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Perspectiva

La política sueca de “inmunidad colectiva” produce un desastre

La política de “inmunidad colectiva” del Gobierno sueco en respuesta a la pandemia de COVID-19 ha generado una catástrofe. Mientras se desbordan los hospitales en Suecia y se apilan los cuerpos en las morgues, sus vecinos Noruega y Dinamarca han ofrecido intervenir con ayuda de emergencia.

Paciente en Unidad de Cuidados Intensivos (Wikimedia Commons)

La región de Estocolmo, la ciudad más grande de Suecia, advirtió que sus unidades de cuidados intensivos estaban al 99 por ciento de capacidad, lo que hacía que el sistema médico de la región fuera incapaz de tratar los nuevos casos graves de COVID-19. Suecia está experimentando un verdadero evento de muertes masivas, con sus hospitales totalmente desbordados e incapaces de hacer frente a la afluencia de nuevos casos, lo que aumenta el peligro de un aumento masivo de muertes.

La respuesta de Suecia a la pandemia, que consistió en permitir que las escuelas y las empresas permanecieran abiertas mientras la mayor parte del mundo promulgaba cierres en marzo, fue aclamada como un modelo por todos los sectores de la élite política estadounidense y europea. Pero ahora la política del país ha quedado expuesta como una receta para la muerte a escala masiva.

Más de 7.500 personas han muerto por COVID-19 en Suecia, un país con solo 10 millones de habitantes. Aunque Suecia tiene solo dos tercios de la población combinada de sus vecinos Noruega y Dinamarca, tiene cuatro veces más muertes. Ajustado por la población, la tasa de mortalidad de Suecia es casi cinco veces mayor que la de Dinamarca y casi 10 veces mayor que la de Noruega. Actualmente hay un promedio de más de 5.000 casos diarios reportados en todo el país, incluyendo 1.500 solo en Estocolmo.

Este desastre es el resultado de la política deliberada de permitir que la pandemia se propague libremente, denominada “inmunidad colectiva” por sus defensores, que se inició en Suecia y luego se aplicó en gran parte del mundo.

Si bien el Gobierno sueco negó que ha permitido deliberadamente que la pandemia se propague, el epidemiólogo jefe del país, Anders Tegnell, admitió en correos electrónicos privados que un objetivo explícito de su política de mantener abiertas las escuelas era asegurar que un sector más amplio de la población se infectara.

El predecesor y copensador de Tegnell, Johan Giesecke, escribió en un correo electrónico a una compañía de seguros sueca en marzo: “Creo que el virus va a barrer como una tormenta sobre Suecia e infectará básicamente a todo el mundo en uno o dos meses”. Creo que miles de personas ya están infectadas en Suecia... todo llegará a su fin cuando tantas personas se hayan infectado y se vuelvan por lo tanto inmunes que el virus no tenga ningún otro lugar a donde ir (¿la llamada inmunidad colectiva?)”.

Muertes acumuladas confirmadas de COVID-19 por millón de habitantes (Our World in Data)

Este “modelo sueco” fue defendido por los tres principales periódicos estadounidenses —el Wall Street Journal, el New York Times y el Washington Post — así como por gran parte de la prensa internacional, y fue presentado como un modelo de cómo “equilibrar” la preservación de la vida humana con las necesidades de la economía.

En marzo, mientras el Congreso se preparaba para aprobar el rescate multimillonario de Wall Street en la Ley CARES, el columnista del New York Times, Thomas Friedman, denunció los cierres y dio inicio a la ofensiva de la clase dirigente para “reabrir la economía” en una columna que declaraba que la “cura” no puede ser “peor que la enfermedad”, un lema que fue reproducido inmediatamente por Donald Trump. A finales de abril, exigió que todo el mundo “se adapte al coronavirus por diseño, como lo está tratando de hacer Suecia”. El objetivo de Estocolmo es “la inmunidad colectiva a través de la exposición”, continuó.

El Washington Post publicó un editorial en mayo sugiriendo que Suecia tomó “la decisión correcta” al no cerrarse durante su primera oleada y que es un “ejemplo digno de imitar”.

La revista alemana Der Spiegel concedió una larga entrevista a Johann Carlson, director general de la Agencia de Salud Pública de Suecia, para afirmar que “cerrar las escuelas es excesivo”. Las semanas siguientes vieron un editorial en el Financial Times británico, “Suecia elige una tercera vía para el coronavirus”, y un artículo en la revista política estadounidense, Foreign Affairs, intitulado “La estrategia de coronavirus de Suecia pronto será la del mundo”.

