran cierto talento artístico. La serie incluye un filme dedicado a los sacrificios del pueblo soviético.

Entre las novelas, hay varias que se destacan, como Los desnudos y los muertos (1948), de Norman Mailer, ambientada en la guerra en el Pacífico Sur. Mailer explora el sistema de clases en el ejército, las estructuras de poder que afectan todos los aspectos de la vida militar, junto con otros temas. Era socialista en ese momento y estuvo brevemente en los márgenes del movimiento trotskista.

Trampa 22, de Joseph Heller, fue escrita por su autor entre 1953 y 1961. Heller acuñó una frase que alude a una situación en la que un individuo no tiene escapatoria debido a las reglas contradictorias establecidas por quienes dan las órdenes.

Quiero dedicar unos minutos a De aquí a la eternidad, novela de James Jones, publicada en 1951, y a la adaptación cinematográfica de Zinnemann, de 1953, con Montgomery Clift, Burt Lancaster, Deborah Kerr, Donna Reed y Frank Sinatra.

La novela de 850 páginas de Jones es despareja, recargada en muchas partes, pero contiene elementos fascinantes y reveladores, que nos dicen mucho sobre EE.UU. y el soldado estadounidense.

El libro se centra en una compañía de infantería del ejército estacionada en Hawai en la víspera del ataque a Pearl Harbor, en diciembre de 1941. La figura principal es Robert E. Lee Prewitt (interpretado por Clift en el filme), hijo de un minero de Harlan County, que es muy terco en sus principios y su conducta. Una y otra vez, sus superiores se refieren a él, medio en broma, como el “bolchevique”. El sargento Milt Warden (Lancaster) es otro personaje central. El libro irradia odio hacia la clase de los oficiales, tratados casi universalmente como egoístas, incompetentes y vagos, o fascistas.

En De aquí a la eternidad se producen hechos extremadamente brutales, como la golpiza de un soldado hasta la muerte por parte de guardias en la empalizada.

James Jones (1921-1977) escribió De aquí a la eternidad, Como un torrente (1957), La delgada línea roja (1962) —todas con adaptaciones cinematográficas interesantes— y otras novelas y cuentos.

La adaptación de Zinnemann de De aquí a la eternidad tiene muchos elementos notables, y captura algunos de los temas de la novela. Todos los actores principales hacen un trabajo serio. Sin embargo, el ejército de EE.UU. y la oficina del Código de Producción Hays censuraron el guion e insistieron en cambios significativos. En el filme, el oficial en jefe y matón se ve obligado a renunciar cuando aparece el inspector general del ejército para deshacerse de las “manzanas podridas”. En su autobiografía, Zinnemann describe la escena de castigo al oficial que atormenta a Prewitt como “el peor momento de la película, propio de un corto de reclutamiento [del ejército estadounidense]” y agrega: “Me enferma cada vez que lo veo”.

En todo caso, quiero citar algunos pasajes de De aquí a la eternidad, de Jones, que pueden transmitir el aire de la novela.

En el primer tercio de la novela, Prewitt hace un examen de conciencia, en respuesta al momento difícil por el que le están haciendo pasar sus superiores (porque no acatará las órdenes de varias maneras). Reflexiona:

Pero él siempre había creído en pelear por el perro débil, contra el perro fuerte. … Así que había seguido adelante, sin dejar de creer que si los comunistas eran los más débiles en España, entones creía en pelear por los comunistas en España; pero si los comunistas eran los más fuertes en Rusia y (¿cómo los llamarían en Rusia? Traidores, supongo) los traidores eran los más débiles, entonces creía en pelear por los traidores, contra los comunistas. Él creía en pelear por los judíos en Alemania, y contra los judíos en Wall Street y Hollywood. Y si los capitalistas eran los más fuertes en Estados Unidos y el proletariado los más débiles, entonces creía en pelear por el proletariado, contra los capitalistas. Esta filosofía de vida, muy arraigada para ser olvidada, lo había llevado a él, un sureño, a creer en pelear por los negros contra los blancos en todas partes, porque los negros no eran los más fuertes en ninguna parte, al menos hasta ese momento.

Prewitt continúa:

Pero te preguntas, ¿dónde te ubica eso políticamente? ¿Cuál es tu visión política? … Si tuvieras que responder, sinceramente, bajo juramento (supongamos que el señor [Martin] Dies y su Comité de Actividades Antiestadounidenses te llama…), entonces diría que políticamente eres una especie de súper archirrevolucionario, como el que hizo la revolución en Rusia y que los comunistas están matando ahora, una especie de criminal perfecto, muy peligroso, un perro loco que ama a los perros débiles.

Un poco después en la novela, se produce una discusión escalofriante entre varios oficiales, en la que un joven general de brigada, Sam Slater, esencialmente proclama la necesidad de una dictadura militar en EE.UU.: “Yo, y hombres como yo, estamos obligados a asumir la responsabilidad de gobernar. Para que sobreviva la sociedad organizada y la civilización como la conocemos no solo debe haber una consolidación de poder sino que debe haber un control completo e incontestable que lo encabece”.

Slater continúa: “Pero cuando llegue ese día, debemos tener un control completo, como ellos allí [en Alemania, Japón, URSS] ya tienen el control completo. Hasta ahora, ha sido manejado por las grandes corporaciones, como Ford, General Motors, US Steel y Standard Oil. … Pero ahora la consolidación es la consigna, y las corporaciones no tienen el poder suficiente para lograrlo —incluso si estuvieran dispuestas a consolidarse, y no lo están. Solo los militares pueden hacerlo bajo un control central”.

