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La ciencia sobre la pandemia respalda las preocupaciones de los maestros sobre los peligros de reabrir las escuelas—Primera parte

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Una de las iniciativas calve del Partido Demócrata, bajo el liderazgo del presidente electo Joe Biden, es la reapertura de las clases presenciales para todas las escuelas públicas de todo el país en medio de una pandemia incesante. Este sigue siendo el último obstáculo para la plena aplicación de la política de inmunidad colectiva.

El plan de rescate económico de $1.9 billones que se propone para contrarrestar la recesión económica y la crisis de COVID-19 ha destinado $400 mil millones para la distribución de vacunas y la “reapertura segura de las escuelas”. Después de décadas de austeridad y el desmantelamiento de las instituciones de salud pública y educación por parte de los demócratas y republicanos, las promesas de financiar esfuerzos que requerirían años de inversión para sostener estos programas críticos simplemente suenan vacías.

En diciembre, Biden prometió: “Debe ser una prioridad nacional hacer que nuestros niños regresen a la escuela y mantenerlos en la escuela. Si el Congreso proporciona los fondos, necesitamos proteger a los estudiantes, educadores y el personal. Si los estados y las ciudades implementan fuertes medidas de salud pública que todos seguiremos, entonces mi equipo trabajará para asegurarse de que la mayoría de las escuelas puedan estar abiertas al final de mis primeros 100 días”. El número de condicionantes en este compromiso debería hacer que uno se detenga y pregunte si debería interpretarse como una propuesta seria.

Estudiantes de primaria en Godley, Texas, miércoles 5 de agosto de 2020 (AP Photo/LM Otero)

Para cumplir su promesa, Biden se ha dirigido al comisionado de educación de Connecticut, Miguel Cardona, quien encabezó la apertura de la mayoría de las escuelas en su estado, para que asuma el timón como secretario del Departamento de Educación. En este sentido, el Partido Demócrata se prepara para llevar la batuta en una carrera por abrir todos los aspectos de la sociedad en completa unidad con los planes del presidente saliente Donald Trump y del Partido Republicano.

En noviembre, Cardona hizo importantes declaraciones que no tienen ninguna justificación científica, pero que tienen como objetivo mantener una cierta pretensión de preocupación por la educación: “Cerrar las escuelas por sí solo no reduciría… el riesgo de transmisión en otros lugares”, dijo. “En la escuela, sabemos que los estudiantes tienen sus estrategias de mitigación, como el distanciamiento y cubrirse el rostro”.

Esta declaración no solo niega que las escuelas sean vectores de la pandemia, sino que sugiere que sacar a los niños de las escuelas en realidad los pondría en peligro, haciéndolos más vulnerables a las continuas cadenas de infecciones en las comunidades. Más adelante abordaremos la ciencia específica sobre estas afirmaciones.

Cardona luego procedió a apelar a la preocupación de los educadores por sus estudiantes como una forma de intimidarlos para que regresen a las escuelas. “No hay forma de garantizar que eso suceda fuera de la escuela cuando no están con nosotros”, dijo. “Estamos descubriendo ... a las familias en las comunidades que ya enfrentan desafíos y que carecen de recursos suficientes y que necesitan más apoyo. Entonces, al hacer estas cosas [abrir escuelas], no solo estamos planteando el problema, lo estamos usando para orientar los recursos que distribuimos”.

Si bien es más sofisticada que la obvia indiferencia de Trump hacia las consecuencias para los maestros o los estudiantes, esta forma condescendiente de persuasión es una propuesta peligrosa cuando se enfrenta a un virus mortal que se está extendiendo por todo el país.

Apuntando a las emociones de los profesores

Al igual que el argumento de Cardona, un reciente y provocador artículo de política escrito por el decano de la Facultad de Salud Pública de la Universidad de Brown, el Dr. Ashish Jha, y la profesora de Economía Emily Oster, titulado “Las escuelas y el camino hacia cero: estrategias para la resiliencia ante una pandemia frente a la alta propagación comunitaria”, comienza con una introducción dirigida hacia las emociones de los maestros en lugar de intimidarlos al estilo de Trump.

