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Perspectiva

Especulación desenfrenada en Wall Street: la curva afiebrada de un sistema con un mal terminal

Durante el último año, el sistema global financiero, ante todo Wall Street, se ha visto dominado por una manía especulativa sin precedente en toda la historia económica. Esto presenta dos preguntas inmediatas: ¿cómo se produjo esta situación y cuáles son sus implicancias?

En marzo de 2020, cuando la pandemia de COVID-19 comenzaba a hacerse sentir y los trabajadores emprendieron huelgas espontáneas para exigir medidas sanitarias que protegieran sus vidas y las de sus familias, los mercados financieros colapsaron.

En esta foto de archivo del 14 de octubre de 2020, transeúntes pasan frente a la Bolsa de Valores de Nueva York (AP Photo/Frank Franklin II, archivo) [AP Photo/Frank Franklin II, File]

A Wall Street le preocupaba que cualquier medida de salud para contener la propagación de la pandemia resultara en un colapso del precio de los activos financieros, principalmente las acciones, que habían sido impulsados por los billones de dólares que la Reserva Federal de EE.UU. o “Fed” y los otros bancos centrales derramados en el sistema financiero después del derrumbe de 2008.

El Gobierno estadounidense y la Fed nuevamente cabalgaron para rescatar a Wall Street. El Gobierno de Trump organizó un rescate corporativo de varios miles de millones de dólares bajo la Ley CARES, mientras que la Fed intervino para proveer varios billones de dólares en apoyo a todos los sectores del sistema financiero, incluyendo por primera vez la compra de acciones.

Desde entonces, a partir de una intervención de $4 billones y cada vez mayor, en la medida en que la Fed sigue comprando activos a un ritmo de más de $1,4 billones por año, el mundo está presenciando una orgía inaudita de especulación financiera.

El principal índice bursátil de Wall Street, el S&P 500, se disparó aproximadamente 88 por ciento desde sus niveles más bajos en marzo de 2020, aumentando a niveles récord en varias ocasiones a lo largo del último año. La deuda de margen, que se utiliza para financiar la especulación en acciones, ha alcanzado niveles récord y el rendimiento de los bonos corporativos de clasificación “basura” —que apenas están a un paso de un impago— ha caído a mínimos históricos.

Pero la expresión más atroz de la especulación ha sido el aumento del mercado de criptomonedas. En el último año la criptomoneda más prominente, Bitcoin, ha subido un 600 por ciento, pasando de unos 7.000 dólares por bitcoin a $54.000, alcanzando un máximo de $65.000 a mediados del mes pasado.

El mes pasado Coinbase, una bolsa de comercio de criptomonedas, comenzó a cotizar en Wall Street con una salida en bolsa que situó su valor de mercado en $85.000 millones, frente a su valoración de $8.000 millones en 2018, superando la de algunos de los principales bancos del mundo y la valoración de la bolsa del NASDAQ en la cual se lanzó.

Sin embargo, en los últimos días, incluso el nivel de especulación del bitcoin fue eclipsado por el de otra criptomoneda, Dogecoin.

Fue creada en 2013 como una broma. Mientras que los promotores de Bitcoin insisten en que tiene algún valor intrínseco porque puede utilizarse para organizar transacciones financieras sin la intervención de un banco o de algún otro tercero a través de un a través de un sistema de registros en blockchain, no se hacen tales afirmaciones para Dogecoin.

A pesar de no tener valor, Dogecoin ha visto su precio aumentar un 11.000 por ciento solo este año. Esta semana su valor de mercado alcanzó los $87.000 millones, frente a los $315 millones de hace un año. Y cuando una criptomoneda disfruta de una rápida subida, los especuladores inician la búsqueda de la próxima “gran cosa”.

El fenómeno Dogecoin no es un hecho aislado. Parece ser una expresión de lo que podría describirse como un nuevo principio operativo en el mundo de la especulación: cuanto más inútil sea el supuesto activo, más alto es su precio.

Una pequeña tienda de sándwiches de Paulsboro (Nueva Jersey), con unas ventas de apenas $13.976, ha sido noticia financiera tras conocerse que su empresa matriz, Hometown International, alcanzó el mes pasado una valoración de mercado de $100 millones. Dos de sus mayores accionistas son las universidades de Duke y Vanderbilt.

El ascenso de Dogecoin también revela la intervención de alto nivel de los fondos de cobertura y otras instituciones financieras que buscan aprovechar el impulso de su precio.

También está el caso de los tokens no fungibles (NFT, por sus siglas en inglés). Se trata de imágenes de obras de arte, fotos deportiva o incluso tuits —el primer tuit del fundador de Twitter, Jack Dorsey, se vendió como NFT por valor de 2,9 millones de dólares— que se almacenan en un registro de blockchain. Son como un objeto de coleccionista, pero no están almacenados físicamente, sino digitalmente.