En La delgada línea roja, ambientada en Guadalcanal, en las islas Salomón, durante los combates feroces entre las fuerzas estadounidenses y japonesas en noviembre de 1942, Jones observa las afirmaciones oficiales sobre la guerra con un desdén considerable. Es una novela oscura, por momentos bastante cínica, pero a menudo liberadora en su falta de hipocresía.

Al principio, el sargento Edward Welsh (la reencarnación de Warden, el personaje en De aquí a la eternidad, como explica Jones) murmura para sí mismo poco después del desembarco de su unidad en Guadalcanal:

‘Propiedad. Propiedad. Todo por la propiedad. Pues de eso se trata; de eso se trataba todo. La propiedad de un hombre, o de otro hombre. De una nación, o de otra nación. Todo se había hecho, y se estaba haciendo, por la propiedad. Una nación quería, sentía que necesitaba, probablemente necesitaba, más propiedad; y la única forma de conseguirla era quitándosela a las otras naciones que la habían reclamado. Ya no había más propiedad no reclamada en este planeta, eso era todo. Y eso fue todo.

En todas las novelas de Jones sobre la Segunda Guerra Mundial, incluida Whistle (1978), sin terminar en el momento de su muerte, los soldados más perceptivos detectan instintivamente algo sobre la guerra, algo que está terriblemente mal con la versión oficial. Están indignados o deprimidos, a menudo atormentados por sus experiencias. Sin tener una versión alternativa resuelta, o sin entender completamente las realidades, no creen en ninguna de las afirmaciones que se hacen sobre la gran lucha por la “democracia”.

En Whistle, por ejemplo, un personaje central, un soldado herido en un hospital, le dice a otro: “Por ejemplo, puedo ver cómo en diez años estas personas que luchan entre sí con tanta desesperación vivirán otra vez en paz y cordialmente. Y luego harán acuerdos y tratados de negocios entre ellos. Y se harán ricos. Como si nada hubiera pasado. Pero esos hombres que están muertos, jóvenes como yo, hombres como tú, seguirán muertos”.

Quiero hacer un breve comentario sobre Lo mejor de nuestra vida. Esta película de tres horas sobre veteranos que vuelven a casa después de la Segunda Guerra Mundial fue muy popular. Increíblemente, vendió 55 millones de entradas en EE.UU., ¡en un momento en que la población estadounidense era de 141 millones y la población adulta era de 106 millones! Aún hoy, notablemente, después de todos los éxitos de taquilla de las últimas décadas, sigue siendo la sexta película más vista en salas en la historia del Reino Unido. Obviamente tocó una fibra.

El filme de Wyler es, sobre todo, una historia de hombres que se reencuentran con mujeres después de la guerra. Hay un profundo trauma psicológico de individuos que fueron privados de amor y a los que les resulta difícil restablecer sus relaciones. Este fue un fenómeno masivo: regresar a casa, salir del uniforme.

Fred Derry (interpretado por Dana Andrews), recién salido del ejército, desea más que nada ponerse su ropa de civil y permanecer con ella. En una escena, su ambiciosa esposa (Virginia Mayo) le pide que use su uniforme para salir de noche. Él detesta la idea.

Derry le deja un montón de papeles a su padre, Pat Derry, notificaciones para sus medallas, escritas por oficiales de alto rango del ejército. El personaje de Andrews no quiere nada de eso.

Se produce este intercambio:

Pat Derry: Te olvidaste de estos papeles, hijo.

Fred Derry: No los quiero, papá.

Pat Derry: ¿Qué son?

Fred Derry: Palabras elegantes que no significan nada. Puedes tirarlos a la basura.

Pat Derry: Son notificaciones para tus medallas. Freddy, ¿por qué nunca las mostraste?

Fred Derry: Esas cosas venían en los paquetes con las raciones K [raciones individuales de comida en combate implantadas por el ejército de EE.UU. durante la Segunda Guerra Mundial].

La guerra de Corea: “Me equivoqué…esta guerra va a durar mucho tiempo”

Las películas hollywoodenses sobre la guerra de Corea tienden a ser sombrías, tal vez porque fue la primera guerra perdida por el imperialismo estadounidense, o porque al menos hubo un estancamiento. En muchos de los filmes, las fuerzas estadounidenses están recibiendo, o acaban de recibir, un duro golpe. Obviamente, hay mucha basura anticomunista y patriotismo, pero el tono general es de pesadumbre y desilusión.

Uno piensa en Casco de acero, de Samuel Fuller (1951) —que se caracteriza por el dinamismo y la emotividad habituales de Fuller; Paralelo 38 (1952), de Joseph H. Lewis— en la que se denomina “retroceso táctico”, o una expresión similar, a una retirada de las tropas estadounidenses; Los puentes de Toko-Ri (1954), de Mark Robson —película algo rimbombante, pero William Holden está inolvidable como un abogado que, obligado a servir otra vez como piloto de un bombardero, muere ignominiosamente en una zanja—; Brindis de sangre (1957), de Anthony Mann —sobre la que hablaré en un momento—; La gloria se escribe con sangre (1959), con Gregory Peck, Rip Torn y Martin Landau, en la que se libra una batalla sangrienta y sin sentido mientras se llevan a cabo conversaciones de paz; El que mató por placer (1961), de Denis Sanders —el ejército estadounidense emplea a un psicópata como soldado de “operaciones especiales —; y La guerra es el infierno (1963), de Burt Topper —un sargento megalomaníaco envía a sus hombres a un búnker enemigo, negándose a decirles que se ha declarado un cese al fuego—.

