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Perspectiva

Un balance de los primeros seis meses de la Administración de Biden

Hace seis meses, Joseph Biden fue investido presidente de Estados Unidos, en condiciones de una crisis sin precedentes del capitalismo estadounidense y de todo el orden social y político.

El presidente Joe Biden habla sobre la orientación actualizada de los mandatos de las mascarillas, en la rosaleda de la Casa Blanca, el jueves 13 de mayo de 2021, en Washington. (AP Photo/Evan Vucci)

Su predecesor, Donald Trump, no asistió a la ceremonia, dando a entender que no aceptaba el resultado de las elecciones de 2020. Tan solo dos semanas antes, el 6 de enero, los partidarios de Trump irrumpieron en el Capitolio y detuvieron temporalmente la certificación de los votos del Colegio Electoral por parte del Congreso. El objetivo de este intento de golpe de Estado era frenar el traspaso de poderes y establecer una dictadura personalista. En palabras del presidente del Estado Mayor Conjunto, Mark Milley, ese fue el “momento Reichstag” de Trump.

Cuando Biden asumió el cargo, habían fallecido 400.000 personas por la pandemia de COVID-19 y millones se encontraban desempleados. Tan solo unos pocos meses antes, todas las ciudades y pueblos de Estados Unidos habían sido testigos de protestas contra la violencia policial.

Biden celebró su marca de los seis meses con varias declaraciones breves que presentaron la sociedad estadounidense en términos resplandecientes. “Pese a todas las predicciones pesimistas para los seis meses, la situación es la siguiente”, afirmó. “Crecimiento récord, creación de trabajos récord, los trabajadores recibiendo alivios muy merecidos”. Añadió: “Llanamente: nuestra economía está en marcha y tenemos al COVID-19 en la huida”.

Resumiendo su pronóstico, el presidente estadounidense proclamó: “Sucede que el capitalismo está vivo y muy bien”. La verdad es que las políticas del Gobierno de Biden han sido un fracaso completo y son incapaces en cuanto a resolver la crisis social en Estados Unidos, debido a que están arraigadas en el capitalismo estadounidense.

La pandemia, lejos de estar “en la huida”, está volviendo a avanzar. Desde que Biden llegó al poder, han fallecido 225.000 personas más por la pandemia. Todo indica que, para el invierno, con el nuevo rebrote que acompaña la propagación de la variante Delta, la cifra de muertes bajo Biden superará aquella bajo Trump.

Las políticas del Gobierno de Biden han sido impulsadas por los intereses de Wall Street y los superricos. A esto se debe que, pese a las ocasionales críticas de la respuesta indolente y anticientífica de Trump a la pandemia de coronavirus, Biden haya avanzado la misma política de reanudar la generación de ganancias corporativas obligando a los trabajadores a volver al trabajo y a los niños a volver a las escuelas apenas fuera posible, sin importar el peligro para sus vidas y su salud.

La respuesta de Trump a la depresión económica que acompañó el inicio de la pandemia fue arrojar varios billones de dólares para apuntalar los bancos, los fondos de inversión y las corporaciones, con proyectos de ley bipartidistas como la Ley CARES. Biden está siguiendo esencialmente la misma política, si bien con menos apoyo de parte de los republicanos en comparación al apoyo que le dieron los demócratas a Trump. Biden presume los éxitos en el frente económico, a pesar de que hay siete millones de trabajadores sin trabajo más ahora que antes de la pandemia y millones están enfrentando recortes salariales, pobreza, desahucios y ejecuciones hipotecarias.

Solo ha habido un cambio importante entre Trump y Biden en política exterior, y solo en materia táctica, no de estrategia. Biden ha subrayado más el uso de EE.UU. de la OTAN y el “Quad”, la alianza de facto con Japón, Australia e India. Hay sectores importantes del aparato militar y de inteligencia que apoyaron a Biden en vez de Trump porque ansiaban una movilización más efectiva del poderío estadounidense contra Rusia y China.

Y, si la declaración de Biden de que “el capitalismo está vivo y muy bien” fuera cierta, cabe preguntar: ¿por qué se intensifica la amenaza fascista a la democracia estadounidense?