Escriben: “Las escuelas cumplen funciones esenciales en nuestra sociedad, incluyendo la educación, el cuidado de los niños y la provisión de nutrición y salud. Los cierres de escuelas, combinados con la falta de licencias pagadas y los límites al apoyo a las pequeñas empresas, han tenido un impacto profundo. Los padres se ven obligados a dejar el trabajo. Las profundas desigualdades de la sociedad estadounidense se refuerzan y amplían. A pesar de los mejores esfuerzos de los distritos educativos, no hay duda de que las clases remotas generan grandes brechas de aprendizaje y están vinculadas con tasas más altas de enfermedades mentales, mientras que privan a los niños de relaciones formativas sociales con los compañeros. Para miles y miles de niños, las escuelas son su única fuente de alimentos saludables. Y para muchos niños, son un refugio de una vida precaria en casa, un lugar donde los maestros observadores pueden ser una red de seguridad. Algunos niños tendrán dificultades para compensar el creciente déficit social y educativo causado por el cierre prolongado de las escuelas”.

El intento de apelar a la preocupación de los profesores por sus alumnos es bastante obvio. Se supone que los niños están más seguros en la escuela que en casa, tanto del virus como de sus padres irresponsables. La salud y la nutrición de los niños se pueden controlar mejor en la escuela mientras reciben instrucciones educativas fundamentales para asegurarles el éxito en el futuro. Mientras tanto, sus padres deben regresar al trabajo para asegurarse de que puedan traer un cheque de pago a casa. Pero reconocer las profundas desigualdades sociales es algo muy diferente a proponer cómo se pueden superar. De hecho, los autores presentan estas desigualdades como un elemento permanente de la vida estadounidense que debe ser tolerado. Al igual que con el COVID-19, se ha de vivir con la pobreza y las privaciones.

Los autores creen evidentemente que, una vez que se reabren las escuelas, no se pueden volver a cerrar. Afirman abiertamente que cerrar las escuelas para contener los brotes debería ser un último recurso. Cuando uno comienza a analizar los detalles bajo subtítulos como “Cuatro desafíos para la confianza”, “Equipo de control de infecciones en cada escuela”, “Estándares de seguridad y salud ocupacional” y “Pruebas de COVID semanales”, uno se sorprende por las subyacentes contradicciones en estas formulaciones. Suenan maravillosos, pero no se están proporcionando los recursos para ponerlas en práctica. Por el contrario, años de falta de fondos y austeridad han hecho de Estados Unidos el lugar ideal para que se propague el coronavirus.

La debacle de la distribución de la vacuna solo ha sido lo último de los muchos pasos falsos y de la ineptitud que han caracterizado la respuesta del país a la crisis sanitaria. Lo que se ha grabado de manera indeleble en la conciencia de la clase trabajadora han sido las imágenes desgarradoras de los trabajadores de la salud asediados sin equipos de protección personal, las promesas presidenciales de remedios de curanderos, las filas de autos de varios kilómetros esperando horas en los bancos de alimentos y centros de pruebas, y los cuerpos de sus familiares y amigos amontonados en contenedores refrigerados esperando ser enterrados.

La salud pública es la piedra angular en la lucha contra cualquier pandemia. Independientemente de las diversas terapias que se promocionen o de las promesas de vacunas que aún no han llegado, sin estas medidas en vigor, ninguna sociedad tiene una oportunidad de lidiar con infecciones virales potencialmente epidémicas.

Testeo y rastreo de contactos

Brevemente, al observar la situación del rastreo de contactos en los EE. UU., según el sitio web “ testandtrace ”, 40 estados han reprobado en su infraestructura de rastreo de contactos. No planean contratar más personal para dar cuenta del aumento de casos. El estado de Nueva York, que tiene uno de los programas más sólidos del país, le hacen falta 12.482 rastreadores. Se proyecta que California necesitará otros 26.129 si planea enfrentar la severa crisis actual.