Hacia el final de Brindis de sangre, de Mann, el comandante del pelotón, teniente Benson (Robert Ryan), reflexiona tristemente: “Me equivoqué…esta guerra va a durar mucho tiempo”. Cuando arranca el filme, la unidad agotada y diezmada de Benson se ha separado del resto de las tropas estadounidenses, que recibieron “una paliza” y perdieron 400 hombres en una sola batalla. El grupo de Benson se encuentra con el cínico sargento “Montana” (Aldo Ray) y un coronel conmocionado (Robert Keith), que no puede hablar.

Para el sargento, “la guerra ha terminado”. Es un hombre cruel, sin compasión ni sentimientos. El personaje de Robert Ryan comenta: “Que Dios nos ayude si necesitamos a los de su tipo para ganar esta guerra”. Casi todos mueren al final, incluido el coronel (que sale de su estado catatónico para unirse a la pelea y muere casi inmediatamente), con excepción del sargento y el teniente. En la escena final, Ryan lee los nombres de los muertos, mientras el personaje de Ray tira sus medallas por la ladera de una colina.

No hay nada allí que estimule el patriotismo o el sentimiento nacional.

La Guerra Fría: “No pueden pelear aquí. ¡Este es el Salón de la Guerra!”

La Guerra Fría produjo muchas películas, con una gran cantidad de basura reaccionaria. Pero hubieron algunos filmes destacados. Como señalé antes, Stanley Kubrick dirigió La patrulla infernal (1957), una crítica feroz a la Primera Guerra Mundial. Kirk Douglas interpreta a un oficial francés cuyos hombres se niegan a continuar con un ataque suicida. Luego se enfrentan a una corte marcial. Es una película poderosa y perturbadora.

Kubrick también hizo Doctor Insólito (1964), una sátira sobre un general lunático de la Fuerza Aérea de EE.UU. que lanza un ataque nuclear contra la Unión Soviética. Peter Sellers interpreta tres roles de forma memorable, incluidos el presidente estadounidense Merkin Muffley y el exnazi Dr. Insólito, en silla de ruedas. El filme es una reacción en clave de absurdo ante los miedos de la época. ¿Quién puede olvidar al presidente Muffley cuando regaña al embajador soviético y a otro general de la fuerza aérea de EE.UU. por pelear en el sanctum sanctorum del ejército estadounidense? “Señores, no pueden pelear aquí. ¡Este es el Salón de la Guerra!”. Prevalece una especie de histeria nerviosa.

Otras películas de la época son La hora final (1959), de Stanley Kramer, basada en la novela de Nevil Shute, sobre un grupo de personas en Australia, después de la Tercera Guerra Mundial, que espera la llegada de una nube radioactiva mortal y que esta los extermine; El embajador del miedo (1962), de John Frankenheimer, un filme delirante y desconcertante sobre el lavado de cerebro del hijo de un político derechista, reclutado de forma involuntaria en una “conspiración comunista”, con Angela Lansbury como una esposa y madre política monstruosa; Siete días de mayo (1964), de Frankenheimer, con Burt Lancaster y Kirk Douglas, sobre un intento de golpe de Estado; Límite de seguridad (1964), de Sidney Lumet , con un guión coescrito por Walter Bernstein, que fue víctima de la lista negra de Hollywood, sobre una crisis nuclear durante la Guerra Fría.

En lo artístico, no elogiaría demasiado a estos filmes. Pero reflejaron una gran ansiedad sobre el estado de las cosas (global o específicamente estadounidense), y abordaron los temas directamente, o al menos tan directamente como lo permitieron las circunstancias.

Vietnam

Con la guerra de Vietnam se desató el infierno. En líneas generales, las películas sobre la época de Vietnam son críticas de la guerra, el ejército, el sistema político. Naturalmente, ellas también reflejan las contradicciones y limitaciones del radicalismo de la época. MASH (1970), de Robert Altman, ambientada en la guerra de Corea, pero con la mira en la guerra de Vietnam, el ejército estadounidense y el gobierno de Nixon, estableció el tono. El filme fue escrito por Ring Lardner Jr., otra víctima de la lista negra de Hollywood.

Cabe mencionar a Regreso sin gloria (1978), de Hal Ashby, Los chicos de la compañía C (1978), de Sidney J. Furie, El francotirador (1978), de Michael Cimino, Apocalipsis Ahora (1979), de Francis Ford Coppola, Pelotón (1986) y Nacido el cuatro de julio (1989), de Oliver Stone, Nacido para matar (1987), de Kubrick, Pecados de guerra (1989), de Brian de Palma, entre otras.

Esas películas son abrumadoramente negativas respecto a la guerra y los militares. Proceden, en algunos casos, del movimiento antibélico. Son filmes honestos, a menudo desconcertados, ninguno es una gran obra de arte, pero tienen momentos extraordinarios. Exudan un espíritu de rebelión. Quienes toman en serio las reglas y pronunciamientos militares están engañados o locos.

