Español
Perspectiva

El criminal de guerra Rumsfeld muere, pero su legado militarista sigue vivo

Donald Rumsfeld, el secretario de Defensa bajo George W. Bush y principal arquitecto de las guerras criminales de EE.UU. en Irak y Afganistán, falleció en su rancho en Nuevo México “rodeado por su familia”, según un anuncio la tarde del miércoles.

El hecho de que Rumsfeld llegara a los 88 años sin ser nunca sometido a un juicio por crímenes de guerra atestigua el resquebrajamiento del derecho internacional bajo las arremetidas incansables del militarismo estadounidense. También es el producto de la complicidad de todas las instituciones de la élite política estadounidenses, sus dos mayores partidos, sus corporaciones, prensa y la academia en los crímenes de asesinatos masivos y tortura, junto con el asalto a los derechos democráticos más elementales, con los que el nombre Rumsfeld siempre se identificará.

Exsecretario de Defensa de EE.UU., Donald Rumsfeld se pronuncia en un evento para iniciar su gira del libro “Known and Unknown”, 9 de febrero de 2011, National Constitution Center, Filadelfia (AP Photo/Joseph Kaczmarek)

Estos crímenes, que fueron interpretados ampliamente como una anomalía repugnante cuando ocupaba su cargo, se han normalizado completamente bajo los Gobiernos demócratas y republicanos.

Rumsfeld era un hombre del Estado, comenzando su carrera como congresista por tres términos y luego uniéndose al Gobierno de Nixon como director de la Oficina de Oportunidades Económicas, una agencia creada como parte del programa Gran Sociedad del presidente Lyndon Johnson. Fue contratado abiertamente para eviscerar los programas contra la pobreza. Luego sumió otros puestos, incluyendo asesor al presidente y embajador ante la OTAN. Las cintas de la Casa Blanca registran que Nixon llamó a Rumsfeld un “pequeño bastardo despiadado”, sin duda un elogio viniendo de él.

Después de la renuncia orzada de Nixon, Rumsfeld encabezó la transición de Gerald Ford a la Casa Blanca, convirtiéndose luego en su jefe de personal y por un poco más de un año en secretario de Defensa. Durante este periodo, intentó socavar las negociaciones con la Unión Soviética sobre reducción de armas nucleares y defendió el desarrollo de nuevos sistemas de armas como los misiles de crucero y el bombardero B-1. También presidió el reemplazo del servicio militar obligatorio por unas fuerzas armadas completamente voluntarias, una medida para separar al ejército de las presiones populares que socavaron completamente la guerra estadounidense en Vietnam.

Antes de unirse al Gobierno de Bush, nuevamente como secretario de Defensa, Rumsfeld acumuló una fortuna como ejecutivo de varias corporaciones y miembro del centro de pensamiento neoconservador Project for a New American Century (PNAC). En la década entre la primera guerra del golfo Pérsico y la invasión de Irak en 2003, el PNAC avanzó la perspectiva de que, después de la disolución de la Unión Soviética, el imperialismo estadounidense tan solo podía proteger sus intereses a través de un uso irrestricto de las fuerzas militares. Cabildeó a favor de la intervención militar y el cambio de régimen en Irak para tomar su riqueza petrolera, garantizar la hegemonía estadounidense en la región del golfo y consolidar “un orden global de seguridad que sea afín únicamente a los principios y la prosperidad de EE.UU.”.

Junto a Rumsfeld, nueve otro de los signatarios de la declaración fundacional del PNAC se unieron al Gobierno de George W. Bush, incluyendo el vicepresidente Dick Cheney, el secretario adjunto de Defensa, Paul Wolfowitz y otros altos funcionarios del Pentágono.

El 11 de septiembre de 2001, los atentados al World Trade Center y el Pentágono ofrecieron el pretexto para llevar a cabo guerras de cambio de régimen en Irak y Afganistán, y Rumsfeld fue uno de los mayores promotores y el principal estratega de estas guerras.