La dinámica de clase de esta orgía especulativa, alimentada por el suministro interminable de dinero prácticamente gratuito por parte de la Fed, se pone de manifiesto en el aumento de la riqueza de los milmillonarios del mundo.

En el último año, mientras el COVID-19 traía un dolor, un sufrimiento y una angustia económica incalculables para miles de millones de personas en el mundo, la riqueza combinada de los milmillonarios en el mundo aumentó en un 60 por ciento, de $8 billones a $13,1 billones. El número de milmillonarios aumentó en 660, alcanzando un total de 2.775, el mayor incremento y la mayor cifra de la historia.

En Estados Unidos, Jeff Bezos, director ejecutivo de Amazon, y Elon Musk, director ejecutivo de Tesla, tienen una riqueza de $177.000 millones y $151.000 millones, respectivamente.

El frenesí especulativo se ha extendido a la economía en general. Los precios de las principales materias primas industriales, como el acero, la madera, el cobre y la soja, que alimentan la inflación de los precios para los trabajadores y los consumidores, están subiendo rápidamente.

Pero las autoridades financieras, que han creado este frenesí mediante la incesante salida de dinero barato desde el derrumbe de 2008 y el casi colapso de marzo de 2020, están atrapadas en una trampa de su propia cosecha. Temen que cualquier medida para tratar de controlarlo, incluso con un ligero ajuste a los flujos de dinero, desencadene una crisis financiera.

El extremo nerviosismo ante tal desenlace se manifestó a principios de esta semana, cuando la secretaria del Tesoro de EE.UU., Janet Yellen, antigua jefa de la Fed, planteó la posibilidad de que el banco central tuviera que endurecer los tipos de interés en algún momento. Casi inmediatamente, por temor a la reacción del mercado, se retractó del comentario diciendo que no estaba defendiendo ni prediciendo una subida de las tasas de interés.

El incidente ha arrojado una luz reveladora sobre uno de los acontecimientos más significativos en Estados Unidos: la defensa abierta de la sindicalización de los trabajadores por parte de la Administración de Biden.

El mes pasado, en una orden ejecutiva, Biden creó un “Grupo de Trabajo de la Casa Blanca sobre organización y empoderamiento de los trabajadores” que incluye como miembros a Yellen, al secretario de Defensa, Lloyd Austin, y al secretario de Seguridad Nacional, Alejandro Mayorkas. El “empoderamiento” de los sindicatos patrocinados por el Gobierno tiene lugar bajo la dirección de los miembros del gabinete responsables de las operaciones militares, la política económica y la represión interna.

La Administración teme que la rabia acumulada en la clase trabajadora por la pandemia y el enriquecimiento de la oligarquía financiera a costa de cientos de miles de vidas se vea alimentada aún más por la escalada de la inflación, llevando a un estallido de la lucha de clases fuera de control y que entre en conflicto directamente con las instituciones del Estado capitalista.

En tiempos pasados, la Fed habría actuado para contener esta alza subiendo los tipos de interés e induciendo una recesión. Pero ese camino está ahora plagado de peligros, ya que incluso un aumento relativamente pequeño amenaza con derribar el castillo de naipes financiero.

De ahí que el Gobierno de Biden se haya apurado a establecer una fuerza policial industrial patrocinada por el Estado, basada en los sindicatos, para llevar a cabo una supresión organizada de la clase obrera en interés del capital financiero.

La especulación desenfrenada del último año y el acelerado desvío de la riqueza hacia los niveles superiores de la sociedad en medio de la muerte y la devastación económica deben ser la ocasión para que la clase obrera haga un balance de las experiencias por las que ha pasado.

No existe ninguna posibilidad de reformar el actual orden socioeconómico capitalista para satisfacer las necesidades sociales, la ilusión que venden los demócratas y sus ardientes partidarios en las organizaciones pseudoizquierdistas. El último año ha demostrado que todo en la sociedad —incluido el propio derecho a la vida— está subordinado a las insaciables demandas del capital financiero.

La actual burbuja especulativa, como todas las anteriores, está destinada a estallar. Los oligarcas financieros ya han preparado sus planes de salida y sus paracaídas blindados, como lo han hecho en el pasado. La clase trabajadora, sin embargo, no tiene escapatoria. El colapso traerá un desastre económico aún mayor además del actual.

La única solución viable y realista a la enfermedad terminal que se ha apoderado del orden socioeconómico capitalista es la lucha por un programa socialista que arrebate el mando de la economía y su sistema financiero de las manos de la actual clase dominante y comience la reconstrucción económica de la sociedad para satisfacer las necesidades sociales.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 7 de mayo de 2021)

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