Al hablar de estas películas de guerra, no miramos hacia atrás con nostalgia de alguna edad de oro —nunca hubo una edad de oro. Estados Unidos es un país muy oscuro en muchos sentidos, la principal potencia imperialista del último siglo.

¿Cómo miramos las películas?

¿Cómo vemos estas películas, cómo vemos los filmes actuales? Esto plantea la pregunta: ¿qué es el arte? ¿Cuál es nuestro enfoque en la evaluación del arte?

Para los marxistas, el arte es en última instancia un medio a través del cual conocemos y damos sentido a la realidad, pues a él le preocupa la verdad tanto como a las ciencias objetivas, aunque, obviamente, de una manera diferente.

Criticamos o rechazamos el didactismo, el sermoneo en el arte, porque en una obra didáctica el artista tiene un contenido prosaico y simple, y la forma artística es meramente un adorno, algo superfluo. Tal obra no causa una impresión profunda o duradera; carece de espontaneidad, de vida.

En gran medida, el arte muestra y no explica, excepto en casos inusuales. Los cineastas piensan en imágenes y dramatizan sus conceptos. Los conceptos están incorporados en las relaciones, situaciones e imágenes.

Desde luego, esto no significa que el artista no tenga opiniones o ideas. Él o ella trabaja con imágenes; los sentimientos juegan un rol importante, pero en conexión con el pensamiento. El artista no ve a la audiencia como una masa temblorosa de emoción lista para ser manipulada.

Las mejores películas que mencioné miraron la sociedad estadounidense de forma crítica, con el ejército visto como un componente del orden social. Había una mayor conciencia de las fallas y debilidades de la sociedad. Predominaba un realismo más pronunciado.

No se trata simplemente del nivel explícitamente político de conciencia. Uno ve Lo mejor de nuestra vida, De aquí a la eternidad, Fuimos los sacrificados, entre otros filmes, o lee las novelas de Jones y Mailer, y no son necesariamente obras geniales, pero ofrecen una visión del pueblo estadounidense, al menos de algunos aspectos importantes. Hay una relación mucho más cercana de esas películas y novelas con la vida cotidiana, sobre todo en la desconfianza hacia los mandos militares y los peces gordos en general.

En una de las primeras escenas de Lo mejor de nuestra vida, uno de esos peces gordos prácticamente desplaza al personaje de Dana Andrews del mostrador de una aerolínea (dice con prepotencia: “Acordé tener mis boletos aquí. Mi nombre es Gibbons. George H Gibbons”). Los problemas de clase están presentados desde el comienzo.

La distancia enorme entre el cine actual, comercial o independiente, y la gente, la forma en que ella piensa y siente realmente, es sorprendente. Y también hablo, francamente, de esas películas y series de televisión que hacen un esfuerzo especial para mostrar “gente común y corriente”.

El contacto con la gente era mucho más orgánico, a pesar del carácter social y con fines de lucro de Hollywood. Se presumía que los ricos eran mucho menos interesantes, eran egoístas, perezosos, ensimismados, que los grandes dramas estaban en los barrios o lugares de trabajo de la clase obrera, o en los sectores más intrigantes de la clase media, del pasado y del presente —o en el drama de la ciencia, o la guerra, o las luchas políticas del pasado.

Obviamente, estaban los propios intérpretes, el material humano. No tenían que fingir tanto para parecer “comunes y corrientes”, pues habían vivido las dificultades de la Gran Depresión y la guerra, y ellos representaban algo.

Las purgas anticomunistas, los cambios en la vida económica estadounidense, la inmensa polarización social de los últimos tiempos y las décadas de reacción ideológica han tenido un gran impacto. Un cine revitalizado emergerá de un nuevo período de luchas, de derrotas y duras lecciones, de experiencias dolorosas y estimulantes.

¿Dónde está la obra que ha captado el horror de la “guerra contra el terrorismo”?

Hemos tenido 25 años de guerra. A estas alturas, uno asumiría que ya habría aparecido una gran obra.

¿Dónde está la película o novela (u obra de teatro o poema o pintura) que ha captado para toda una generación el horror de “la guerra contra el terrorismo”? Este es un tema central en esta charla, un problema central.

El período de McCarthy, a principios de la década de 1950, fue una época de intensa represión, pero, en muchos aspectos, se hacía un mejor cine. El problema no es solo, o principalmente, la represión. El arma más poderosa del capitalismo estadounidense no es la represión, sino la amenaza del ostracismo, el poder del conformismo. Y esto se debe en gran parte a la ausencia de una alternativa política y social, una oposición masiva contra el capitalismo. Todas las fuerzas contrapuestas actúan sobre los cineastas. Sus poderes de resistencia se debilitan.

Nadie ha sido capaz de registrar el último cuarto de siglo porque ninguno de los artistas comprende la época en la que han vivido, o su foco no está en ese tipo de representación histórica y social amplia. Es un problema y volveré a ello.

Quiero decir unas pocas palabras sobre lo que se ha producido en las últimas décadas.

El estudio del cine posterior a septiembre de 2001, por ejemplo, tiene que confrontar tendencias tales como “el porno-sadismo” y “la porno-tortura”, en la forma de películas devoradas por una indulgencia desenfrenada en fantasías de venganza sangrientas. Se han hecho franquicias enteras para infligir dolor y terror.

