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Perspectiva

El discurso de Biden sobre Afganistán: admite demoledora derrota

El presidente estadounidense Joe Biden pronunció un discurso el martes por la tarde declarando el final de la guerra estadounidense de 20 años en Afganistán.

Un día después de que un avión militar de carga C-17 transportara a las últimas tropas estadounidenses de Kabul y en medio de celebraciones en las calles de Afganistán por el fin de la ocupación estadounidense, el discurso de Biden incluyó declaraciones que nunca se habían escuchado de la Casa Blanca, reconociendo los costos devastadores de una guerra que acabó en un desastre humillante.

El presidente Joe Biden se pronuncia sobre el final de la guerra en Afganistán desde el comedor estatal de la Casa Blanca, 31 de agosto de 2021, Washington (AP Photo/Evan Vucci)

La derrota sufrida por EE.UU. a manos de la insurgencia talibán no solo expone el fracaso de las políticas perseguidas en Afganistán, sino de toda la estrategia que ha guiado por décadas las acciones del imperialismo estadounidense tanto a nivel nacional como en el extranjero.

El propósito político inmediato del discurso de Biden era defender su Gobierno de las feroces recriminaciones por su manejo de la caótica evacuación de 17 días que siguió a la toma talibán del país y al precipitado colapso del régimen títere en Kabul y sus fuerzas de seguridad entrenadas por EE.UU. Trece militares estadounidenses perdieron sus vidas en la operación y otros 20 quedaron heridos.

Los ataques no solo han provenido de los republicanos sino también de una amplia capa de funcionarios demócratas. Los medios de comunicación, que se han “incrustado” en el ejército de Estados Unidos y sirven de animadores incansables de las guerras estadounidenses, han respondido con una hostilidad especialmente amarga.

El editorial del Washington Post del martes describió la evacuación de Kabul como “un desastre moral, que no es atribuible a las acciones del personal militar y diplomático en Kabul... sino a los errores, estratégicos y tácticos, del Sr. Biden y su Administración”. Por si fuera poco, publicó una columna de Michael Gerson, el antiguo ayudante principal y redactor de discursos de George W. Bush, que comparte la responsabilidad política de las guerras criminales de Afganistán e Irak, condenando “la pánica, atropellada y humillante salida de Afganistán de la Administración de Biden, dependiente de la bondad de los talibanes y conmemorada por imágenes indelebles de caos y traición”.

Una retórica tan acalorada refleja las salvajes divisiones y recriminaciones dentro de la élite gobernante estadounidense y su aparato militar y de inteligencia sobre la debacle de Afganistán.

Aunque estuvo plagado de contradicciones, evasiones y falsificaciones históricas, el discurso de Biden estaba dirigido, al menos en parte, a apelar a los amplios sentimientos antibélicos de la población estadounidense.

Era “hora de volver a ser honestos con el pueblo estadounidense”, dijo, reconociendo tácitamente que la clase dirigente de Estados Unidos había mentido sistemáticamente al pueblo estadounidense sobre las razones y el desarrollo de las guerras en Afganistán, Iraq y otros lugares.

Afirmó que Estados Unidos había gastado “300 millones de dólares al día durante dos décadas” en la guerra de Afganistán, y añadió que “sí, el pueblo estadounidense debería escuchar esto. ... Y qué hemos perdido como consecuencia en términos de oportunidades”.

Destacó las graves pérdidas en vidas y extremidades, con 2.461 soldados estadounidenses muertos y otros 20.744 heridos.

“Muchos de nuestros veteranos han pasado por un infierno”, dijo. “Un despliegue tras otro. Meses y años lejos de sus familias... luchas financieras, divorcios, pérdida de miembros, lesiones cerebrales traumáticas, estrés postraumático. Lo vemos en las dificultades que tienen muchos cuando vuelven a casa. ... El coste de la guerra lo llevarán consigo toda la vida”.

Biden citó la “impactante y asombrosa estadística que debería hacer reflexionar a cualquiera que piense que la guerra puede ser alguna vez de bajo grado, de bajo riesgo o de bajo coste: 18 veteranos, como media, mueren por suicidio cada día en Estados Unidos, no en un lugar lejano, sino aquí mismo, en Estados Unidos”.

También se refirió de forma indirecta a los costes sociales que conlleva tener un país perpetuamente en guerra: “Si tienes 20 años hoy, nunca has conocido un Estados Unidos en paz”.

El retrato que presenta en este discurso constituye una condena contra la clase dirigente estadounidense y sus dos partidos políticos, que han perpetuado guerras que han infligido un sufrimiento inestimable, han despojado a la sociedad de vastos recursos y han sometido a toda una generación a una violencia y un terror ininterrumpidos.