Rumsfeld fue una de las figuras más prominentes que avanzó las mentiras de “armas de destrucción masiva” —“sabemos dónde están”, le dijo a la prensa—y de los lazos inexistentes entre el régimen seglar iraquí de Sadam Huseín y Al Qaeda, afirmando que había evidencia “a prueba de balas” de ellos.

Estas mentiras al servicio de la guerra fueron amplificadas por la prensa. El New York Times, portavoz de la élite del Partido Demócrata, se puso a la cabeza. Durante este periodo, Rumsfeld fue tratado como una celebridad en la prensa, que puso su rostro en las portadas de revistas y presentó como genialidades sus trivialidades sobre transformar el ejército y los “factores desconocidos que desconocemos”. El US News & World Report señaló que Rumsfeld “comúnmente tiene a los miembros de la prensa acodados por ataques de risa”. Lo que la prensa hallaba gracioso reveló mucho sobre la desintegración del apoyo a la democracia dentro de la élite gobernante estadounidense.

Las guerras con las que Rumsfeld está identificado fueron guerras de agresión, la principal acusación presentada en Nuremberg contra de los dirigentes sobrevivientes del régimen nazi en Alemania, a raíz de la cual derivaron todos los otros crímenes horrendos del Tercer Reich.

El costo humano de estas guerras es impactante. Según el Proyecto del Coste de las Guerras de a Universidad de Brown, la cifra de personas asesinadas directamente en la “guerra contra el terrorismo” de EE.UU. en Afganistán, Irak, Siria, Pakistán y Yemen es de aproximadamente 800.000, mientras que las “muertes indirectas” que resultaron de la destrucción de la infraestructura y el sistema de salud, y la generación de hambrunas masivas podría superar los 3,1 millones. En total, 37 millones de personas se han visto obligadas a escapar de sus hogares durante las dos décadas de guerras interminables del imperialismo estadounidense.

Rumsfeld era tan indiferente a esta masacre masiva como a las vidas de los soldados estadounidenses enviados en estas guerras sucias de estilo colonial. Cuando los miembros de la Guardia Nacional de EE.UU. se le acercaron en Kuwait para pedirle ayuda en cuanto a sus provisiones insuficientes y el hecho de que sus vehículos militares eran vulnerables a granadas lanzadas propulsadas por cohete y bombas colocadas en los caminos, Rumsfeld pronunció una de sus pretenciosas perogrulladas: “Vas a la guerra con el ejército que tienes, no el ejército que quisieras ni el que desearías tener en un futuro”.

Más de 7.000 tropas estadounidenses han fallecido en Irak y Afganistán, mientras que cientos de miles regresaron con graves heridas físicas y mentales. Hasta el 2018, 1,7 millones de veteranos han reportado tener una incapacidad debido a su despliegue.

Además de los asesinatos masivos, Rumsfeld estuvo estrechamente involucrado en los crímenes de desapariciones, entregas extraordinarias y tortura. Supervisó personalmente la creación de la infame prisión en Guantánamo y su uso, así como el de otros sitios como la base Bagram en Afganistán, para “técnicas mejoradas de interrogación”, es decir, tortura.

En enero de 2002, Rumsfeld emitió un memorando en el que declaraba que la guerra contra el terrorismo “hace obsoletas las estrictas limitaciones de Ginebra en cuanto al interrogatorio de los prisioneros enemigos”. El memorándum calificaba de “anticuadas” las normas de las Convenciones de Ginebra para el trato de los prisioneros. En 2004, cuando salieron a la luz las fotografías de las torturas y los abusos sexuales cometidos por Estados Unidos contra los prisioneros de la cárcel iraquí de Abu Ghraib, la principal preocupación en el Pentágono y en la Casa Blanca fue saber cómo el ejército no pudo mantenerlo todo bajo secreto.

Rumsfeld se vio obligado a dimitir como secretario de Defensa en 2006 tras las duras críticas recibidas dentro del mando militar estadounidense y ante la creciente hostilidad popular hacia la guerra, que llevó a los republicanos a perder el control tanto de la Cámara de Representantes como del Senado.