Desde luego, todo esto no comenzó el 11 de septiembre. La decadencia de la sociedad burguesa estadounidense y su cultura ha sido un proceso prolongado. A mediados y fines de los años 1970 se produjo una proliferación de películas de “vigilantes” (como El vengador anónimo ), que ya reflejaban el surgimiento de un ambiente enfermo en sectores de la clase media acomodada. Asimismo, el “héroe de acción” que se enfrenta a un ejército de terroristas o criminales, y que sin ayuda y mágicamente soluciona el declive de Estados Unidos en el escenario mundial, fue un fenómeno cinematográfico que se hizo cada vez más prominente en las décadas de 1980 y 1990.

Pero los ataques terroristas del 11 de septiembre otorgaron licencia y legitimidad a la expresión pública de sentimientos depravados y acumulados durante mucho tiempo.

En “Una cultura con la soga al cuello”, escrito en junio de 2004, en respuesta a Kill Bill: La venganza , Volumen 2, de Quentin Tarantino, ofrecimos algunos argumentos que creo que siguen siendo válidos:

El tema de este filme es la tortura, el asesinato y la venganza sangrienta. Tiene la palabra “matar”, como imperativo, en su título. Si se elimina el diálogo sin sentido, las referencias autoconscientes a innumerables películas, los diversos trucos de cámara y montaje, los cúmulos de autosatisfacción y autoengrandecimiento, ¿qué queda? Una obra sobre un grupo de psicópatas que se eliminan entre sí. El primer discurso del filme contiene la palabra “sadismo”. …

Algunos nos dirán que Tarantino simplemente refleja la violencia en la sociedad que lo rodea, e incluso que la crítica. Disparates. Lejos de ser una crítica del matonismo sádico, Kill Bill se regodea en él. Una acumulación calculada, manipuladora (y orgásmica) de actos violentos no puede constituir un rechazo o una crítica.

No es necesario repetir o extender estos comentarios sobre cada ejemplo de violencia, sadismo y crueldad en la cultura popular estadounidense de las últimas dos décadas, en el cine, la televisión, la música, los videojuegos, etc.

Pero daré un ejemplo más: la serie “24”, de la cadena Fox, que salió al aire en noviembre de 2001, creada por partidarios de derecha de Bush, fue pionera en la representación favorable de la tortura.

En el libro Terrorized: How the War on Terror Affected American Culture and Society, Brian Finney escribe: “El Consejo de Padres para la Televisión calculó que 24 mostró 67 escenas de tortura en sus primeras cinco temporadas, más de un incidente de tortura cada dos episodios, o 12 veces al día en tiempo ficticio.

“La tortura se convirtió en una característica al menos intermitente en programas como The Unit, Lost, JAG, Alias, y Battlestar Galactica, y en numerosas películas exitosas como La pasión de Cristo, Casino Royale, y Batman: el caballero de la noche … El Consejo de Padres para la Televisión investigó el número de escenas de tortura mostradas en la televisión en horario central. Entre 1995 y 2001 hubieron 110 escenas, un promedio de 16 al año. Entre 2002 y 2005, el número aumentó a 624, un promedio de 156 escenas al año, y entre 2006 y 2007 hubieron 212 escenas, promediando 106 al año”.

Hemos escrito extensamente sobre películas despreciables como La noche más oscura, la presunta historia de la búsqueda durante una década de Osama bin Laden. Kathryn Bigelow y Mark Boal no solo crearon un nuevo subgénero cinematográfico, el “filme artístico de tortura”, sino que lo hicieron, como reveló el periodista Seymour Hersh, sobre la base de una sarta de mentiras.

Películas y novelas sobre las guerras en Irak y Afganistán

Se realizaron docenas de películas sobre el 11 de septiembre o inspiradas por las guerras en Irak y Afganistán, que van desde las abiertamente reaccionarias y sanguinarias hasta las reflexivas y críticas.

Estas son algunas de las películas sobre la “guerra contra el terrorismo” y las guerras en Irak y Afganistán:

Soldado anónimo (2005), Syriana (2005), The Situation (2005), De vuelta al infierno (2006), Muerte de un presidente (2006), Vuelo 93 (2006), La batalla de Hadiza (2007), La vida sin Grace/Ella se fue (2007), La guerra de Charlie Wilson (2007), En el valle de Elah/La conspiración (2007), Leones por corderos (2007), Redacted/Samarra (2007), El sospechoso (2007), Stop-Loss/Ausente (2008), W. (2008), Negocios de guerra (2008), Red de mentiras (2008), Traidor (2008), Vivir al límite/En tierra hostil (2009), Hermanos (2009), La ciudad de las tormentas (2010), Francotirador (2014). Se podrían agregar muchos títulos que obviamente hacen referencia al 11 de septiembre ( La guerra de los mundos, 2005) o a la invasión de Irak, incluido Avatar (2009), de James Cameron.

Hay obras mordaces (Syriana, En el valle de Elah/La conspiración, Redacted/Samarra, El sospechoso, The Situation, Muerte de un presidente, La batalla de Hadiza) y otras realmente lamentables o peores (La guerra de Charlie Wilson, Leones por corderos, Traidor, Vivir al límite/En tierra hostil, Francotirador).

En mi opinión, La batalla de Hadiza, del director británico Nick Broomfield, sobre una masacre llevada a cabo por los infantes de marina de EE.UU. en noviembre de 2005, es la mejor del grupo, por su retrato de los civiles iraquíes y de los soldados estadounidenses como víctimas de la guerra imperialista. La onírica secuencia final, en la que un infante de marina toma la mano de una niña iraquí que sobrevivió al ataque, es profundamente conmovedora.

