Español
Perspectiva

El discurso de Biden sobre Afganistán: la guerra criminal de EE.UU. acaba en fiasco

El lunes por la tarde, el presidente estadounidense Joe Biden pronunció un discurso por televisión nacional en respuesta al colapso del Gobierno títere patrocinado por EE.UU. en Afganistán.

La magnitud y el impacto de la catástrofe sufrida por el imperialismo estadounidense en Afganistán, que en muchos aspectos superan la derrota de la guerra en Vietnam, se reflejaron en el discurso de presidente, quizás el más sombrío en medio siglo.

Se lanzan bengalas como señuelos para los sistemas antimisiles cuando varios helicópteros militares Black Hawk de EE.UU. sobrevuelan Kabul, Afganistán, 15 de agosto de 2021 (AP Photo/Rahmat Gul)

Biden reconoció que la guerra estadounidense había llegado a un callejón sin salida, señalando que cuatro presidentes estadounidenses estuvieron a cargo del conflicto y declarando que se rehusaba a legárselo a un quinto presidente. Preguntó que cuántos estadounidenses más tendría que enviar a morir en Afganistán, demostrando lo consciente que está de que la guerra es profundamente impopular.

A lo largo de su discurso, Biden efectivamente admitió que los pretextos que utilizó EE.UU. para invadir Afganistán eran mentiras. A pesar de las afirmaciones del Gobierno de Bush y toda la prensa de que el objetivo principal de la invasión y la ocupación estadounidenses eran promover la democracia y el bienestar de la población afgana, Biden declaró que a EE.UU. no le importa un comino.

“Nuestra misión en Afganistán nunca se suponía que fuera construir una nación”, dijo. “Nunca se suponía que fuera crear una democracia unificada y centralizada. Nuestro único interés nacional vital en Afganistán sigue siendo hoy lo que siempre fue, prevenir un atentado terrorista en nuestra patria estadounidense”.

En otras palabras, la afirmación de George W. Bush, quien inició la guerra en Afganistán diciendo que su objetivo era salvar a “a un pueblo de la inanición y liberar un país de una brutal opresión”, era una mentira.

En la medida en que se ha de culpar a alguien por la debacle estadounidense en Afganistán, insistió Biden, era el pueblo afgano, desagradecido con el ejército estadounidense que pasó dos décadas asesinándolo, torturándolo y bombardeándolo.

Incluso cuando admitía efectivamente que el Gobierno de Bush mintió sobre buscar desarrollar la democracia y llevar prosperidad al pueblo afgano, Biden insistió con avanza otra mentira: que la guerra estadounidense fue librada para combatir el terrorismo tras los atentados del 11 de septiembre.

La intervención estadounidense en Afganistán, que tuvo consecuencias tan catastróficas para la población de ese país no comenzó hace 20 años, sino en 1978, durante la Presidencia de Jimmy Carter. Comenzó como un esfuerzo para instigar una guerra civil movilizando insurgentes contra un Gobierno respaldado por los soviéticos en Kabul y asestarle a Moscú “su propio Vietnam”, en palabras del principal estratega de Carter, Zbigniew Brzezinski.

Esta política fue continuada agresivamente bajo el Gobierno de Carter, cuyo director de la CIA, William Casey, instó a Arabia Saudita y Pakistán a reclutar y armar a fundamentalistas islámicos de todo Oriente Próximo para que se unieran al combate. Esto dio origen a Al Qaeda y Osama bin Laden.

Los talibanes aparecieron a raíz del mismo proceso, pero a una etapa posterior, después de que los soviéticos se retiraran de Afganistán y colapsara la Unión Soviética. Operando a través del Gobierno pakistaní, la Administración de Clinton promovió el movimiento islamista como una fuerza de estabilidad y un posible medio de acceso a los recursos petroleros de Asia central para EE.UU.

Si bien Biden borró toda esta historia temprana, lo que sí dijo sobre las últimas dos décadas de intervención estadounidense en Afganistán puso al descubierto las políticas de cuatro Administraciones.

Declaró, “Siempre le prometí al pueblo estadounidense que sería honesto con ustedes”. Esta fue una admisión indirecta de que todo lo que el Gobierno estadounidense ha dicho sobre la guerra, incluyendo las razones dadas para la invasión de 2001, había sido una mentira.