Dada la cobertura enorme y casi uniformemente positiva del “modelo sueco” en la prensa estadounidense e internacional, esta política fue sin duda elaborada en colaboración con los Estados Unidos y otros países.

En otras palabras, Suecia se convirtió en una prueba para la aplicación de políticas que pronto se extenderían por todo el mundo. Como resultado, cientos de miles de personas en todo el mundo han perdido innecesariamente la vida.

El primer ministro británico Boris Johnson dejó en claro en marzo que su Gobierno permitiría que las familias “pierdan a sus seres queridos antes de tiempo” como solución a la pandemia de coronavirus. Se le unió el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, quien encabezó la campaña, implementada por los gobernadores demócratas y republicanos en todo el país, para poner fin a los cierres parciales y abrir escuelas y los lugares de trabajo.

Tales métodos son ahora la norma internacional. En Brasil (6,8 millones de casos, 181.000 muertes), el presidente fascista Jair Bolsonaro ha descartado el coronavirus como la “pequeña gripe”. En India (9,8 millones de casos, 143.000 muertes), el Gobierno del primer ministro Narendra Modi espera que la mitad de la población del país, de 1.300 millones de habitantes, esté infectada para el próximo mes de febrero. En México (1,2 millones de casos, 113.000 muertes), el presidente Andrés Manuel López Obrador (conocido como AMLO) rara vez lleva mascarillas en público y minimiza constantemente el peligro de la pandemia.

En los Estados Unidos (16,6 millones de casos, 306.000 muertes), el presidente electo Joe Biden ha dejado en claro que las escuelas y los negocios permanecerán abiertos bajo su Administración, sin importar cuán grave pueda llegar a ser la pandemia.

El resultado final ha sido un año de muertes masivas. Se cuentan más de 72,5 millones de casos de coronavirus reportados en todo el mundo y al menos 1,61 millones de muertes. Las cifras, además, son una conocida subestimación, ya que las cifras de “exceso de muertes” muestran que el número de muertes en algunas regiones son hasta un 50 por ciento más alto que los informes oficiales.

Como escribió la semana pasada el World Socialist Web Site:

La normalización de las muertes resulta de la decisión arraigada en intereses de clases de tratar la “salud de la economía” y la “vida humana” como fenómenos comparables, priorizando el primero sobre el segundo. No bien se acepta la legitimidad de la comparación y la priorización —como lo ha hecho toda la élite política, los oligarcas y la prensa— las muertes masivas son vistas como inevitables.

Es precisamente este terrible cálculo que engendra la consigna, “La cura no puede ser peor que la enfermedad”.

Tales son los cálculos de la élite gobernante. Sin embargo, a los ojos de los miles de millones de personas de todo el mundo que han tenido que enfrentarse al horror de la pandemia de coronavirus, la idea de la “inmunidad colectiva” está totalmente desacreditada.

La prensa estadounidense afirmó que el modelo sueco representaba una “alternativa” a las medidas destinadas a contener la enfermedad, porque estas medidas eran consideradas inaceptables por la clase dirigente.

El Partido Socialista de la Igualdad plantea las siguientes demandas:

  • El cierre inmediato de toda la producción en los lugares de trabajo no esenciales y el cierre de las escuelas. Aunque los expertos en salud pública han advertido, correctamente, que viajar durante la pandemia supone riesgos inmensos, el hecho es que las fábricas y las escuelas son tan peligrosas como los aeropuertos. Y sin embargo, los brotes en los lugares de trabajo y escuelas son sistemáticamente encubiertos e ignorados.
  • La entrega de un ingreso mensual a todas las familias para garantizar un nivel de vida digno hasta que sea posible el regreso al trabajo. La provisión de ayuda a las pequeñas empresas, en una cantidad suficiente para mantener la viabilidad económica de la empresa y los sueldos y salarios de sus empleados hasta que se puedan reanudar sus operaciones.
  • La asignación de billones de dólares para acelerar la producción y distribución de vacunas gratuitas y para ampliar la infraestructura de salud pública, incluso para la realización de pruebas y la localización de contactos.

La única fuerza social capaz de tal esfuerzo es la clase obrera internacional. Los trabajadores de Suecia deben unirse con sus aliados de clase en la India, Brasil, México, los Estados Unidos y en todos los países para poner fin al sacrificio insensato y evitable de millones de vidas y sustituir el reaccionario y asesino orden capitalista por el socialismo.

(Publicado originalmente en inglés el 13 de diciembre de 2020)

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