Redacted /Samarra, dirigida por Brian De Palma, relata en clave de ficción la violación y los asesinatos cometidos por soldados estadounidenses en marzo de 2006 en Mahmoudiyah, Irak. Un autor escribe: “ Redacted termina con una serie de fotografías de iraquíes muertos en una secuencia llamada ‘Daño colateral’, imágenes que no fueron mostradas al público estadounidense en el intento de crear una mitología de la guerra y de las razones por las que se peleaba” (Terence McSweeney, The ‘War on Terror’ and American Film: 9/11 Frames Per Second).

Como señalamos en 2010, hay varias “películas mordaces …pero se trata principalmente de obras ‘de pequeño calibre’, obras que abordan elementos, aspectos específicos de la situación. Si uno las compara, como cuerpo, con Apocalipsis Now, o incluso Pelotón, más allá de su histrionismo —las últimas son películas que intentaron hacer una declaración amplia sobre la intervención estadounidense en Vietnam, para pintarlo como un crimen, como un crimen imperialista. En gran medida, este elemento está ausente hoy”.

Han aparecido docenas y docenas de novelas sobre “la guerra contra el terrorismo” o las guerras en Irak y Afganistán, algunas escritas por veteranos de esos conflictos.

Sábado (2005), de Ian McEwan, y Terrorista (2006), de John Updike, novelas superficiales y artificiales, básicamente adoptan el punto de vista del establishment.

Eleven Days (2013), de Lea Carpenter, es una obra deplorable. Celebra los esfuerzos de las Fuerzas de Operaciones Especiales, los escuadrones de la muerte de EE.UU. Carpenter es descendiente del primer du Pont en Estados Unidos. Su padre sirvió en la Inteligencia del ejército estadounidense en China y Birmania. Previamente, ella fue editora adjunta de la revista literaria Paris Review. Está casada con el antiguo director gerente de Goldman Sachs, especializado en fusiones y adquisiciones.

En la novela, el héroe, un miembro de las Fuerzas de Operaciones Especiales, piensa, luego de una intervención contra Al Qaeda: “¿Estas historias de guerra contemporáneas carecían de la grandeza y el arco de sus predecesoras? Ciudad Sáder no era el Somme. Eso era como comparar Mad Max con Madame Bovary. Pero eran similares en este simple hecho: habían hombres que mataban a otros hombres en un espacio pequeño para salvar las vidas de millones a medio mundo de distancia. Los historiadores eventualmente elegirán los hechos y examinarán las cuestiones más amplias, pero la primera ola de comprensión saldrá de los muchachos que estuvieron allí”.

Salvar el mundo para Goldman Sachs. Esta es la intelectualidad estadounidense.

Nuevo destino, colección de relatos sobre la guerra de Irak, de Phil Klay, es uno de los libros más conocidos de los escritos por un veterano de esa guerra. Klay se alistó en la Infantería de Marina y sirvió como oficial de Asuntos Públicos en la “oleada” en Irak, en 2008.

En “Informe posmisión”, uno de los miembros más nuevos de la unidad del narrador le dispara a un adolescente iraquí que aparentemente había agarrado un fusil AK-47. Este soldado, “como el resto de nosotros, había sido entrenado para disparar un rifle y había sido entrenado con objetivos con forma de hombre. La única diferencia entre esos y la silueta de un chico es que el chico era más pequeño. El instinto decidió. Disparó al chico tres veces antes de tocar el suelo. No puedes fallar a esa distancia. La madre del chico corrió para tratar de meter a su hijo en la casa. Llegó justo a tiempo para ver fragmentos de él salir de sus hombros”.

Kevin Powers, autor de Los pájaros amarillos, también sirvió en Irak, como artillero en Mosul y Tal Afar. Su novela se centra en los esfuerzos de su narrador, un soldado en Irak, para evitar la muerte de un compañero más joven, esfuerzo que fracasa. El libro expresa un disgusto y enojo considerables. En un momento, el narrador piensa suicidarse:

O debería haber dicho que quería morir, no en el sentido de querer arrojarme de ese puente ferroviario, sino de querer dormir para siempre, porque no hay forma de compensar el matar a mujeres, o incluso ver morir a mujeres, o matar a hombres y dispararles por la espalda y dispararles más veces de lo que es necesario para matarlos, y a veces querías disparar a todo lo que veías porque parecía que el ácido se filtraba en tu alma y ya no tenías alma y sabías que, como te enseñaron toda tu vida, no había forma de redimir lo que estabas haciendo …

El eterno intermedio de Bily Lynn, de Ben Fountain, es esencialmente una obra satírica. La novela, que fue llevada al cine en 2016 por el director Ang Lee, es menos sobre Irak (Fountain no es un veterano) que una crítica aguda al falso patriotismo, la religiosidad hipócrita y la codicia corporativa en la Texas de Bush. Los sentimientos son legítimos, pero los objetivos son bastante fáciles a esta altura de la historia. Al final, a pesar de sus buenas intenciones, el libro es demasiado ligero y “blando”.

