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Perspectiva

El Partido Demócrata y el “enemigo interno” fascista

En una rueda de prensa extraordinaria el jueves por la mañana, la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, dijo que los congresistas demócratas temen por sus vidas, dada la sospecha de que el ataque del 6 de enero anticipe ataques violentos en su contra a manos de los diputados republicanos. Dijo que necesitan más financiamiento “para que haya más seguridad para los diputados, cuando el enemigo está dentro de la Cámara de Representantes, una amenaza sobre la cual los miembros están preocupados además de lo que sucede fuera”.

Cuando un reportero le preguntó, “¿Qué quiso decir con que el enemigo está dentro?”, Pelosi respondió: “Significa que tenemos a miembros del Congreso que quieren traer armas al salón y han amenazado con violencia a otros miembros del Congreso”. O bien, como lo señaló Alexandria Ocasio-Cortez en una entrevista el miércoles por la noche en MSNBC, existe una facción abiertamente supremacista blanca entre los diputados republicanos que ha amenazado repetidamente a los demócratas con violencia.

Estos fascistas incluyen a varios representantes republicanos, entre ellos Andy Harris de Maryland y Lauren Boebert de Colorado, que se sabe que llevan armas dentro del Capitolio, y que al parecer han violado la prohibición de llevar esas armas al recinto de la Cámara de Representantes. Boebert podría haber estado en contacto con los atacantes durante los acontecimientos del 6 de enero. Esa mañana tuiteó que “hoy es 1776”, y puso detalles en las redes sociales sobre los movimientos de la propia Pelosi mientras los atacantes recorrían el edificio amenazando a Pelosi, al vicepresidente Pence y otros.

Pelosi habló en detalle sobre la representante Marjorie Taylor Greene, de Georgia, que el año pasado publicó anuncios de campaña en los que apuntaba con un rifle de asalto a las fotos de Alexandria Ocasio-Cortez, Ilhan Omar y Rashida Tlaib, quienes pertenecen al llamado “escuadrón” de representantes liberales de izquierda del Partido Demócrata.

Antes de lanzar su campaña al Congreso en 2019, Greene, una empresaria multimillonaria, hizo comentarios en las redes sociales respaldando que se asesinara a Pelosi y se ejecutara a Barack Obama y a Hillary Clinton, todo ello por supuestamente “traicionar” al presidente Trump. Después de que Greene, una abierta partidaria de la teoría de la conspiración fascistoide QAnon, ganara unas disputadas primarias para un escaño fuertemente republicano, su oponente demócrata respondió a las amenazas de muerte renunciando a la carrera y abandonando el estado.

La líder demócrata declaró: “Lo que me preocupa es el mando republicano en la Cámara de Representantes está dispuesto a pasar por alto, a ignorar esas declaraciones”. Señaló que el líder republicano Kevin McCarthy nombró a Greene al poderoso Comité de Educación y Trabajo, aunque es bien conocido que Greene declaró que los tiroteos masivos de alumnos en la escuela primaria Sandy Hook en Connecticut y en la escuela secundaria Stoneman Douglas en Florida fueron simulados por los partidarios del control de armas.

Pelosi no dio ninguna señal de apoyo a las peticiones de algunos demócratas para que Greene sea expulsada del Congreso, y cuando un periodista trató de plantear la cuestión al final de la rueda de prensa, se marchó sin responder.

Esta rueda de prensa dibuja un panorama extraordinario de la crisis política en la capital estadounidense, nueve días después de la toma de posesión de Biden y Harris. Hace tan solo unas semanas, los demócratas proclamaban la importancia trascendental de la segunda vuelta de las elecciones en Georgia para el Senado.

Como resultado de esa victoria, el Partido Demócrata controla ahora la Casa Blanca, el Senado y la Cámara de Representantes. En términos de aritmética parlamentaria, ejerce un poder casi total. Sin embargo, sus dirigentes se comportan con miedo y vacilación, aterrorizados por la amenaza de la violencia fascista y sin querer tomar ninguna medida seria contra ella.

Esta crisis cada vez más profunda pone de manifiesto la impotencia y el absurdo del discurso de investidura de Biden, el cual dedicó a hacer un banal llamado a la unidad dirigido al Partido Republicano. Ante su patético llamado, los republicanos respondieron declarando inconstitucional cualquier juicio a Trump, al tiempo que redoblaron sus esfuerzos para provocar la violencia fascista contra los demócratas y sostener las mentiras de Trump sobre una “elección robada”.

Solo en la última semana, el Partido Republicano a nivel estatal ha aprobado resoluciones que declaran que el intento de golpe de Estado del 6 de enero fue una operación “falsa” realizada por la izquierda y condenan al puñado de republicanos de la Cámara de Representantes que votaron a favor del juicio político contra Trump, mientras que los legisladores estatales republicanos han presentado más de 100 proyectos de ley para restringir el derecho al voto, en particular el voto por correo.