En julio pasado, la Asociación Médica Estadounidense dijo a los líderes de la Cámara de Representantes y el Senado que se necesitan al menos 100.000 o más rastreadores de contactos “para controlar significativamente la transmisión del virus a medida que los estados continúan levantando las restricciones de distanciamiento social”. Como mínimo, un programa sólido de pruebas debe evaluar a suficientes personas sintomáticas y sus contactos para producir una tasa de positividad no superior al 3 por ciento antes de considerar la reapertura de la economía. Esto requiere que del 70 al 90 por ciento de los contactos de las personas infectadas sean identificadas, aisladas o puestas en cuarentena. Actualmente hay 67.050 rastreadores de contactos en la nación y le hacen falta 635.967 rastreadores. No es de extrañar que tales discusiones sobre estos temas sean ignoradas en los mayores medios de comunicación

El enfoque principal del plan de la Administración de Biden para reabrir escuelas son las pruebas. Pero la razón fundamental de hacer pruebas es que es un complemento esencial de los programas de rastreo de contactos. Funciona a nivel social para localizar dónde está el virus y hacia dónde se dirige y permite tomar medidas para contener la propagación. Una prueba independiente solo para informarle a una persona de su estado en un día determinado, a una hora determinada, tiene una utilidad bastante limitada. Sin embargo, ahora se están realizando pruebas erróneamente para abrir instalaciones deportivas, permitir viajes aéreos a destinos de vacaciones y reforzar la campaña fraudulenta de regreso a las clases.

El documento de política de la Fundación Rockefeller, “Recuperar el control: el restablecimiento de la respuesta de Estados Unidos al COVID-19” cuadra con la iniciativa de Biden. Declara: “Nuestro tercer Plan de Acción establece un nuevo plan para la mayor escala de pruebas nacionales hasta la fecha y propone 14 acciones ejecutivas para que las administraciones actuales y entrantes tomen para alterar rápidamente la trayectoria de la pandemia en los Estados Unidos. Hacer pruebas en todas las escuelas públicas estadounidenses de prescolar a doceavo año costaría $42,5 mil millones, o $8,5 mil millones por mes durante el resto del año escolar de febrero a junio de 2021”.

El plan propone evaluar a todos los niños una vez por semana y a todo el personal dos veces por semana. Afirman que, para fines de enero, el país probablemente podrá realizar más de 70 millones de pruebas cada semana, y esto ascendería rápidamente a 200 millones en abril. Reconocen al final de su extenso informe que el sindicato American Federation of Teachers ha estimado que se necesitarían $116,5 mil millones adicionales para más personal, equipo de protección, una limpieza mejorada, medidas de seguridad adicionales, excluyendo pruebas y mejoras de edificios (subrayado nuestro). Cabe señalar que, desde mediados de noviembre, la capacidad de pruebas de Estados Unidos se ha estancado, oscilando entre 10 millones y 14 millones de pruebas por semana.

Es fundamental ubicar la magnitud de los esfuerzos de reapertura escolar en su escala correcta.

Hay 53,1 millones de estudiantes de prescolar a doceavo que están inscritos en escuelas públicas, privadas y autónomas. Más de 18 millones de adultos jóvenes asisten a universidades. Más de 10 millones de educadores y personal se encargan de estas instituciones. Estados Unidos tiene aproximadamente 13.600 distritos escolares, cerca de 131.000 escuelas, de las cuales 56.000 son primarias, 18.000 intermedias y 25.000 secundarias. El cuerpo estudiantil promedio en una escuela pública es de 528 estudiantes.

Esto implica que, como mínimo, se deben administrar 90 millones de pruebas a la semana solo en este sector con todos los problemas que tienen las pruebas rápidas de antígenos con la precisión. Para agregar más complejidad al problema, los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades también han publicado recientemente un estudio que confirma que al menos el 60 por ciento de todas las infecciones son causadas por personas asintomáticas, lo que pone en duda la capacidad de prevenir el contagio con tales estrategias. Una prueba solo puede informarle a una persona de su estado en el momento en que se realiza la prueba. Si se vuelven infecciosos horas o días después, es posible que se pierda por completo el esfuerzo. Continuará (Artículo publicado originalmente en inglés el 20 de enero de 2021)

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