En la novela de Fountain está la única referencia en todas las novelas a un posible motivo oculto de parte de las autoridades estadounidenses. El personaje central, Billy Lynn, está en su casa, hablando con su hermana. Ella le dice: “Entonces, déjame preguntarte algo, ¿ustedes creen en la guerra? ¿Es buena, legítima, estamos haciendo lo correcto? ¿O todo es por el petróleo?”. Billy contesta: “Sabes que no lo sé”, y luego dice: “No creo que nadie sepa lo que estamos haciendo allí”. Eso es todo, la única discusión de lo que Estados Unidos está haciendo en Irak o Afganistán.

Más allá de sus diferencias, estas novelas o historias comparten ciertos elementos. Ninguna habla sobre la historia de la región o los motivos más amplios de la intervención militar estadounidense. Cada una se enorgullece de su inmediatez y de sumergir al lector en esa inmediatez. Los escritores pueden tomar distancia ocasionalmente para reflexionar sobre cuestiones morales e individuales, o el impacto debilitante de la guerra en sus personajes centrales, pero nunca para pensar en las fuerzas impulsoras de la guerra. Ni una vez. Nadie hace una crítica realmente profunda de la sociedad que produce estas guerras horribles, o las vincula al capitalismo.

¿Es posible hacer justicia artística a hechos tan complejos y trascendentes como las guerras en Irak y Afganistán cuando hay poca o ninguna comprensión de su significado más amplio? Tal enfoque tiene una influencia en la forma en que un escritor determinado explora la psicología humana y las relaciones entre las personas.

En su conjunto, las concepciones son limitadas. El lenguaje suele ser chato, “neutral”, en gran medida no comprometido, como la actitud de los escritores con respecto a la guerra.

Estas novelas e historias son búsquedas de realismo, pero evaden uno de los grandes desafíos a los que se enfrenta un escritor de ficción: proporcionar realismo histórico, una imagen general de una sociedad y sus contradicciones y un sentido general del carácter de los tiempos. En la ausencia casi total de ello, el movimiento de los individuos tiene inevitablemente una cualidad aplanada, reducida. La gente se mueve, pero solo por las razones más inmediatas. ¿Qué los impulsa en un sentido más profundo?

Nadie aborda los problemas de manera directa, nadie ha registrado artísticamente al último cuarto de siglo.

¿De dónde vienen algunas dificultades?

¿De dónde vienen algunas de las dificultades artísticas actuales?

La falta de preparación de los artistas es un motivo de preocupación para nuestro movimiento. La representación artística de la vida es vital para la educación de la clase trabajadora, y su educación es nuestra tarea central.

Las purgas anticomunistas, las décadas de reacción política y la creciente indiferencia de grandes sectores de la clase media alta ante las condiciones de las masas tuvieron su impacto.

Hay muchos problemas, incluidos los riesgos laborales, por decirlo de alguna manera. El arte va a la zaga de los eventos en el mejor de los casos. Pero hoy hay un gran problema con la concepción del arte.

En particular, quiero referirme a la predominancia del posmodernismo en las últimas décadas, en varias formas. Una parte de mi generación se volvió cínica, o complaciente, o pesimista, o las tres, y finalmente se arrepintió de haber perdido mucho dinero en Wall Street y en otros lugares. Mientras estos individuos protestaban en las décadas de 1960 y 1970, otros ya se estaban haciendo ricos. Más tarde, aquellos se opusieron a todo lo que una vez habían creído y se adhirieron a lo que habían rechazado.

Los posmodernos declararon el fin de “las grandes narrativas” o “narrativas maestras”. En realidad, esto significó el fin de la búsqueda de causas fundamentales; en su lugar, se refieren a factores innumerables, de los cuales ninguno tiene prioridad. No hay una verdad subyacente por descubrir, simplemente impresiones y narrativas personales. Esto jugó un rol desastroso, junto con el abandono de todo sentido de alternativa revolucionaria y la aceptación, oculta detrás de un lenguaje oscurantista, del statu quo.

Al hablar de narrativas maestras, los posmodernos pensaban, sobre todo, en el marxismo y su “narrativa” de la lucha de clases. Las teorías coherentes de desarrollo histórico, que a menudo implican la emancipación social, fueron prohibidas. Estas grandes narrativas fueron reemplazadas, como dijo un comentarista, por “mininarrativas” o “historias que explican prácticas pequeñas y hechos locales, en lugar de conceptos universales o globales. Las mininarrativas son siempre circunstanciales, provisionales, contingentes, temporales y no tienen pretensión de universalidad, verdad, razón o estabilidad”.

Esta es una de las declaraciones originales del caso posmoderno, hecha por Jean-François Lyotard: “Ya no podemos recurrir a las grandes narrativas: no podemos recurrir ni a la dialéctica del Espíritu ni a la emancipación de la humanidad como validación del discurso científico posmoderno. Pero ... la pequeña narrativa [petit récit] sigue siendo la forma por excelencia de la invención imaginativa” (La condición posmoderna, 1979).

Las influencias aquí son Nietzsche, Heidegger y otros pensadores irracionalistas. Esto representa no solo un ataque al marxismo sino a la Ilustración y la capacidad de conocer el mundo de manera racional y objetiva. Uno se queda con fragmentos y la celebración de los fragmentos.

El arte y el cine de las últimas décadas ha estado plagado de una multiplicidad de “pequeñas narrativas”. En el caso del tratamiento artístico de las guerras actuales y el impulso belicista, esta “pequeñez” concuerda demasiado con la reticencia política e histórica de los cineastas y novelistas, su sumisión intelectual esencial al relato oficial sobre la “guerra contra el terrorismo” y las “intervenciones humanitarias” de Estados Unidos.