El discurso fue notable por sus críticas poco sutiles al Gobierno de Obama, en el cual Biden fue vicepresidente. Citó su propia oposición en 2009 a aumentar las tropas estadounidenses en Afganistán hasta 100.000, lo que a su vez incrementó las muertes, particularmente de civiles afganos inocentes. También condujo a un aumento récord en las bajas militares estadounidenses.

Obama hizo campaña para presidente en 2009 diciendo que no se oponía a todas las guerras, solo a “las estúpidas” como la guerra en Irak, mientras que apoyaba la guerra en Afganistán. Cuando quedó electo, desechó sus pretensiones antibélicas y su Gobierno se convirtió en el primero en la historia estadounidense en librar guerras continuamente durante dos mandatos.

La prensa corporativa respondió al discurso de Biden con una hostilidad poco disimulada. Los comentaristas de la prensa están preocupados de que haya admitido ciertas verdades que los propios medios de comunicación han ocultado por mucho tiempo para promover la intervención de Afganistán como un empeño para combatir el terrorismo, desarrollar la democracia y mejorar la condición de las mujeres.

Por supuesto, hay que guardar silencio sobre la situación de las mujeres incineradas por las bombas y los misiles de los drones estadounidenses en Afganistán, Irak, Libia, Siria, Yemen o Somalia. O su brutal trato por parte de aliados estadounidenses como Arabia Saudita y los jeques del golfo Pérsico.

En cuanto al gran clamor de la última semana sobre la suerte de los intérpretes afganos, los empleados de las Embajadas, los colaboradores con la ocupación estadounidense y otras personas que huyen del avance talibán, ¿qué hay de las decenas de miles de personas encarceladas por el régimen títere afgano, sometidas a tortura por la CIA o sus secuaces? Un aspecto significativo del rápido avance de los talibanes en las últimas semanas ha sido la apertura de calabozos en todas las capitales provinciales, que culminó con la liberación de 5.000 prisioneros retenidos en la base aérea de Bagram y otros 5.000 en la prisión central de Kabul, Pul-e-Charkhi.

Un editorial del New York Times publicado el domingo, cuando la magnitud del desastre en Afganistán se hacía evidente, hacía hincapié en estos dos pretextos: la suerte de las mujeres y la suerte de los que trabajaban con el régimen de ocupación estadounidense. Como es habitual en el Times, estas supuestas preocupaciones humanitarias se utilizaron para reforzar las tenues pretensiones “democráticas” del imperialismo estadounidense.

Bajo el titular “La tragedia de Afganistán”, los editores lamentaron el resultado de la guerra porque las aspiraciones estadounidenses de promover “los valores de los derechos civiles, la autonomía de las mujeres y la tolerancia religiosa demostraron ser solo eso: un sueño”. Deploraba la situación de “los afganos que colaboraron con las fuerzas estadounidenses y se creyeron el sueño, y en especial de las niñas y mujeres que habían abrazado una medida de igualdad”.

El editorial reiteraba la afirmación de que la guerra comenzó como respuesta a los atentados del 11 de septiembre y luego “evolucionó hasta convertirse en un proyecto de construcción nacional de dos décadas”, lo que calificaba como “una historia de la expansión de la misión y la arrogancia, pero también de la duradera fe estadounidense en los valores de la libertad y la democracia”.

En realidad, el despilfarro de 2 billones de dólares durante 20 años de guerra fue un testimonio del compromiso “duradero” de la clase dirigente estadounidense con la conquista del mundo mediante la fuerza militar. En los últimos días se ha informado sin cesar sobre la corrupción del régimen afgano derrumbado, pero mucho menos sobre los contratistas y las corporaciones estadounidenses aún más corruptos, para los que la guerra fue una bonanza.

Según las cifras oficiales, más de 100.000 afganos han muerto en la guerra, sin duda una gran subestimación. Estados Unidos libró esta guerra mediante los métodos de la “contrainsurgencia”, es decir, mediante el terror: bombardeos de fiestas de bodas y de hospitales, asesinatos con drones, secuestros y torturas. En una de las mayores atrocidades de la guerra, en 2015, la fuerza aérea estadounidense llevó a cabo un ataque de media hora de duración contra un hospital de Médicos Sin Fronteras en Kunduz, Afganistán, en el que murieron 42 personas.

En otras palabras, la tragedia de Afganistán no es el hecho de que Estados Unidos haya perdido la guerra, sino el trágico encuentro de este país históricamente oprimido con el imperialismo estadounidense.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 16 de agosto de 2021)

Loading