En los seis meses desde la investidura de Biden, el Partido Republicano ha mantenido su oposición intransigente a cualquier investigación seria sobre los eventos del 6 de enero. Las propuestas a medias de los demócratas, primero de una comisión bipartidista “independiente” para investigar el ataque y luego de una investigación bipartidista del Congreso, han sido bloqueadas o postergadas indefinidamente.

Mientras tanto, sigue apareciendo más evidencia del protagonismo de Trump y sus aliados en el Congreso en intentar un golpe de Estado político para anular los resultados electorales y mantenerse en el poder. Pero, ni Trump ni sus cómplices han sido interrogados, ni mucho menos enjuiciados, sentenciados y encarcelados.

En cambio, Trump ha reanudado su agitación contra las elecciones, buscando transformar el Partido Republicano en un movimiento abiertamente fascistizante y subordinado a su autoridad personal. Asimismo, sus seguidores en el Partido Republicano están utilizando su control de las asambleas legislativas estatales para aprobar ataques sin precedentes y de gran alcance contra el derecho del voto.

El propio Biden reconoció parte de la realidad de esta crisis del capitalismo estadounidense en un discurso la semana pasada en Filadelfia, cuando declaró: “Nos enfrentamos a la prueba más importante para nuestra democracia desde la guerra civil”. Pero no ofreció ninguna salida más allá de llamados a “mis amigos republicanos en el Congreso, los estados y las ciudades y condados a que resistan” al asalto, a pesar de que ellos son exactamente los perpetradores.

En un intento de alimentar ilusiones en el Partido Demócrata, los representantes de su ala “izquierdista” están presentando las políticas de Biden en términos extravagantes. La semana pasada, el senador Bernie Sanders alegó que el proyecto de ley de “reconciliación” de Biden sobre gasto social constituía “la legislación con mayor impacto para las familias de clase trabajadora desde los años treinta”. O bien, afirman estar decepcionados por ahora como Bhaskar Sunkara de la revista Jacobin, afiliado a los Socialistas Demócratas de Estados Unidos (DSA, por sus siglas en inglés), pero solo para expresar la esperanza de que “Biden ha mostrado la voluntad de pensar en grande” y que presionar más a los congresistas demócratas hará el truco.

Por su parte, Biden está aprovechando toda instancia posible para dejar en claro que no tiene ninguna intención de implementar cualquier medida que desafíe los intereses de la oligarquía financiera, declarando la semana pasada, “El comunismo es un sistema fracasado, un sistema universalmente fracasado. No considero el socialismo un substituto muy útil”.

La verdad es que el Gobierno de Biden se basa en Wall Street y el ejército, movilizando tras de ellos a sectores de la clase media-alta a través de la política de identidades. Es más, al estar muy consciente de las explosivas condiciones sociales en el país, el Gobierno apoya la campaña de “organización” sindical en Amazon y la Ley PRO para facilitar la instalación de sindicatos en donde, de lo contrario, tendrían dificultades en convencer a los trabajadores a pagar cuotas para el privilegio de que les recorten los salarios y las prestaciones.

Es revelador que, cuando los trabajadores emprenden luchas auténticamente anticorporativas, como las huelgas de los trabajadores automotores de Volvo Trucks en Dublin, Virginia, este presidente supuestamente “protrabajadores” guarda un completo silencio. Biden apoya los sindicatos, no a los trabajadores, porque considera correctamente que los sindicatos son un instrumento de la clase gobernante estadounidense para vigilar a la clase obrera.

Los trabajadores necesitan sacar las lecciones de los primeros seis meses del Gobierno de Biden. Ninguno de los problemas que enfrenta la clase trabajadora —desde la desastrosa respuesta a la pandemia a los niveles inauditos de desigualdad social y los peligros de una guerra mundial imperialista y de una dictadura fascista— pueden enfrentarse sin romper el control de la oligarquía financiera sobre todo aspecto de la sociedad.

Esto significa romper tanto con el Partido Demócrata como el Partido Republicano y construir un nuevo partido político de masas de los trabajadores, basado en un programa socialista. Todos los que buscan reorganizar la sociedad para atender las necesidades humanas y no las demandas de Wall Street necesitan tomar la decisión de unirse al Partido Socialista por la Igualdad hoy mismo.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 19 de julio de 2021)

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