Más que eso, la “pequeñez” justifica y conserva una preocupación con uno mismo. La apelación a las “mininarrativas” y “pequeñas prácticas” está ligada casi inevitablemente a la adopción de la política identitaria, la obsesión con la raza, el género y la orientación sexual. El mundo es incomprensible, abrumador, inmutable; todo lo que sé y puedo saber ahora es mi parte inmediata y “local”, mi narrativa particular. En resumen, yo mismo. Esta perspectiva estimula inevitablemente el egoísmo, el ensimismamiento, el individualismo tedioso, que también son características del cine y el arte recientes.

Conclusión

León Trotski señaló en un obituario que el gran novelista León Tolstói contribuyó a la Revolución de 1905 en Rusia pese a no ser un revolucionario. “Todo lo que Tolstói declaró públicamente” sobre la crueldad, irracionalidad y deshonestidad de la Rusia zarista “en miles de formas … se filtró en las mentes de las masas trabajadoras … Y la palabra se hizo realidad”.

Esa es nuestra concepción, que el arte tiene la capacidad de alterar el pensamiento y el sentimiento de las masas de seres humanos. Para tener ese tipo de influencia, empero, el artista debe saber algo importante sobre el mundo, sobre la sociedad y la historia. Como dijo Goethe, para hacer algo, uno debe ser algo.

El arte pone en juego las impresiones subjetivas y la imaginación del artista. Pero estas impresiones y esta imaginación tienen peso y perduran si se ajustan —en consonancia con los espejos distintivos del arte— a la vida y la realidad tal como son.

No estamos dictando el estado de las cosas, pero es un hecho que solo el arte que tenga algo que decir, ya sea de forma indirecta o poética, sobre los problemas decisivos que enfrentan las masas será de gran interés en los años venideros. El ensimismamiento y la indiferencia social serán vistos con tanto asombro como desprecio.

Claramente, estamos entrando en una nueva etapa de desarrollo. La crisis económica y social, junto con las guerras implacables y la violencia militarista, están alimentando el descontento de las masas y haciendo explotar —o amenazando con hacer explotar— los acuerdos y las configuraciones políticas en todo el mundo, incluido Estados Unidos.

Conocemos a Bernie Sanders y a los de su tipo. Allí no hay nada de socialismo. Propone reformas leves que son apoyadas por sectores de la élite gobernante. Más allá de algunas críticas, apoya las guerras actuales y aprueba los ataques con drones. Es defensor de un nacionalismo económico que alinea a la clase obrera con la élite gobernante en contra de China y otros rivales del imperialismo estadounidense. La esencia del socialismo es el internacionalismo, la unidad internacional de la clase trabajadora.

Pero la campaña de Sanders y la respuesta que generó son objetivamente importantes. Escandalizó a los medios de prensa y al sistema político, alteró la narrativa dominante. En un país supuestamente dominado por el antisocialismo y el anticomunismo, alguien que se denomina socialista es repentinamente el político más popular en EE.UU., y por un margen amplio entre los jóvenes.

El sistema político bipartidista de EE.UU. fue debilitado fatalmente porque ya no es posible contener las grandes e insoportables contradicciones sociales en esa estructura. Millones de personas ya sacaron conclusiones sobre el sistema actual. La tarea de nuestro partido es transformar un proceso histórico inconsciente en un movimiento revolucionario consciente. El Partido Socialista por la Igualdad está presentando a sus candidatos a presidente y vicepresidente, Jerry White y Niles Niemuth, por esa razón.

Cuando hablamos de las dificultades de las últimas décadas, no queremos pintar un cuadro sombrío. Hasta cierto punto, el camino se ha despejado. Tendencias que decían ser socialistas o de izquierda revelaron lo que son verdaderamente. Organizaciones que afirmaban representar a la clase obrera quedaron expuestas ante los ojos de millones. Lo mismo ocurre con muchas figuras y tendencias culturales.

Estas décadas de retroceso cultural también crearon las condiciones para lo opuesto, una “epidemia” en la población más amplia y la cultura de la humanidad, la compasión y la crítica social. Estamos presenciando un movimiento inmenso hacia la izquierda. No nos engañamos sobre la confusión que existe, pero debemos aclarar que el curso tomado por millones conduce inevitablemente a luchas revolucionarias. Las necesidades e intereses elementales de las masas de seres humanos los llevará a una confrontación de vida o muerte con la clase dominante.

La crisis social y económica no se resolverá de manera rápida o fácil. El arte tendrá la oportunidad de reflexionar y revelar la verdad sobre las experiencias enormemente complejas, a veces desconcertantes y muy intensas que vivirán muchas personas.

Nuevamente, nuestra preocupación está en el desarrollo político y cultural de la clase obrera. Necesitamos un arte nuevo, que tenga el compromiso de decir la verdad a toda costa. Este arte nuevo será incompatible “con el pesimismo, con el escepticismo y con todas las otras formas de colapso espiritual” (Trotsky) y tendrá una confianza ilimitada y creativa en la humanidad y su futuro. Nos dedicamos a eso en el Partido Socialista por la Igualdad y en el World Socialist Web Site. Les exhortamos que se unan a ese esfuerzo.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 31 de mayo de 2016)

Loading