Hubo otros indicios de que las tensiones políticas en Estados Unidos están aumentando. El Departamento de Seguridad Nacional (DHS) emitió el miércoles un boletín en el que hacía su primera advertencia oficial sobre la creciente amenaza de “extremistas nacionales violentos”. Aunque no nombraba a ningún grupo, citaba el enfado por “la transición presidencial, así como otros agravios percibidos y alimentados por falsas narrativas”, incluidos los relacionados con los cierres y las órdenes de uso de mascarillas impuestas en relación con la pandemia del COVID-19.

Tanto el propio DHS como el New York Times –en un artículo destacado por el boletín de la agencia— trataron de desprestigiar las protestas masivas de la izquierda contra la violencia policial que estallaron el verano pasado tras el asesinato de George Floyd en Minneapolis, igualándolas con el ataque fascista al Congreso del 6 de enero.

Mientras Pelosi se quejaba de las amenazas de muerte de los republicanos en Washington, su homólogo republicano rendía sus reverencias a Trump, visitando al dictador en potencia en su residencia en el exilio, Mar-a-Lago, en Florida. El líder de la minoría de la Cámara de Representantes, Kevin McCarthy, fue a disculparse por las declaraciones ligeramente críticas que había hecho sobre la conducta de Trump el 6 de enero, en un esfuerzo por obtener el apoyo de Trump para seguir siendo el líder en la cámara baja.

McCarthy emitió luego un comunicado en el que denunció el juicio político, declarando que “hay que parar la agenda radical demócrata” y aplaudiendo el compromiso de Trump de “ayudar a elegir a los republicanos en la Cámara de Representantes y el Senado en 2022”.

En otras palabras, el Partido Republicano está ahora plenamente comprometido con la defensa de un presidente fascistizante que intentó aferrarse al poder después de una considerable derrota electoral, por siete millones de votos, mediante métodos de violencia y provocación. En cuanto a sus “colegas” demócratas, los republicanos oscilan entre la amenaza de matarlos y la obtención de concesiones políticas en nombre del bipartidismo.

El Partido Demócrata deja dos preguntas sin responder. En primer lugar, ¿cómo ha sido posible que la derecha fascistizante haya adquirido tal influencia y poder dentro de Estados Unidos que incluso dentro del Congreso los demócratas temen por su vida? En segundo lugar, partiendo de la primera, ¿cuáles son los intereses sociales que impulsan el crecimiento del fascismo?

Las respuestas a estas preguntas explican la respuesta del Partido Demócrata. Cualquier análisis serio del auge del fascismo en Estados Unidos expondría sus conexiones con la política de la clase dominante. Independientemente de sus diferencias tácticas con los republicanos, los demócratas representan a esta misma clase social.

Hace tres semanas, incluso cuando la sangre y la mugre seguían siendo raspadas de las paredes del Capitolio de EE.UU., el World Socialist Web Site escribió que el intento de golpe fascista fue “un punto de inflexión en la historia política de los Estados Unidos”.

Las glorificaciones añejas de la invencibilidad y la intemporalidad de la democracia estadounidense han quedado totalmente expuestas y desacreditadas como un mito político hueco. La popular frase “No puede ocurrir aquí”, tomada del título del justamente famoso relato de ficción de Sinclair Lewis sobre el ascenso del fascismo estadounidense, ha sido decisivamente superada por los acontecimientos. No solo puede ocurrir un golpe fascista aquí. Ha ocurrido aquí, en la tarde del 6 de enero de 2021.

Además, aunque el intento inicial no alcanzó su objetivo, volverá a suceder.

Esta advertencia fue tan oportuna como presciente. Bastaron tres semanas para que los pronunciamientos oficiales de conmoción y horror desaparecieran y para que los políticos capitalistas de ambos partidos retomasen su rumbo cada vez más a la derecha. La falta de voluntad y la incapacidad del Partido Demócrata para defender los principios democráticos, incluso cuando la supervivencia física de sus propios representantes está directamente amenazada, es una advertencia para la clase obrera.

La defensa de los derechos democráticos no puede confiarse a ningún sector de la clase dominante estadounidense, ni a sus partidos gemelos, ni a sus instituciones estatales. La única fuerza social cuya existencia está totalmente ligada a la defensa de los derechos democráticos es la clase obrera, la gran mayoría de la población, pero que no está representada en el sistema político existente.

La clase obrera debe movilizar su poder de clase como una fuerza política independiente, exigiendo una investigación completa del golpe del 6 de enero, la detención y el enjuiciamiento de todos los implicados, tanto dentro como fuera del Congreso, y la exposición pública de todos los aspectos del golpe ante el pueblo estadounidense.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 28 de enero de 2021)

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