Por su parte, los generales querían continuar las guerras bajo un liderazgo civil más aceptable. En cuanto a los demócratas, no solo no lograron detener las guerras, sino que votaron a favor de financiar la “escalada” en Irak que condujo a otra intensificación del baño de sangre.

En 2011, cuando Rumsfeld promocionaba su libro de memorias titulado Known and Unknown [Lo conocido y desconocido], dijo a un entrevistador: “Por todas las críticas al presidente Bush y a la gente que trabaja a su alrededor por las cosas que puso en marcha —la Ley Patriota, [la prisión de ] la Bahía de Guantánamo y varias cosas, las comisiones militares. ... El hecho es que siguen ahí. ¿Por qué siguen ahí? Están ahí porque tienen sentido en el siglo veintiuno. Son necesarias. Y la nueva Administración no ha sido capaz de encontrar una forma mejor de hacerlo”.

De hecho, bajo el mandato de Obama, las operaciones militares estadounidenses continuaron en Irak, se intensificaron masivamente en Afganistán y se extendieron a guerras desastrosas de cambio de régimen en Libia y Siria. Las tácticas de guerra sucia elaboradas bajo Bush se ampliaron en un programa de asesinato con misiles de drones en todo el mundo, mientras que el espionaje a gran escala de la población de Estados Unidos y el mundo solo se intensificó.

Hoy, el campo de prisioneros de Guantánamo sigue abierto. La guerra en Irak que Rumsfeld aseguró a los medios de comunicación que no duraría más de cinco meses continúa, con la Administración de Biden ordenando ataques aéreos contra objetivos a ambos lados de la frontera entre Irak y Siria esta semana.

Es esta continuidad de la política imperialista la que explica el intento de maquillar el legado criminal de Rumsfeld. Hablando en nombre de la Administración de Biden, el secretario de Defensa, Lloyd Austin, elogió la “notable carrera” de Rumsfeld junto con su “energía ilimitada, su intelecto perspicaz y su permanente compromiso de servir a su país”.

El obituario del Associated Press lo describió como “ambicioso, ingenioso, enérgico, cautivador y capaz de una gran calidez personal”, lamentando que su “reputación como hábil burócrata y visionario de un ejército estadounidense moderno se diluyera por la larga y costosa guerra de Irak”.

¡Qué despreciable tontería! También se podría decir que la reputación de Hitler como hábil estratega militar se “diluyó por la larga y costosa” guerra contra la Unión Soviética.

La “visión” de Rumsfeld para el ejército era que fuerzas terrestres más pequeñas, respaldadas por un poder aéreo abrumador y municiones de precisión, podrían someter a poblaciones enteras a los intereses imperialistas de EE.UU. En cambio, tanto en Irak como en Afganistán, estas tácticas dieron lugar a asesinatos en masa, a la destrucción de sociedades enteras y al estallido de la oposición popular.

En cuanto a los esfuerzos del imperialismo estadounidense por utilizar la fuerza militar para conquistar el mundo, las guerras con las que se asocia a Rumsfeld han resultado en una debacle tras otra. Como lo anticipó el WSWS en el momento de la invasión de Irak en 2003:

Sea cual fuere el resultado de las etapas iniciales del conflicto que ha comenzado, el imperialismo estadounidense tiene una cita con el desastre. No puede conquistar el mundo. No puede volver a imponer los grilletes coloniales a las masas de Oriente Próximo. No encontrará por medio de la guerra una solución viable a sus males internos. Más bien, las dificultades imprevistas y la creciente resistencia engendrada por la guerra intensificarán todas las contradicciones internas de la sociedad estadounidense.

Sin embargo, lejos de dejarse disuadir por las debacles asociadas a Rumsfeld en Irak y Afganistán, la clase dirigente estadounidense no hace sino preparar una erupción mucho más peligrosa del militarismo estadounidense. Su giro hacia un conflicto de “gran potencia”, especialmente contra China, amenaza con desencadenar una guerra de consecuencias catastróficas a nivel mundial. Esto plantea la urgencia de construir una nueva dirección socialista e internacionalista para unir a la clase obrera contra la guerra imperialista y su origen, el sistema capitalista.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 1 de julio de 2021)

Loading