Sin embargo, el presidente estadounidense no mencionó el mayor coste de la guerra y la ocupación estadounidenses: entre 170.000 y un cuarto de millón de afganos muertos, cientos de miles de heridos y millones de desplazados.

Biden fue incapaz de dar una explicación racional de la guerra afgana, afirmando que se había lanzado como respuesta a los todavía inexplicables atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y Washington D.C., en los que 15 de los 19 secuestradores eran saudíes y ninguno afgano.

Se jactó de que la guerra de Estados Unidos había “diezmado” a Al Qaeda en Afganistán, aunque reconoció que “la amenaza terrorista ha hecho metástasis en todo el mundo, mucho más allá de Afganistán”, citando elementos vinculados a Al Qaeda en Siria, Irak, Somalia, la península Arábiga y “en toda África y Asia”. De hecho, dentro del propio Afganistán, los servicios de inteligencia estadounidenses estiman que el Estado Islámico-Khorasan (ISIS-K, por sus siglas en inglés), responsable del atentado suicida en el aeropuerto de Kabul, cuenta con unos 2.000 combatientes, frente a los pocos cientos de miembros de Al Qaeda que había en Afganistán en 2001.

El crecimiento de estas fuerzas es el producto directo de las guerras de agresión de Estados Unidos en Afganistán e Irak, así como de la utilización por parte de Washington de milicias vinculadas a Al Qaeda como tropas terrestres que patrocinan para librar sus guerras de cambio de régimen tanto en Libia como en Siria.

Tomado en su conjunto, el discurso de Biden es una exposición devastadora de las guerras de Estados Unidos basadas en mentiras e invenciones que se han llevado a cabo a un costo horrible. En este sentido, Afganistán no puede separarse de Irak, Libia, Siria y otros lugares.

¿Para qué ha servido todo esto? ¿Qué justificó el despilfarro de billones de dólares y la pérdida de cientos de miles de vidas? ¿Y quién debe rendir cuentas por estos crímenes dentro del Gobierno, los principales partidos, los altos mandos militares, las corporaciones estadounidenses, los medios de comunicación y las figuras académicas que promovieron y justificaron estas guerras?

Biden afirmó en su discurso: “Esta decisión sobre Afganistán no es solo sobre Afganistán. Se trata de poner fin a una era de grandes operaciones militares para rehacer otros países”.

De hecho, un desastre de esta magnitud señala el fin de una era y el desmoronamiento de toda una estrategia del imperialismo estadounidense basada en la utilización de la fuerza militar para superar la gradual erosión de su hegemonía mundial.

A partir de los años ochenta, Washington se empeñó en “sacudirse al síndrome de Vietnam”, es decir, revertir las consecuencias políticas de la derrota sufrida por el imperialismo estadounidense en Vietnam para lanzar nuevas guerras de agresión imperialista.

Con la disolución de la Unión Soviética a manos de la burocracia estalinista de Moscú, esta política se puso en marcha, anticipada por la primera guerra estadounidense en el golfo Pérsico y seguida por las intervenciones estadounidenses en los Balcanes. Washington abrazó el concepto de que el mundo había llegado a un “momento unipolar” en el que el imperialismo estadounidense podía perseguir de forma desenfrenada el dominio global y la contrarrevolución mundial.

Los sospechosos acontecimientos del 11 de septiembre de 2001, que hasta el día de hoy nunca han sido realmente explicados, fueron entonces aprovechados para justificar las guerras de agresión en el extranjero, la tortura y la construcción del andamiaje de un Estado policial dentro de los propios Estados Unidos.

La humillante retirada de Afganistán señala el fracaso no solo de la política estadounidense en ese único país, sino de toda una estrategia, una visión del mundo y un programa de dominación global y reacción interna que ha persistido durante 30 años.

Esta debacle, que coincide con una escalada de la lucha de clases en los EE.UU. e internacionalmente bajo el impacto de la creciente desigualdad social y las políticas homicidas impulsadas por el afán de lucro de las clases dominantes del mundo en respuesta a la pandemia del COVID-19, tiene implicaciones profundamente revolucionarias.

Esto no ha disminuido en lo más mínimo el peligro de guerra. De hecho, Biden utilizó su discurso para insistir en la capacidad del imperialismo estadounidense de continuar con los ataques asesinos “por encima del horizonte” contra Afganistán o cualquier otro país del mundo, al tiempo en que orienta su poderío militar hacia enfrentamientos mucho más peligrosos con China y Rusia, ambas potencias con armas nucleares.

La cuestión decisiva es armar el movimiento emergente de la clase obrera con una perspectiva socialista e internacionalista para poner fin a la guerra y su origen, el sistema capitalista.

(Publicado originalmente en inglés el 1 de septiembre de 2021)

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